—¡CORRE TIFFANY, CORRE MÁS RÁPIDO, QUE NADIE PUEDA PILLARTE!— La pequeña corría a toda velocidad por el parque que estaba justo fuera de su casa. Le habían comprado una pelota de fútbol, ahora que había empezado a jugar con sus compañeros después del colegio. Un premio de consuelo, quizás, para distraerla de la decepción de que de una semana a otra había existido la posibilidad de un futuro como atleta olímpica, y luego aquello desapareció por completo.

Lograba mantener el control de la pelota mientras usaba los árboles como personas que tenía que esquivar, atrás, adelante, giraba haciendo amagues. Ya no importaba demasiado concentrarse en el atletismo, considerando que sus padres habían decidido que tenía que terminar el colegio sin importar qué. Aquello le ponía muy triste. Era horrible para cualquier clase en Fallgate excepto educación física. ¿Por qué no podía simplemente hacer eso para siempre?

Era el único momento donde se sentía realmente bien. Donde su cerebro lograba concentrarse sólo en lo que estaba haciendo. La chica todavía no entendía bien qué le sucedía, por qué se comportaba como lo hacía, por qué todo en el colegio era tan extremadamente difícil cuando a todo el resto parecía no tener problemas.

Lo único que sabía, era que nadie le ganaba cuando se trataba de deportes, y aquello no le molestaba en absoluto. Después de todo ¡Los deportes se juegan con el resto! Por lo menos varios de ellos. ¿No era mejor ser buena para eso? Nunca se veía a un grupito trabajando en un problema de matemáticas, no, así no se podía hacer amigos.

—Hale toma la delantera, esquivando al número siete del equipo del parque.— Narraba para sí misma bajo su aliento, bastante concentrada, esquivando otro árbol con una piruetita. En ese momento nada importaba en absoluto. ¿Que sus padres no le habían dado permiso para alistarse en el entrenamiento que probablemente le permitiría competir en las olimpíadas? No lo recordaba. ¿Que era otro año más donde estaba pasando de curso apenitas? En ese momento, no. En ese momento era Tiffany Hale, futbolista.

—Genialísimo movimiento por parte del número cuatro, se acerca a la portería ¡Pero tiene marcas por ambos lados!— Miró a su alrededor y notó que había un chico caminando solo hacia ella. La sonrisa de Tiffany se hizo aún más pronunciada ahora que había encontrado a alguien con quien quizás podía jugar. Cuando se acordaba de lo que había pasado, se largaba a llorar desconsoladamente. Quizás tenía suerte, el berrinche no duraba demasiado por lo fácil que era distraerla.

—¿Será que un compañero de su equipo se acerca para recibir un pase?— Anunció un poco más fuerte mientras se acercaba al chico a toda velocidad, pateando la pelota con un control impresionante. Llevaba una jardinera morada junto con un polerón rosa y sus zapatillas de deporte, su cabello bastante largo recogido en dos coletas, su madre las había hecho en la mañana y para la tarde ya estaban bastante desarregladas. Sus ojos brillaban con la emoción de un niño, y su voz chillona junto con las risitas que soltaba de vez en cuando anunciaban su llegada.

—¡Tiffany se prepara para dar el pase! ¡El chico que apareció de la nada está completamente abierto para patear a la portería!— La pequeña apuntó al espacio entre dos arbustos a algunos metros, mostrándole al niño rubio dónde se encontraba el arco imaginario, deteniéndose a tres o cuatro metros de él para entregarle la pelota en una patada ligera, sólo para que llegara donde el chico sin problemas, una invitación abierta y una sonrisa enorme y simpática le acompañaba. Bastante difícil sería no seguirle el juego a la pequeña al notar lo emocionada que estaba.

Tiffany soltó una risita gustosa cuando el niño le siguió el juego. ¿Ven? Nadie necesita recibir calificaciones perfectas, no era necesario. Tampoco hacer algo increíble, como competir en las olimpíadas. Nada necesario, no en absoluto, no cuando podía encontrarse a cualquier persona nueva y transformarla en un nuevo amigo. ¿No era ese un superpoder?

