Ignoró las primeras órdenes de Anwen, no sentía dolor. ¿Cierto? Mentiras, poco a poco al disiparse la adrenalina sentía el dolor incrementar. “Lo hago luego, no te preocupes por mi.” Su tono era calmado, lo dijo con una sonrisa, en realidad no quería preocuparle más. “¿Terco yo?” Preguntó, jugando a que estaba ofendido.

Intentó evitar que Anwen se bajara al piso, pero con el pataleo y el dolor muscular que sentía no fue capaz de mantenerla entre sus brazos. ¿Terco yo? Repitió en su mente con un suspiro, sopló hacia arriba removiendo una hebra de cabello rebelde.

Evitó un quejido de dolor cuando Anwen le abrazó por la espalda. Sabía que solo quería ayudar, pero en su mente él era quien tenía que pagar por el error que había cometido. No importaba lo que le dolía, importaba más que ella estuviese bien. Preparó un té para Anwen cargado de azúcar, creía que necesitaba un poco de energía para reponerse.

Puso algunas galletas en un plato y las dejó en el microondas por un par de segundos, lo suficiente para que estuviesen un poco calientes. Sintió a Anwen soltarle y se giró rápido, pegando un salto, preocupado de que hubiese caído al suelo o algo parecido. Estaba de vuelta tan pronto como había desaparecido. Notó el terror en su mirada y sintió su corazón encogerse.

¿Cuánto tiempo demoraría en recuperarse de algo como eso? Connor sacudió la cabeza con un resoplido y siguió a Anwen cuando le tiró de la polera. “Ven, pequeña.” Su voz era suave, dócil, como si le estuviese hablando a un ciervo espantadizo. Esa cara de terror antes de volver a su lado no se le olvidaría nunca.

Dejó las galletas y la taza de té sobre la mesa y se quitó la polera ensangrentada. No pudo evitar que su cara se contrajera en una mueca y pequeño jadeo de dolor, esperó que Anwen no lo hubiese notado. Ahora que prestaba atención, sí que se había hecho mierda cruzando la ventana. ¿Había golpeado con el rastrillo para romperla o lo había hecho con sus brazos? En realidad no recordaba demasiado, pero las heridas apuntaban a lo último.

“Ah, verga...” Murmuró con un suspiro, sentándose de vuelta en el sillón con un poco más de cuidado. “¿Ves? No pasa nada.” Lo había intentado, pero los cortes no se veían nada bien, varios eran mucho más profundos de lo que creía, y los otros adornaban demasiado de sus brazos. No quería ni imaginarse lo que había en su espalda, pero era de ahí que venía toda la sangre de la polera que había dejado sobre la mesa.

Se hundió más en el sillón, dejando un espacio entre sus piernas para que Anwen se sentara cerca de él, y puso el botiquín a su lado. “A limpiar entonces, tú preocúpate de silenciar ese estómago antes de que te quedes dormida.” Volvió a hablar con ese cuidado, apoyando una mano en la cabeza de la chica con cariño antes de ponerse a rebuscar en el botiquín.

En realidad no tenía energías para primeros auxilios en ese momento, en especial no para sí mismo. Su concentración estaba en Anwen y no quería compartir eso con el dolor de su cuerpo o la creciente certeza de que varios de esos cortes dejarían cicatrices.

Extrajo del botiquín gaza y solución salina y comenzó el arduo y doloroso proceso de limpiar las heridas de sus brazos, por lo menos, ya vería cómo lidiaba con la espalda luego. Tuvo que sacar pinzas en un momento, notando que tenía pedazos de vidrio todavía incrustados. Eso era peligroso, si en vez de sacar el vidrio lo rompía más…

Escarbó alrededor del vidrio con cuidado, mordiendo su lengua y dejando que su expresión fuera de concentración y no dolor. “Por suerte soy scout o estaría aquí toda la noche.” Sería un trabajo arduo, pero Anwen al parecer no estaría tranquila hasta que acabara. Trabajaba con cuidado pero rápido, cubriendo cada corte con un parche de gaza después de limpiar, uno por uno.  Quería cubrir todo y ya poder volver a abrazar a Anwen cuando terminara de comer.

“Obvio, es la única manera de tomar té.” Los Buckley eran irlandeses, y si la historia le había enseñado algo, era que los irlandeses harían todo lo posible para joder a los ingleses. Tomar té con demasiada azúcar era sólo una de las maneras en que apretaban los botones. Soltó una risita ante su broma, quizás demasiado rebuscada como para que Anwen la entendiera, y escondió en ella un jadeo de dolor.

No notó la reacción de la chica, en realidad había olvidado por completo lo que había pasado en la tarde, como si fuese hace años. Sintió un escalofrío cuando recorrió su brazo, aunque no había tocado ninguna herida, su piel estaba demasiado sensible y le dolió bastante. Intentó dedicarle una sonrisa, pero Anwen parecía como si estuviese a punto de largarse a llorar.

