“¿Noah?” Amira susurró dulcemente al oído del rubio. Acarició su cabello levemente, asegurándose de que estaba realmente dormido. Le respondió un leve ronquido. Perfecto, era hora de ir. El pobre trabajaba tan duro todos los días que cuando era hora de ir a dormir caía instantáneamente y estaba muerto para el mundo. “Descansa por mi, también…” Murmuró, rellenando la manta al lado de Noah con una almohada y varias de las faldas y capas que había estado haciendo y acumulando desde que había explotado la bomba. Se desvistió por completo, tiritando levemente mientras se acercaba a la salida en silencio.

Con un pequeño suspiro, Amira se mimetizó completamente contra una pared y lentamente se escabulló por detrás de los dos Shifters que hacían guardia en la noche. Noah no le perdonaría nunca si alguien descubría lo que la mano derecha del líder de La Manada hacía por las noches. Noah no te perdonaría muchas más cosas, Amira. Susurró una voz serpentina en su cabeza. Mejor no vayas por ese rumbo, sabes que no te va a gustar lo que encuentras. Amira gruñó por lo bajo. ¿No le podía, por una vez, dejar tranquila?

Recordó su conversación con Noah. Había esperado que, quizás, él también estuviese teniendo problemas parecidos. Pero Amira pasaba muchísimo más tiempo en sus formas animales que Noah, y no hablaba seriamente con nadie más como para preguntarles si también tenían impulsos animales, voces que les gritaban que estaban aburridas. Que querían cazar. Que tenían hambre. Estás sola, Amira, como siempre.

La hermosa rubia volvió a aparecer una vez fuera del edificio de la cafetería. “Y así es como mejor me va. ¿No?” Se masculló a sí misma, mirando a su alrededor y dejando que sus ojos se acostumbraran a la oscuridad. Se aseguró de que el látigo que había aparecido en su cartera poco después de que explotara la bomba estaba enrollado en su antebrazo, como siempre. Le daba un poco de asco, siempre estaba frío al tacto y se ajustaba a cualquier parte del cuerpo en que Amira lo enrollaba por sí solo. Las púas sólo aparecían cuando Amira lo blandía. La rubia se acercó a un basurero dado vuelta que había un poco más lejos de la entrada de la guarida de los Shifters y extrajo un par de zapatillas y una enorme capa negra que ajustó alrededor de su cuello.

Gritos. Risas. Los Demonios en la cancha cazando de nuevo. Rachel siempre había sido una pequeña psicópata, no le extrañaba que se hubiese ajustado tan bien a este mundo podrido. Amira. En las noches, no importaba cuanto intantese ignorar la puta vocecita, ahí estaba. No había hacia dónde escapar. No había cómo quedarse dormida. Solo había hambre, y mientras más cedía ante esa necesidad, más fuerte se hacía a la noche siguiente.

Por muchas semanas había intentado ignorarla. Había ido más allá de la neblina, había gritado hasta que no podía escuchar nada más alrededor de ella. Hambre. ¡Que ya voy, mierda! Mordió su labio inferior lo suficientemente fuerte como para sangrar un poco y se sintió un poco menos inquieta. “Dejarme llevar por mi instinto animal o volverme uno, en cualquier caso es lo mismo, en una forma u otra soy un asesino... Pero al menos sigo siendo humano, y eso es todo lo que me queda.” Las palabras de su novio retumbaron en su cabeza, haciendo ecos en su corazón vacío. ¿Y entonces, qué queda para mi, Noah? Amira se sentía menos persona y más un ente salvaje cada noche. Hacía semanas que su voluntad se había quebrado, que ya no peleaba contra los instintos que le mantenían despierta. Nada, Amira. Quedamos tú y yo y nadie más, como siempre.

