Las marcas de su cuerpo iban a ser evidencia al día siguiente de una activa noche, tal vez tendría que decir una que otra mentira… ¿Qué estaba diciendo? Claro que no, no mentirían, mucho menos a sus compatriotas que tanto cariño les tenía. Le recordaba un poco, un poco a su familia. Le gustaba estar ahí, varios arrogantes que de alguna manera u otra tenían que compartir partes de su presa, algunos no lo hacían, otros de mala manera. Al final y al caso, ¿Que era una presa que no compartían? Ella solamente iba a ser suya y ninguno de ellos iba tan siquiera a acercarse.

Una presión dentro de su cabeza, el ambiente un poco pesado, apenas y deseando moverse que no duró ni un segundo antes de que se sintiera más caliente al punto de sentir como su cuerpo hervía, como toda su sangre podría quemar al contacto. Parpadea unas cuantas veces, respiraba con dificultad, sentía que algo iba a pasar. Tragó un poco de saliva, intentando abrir su garganta, tratando de tomar oxígeno mientras que no podía controlarse por completo, tratando de aparentar una vez más que estaba vivo. Mantenía sus movimientos, que por esa droga que la otra lanzó no podía separarse, era totalmente lo contrario. Deseaba juntarse mucho más, adentrarse en ella. Sus manos fueron recibidas por la temperatura ajena, pero no las separo, claro que no, lo que iba a venir lo iba a recibir con los brazos abiertos, una bienvenida a lo siguiente que ella iba a mostrar…

pero no pasó…

Aquella luz que resplandecía e iluminó por un momento el rostro del moreno, aquel que demostraba cariño hacia la mujer, con una sonrisa, aquel de disfrute y placer. Por un momento fue aquella iluminación y después se disipó. De manera efímera pudo ver apenas una pizca del poder ajeno, ¿Qué era realmente? Detrás de esa figura humana se encontraba algo mucho más, la forma de la raza que ella había tomado. Sintió una sensación de decepción, quería realmente ver lo que ella estaba planeando, pero que se podría ser, “paciencia” claro, todo a su paso.

Cerró los ojos una vez más, apoyando sus labios a los ajenos y antes de poder rozarlos escuchaba sus palabras, tan cerca, tan personal se sentía. Apretó los dientes suavemente, parecía más un reto ante su persona que con mucho gusto aceptaba, no iba a traicionar su palabra, sus expectativas, lo que fuera que pidiera con gusto lo haría. Su agarre le obligaba a meter todo su miembro dentro de ella, a sentir como el cuerpo ajeno le pedía mucho más, parecía que de alguna u otra manera, su plan estaba resultando y eso le trajo bastante satisfacción.

Solamente dejo un beso rápido en sus labios antes de responder a esas palabras -El tiempo que usted desee… señorita Hitori…- un murmuro cariñoso, y dejo la primera gran embestida que siguiera de sus palabras -Estaré con usted hasta la mañana… y la noche de nuevo… -susurros más y más, dedicadas solamente a ella. ¿Se preocupaba de que alguien los escuchara? Tal vez era el simple hecho de que esas palabras eran exclusivas para la ajena.

Sus manos en la espalda ajena, paseando con sus dedos por su piel, dejando cariños. Su boca que dejaba una mordida en el labio inferior de ella antes de profundizar a un beso gentil, a un beso lleno de emoción que lentamente comenzaba a subir de tono, que lentamente su lengua pasaba por los labios ajenos, por los dientes, encontrando la lengua ajena y jugando con ella.

Sus caderas ahora cumplían los deseos ajenos como si fueran órdenes. moviéndose con más fuerza, haciendo que sus embestidas se escucharan en golpes secos que rápidamente fueron de humedad gracias a la intimidad ajena, a todos esos líquidos que la prepararon para esto.

Entre besos, dejaba chupadas en los labios ajenos, en la lengua ajena, saboreando cada momento de la boca ajena. Sus labios pasaron a su mejilla, a su barbilla, y de nuevo a su cuello desprotegido, un poco más de sangre no haría mal. Con una mordida, se quedó un poco más de tiempo, tal vez dos segundos máximo antes de separarse de ella, antes de que aquellos dientes le hicieran una pequeña herida que apenas y surgía la sangre de ahí. Como un profesional se sentía.

