Pasar a la universidad había sido una de las cosas más importantes en la vida de Connor hasta ese momento. El colegio no era para él, definitivamente, le costaba muchísimo concentrarse en las clases que no le interesaban. Siempre tenía demasiada energía como para quedarse sentado ocho horas al día casi sin descanso.

Pero ahora que podía elegir su propio horario, que todas sus clases le interesaban, que sentía que estaba haciendo algo con su vida, era un hombre nuevo. Todavía volvía locas a sus compañeras cuando se sentaba cerca de ellas y comenzaba a percutir con su lápiz contra la mesa, pero ahora si necesitaba levantarse a dar una vuelta pues simplemente podía hacer eso.

Seguía siendo un excelente estudiante, mejor ahora, de hecho, en que sentía que había un propósito para tener buenas notas. Adoraba sus clases. Adoraba a sus profesores. Se había hecho amigos bastante rápido, encontrando dos compañeros con quienes había arrendado un pequeño apartamento en Londres para estar más cerca de la universidad.

¿Podía decir que todo iba bien? ¿Perfecto, incluso? Pues sí. Amigos, universidad, un trabajo part time, estaba tan sólo a un par de horas en tren de su familia. No había vuelto a Grendelshire en varias semanas, se había quedado atrás en sus estudios y no podía arriesgarse a recibir malas notas.

Quizás su problema más grande era uno que Lanie había creado para él. Y Anwen. Su último año en el colegio, como su plan original era irse a estudiar de vuelta a Irlanda, las chicas no le dejaron tranquilo un solo momento. Cada segundo libre, cada recreo, no había tenido un momento de paz a tal punto en que había decidido estudiar en Londres.

Después de todo, amaba a su familia, con hermana postiza y todo. No le había molestado tomar esa decisión, en absoluto, pero ahora que pasaba la mayoría del tiempo lejos, sentía un pequeño hueco. Como si su cerebro necesitara de alguien que le jodiera las pelotas, pero nadie tenía ese talento como Lanie y Anwen cuando se lo proponían.  

Habían cancelado sus clases por el resto de la semana, por lo que Connor aprovechó su nuevo fin de semana largo y se subió al tren en dirección a Grendelshire apenas su última clase había terminado, antes del mediodía. Llegó a casa de sorpresa, saludando a su madre que era la única que estaba en la casa.

Connor preguntó por su padre, llegaría en la tarde del trabajo, y por Lanie. Anwen pasaba menos tiempo en la casa Buckley, cosa que tan sólo le recordaba a aquella noche. No había vuelto a dirigirle la palabra a los padres de la chica desde el día en que casi se había agarrado a puñetazos con el hombre que dejaba botada a su hija como si de un muñeco se tratase.

Quería creer que desde ese entonces le dejaban menos sola, pero en realidad Connor no preguntaba ni discutía con Anwen acerca de eso. Si necesitaba ayuda, la pediría ¿Cierto? El chico había intentado pasar por encima de todo lo que había sucedido, era demasiado como para recordarlo todos los días. Tan sólo le importaba que Anwen estuviese bien, y si eso significaba que pasaba menos tiempo con él, o los Buckley, o lo que fuera que le alejaba de la casa, pues esto estaba bien. ¿Cierto?

“Lanie sale de clases a las cuatro.” Respondió su madre mientras almorzaban. Connor decidió sorprenderla a la salida, esperarle afuera en vez de en la casa. Después de todo, había vuelto exclusivamente para pasar tiempo con su familia, tenía una extraña necesidad de joder a su hermana, como si estuviese acumulado por las semanas en que no la había visto.

Trabajó de sirviente hasta la hora indicada, moviendo muebles pesados, arreglando partes de la casa que se caían a pedazos cada dos semanas. Connor se había acostumbrado a arreglar cosas como el lavamanos que goteaba, el cajón que se salía de su lugar. Cuando no estaba, todo se acumulaba. Lo hizo con una sonrisa, sentía que todavía había un lugar para él en su casa, en su familia, aunque estuviese lejos.