Amira sacudió la cabeza, intentando zamarrear a la voz dentro de ella lo suficiente como para que se callara la inexistente boca. Inspiró lentamente, agudizando los sentidos, hundiéndose en el lado salvaje que le habían otorgado. ¿Dónde se escondería la presa de aquella noche? ¿Cual desafortunado se cruzaría con la rubia? Los juegos, Amira, busca a alguien en los juegos.

Se puso sus zapatillas hundiéndose en la oscuridad de la noche y dirigiéndose hacia los juegos. Mientras caminaba, sintió sus manos entumirse de un momento a otro. La anticipación a veces hacía cosas raras con su cuerpo. Amira nunca había sentido que era completamente suyo. Siempre le había pertenecido a alguien más. Sus padres, la gente que la envidiaba, los chicos con quien estaba. Sólo habían sido reemplazados por la voz en su cabeza, los instintos que no podía evitar, las pesadillas que acosaban sus sueños. Pobre Amira, siempre la muñeca en el juego de alguien más.

Había llegado a los juegos y no había absolutamente nadie a su alrededor, estaba parada detrás de un árbol. Instintivamente miró a su alrededor e intentó encontrar algún lugar para mimetizarse. Se desvistió por completo, dejando la capa negra y zapatillas escondidas debajo de un arbusto y, con otro suspiro pesado, tomó su forma de águila y cruzó los varios metros de terreno descubierto hasta quedar debajo del resbalín de niños. Se aseguró nuevamente de que nadie la hubiese visto y volvió a su forma humana, mimetizándose por completo con sus alrededores ahora que estaba desnuda.

Tuvo bastante tiempo para perfeccionar los colores de su piel, ralentizar su respiración hasta que la hoja de un árbol cayendo al suelo era más fácil de escuchar. Su corazón latía tan lento que Amira casi creía que el próximo latido nunca vendría. Y esperó. Cinco, diez, luego veinte minutos, en pleno silencio, su cabeza completamente vacía de todo excepto cada sonido a su alrededor, era el único momento que tenía de real paz, donde podía estar tranquila. Paciencia, Amira.

El único momento de paz. Parte de ella quería que nunca acabase, que nadie se apareciera, que este silencio durase para siempre. El sonido de botas contra el piso le alertaron. ¿Cuánto tiempo había pasado? Imposible saber. Probablemente menos de una hora, considerando la tupida oscuridad que le rodeaba.

Amira no sintió nervios. Ni pena. Ni remordimiento. Sólo anticipación. Los pasos se acercaban. Más y más cerca. Sus músculos se tensaron pero su respiración se mantuvo igual de tranquila. Y luego, los pasos se detuvieron. Cerca. Al lado del árbol más cercano al resbalín. No era perfecto, lo mejor hubiese sido que su presa se hubiese cruzado por el lado del resbalín para tomarle por los tobillos sin tener que salir, pero un buen cazador se adapta a cualquier cosa.

Menos de un metro. ¿Qué vamos a hacer hoy, Amira? Una sonrisa siniestra tiñó su cara detrás del camuflaje. Amira tenía un buen repertorio de armas de su lado. Había sentido la vida extinguirse de una chica mientras sus huesos se rompían por la presión que Amira había ejercido con su cuerpo de Boa. Había quebrado cuellos desde la oscuridad, completamente mimetizada. Había separado la piel de la espalda de un dragón con las púas de su látigo antes de estrangularlo. Y luego, aquella electricidad que parecía provenir de aquel mismo objeto.

Vamos a jugar. El hombre no estaba a más de un metro de distancia, podía intentar estirarse y tomarle por los tobillos. Podía tomar su forma de boa y apresar sus piernas. Eres mío. En un movimiento fluido y más rápido que dos latidos de un corazón, Amira tomó el látigo de su brazo y lo enrolló tres veces en el brazo del pelirrojo, lo único que había visto bien gracias a la tenue luz del cigarrillo antes de que lo tirase al piso.
La rubia hubiese aparecido de su mimetización en todo su esplendor al mismo tiempo en que el látigo se aferró al brazo de su presa, partiendo el silencio con el retumbar del chasquido del objeto rompiendo la barrera del sonido, cuando Amira salió de su escondite y se incorporó en un movimiento ágil y mucho más sensual de lo que debería haber sido.