Sus manos bajaron por las nalgas de la mujer, apretandolas con suavidad, enterrando sus dedos gentilmente -Señorita Hitori...  creo que nos tendremos que mover -susurró, cargándola en ese mismo momento. Ya no le gustaba esa posición, deseaba cambiar las cosas antes de que se volvieran monótonas y aburridas.

Paso a paso, avanzaba de manera agraciada a pesar de tener las ropas inferiores en sus talones hasta que se sentó en aquella silla en donde se había sentado, ahora le tocaba a ella ser la dominante. -Señorita Hitori... - Susurraba contra la piel ajena, agarrando la espalda ajena, acariciando con suavidad la piel, presionando sus dedos, sus uñas para tan solo marcar caminos pequeños. Sus labios se juntaron con la barbilla ajena, después contra la mejilla, la frente y sus párpados hasta que alcanzó los labios ajenos de nuevo, y ahí un profundo y apasionado beso le dió.

Con una sonrisa, relamió sus labios, aquellas palabras eran totalmente ciertas, ¿Cómo no? por algo era un inversionista reconocido, por algo había atraído a todas esas personas. Su lengua de plata, tan filosa como la de una serpiente, tan solo convenciendo con una honestidad que no se esperan a sus presas. Claro, que ante esa personalidad que mostraba, ocultaba aquel sentido retorcido de control, de posesión, que ante sus ojos no observaba a un ser humano, sino un tema de exploración, de descubrimiento para satisfacer su avaricia.

-No tengo idea señorita Hitori… pero me gusta arriesgarme si es por usted- susurró, con una sonrisa, no sabía realmente en lo que se metía, pero eso iba a ser lo más entretenido. Esas palabras las guardaba y estaban ahí, en su cabeza de un lado a otro, rebotando, figurando de que realmente era una mujer con bastantes secretos, fragmentada, ¿Cuánto le iba a costar coger cada trozo de ese vidrio destrozado y armarla de nuevo? El tiempo que fuera, la paciencia y el tiempo le sobraban.

Risas… esas risas… vaya, ¿Acaso una persona se podía reír de esa manera? Sus amantes podrían haberse reído con sus palabras, pero no eran esas risas tan sueltas que disparaban un sentimiento de alegría. Estaba complacido, tal vez estaba superando esa meta. Sus esfuerzos estaban dando frutos. Sus manos posadas en el trasero ajeno, los besos conectando cada vez que estaban juntos.

Un gemido de placer intenso, dejando salir aquel sonido lujurioso cuando sintió aquella fuerza, era bastante rápido, fuerte. Jadeo después de eso, lamiendo sus labios, ya, estaba claro que la discreción se había aventado por la ventana. Ahora que toda la escuela escuchara que los adultos están teniendo su hora de diversión, que aquellos mal portados sean testigos auditivos de los gemidos, de los jadeos, de los sonidos que emanaba del salón de computación.

Sus labios, siendo prisioneros voluntarios ante los besos, las caricias, ante aquella profundidad de la oscura noche. ¿Cuánto tiempo había pasado? No importaba, estaba disfrutando de los placeres que ofrecían la vida mortal. De todas maneras, esta era una gran noche para ellos. Él había llegado a conocer a su próxima pareja, a aquella que con tanto cariño la trataba como si fuera una muñeca, como si fuera tan frágil que podría llegar a ser tóxico. Pero a él no le importaba. No importaba… realmente no.

Sus palabras, tan llenas de placer, corresponden al llamado, apoyándose con sus piel igual, tan solo moviendo sus caderas junto con las de ella en una danza lasciva, sensual, obscena para todo aquel que desee observar en este instante. Que los dioses de la noche sean testigo de sus acciones, que no lo hace mentiroso, pero si malicioso.

Otra sonrisa, otro gusto que la vida le daba. Sus manos apretaron contra la piel ajena, sus uñas presionando hasta que lastimaran ligeramente antes de retirarlas de nuevo, con una actitud traviesa, atrayéndola, provocandola. Se sentía bien que en cualquier momento iba a explotar, iba a liberar toda esa energía dentro de ella.

-Señorita… Hitori…- susurraba contra los labios ajenos, acariciando las caderas de la chica. Se escabulló por el cuerpo ajeno, bajando de su cuello hasta los pechos ajenos, separandola un poco para poder así saborear el pezón erecto. Morderlo con un poco de fuerza, jalarlo, chuparlo. Dejando que sus gemidos se taparán con la piel ajena.