—¡WOOOOOOOOO!— Exclamó al ver su pelota salir disparada directamente a la portería de plantas en un chillido asombrado. —¡GOOOOOOOOOL!— Como los que anunciaban en los partidos profesionales, la enana alzó los brazos y mantuvo la vocal por todo el tiempo que pudo mientras corría hacia el niño, dándole dos pulgares hacia arriba en respuesta.

Le faltaba el aire cuando llegó a su lado, pero parecía no molestarle en absoluto. Su sonrisa abarcaba casi la mitad de su cara, y asintió con fuerza y varias veces ante su nombre, extendiendo la mano para sacudir la ajena vigorosamente. Siguió al niño cuando caminó hacia la pelota, frunciendo el ceño ante el comentario.

—Es porque no soy niño— Apuntó a sus largas coletas, aunque torcidas, como si fuese extremadamente obvio. —Duh— Agregó, sin ningún tipo de agresión ni sentirse ofendida, en un tono un tanto burlón. Le ocurría bastante, que la gente le confundía por un niño al comienzo. Tiffany no entendía por qué, y en realidad tampoco se enteraba demasiado, tan sólo corregía como si todo el mundo fuese un tanto bruto y extraño por no darse cuenta de algo tan obvio.

—Zack— Repitió, tomando la pelota bajo su brazo izquierdo para llevar su dedo a su propia nariz, poniendo los ojos bizcos por un momento. —Zack— Otra vez, sólo para llevar el mismo dedo a la nariz del chico sin pedir permiso, en un estado de concentración máxima. —¡Zack!— Dio el ritual por finalizado con una risita.

—¿Te gusta el fútbol? ¿Sabes dominar la pelota? ¿Juegas algún otro deporte? No te he visto por aquí ni en el colegio, y eso que he ido a ambos ¿Vienes a la isla de visita?— Disparó como metralleta antes de hacer una pequeña pausa para respirar. Su sonrisa no había desaparecido en ningún momento y la emoción con que había llegado corriendo de alguna manera tampoco.

Como si tuviera una batería infinita, la chica soltó la pelota para dejarla en el piso, sólo en ese momento notó el juguete en la mano del niño Zack. Ladeó la cabeza en un gesto curioso. —¿Cómo se llama?— Cualquiera que conociese a la pequeña un poco notaría cuan enfocada estaba en su nuevo amigo cuando generalmente se le hacía en extremo difícil. De ahí nacía el pequeño ritual para intentar recordar el nombre de cada persona. Pero mientras le faltara el aliento y estuviese en algún tipo de movimiento, casi pasaba por una niña normal.

Muchísima gente le tildaba de rarita casi inmediatamente, pero era tan extremadamente difícil mirar con malos ojos a una niña tan simpática e inocente, que parecía ser tan ligera en su forma de ser que preocupaba que se la llevase el viento. Además, Tiffany no era capaz de enterarse de cualquier tipo de comentario pesado, intento de bullying ni nada por el estilo. Le pasaba por arriba de la cabeza sin resultado alguno.

Tiffany no pudo detenerse de devolver el saludo apretado que era apretado sólo porque era en respuesta a su apretón, tan sólo apretó más y con más emoción. A desgracia de su nuevo amigo, la chica no entendió la confusión ajena. —Tu… También juegas fútbol.— Respondió, entrecerrando los ojos y ladeando la cabeza en un intento de entender de dónde había venido el comentario y a dónde se había descarrilado la conversación.

Claramente todavía no aprendía acerca de culturas distintas, ni estereotipos a pesar de que esa no era la primera vez que alguien se extrañaba con sus pasatiempos. Seguía sin enterarse de que había un punto de contienda en ese tema, por lo que reaccionaba de la única manera posible: Completa confusión. No duró demasiado, estaba ocupada intentando recordar el nombre de cualquier modo.

—Uck— Se quejó ante el golpe, llevando una mano donde el chico había golpeado, más desorientada por la acción que otra cosa, no había sido fuerte ni nada por el estilo. Mucha gente se quejaba de que Tiffany hablaba mucho, era demasiado apestosa y ruidosa, pero nadie nunca se lo había dicho a la cara sin malicia. Tan sólo una llamada de atención que le ayudó a frenarse, a entender lo que era y no aceptable, por lo menos cuando se trataba de este nuevo amigo.