En la tenue oscuridad, la tez pálida de Amira sobresalía un poco más que sus alrededores, reflejando la luna. Lo suficiente como para discernir las curvas del cuerpo completamente desnudo. “Hola guapo. ¿Qué te trae por aquí?” La rubia jaló del látigo suavemente, las púas hundiéndose en la piel de su presa, esperando el próximo movimiento. No tenía donde correr, lo único que podía hacer ahora era intentar darle la pelea a la rubia, pero sus espinas ya estaban clavadas. Estaba lista para descargar suficiente electricidad como para quemar la piel de su presa si intentaba cualquier cosa, de todos modos. Amira cerró el resto de la distancia entre ellos sin aflojar el látigo, presionando su cuerpo contra el de él, lista, también, para tomar su forma de boa y  envolverse alrededor de su presa. Ya no hay nada que puedas hacer.

Se había dejado llevar tanto por su instinto cazador que hasta había olvidado, por primera vez, seguir la estúpida primera regla. Desde que se las habían cantado, después de la bomba, Amira había tenido clara su posición: Noah tiene seres queridos. A Amira le importaba un carajo. La única persona que le importaba estaba ahí dentro, en el infierno, con ella. Sus padres, familia, antiguos amigos, todos podían morir por lo que le importaba.

Pero en aquel momento, Noah no estaba ahí y no había nadie de La Manada que pudiese contarle. ¿Peligroso? Sí, y Amira nunca se había arriesgado, pero había cometido un error. Y de todos los errores que podía haber cometido, este era por lejos el más placentero. “La guardia demasiado baja para pretender cazar a alguien ¿No crees?” Ya que estamos en el baile, bailemos. Sus presas normalmente no le dirigían la palabra para más que rogar por sus vidas. Estaba tan oscuro que, quizás, luego de matarle, quizás ni recordaría la cara de Amira. No tenía nada que perder en seguirle la corriente.

“Qué suerte la mía, embosqué al último caballero que queda en este puto infierno.” Exclamó con una sonrisa, reconociendo en la cara de su presa algo que no veía hace bastante tiempo. Resistencia. Osadía. Excitación. Había decidido jugar con alguien que quería jugar de vuelta. De verdad era su noche de suerte.

No había nadie en ese mundo que estuviera completamente indefenso, aunque había cada vez más y más gente que actuaba como si aquello fuese cierto. En los ojos de su presa reconoció lo que de seguro vería en los propios. Si no tuviese demasiado miedo de mirarse en el espejo, claro. De seguro su presa traía algo entre manos, pero Amira se había decidido a jugar este juegor. Y sus cigarros se habían acabado el tercer día después de la explosión.

“¿Qué te hace pensar que vas a morir?” Ronroneó en voz baja. Amira observó el movimiento de la mano que había dejado libre con la misma sonrisa, lista para descargar electricidad, pero simplemente había sacado la cajetilla y encendedor. Ante el segundo objeto, en un movimiento igual de rápido que el anterior, Amira amarró la mano que había dejado libre hasta ese entonces con el mismo látigo, arrebatando el encendedor y cajetilla con su mano izquierda. Jaló del látigo otra vez, sólo ligeramente, con su mano derecha, acercando las manos atadas hacia ella hasta que estuvo cara a cara con su presa. No había sido algo hostil en absoluto, había sido más parecido a un movimiento de tango, un juego. Amira estaba esperando.