Su cuerpo se tensaba a momentos, cerrando sus ojos, disfrutando del sabor ajeno de esos enormes pechos. Esa esencia ajena que tanto le drogaba, podía sentirla, ahí estaba, tan hermosa, tan dulce, seductora. No podía negarlo, tenía un buen olfato y un buen gusto. no podía negarlo, le gustaba estas interacciones con sus amantes, y muy pocas lo logran, no por su culpa, sino por las ajenas que buscaban más el dinero que otra cosa, y que no eran tan honestas como la que estaba frente a él. Con ese acento que adora, con ese cuerpo que le pertenecía, no era pregunta, era una meta.

¿Hambre? ¿Qué era eso? se la estaba pasando increíble que había llegado al punto de éxtasis como él lo estaba haciendo. Esos dientes que se mostraron, aquellas marcas que hizo, no tomó lo suficiente, claro, iba a estar cansado al día siguiente, pero, ¿Acaso tenía alguna importancia este asunto? No, claro que no, no en el momento en que la ajena reía, divertida, alegre, ¿Acaso ese era su objetivo? No exactamente, pero no se quejaba en lo absoluto.

Se estremecía, las cargas de energía pasaban por su espalda, su miembro totalmente caliente, preparado. Se mordió el labio inferior, ¿Cuanto más iba a aguantar con este contacto constante con la ajena? Sus dedos pasaban por la piel de la mujer, su boca atendía a los pechos ajenos. Le encantaba y le excitaba como la mano ajena exploraba su propio cuerpo, como llegaba a puntos donde no eran bien atendidos.

Entrelazo sus dedos con los ajenos, ascendió por el cuerpo de la mujer, inhalo el aire que ella desprendía, su cabeza daba vueltas, su cabeza, más ligera que antes. Atendió al llamado ajeno, a un profundo beso, ya sentía un pequeño ardor en sus labios, pero era opacado por el placer de su propio cuerpo, de los movimientos de la ajena, de aquel apretón de manos tan cariñoso.

-Hitori…- su voz gentil entre una oleada de gemidos que se resbalaban abundantemente de su boca. Una voz que la llamaba, una voz que avisaba, y sólo junto la frente con la ajena y momentos después sus labios con los de Hitori, en otro apasionado beso, mientras que se estremecía con gran fuerza. Con su brazo libre la abrazó, la apegó demasiado a él hasta que fuera imposible más el contacto. Quería detenerla por un momento, solo por un segundo.

-... Hitori…- entre los sonidos de placer que salían, sintió correrse dentro de ella, caliente, hirviendo que le daba una gran satisfacción a su cuerpo de poder liberar tal carga lasciva...  y en el momento siguiente sintió un cansancio extremo, ¿Acaso se había esforzado demasiado? No lo pensaba, sabía que podía seguir por más tiempo, ¿acaso era la droga ajena? Tal vez en un efecto secundario… o acaso la falta de hacerlo llevó a su cuerpo a liberar todo de golpe, a que pagará factura por tal acto placentero. Se iba a acostumbrar de nuevo, tenía planeado que no era la única noche que iba a estar con esta mujer.

La besó con cariño en los labios, bajando su brazo que rodeaba el delgado cuerpo ajeno, pasando sus dedos por la espalda baja, atrapando su trasero con los dedos y apretándolo con fuerza.

-Ah...  ah…- tenía que recuperar el aliento. Tragó un poco de saliva y dejó la mano ajena para posarla en la mejilla ajena, y con su otra mano hizo lo mismo. Caricias con sus pulgares, sus ojos observaban el rostro ajeno, pasaba por ella, deseaba tener más control, pero con el tiempo eso pasaría. Sonrió y dejó otro beso cariñoso, ahora en la punta de su nariz y otro más en su labio superior.

-Señorita Hitori…- nada más susurró su nombre, grabandolo, como si pronunciarlo tuviera un efecto tranquilizador en este momento. La llamaba en la eterna oscuridad de la noche. no se sentía solo y nada menos, y se aseguraba que la ajena tampoco. Se relamió los labios, tratando de recordar la sangre de la mujer. Le encantaba aún, no había desaparecido de sus papilas gustativas.

Era una bebida creada por los dioses.