La pequeña miró a Zack y sonrió con más fuerza, soltando una risita de emoción, aprobación o gusto o una mezcla de todas. —Perdóname si te mareo— Contestó con su voz chillona antes de pegar saltitos ante cada deporte en la respuesta. —¿Béisbol?— Tiffany ladeó la cabeza y llevó un dedo a sus labios, frunciendo el ceño mientras pensaba furiosamente. Un par de segundos, y volvió a saltar de un pie al otro —¡Ese no lo conozco!—

Para ese entonces, en su corta edad la niña había probado pocos deportes antes de descubrir el atletismo y largarse de lleno a practicar aquello. Era sólo en sus ratos libres que jugaba fútbol con sus amigos, pero ahora que no iba a entrenar… —Siempre me gustó el atletismo, correr, saltar, saltar MÁS ALTO, saltar MÁS LEJOS, o LANZAAAAR una pelota o disco o jabalina, o correr, correr por muuuuuuucho tiempo sin cansarse.— Su explicación iba acompañada de acciones que indicaban cómo hacerlo de cuerpo completo. Antes de ponerse triste otra vez, Zack la desconcentró dominando la pelota.

—¡WHOAA!— Aplaudió muchísimas veces mientras la pelota rebotaba sobre el chico sin caer, saltando de emoción varias veces. —¡Eso es geniaaaaaaal!— Ella también sabía hacerlo, pero en ese momento actuaba como si nunca hubiese visto a alguien dominar una pelota en toda su vida, de manera absolutamente genuina.

Cuando escuchó ese sonido seguido de su nombre, Tiffany se largó a reír. —¡Chan no!— Carcajeó, dejando una mano sobre el hombro de Zack mientras con la otra apretaba su estómago. —Hale, Tiffany Hale.— Corrigió sin malicia, tan sólo riendo ante el apellido extraño que el niño inventó para ella.

La pequeña recibió la pelota de vuelta, mirando el juguete. Ella tenía una relación extraña con ellos. Le gustaban, le hacían extremadamente feliz por un promedio de cinco minutos, luego se desconcentraba, los dejaba en alguna parte, nunca recordaba dónde, y si en algún momento se acordaba de un juguete que ya había perdido, se largaba a llorar.

—¿Serie?— Preguntó con curiosidad, mirando al juguete. Sintió un tirón de su atención, pero nuevamente su amigo había dicho algo entretenido, jalándola de vuelta al presente, pero sacudió su cabeza con fuerza por si acaso.

—¿Japón?— Ladeó la cabeza, como lo había hecho ante la mención del béisbol. Nada. Ante la pregunta de si era de ahí, se largó a responder. —¡No sé qué es! Mi abuela es de Londres, creo que también es una isla, pero mi papá es de aquí y mi mamá también, aunque he ido a Londres algunas veces a competir, el tren es muy aburrido, me gustaría poder correr tan tan tan rápido que paso sobre el agua, así seguro que llegaría más rápido.— Dijo todo aquello en quizás tres segundos, momento en el que procesó que Zack le había dicho que tenía mucha energía.

—Mucha gente me dice eso, pero siempre son adultos que no corren a ninguna parte, creo que son muy flojos, en especial la señora Truman, es vieja y gorda y pesada.— Murmuró, apretando un poco la pelota contra ella al recordar a su actual profesora. Miró a su alrededor por primera vez en bastante tiempo, sólo para volver a posar sus ojos en el juguete de colores llamativos.