“No, por favor, déjame el honor...” Encendió el cigarro de su oponente, el fuego iluminándoles a ambos, por un momento, antes de poner la cajetilla y encendedor de vuelta en el bolsillo de su pantalón. Qué raro, parecía estar… ¿Húmedo? Amira sintió que algo se movía de manera extraña. “Dime. ¿Tienes algún plan para zafarte en tus pantalones, o estás feliz de verme?” Dicho esto, con su mano libre, Amira tomó el cigarro de la boca de su presa, le dio una calada profunda, lo suficiente como para restregar sus pechos contra la camisa del contrario, y lo devolvió sin soltar las manos que tenía amarradas.

“Sólo me gusta jugar cuando encuentro a alguien interesante.” Murmuró, compartiendo el humo que el contrario había exhalado. En cualquier momento aquello acabaría, pero hasta ese entonces arruinaría sus pulmones lo más posible. Fumar había sido lo único que le había logrado calmar, mantener aterrizada, los últimos meses antes de que explotara la bomba. No recordaba lo mucho que le hacía falta hasta aquella primera calada.

Con cada palabra del pelirrojo, su corazón latía más fuerte. No tenía miedo. Este hombre no iba a lograr hacerle daño. Claramente era peligroso, pero Amira tenía varios ases bajo su manga. El más importante era que la mente de Amira era más bestia y depredador que humana. Quería besarle. Descubrir qué era lo que se movía debajo de sus pantalones y el resto de su ropa. Enterrar sus garras en su cuello. Apretarle hasta reventar sus pulmones. Estrangularle con el látigo que tenía entre sus manos.

Pero lo estaba pasando demasiado bien como para arruinar la diversión con algo como aquello. Consideró la pregunta y tomó el cigarrillo de vuelta, mirando al piso para corroborar que no estaba loca mientras le daba otra calada. No había escuchado el goteo de sangre en el piso. “Creo que somos dos disfrutando esto ¿No?” Amira soltó todo el humo que había guardado en sus pulmones por varios segundos, hasta que sintió dolor, en un suspiro. Volvió a poner el cigarro entre los labios del pelirrojo, preguntándose qué sabor tendrían.

En otro movimiento del mismo estilo, Amira alzó la mano que llevaba el látigo por sobre la cabeza de ambos, empujando a Vincent y pegando sus manos contra el árbol, apoyando todo su cuerpo y peso contra él. Entrecerró los ojos, inspeccionando sus brazos como quien investigaba un animal interesante. De seguro había algo raro. Con su mano libre, la chica levantó la polera de su presa y coló una helada mano bajo ella, descubriendo por fin dónde había ido toda la sangre.

Una sonrisa un tanto psicótica cruzó la cara de la rubia, quien llevó aquella mano empapada en sangre a sus labios. El sabor de la sangre disparó en ella algo mucho más urgente y errático. Hambre. “Lo justo es justo.” Amira rajó un dedo de mano libre contra una de las púas de su látigo y luego recuperó el cigarro de los labios del hombre, tiñéndoles con su propia sangre. “¿Seguro que quieres arruinar este momento con lo que sea que estás planeando?” Jadeó, el cigarro todavía entre sus labios ensangrentados. Mientras más se acortaba el cigarro, más se acercaba Amira a su presa. Ahora que había probado su sangre, quería más.

Amira le dedicó una sonrisa picaresca. “Y yo sólo esperaba emboscar a algún pobre imbécil, saciar mi hambre y largarme a dormir.” Cualquier semblante de consciencia que le quedase había salido por la ventana. Amira ya no estaba al volante. “Supongo que ambos nos llevamos una agradable sorpresa.” La profundidad de los ojos de la rubia parecía infinita. Ahí, debajo de la pasión, violencia y urgencia, un hoyo infinito donde cualquiera podría perderse. Eran fascinantes, como los de una serpiente lentamente hipnotizando a su presa. Cualquier destello de vida, humanidad, sentimientos, había desaparecido.