Inhaló de nuevo, en un ambiente hecho por caos, ¿Cuánto habían ensuciado? Era una excelente pregunta, la cual observaba al suelo, un poco mojado, algunas marcas, tal vez un poco de sudor y claro, el aroma de los líquidos que inundaban el lugar. Pobre alma que se atreviera entrar a este lugar por unos días. Pobre ser quien vaya a utilizar este cuarto. Exhaló, lento, suave, apenas imperceptible. Estaba tan cerca de ella que podía escuchar su respiración, y si ponía bastante atención, hasta los latidos ajenos.

Un poco exhausto, dejó su frente pegada con la ajena, haciéndole mimos. Tratándola como si fuera lo más importante de este momento. Como si no estuviera nadie y nada más que ello. -Señorita Hitori- Susurraba de vez en cuando, de forma dulce, de forma cariñosa, demostrando su afecto a la ajena. Palabras que rompían el silencio de la habitación.

Silencio que los llenaba, las escenas después del sexo se volvían tiernas al lado del vampiro, que con sus manos pasaban por las mejillas ajenas, que su frente estuviera apegada con la chica, que con una pequeña sonrisa desprendía la alegría que le daba que ella le llamara por su nombre, que fuera quellos susurros. Relamió los labios, suspirando un poco, cerca de ella, sintiendo un calor inusual en la piel ajena, en sus manos que con tanta delicadeza presionaban contra las mejillas de la chica.

-Sí señorita Hitori, aún tengo hambre- ¿Acaso eso era? No ser alimentado y tener actividad física de esta manera. Pagaba por sus errores pasados, maldecía un poco aquellos problemas que había dejado en aquel mundo antiguo, en su vida llena de lujos y a la vez problemas. No dudaba ni por un segundo que sus dientes se mostraran, que aquellos colmillos estaban listos para enterrarse en la piel ajena, ¿Realmente tenía tanta hambre? Había sido aquellas pequeñas pruebas de la sangre ajena que le provocaba su ser desear más. ¿no era eso para el estómago? Tal vez si fuera humano, tal vez si estuviera vivo. Pero ahora, en este preciso momento, no era aquel órgano, era otra cosa, su cuerpo lo pedía, su cuerpo lo deseaba mucho más, su boca salivaba como un depredador listo para tomar su presa que ofrecía su cuello.

-Esta bien señorita Hitori- susurró, pegando sus labios cariñosamente en ella, dejando suaves besos, pequeños y un poco ruidosos, entendía lo que estaba sucediendo cuando lo llamó por última vez… aquel miedo que ella tenía, pero no a su persona. Por su forma de hablar… ¿El silencio? Tal vez… ¿A la oscuridad? sentía que estaba tan cerca y a la vez tan lejos de la respuesta, o tal vez era algo trivial como esas preguntas. Después iba a preguntarle o lo descubriría con certeza en un futuro cercano.

Su boca se abrió y sus colmillos se inyectaron en el cuello ajeno, ahí, precisamente donde había tomado anteriormente. Tan deliciosa su esencia, tan exquisito era el sabor que ella dejaba en su sangre, pero algo estaba mal, lo sentía por fin mientras tomaba. Pasaba con una velocidad que no era normal, si, esto era miedo.Y de esto se alimentó con gusto, ¡Qué gran sabor le daba! La sangre decía mil y un cosas que la boca o las acciones no, la sangre le hablaba, le comunicaba.

Se quedó cerca de ella, apegada, pasando sus manos por los hombros ajenos, bajando por los brazos, por sus codos y antebrazos, tan delgados, pasando hasta el dorso de las manos ajenas, buscando los dedos de la mujer, acariciándolos con las yemas de los dedos antes de entrelazarlos. No la iba a dejar estar sola. Iba a sentirse segura junto con él. ¿Cómo? Siendo un depredador de la noche que cada noche necesitaba de aquella sangre. Encontraría la forma para que ella se sintiera bien, satisfecha, que no deseara moverse de su lado.
Tomaba más sangre.

Sus pulgares acariciaban las manos de Hitori. En la oscuridad se sentía como en casa, como estar con su familia. En la oscuridad había tantos secretos que revelar, tan solo tenía que aceptarlo, ¿no? Eso es lo que hizo a pesar de las palabras de su madre, aquella mujer que le dio la espalda.