“Déjame joder a la niña un rato y veo qué le pasa al refrigerador, ma.” Se excusó mientras recogía su chaqueta y se encaminaba hacia su antiguo colegio, Fallgate. El camino requería que pasara por la casa de los Von Ferrec. Desde que había entrado por la ventana, no había vuelto a pisarla. Había pasado por ahí todas las mañanas y todas las tardes por dos años, poco a poco había comenzado a acostumbrarse.

Ya no recordaba el peso de Anwen entre sus brazos, el olor a sangre, el pánico que había sentido. El grito de la chica, encontrarla en el piso. Estaba bien, eso era lo que importaba, y día tras día había dejado ir de los recuerdos que le dolían.

Hasta había logrado perdonarse a sí mismo, exculpándose de la idea de que si él no hubiese actuado de esa manera todo resultaría distinto. Él no tenía cómo saber lo que iba a pasar. Él había hecho lo que creía era correcto para Anwen, lo único que podía hacer en el momento. Quizás se había dejado llevar por sus emociones, había sido más bruto de lo que debería, pero ya estaba seguro de que no importaba lo que hubiese dicho, Anwen no hubiese accedido a quedarse en la casa Buckley esa noche.

Connor se apoyó contra una pared, cruzándose de brazos mientras esperaba el timbre que señalaba el final de clases. Acarició una de las cicatrices de su brazo ausentemente. Era una pregunta que había recibido mil veces desde que había entrado a la universidad, la gente es curiosa.

“Pues cuando era niño me encontré con un tigre siberiano en Irlanda. Le dije que la isla no era suficientemente grande para ambos. Deberías ver la alfombra que me hice.” Bromeaba en su mejor acento irlandés, esquivando la pregunta de manera simpática. No le gustaba que la gente le dijera que era un héroe, que le recordaran lo que podía haber sucedido si no fuese por su “sacrificio.” Había hecho lo correcto y ya estaba, fin de la historia, no era superman ni mucho menos.

Escuchó el timbre y comenzó a buscar a su hermana con la mirada. No era demasiado difícil, ella y Connor eran posiblemente los únicos habitantes de Grendelshire que no eran pálidos como la leche. Iba a comenzar a caminar hacia ella, quizás intentar asustarla, pero notó que Anwen venía un par de metros detrás. Acompañada.

«¿Y ese?» Se preguntó con curiosidad, creyendo que era un nuevo amigo del grupo. Anwen y Lanie eran bastante excluidas del resto, no les había visto en un grupo más grande nunca. Y luego notó que Anwen iba de la mano con él.

Por primera vez en varios años, no entendió lo que le sucedía. Dejó de ver todo excepto ese contacto entre la chica y el bicho nuevo ese. ¿Anwen ahora tenía novio? Racionalmente, era obvio, era una chica inteligente, adorable, interesante y hermosa. Racionalmente, Connor nunca había mostrado interés en ella, se había cerrado a esa posibilidad y nunca la había revisitado, era como su hermana pequeña. Racionalmente no debería haberle importado, de hecho, debería haber estado feliz por ella.

Pero dentro de su cabeza lo único que pasaba era una sola cosa. Anwen le estaba sonriendo. De verdad. Con ganas. Al tipo ese. Le hirvió la sangre. ¿Por qué mierda le hervía la sangre? Hizo un puño con su mano y sólo dejó de mirar a la pareja con cara de pocos amigos cuando Lanie entró en su campo de vista.

“¡Lanie!” Exclamó, abrazando a su hermana un poco ausentemente. La había extrañado, por lo que le abrazó bastante fuerte. “Se cancelaron el resto de mis clases por la semana y tenía ganas de joderte un poco.” Explicó con una sonrisa un tanto incómoda, notando que la pareja se acercaba. Sus ojos pasaban de su hermana a ellos rápidamente, como si quisiera escapar antes de que le vieran.

“Pero veo que estás un poco ocupada. Mamá quiere cenar con todos. Te veo en casa luego ¿Si?” Habló rápido, inclinando su cabeza hacia Anwen a la mención de “todos.” En realidad no pensó en la idea de que la invitación podía ser entendida como que se extendía al mamerto que tenía a Anwen tan embobada que ni le había visto. Connor estaba demasiado preocupado por otras cosas como para entender eso. Dicho eso, puso una mano en la cabeza de la menor, sacudió con fuerza para despeinarla y se giró sobre sus talones, devolviéndose a su casa a zancadas.