Ante la idea de que no intentaría algo estúpido de momento, la urgencia en los ojos de Amira disminuyó ligeramente. No quería que aquel momento acabase. Le sorprendió ver la esfera de sangre formarse frente a sus labios, pero la recibió de todos modos, sintiendo al probarla otra vez la adrenalina quemando sus venas. Amira respondió con una sonrisa salvaje y bastante desbalanceada sin dejar de ser absolutamente irresistible. Había probado lo que ya había más o menos entendido, podía manipular sangre. Había revelado quizás la única cosa que podría haberle salvado en ese momento. Su presa sabía exactamente lo que sucedería y estaba ahí, en bandeja, desafiándole a que hiciera algo.

De un momento a otro sintió la necesidad de sentir aquellas manos que había atado sobre su piel. Y luego preguntó su nombre. “Morr-” Comenzó a responder, instantáneamente, antes de detenerse. Arqueó una ceja, alejándose un par de milímetros, observando a Vincent por varios preciosos segundos. ¿Tenía sentido usar aquel nombre en este mundo, o ya era demasiado tarde? Ya que estamos en el baile, bailemos.

En un movimiento tanto veloz como lleno de gracia, Amira desamarró las manos de su presa sólo para volver a amarrar su izquierda con la derecha del pelirrojo. Sintió escalofríos recorrer su cuerpo desnudo cuando las espinas se clavaron en su muñeca. Arrebató el cigarro de los labios de Vincent y se apoyó más contra él, acercando su cabeza con su mano libre hasta que sus labios tocaron su oído. “Amira.” Susurró, tomando la mano de Vincent en la suya y torciendo de modo que las espinas se clavaran más en ambas. “Encantada.” Murmuró, cerrando su mano derecha ligeramente alrededor del cuello de su presa y, finalmente, forzando sus labios contra los del contrario en un beso violento, intenso y completamente hambriento.    

Amira se aferró a la mano de Vincent con fuerza, compartiendo aquel dolor que le recordaba que todavía estaba viva. Sintió la presión ajena, el calor de la sangre que Vincent parecía estar controlando, y la chica dejó escapar de sus labios un suave gemido cuando la mano de su presa le acercó aún más hacia él.

Su cuerpo se encontraba empapado en sangre, su cabello marcado con gotas y manchas que oscurecían poco a poco el pequeño brillo que había resaltado contra la luna. Poco a poco, Amira se estaba perdiendo en aquel encuentro. Estiró su cuello, reaccionando ante los labios de Vincent con un jadeo de anticipación.
Estaba lista para rendirse bajo sus manos, sus labios, su cuerpo. Su tensión se había aflojado ligeramente, suavizándose bajo la mano que  reclamaba violentamente el control de la situación. Amira lo hubiese entregado, tan solo para descubrir lo que Vincent realmente quería hacer con ella. Pero en vez de eso, su presa se volvió a entregar a ella.

“¿A mi merced?” Murmuró contra los labios ajenos, parpadeando perezosamente, regocijándose en aquellas palabras, saboreando lo que significaban para ambos aquella noche. Sonaba exactamente como un lobo cuando una pequeña niña le preguntaba por direcciones. La ilusión de poder, de control, que se había generado frente a los ojos de Amira le habían cegado completamente. Por primera vez en mucho tiempo, sintió que no estaba bajo el dedo de nadie. Que nadie la estaba usando. Que era ella quien podía jugar con otros. Sintió su piel erizarse bajo la cálida mano, dejando que un escalofrío recorriera su cuerpo.

Llevó la mano que estaba atada con la de Vincent hacia su pecho, su expresión todavía salvaje y hambrienta, usando una de las espinas para rajar la polera que se entrometía entre ella y su presa. “Espero que no te arrepientas de haber dicho eso.” Las palabras goteaban de amenaza. De atrevimiento. De hambre. Le volvió a mirar a los ojos, esta vez llenos de deseo y anticipación. “Vincent.” Agregó, ronroneando su nombre, reclamándolo, también, como reclamaba el cuerpo de su dueño.