Mordió con un poco más de fuerza, tomando mucho más de ella, ¿La estaba hiriendo? Por unos momentos no lo pensó, estaba irritado, esas emociones de sus recuerdos aún no se iban por completo, ¿Cómo podía? No lo sabía. Tal vez… tal vez tenga que hablar de nuevo con ella. La última vez fue en su adolescencia, aquel joven, aún más arrogante Adam. Más cruel. Lo consideraba, tendría que hablar con ella para poner sus conflictos a un lado, había sido bastante tiempo ya, y tenía mucho más conocimientos que antes, ¿Acaso crecer e interactuar con extranjeros provocaron esto? No podía responder realmente.

Se dio cuenta de lo que estaba haciendo, sus memorias salían, no le gustaba eso, por lo menos no mientras estaba compartiendo un hermoso momento. Dejó de morder, dejando un beso, intentando sellar aquella herida que había hecho. Un suspiro se resbalo por los labios ajenos -Disculpe señorita Hitori- susurró y depositó un beso en los labios ajenos -Creo que no me pude controlar… esta demasiado deliciosa- Susurró con una pequeña sonrisa.

¿Acaso se había pasado demasiado? Es posible. Sentía el cuerpo ajeno temblar, estar en una temperatura desconcertante. Se había pasado. Perdido el control a causa de memorias indeseables. Respiró profundamente, sintiendo como el sabor de la sangre ajena aún lo tenía en su boca, lo podía saborear con gusto. Cerró sus ojos, escuchando las débiles palabras de la chica que estaba apoyada en su pecho. Acariciaba con gusto los cabellos ajenos.

La dejo en ese estado, con aquella respiración rápida. Con sus dedos limpiaba el sudor frío que pasaba por la mujer. La dejó descansar en su cuerpo. En el frío de la noche, tan sólo la respiración calmada de la ajena lo acompañaba, ignorando todo ruido que viniera del exterior. Sus ojos grisáceos pasaban por los alrededores. Sus ropas estaban lejos, ni siquiera estirando su brazo podía alcanzarlas. Su mirada se desvió hacía la puerta en donde mantenía esa pequeña ventana, ¿Quiénes serían los primeros en ver a este hombre el cual rodeaba con sus brazos el cuerpo desnudo de su mujer? Los jóvenes inocentes que podrían llevarse en sus mentes una escena de una película pornográfica o de las películas más maduras que se pasaban en las carteleras.

Dejó sus labios posarse en la coronilla ajena. Un pequeño beso, un cariño, tan sólo para ella sin causar un sonido alguno. No quería moverse de ese lugar, realmente no lo haría, no quería perturbar el sueño ajeno, no dejaría que esas memorias que formaban el sueño fueran molestadas. Con una expresión seria se mantenía vigilante.

¿Hace cuanto tiempo que no había estado así con alguien? lo recordaba realmente, pero eran tiempos bastantes lejanos. Un contacto tan terrenal, tan mortal y a la vez… tan cálido, tan apegado, tan íntimo. ¿Cómo podría? que antes no lo pensaba, parecía ser algo innecesario, algo que realmente no tenía sentido experimentarlo… no hasta que lo experimentó por primera vez y esa fue suficiente para que su avaricia se expandiera en ese horizonte.

Su mente pasaba por ideas, por memorias, por fantasías del futuro, del pasado y del presente. En su fuero interno había discusiones de diferentes temas, diferentes tipos. ¿Así era cuando nació? ¿Cuando su madre lo dejaba descansar cuando tenía miedo de algo? Podía imaginarse algo así, tal vez no era su imaginación, sino una memoria.

Negó ligeramente con la cabeza.

No tenía sentido reclamar esos pensamientos ahora, no estaba ella, pero si aquellos que consideraba camaradas. Dejo otro beso en la coronilla. No era de importancia en este momento. Otro beso más, más caricias por los cabellos largos de la mujer. El tiempo pasaba, y llegó un momento donde solamente no pensaba en nada, sus ojos se habían clavado en un lugar.

El tiempo para él no tenía mucho sentido, solamente esperaba a que Nyx quitará su manto para que la mañana llegará, ¿Que podría pasar con ella? La que tenía en sus brazos, la que protegía y cuidaba con tanto cariño. Otro beso más. como si fuera su marca de cada hora de la noche.

Era una buena manera de mantener un ritmo. Era una buena manera de disfrutar cada momento que estaba con ella.