Connor negó con la cabeza y llevó sus manos a las mejillas de Anwen, acariciando con sus pulgares. “No pasa nada pequeña, no iba a dejar que una ventana se pusiera en mi camino.” Explicó, no quería demasiados detalles, lo que menos deseaba era recordarle a la chica lo que había sucedido.

“¿Mi espalda?” Preguntó, ladeando su cabeza con una sonrisa cansada. ¿No había sufrido lo suficiente ya como para mostrarle algo como eso? No quería que Anwen se sintiera culpable, eso le tocaba sólo a él. Pero en realidad sabía que la chica no le dejaría tranquilo hasta que se diera la vuelta.

Suspiró pesadamente. Había terminado de tratar sus brazos, en realidad lo único que lograría con eso era que no se infectaran, pero lo que necesitaba puntos no dejaría de hacerlo sólo porque Connor lo ignoraba con fuerza. No era hora de ir al hospital ni de dejar a Anwen sola, ya luego se preocuparía de estupideces como un par de cicatrices. Dejó en las manos de la chica el rollo de gaza, la solución salina y las pinzas que había estado usando. No sería capaz de arreglar la cagada que había allá atrás solo.

Posó sus ojos en los de Anwen antes de darse la vuelta. No estaba seguro de cuán mal se vería su espalda, pero por lo que sentía estaba peor que sus brazos, quizás no había roto todo el vidrio antes de pasarse por la ventana o algo por el estilo. Su mirada era seria, intensa, la tomó del mentón para asegurarse de que le estaba prestando atención.

“Lo haría todo de nuevo sin pensarlo dos veces. Estás a salvo y eso es todo lo que me importa.” No había duda en su voz, había pretendido poner un parche antes de la herida de la culpa que Anwen podía sentir. Tan rápido como había llegado la intensidad de ese momento, soltó la barbilla de Anwen y soltó una risita agotada, dándole un par de palmaditas en la cabeza antes de girarse en el sillón, apoyando sus brazos contra el respaldo para mostrarle su espalda a la chica.

De seguro esa parte de su cuerpo se había llevado lo peor de los cortes. Como había pensado, el vidrio no se había roto lo suficiente como para que el cuerpo completo de Connor pasara sin problemas. Algunos cortes en sus piernas eran por la misma razón, el hoyo simplemente había sido demasiado pequeño y terminó por romper la ventana con sus brazos y espalda. Tenía un par de rajaduras importantes en sus hombros en conjunto con muchísimos cortes más pequeños que no necesitaban demasiada atención.

Un corte profundo en cada omóplato habían sido los causantes de toda esa sangre en su espalda, el resto se lo había llevado en sus costillas en menor gravedad, un par en su pecho, y el resto en los brazos que ya había tratado.

“Dum, dum dum dudum dum dum~” Comenzó en voz bajita, dando golpecitos en el sillón al ritmo de la misma canción que había cantado en el camino a casa. “I hear the drums echoing tonight~” No quería que Anwen se perdiera en lo que sea que estaba viendo, ni que recordara nada. De ser por él, su espalda estaría contra el sillón mientras la chica se acurrucaba contra él e intentaba dormir, pero entre el par era un concurso de quién se llevaba el premio a la terquedad. “Dum, dum dum dudum dum dum~” Pretendía acompañarle con esa cancioncita idiota hasta que se aburriera de tratar las heridas.

En realidad odiaba que en ese momento había hecho que Anwen se enfrentara a lo que tenía en la espalda. ¿Quién le mostraba a la persona que había salvado las heridas que tenía por haberlo hecho? Menudo rescatista que resultaste ser, Connor, es ella la que está haciendo primeros auxilios. Restregó el puente de su nariz con una mano, suspirando para evitar un quejido de dolor mientras Anwen sacaba un pedazo de vidrio de su hombro.

No dejó de cantar en todo el proceso aunque a veces tenía que detenerse para morder sus nudillos. Fue doloroso de comienzo a fin, y aunque no lo había visto estaba bastante seguro de que algunos de los cortes de su espalda necesitaban puntos, al igual que algunos de sus brazos. ¿Tendría tiempo al día siguiente de pasar por el hospital? Quizás después de hablar con la policía.

Le daba igual, una cicatriz más, una menos, lo que importaba era que Anwen estaba ahí, sana y salva. Un pequeño pedazo de su cabeza dudó de lo último. ¿En realidad no le había pasado nada? No tenía cómo saberlo sin obligarla a pasar por más traumas, por lo que simplemente rezó con todas sus fuerzas, de haber llegado a tiempo.