Le gustaba mucho el rojo. El gris no. ¿Era un auto? No, no podía ser. Oh, no. Tiffany frunció el ceño intensamente por un momento, y luego pareció desconectarse por completo, su sonrisa se perdió en una mirada ausente. —¿Gudnam? ¿Gadnum? ¿Cómo era? ¿Es un auto? Si fuera un auto no me gustaría estar dentro. ¡Tiene piernas! ¿Cómo va a entrar un humano ahí? ¿Cómo suena la bocina de un auto con piernas? Eso que tiene en la cabeza parecen cejas, pero son demasiado gruesas. ¡Como las de la señora Truman! Quizás por eso es tan desgraciada, sus cejas son demasiado grandes y sus pies demasiado gordos. ¿Por qué engordan los pies? No tiene sentido, lo que engorda es el estómago, porque uno come mucho. ¿Es que come por los pies, y por eso engordan así? ¿Cómo se podría comer por los pies? Había una foto de gente pisando uvas en algún lugar… ¿Es que así se come por los pies? ¿Y si estoy pelando una naranja estoy comiendo por las manos? ¿Me van a engordar las manos? (…)

Su agarre de la pelota aflojó de a poco sin alcanzar a soltarla, sus ojos no se movieron a ningún lado, y por primera vez desde que había llegado volando a esa parte del parque la chica dejó de moverse y hablar por completo.  

Lamentablemente no había manera de que Tiffany se arrancara a sí misma de ese tren descarrilado que era su cabeza en ese momento. Era como si la succionara el desagüe de la bañera, juntando todas las burbujas en un punto y luego chupando hacia abajo mezclando todo sin dejarle salir. No sabía cuánto tiempo ya llevaba metida ahí, sus ojos veían pero lo que pasaba no estaba registrando, como si fuese ruido de fondo.

Pero fue imposible ignorar el golpe. Todo se detuvo, y la voz que no dejaba de hablar pasó a ser el ruido de fondo. Tiffany parpadeó varias veces, había sido más fuerte, pero se hacía más daño jugando a las luchas con sus amigos, o cuando se caía en atletismo.

—¿Hm?— El sonido escapó por su nariz, sacudió la cabeza y entrecerró los ojos, claramente algo confundida acerca de la situación. Miró al chico, sus ropas, el juguete, de vuelta al chico, su pelota, al chico, como si de pronto le hubiesen puesto en ese cuerpo que habitaba. A esa edad y sin saber qué realmente le sucedía, sólo era víctima de los desbalances químicos.

Después de un par de segundos y con un esfuerzo visible, asintió y pareció relajarse. —Zack.— Dijo con orgullo. Ni siquiera había tenido que tocar su nariz. —No me duermo… Pero sí me pierdo a veces, perdona.— En algún momento aprendería a no disculparse cada tres segundos por ser quien era, pero la pequeña todavía sólo intentaba encajar y ser como el resto sin entender por qué parecía costarle cientos de veces más.

Llevó una mano a su cabeza, donde le había golpeado. No parecía enojado en absoluto, normalmente la gente se enojaba cuando se perdía así. Se echó a andar para alcanzarlo, sus mejillas algo coloradas por la vergüenza. Por lo menos esta vez no había sido tan vergonzoso, o Zack no se había enojado lo suficiente como para querer largarse a llorar, a veces se desbordaba así sin aviso.

—Gracias por golpearme, no sé cuánto rato podría haber estado pegada.— Sacó la mano de su cabeza y tomó el brazo del chico, apurando el paso y retomando de pronto toda la energía que había desaparecido. —¿Conozco? Mi casa está justo al frente, vivo aquí, siempre que llego del colegio y termino los deberes, hasta que se prenden los faros de luz.— Le dedicó una sonrisa enorme, apuntando a uno de los faros de luz con la mano que tenía la pelota bajo un brazo.

—¿Qué quieres ver? Por aquí está el árbol más grande, tiene ramas gigaaaantes y se puede trepar muy fácil. ¿Te gusta trepar árboles? Si no, hacia allá está el área más plana y con menos cosas, la gente a veces se sienta ahí pero nosotros lo usamos para jugar fútbol. También hay juegos por ese lado, están sobre arena, se mete en todos lados pero es entretenido enterrar tus manos, o tus pies, nunca he intentado enterrarme por completo.—

Avanzaba a paso rápido hacia adelante, apuntando a los distintos lugares con su cabeza o la mano que no jalaba del brazo ajeno. Nuevamente hablaba tan rápido como para marearse, como si alguien le hubiese dado al botón de encendido de un momento a otro. El lugar no era demasiado grande, el árbol se veía un poco más allá, al igual que el lugar más plano, pero los juegos se encontraban algo más lejos.