Volvió a temblar de rabia mientras Anwen envolvía su torso en vendas, sintiendo nuevamente la culpa, la furia que tenía contra los padres de la chica y sí mismo. ¿Qué haría la próxima vez que tuviese que mirar al padre de Anwen a la cara? De seguro no podría contenerse. No habían ni siquiera contestado el teléfono. Se sintió mejor al recordar que había roto una ventana, tenía ganas de ir y romper un par más y culpar a los ladrones.

Se hundió en esos pensamientos, intentando distraerse del dolor mientras cantaba intermitentemente. La voz de Anwen le trajo de vuelta de esas ideas violentas, ya iba por quemar la casa Von Ferrec la próxima vez que se fueran de viaje. Con la pequeña a salvo donde los Buckley, por supuesto

“Quizás si lo hago me metería en menos problemas.” Bromeó mientras se daba la vuelta con cuidado. Ahora que Anwen había limpiado todo sabía exactamente donde debía doler, y mierda si dolía. “Hospital smroshpital.” Hizo ademán con una mano de que no era importante con una sonrisa. “Mañana, si empieza a dolerme, quizás.” Mintió con descaro, solo por el bien de la chica. Buscó en el botiquín desinflamatorios que también ayudarían al dolor y trago dos, luego uno más por si acaso.

¿Cómo se sentía? Le dolía todo, quería llorar de pena, de rabia, de frustración. Quería golpear a alguien, algo que nunca había hecho. Quería dormir y no despertar nunca más de lo cansado que estaba. “Como un campeón.” Respondió, estirando los brazos para volver a tomar a Anwen entre ellos. Sabía que lo necesitaba más de lo que él necesitaba no sentir dolor en ese momento.

“Ven, pequeña, veamos si logras descansar un rato.” La acunó contra su pecho, con manta y todo, y se tumbó de lado en el sofá, dejando a la chica entre el respaldo y su cuerpo. No quería dejarle al descubierto y que algo le asustara, ni que tampoco rodara al piso. Con una mano acarició los cabellos de la chica, intentando ayudarle a quedarse dormida.

¿Yo el más terco? Connor soltó una risita por la nariz, negando con la cabeza como si no hubiese salvación de la eterna discusión de quién era más terco. ¿No era más terca la persona que continuaba recalcándolo? Ya no importaba, estaba demasiado cansado como para preocuparse por pequeñeces.

Recibió a la chica entre sus brazos, apoyando su cabeza contra su pecho aunque le doliera. Instantáneamente sintió que el cuerpo de Anwen se relajaba y el chico soltó un suspiro de alivio casi al mismo tiempo que ella sin realmente darse cuenta.  

Aunque estaba agotado, que seguro necesitaba dormir para recuperarse, que el dolor bajaría si se dejaba caer en la inconsciencia, Connor no durmió aquella noche. En vez, cuidó el sueño de Anwen lo mejor que pudo. Sintió los movimientos de sus pesadillas cuando venían y respondió con caricias, murmurando palabras cálidas y sacudiéndole ligeramente para cambiar el sueño sin muy buenos resultados.

Pasó la noche completa rumiando, algo que no le hizo bien en absoluto. Ahora que estaba a salvo, Connor no podía dejar de pensar en una sola cosa: ¿De quién era la culpa? Atados a esa idea iban sentimientos que le hacían temblar. Rabia, culpa, frustración.

Sabía que, de no ser por su reacción, Anwen se hubiese quedado. Que si hubiese sido menos bruto, nada de eso hubiese pasado. Al mismo tiempo, Anwen no tenía por qué necesitar prácticamente vivir en una casa que no era la suya, la culpa era de sus padres también. Esos dos adultos que habían decidido tener una hija sólo para abandonarla la mayoría de su vida.

Horas después, cuando los pájaros afuera decidieron recordarle que la noche acabaría en algún momento, Connor se encontraba hecho una maraña de emociones negativas. Se había permitido divagar hasta los lugares más oscuros, acompañado sólo por el dolor de sus heridas y las pesadillas de Anwen.

Sólo cuando la luz del alba comenzó a iluminar las ventanas, prometiendo que pronto alguien más llegaría a cuidar a la chica entre sus brazos, se rindió ante el agotamiento. No despertó cuando salió el sol, ni cuando el resto de su familia se levantó. No despertó cuando el jefe de policía llamó a la puerta de su casa, buscando las respuestas que Connor había prometido la noche anterior.

Al ver lo magullado que estaba, los padres del chico se preocuparon de cuidar y contener a Anwen, cuidando el sueño del chico. Connor sólo despertó en la tarde, cuando el sol ya casi había desaparecido. Le dolía todo, ahora sabía que se había desgarrado un músculo en su pierna, sabía exactamente dónde tenía cada corte. Pero lo único que hizo fue preguntar por Anwen, volviendo a asegurarse de que estaba bien.