Amira arrebató la polera del pecho de Vincent con un movimiento rápido y brusco, rajando esta vez a lo largo de todo el pulgar de su mano libre para introducirlo dentro de la boca del hombre. Al mismo tiempo, con un pequeño impulso, Amira saltó y entrelazó sus piernas alrededor de las caderas de Vincent, pegando su cuerpo completamente contra el de él, apretándole y restregándose con los muslos como una pitón.

Con nada más que un pequeño esfuerzo, Amira dejó correr por el látigo que les unía una leve corriente. Suficientemente fuerte sólo como para sentir un hormigueo que comenzaba en las espinas dentro de su piel y terminaba en su estómago. Con otro gemido, la chica mordió el cuello que le habían ofrecido, sintiendo sus labios empaparse de la sangre que les cubría. Metálica. Dulce. Viva. Presionó su pulgar dentro de la boca de Vincent, dejando que él también probase un poco y mordió más fuerte, lo suficiente como para romper la piel y sentir un pequeño hilillo de sangre más caliente tocar sus labios.

Era algo completamente nuevo. Incluso ignorando que esta vez tenía depredadores dentro de su cabeza, Amira nunca había estado en una situación como esa. Había estado con bastantes hombres de una manera u otra, más de los que prefería contar. Antes de Noah, nunca le había importado demasiado. Amira era hermosa, lo suficiente como para hacer que la mayoría de los hombres con quien se topaba quisieran hacer cualquier cosa por tenerla. Pero no les importaba demasiado lo que ella quería. No era más que una muñeca.

Con Noah era distinto. Amira lo quería, lo quiso, y ahora lo amaba. Lo único que quería era hacerle sentir bien, lo suficiente como para sentir que se merecía ser su novia. Noah era demasiado bueno para ella, por lo que Amira nunca le había exigido nada, siempre hacía lo que él quería. Amira le había entregado todo su ser a Noah, dentro de lo que le quedaba para ofrecer, pero entre ella y su novio nunca sucedería algo como lo que estaba ocurriendo aquella noche.

La Amira que amaba a Noah no estaba en ninguna parte. Cualquier semblante de memoria de su pasado, de su novio, el recuerdo de cómo era su personalidad, todo había desaparecido apenas Amira se había acercado a Vincent. Sólo estaban los depredadores que la controlaban al mando, y ella, a su vez, ahora se encontraba en la posición de decidir lo que sucedería con Vincent.

Sus ojos se habían cegado de todo a su alrededor. Sólo estaba Vincent, ahí, entre sus piernas. Amira relamió sus labios, su nombre sonaba raro en la boca de su presa. ¿Qué tenía planeado hacer? Por primera vez en mucho tiempo, Amira no había calculado nada. No sabía su próximo movimiento. No había plan. Notó con placer que Vincent había desabrochado su cinturón. Claramente él tenía un poco más claro lo que iba a suceder.

Amiria gimió suavemente ante sentir las manos del hombre sobre su piel otra vez. Podía sentir el deseo, la lujuria, la necesidad detrás de aquel toque, hambriento, salvaje. La chica no tenía otra opción más que responder de la misma manera, ya se había entregado a los demonios que le controlaban aquella noche. Ante la nalgada, sintió otra oleada de sed de sangre, de lujuria, que sólo fueron avivadas con las palabras de Vincent. “¿Así que quieres que juegue contigo?” Susurró, desafiante, quería hacer que se tragara sus palabras. Que se arrepintiera de haberse puesto a merced de ella.

Gruñó desde su pecho, un sonido completamente animal, y simplemente reaccionó con el primer impulso que tuvo. Tomó la cara de Vincent entre sus manos, arrastrando que tenía amarrada consigo, y volvió a posar sus labios en los del contrario en un beso brusco y violento. Mordió y tiró de sus labios con sus dientes, partiéndolos hasta que sintió el sabor a sangre nuevamente, mezclarse con la suya dentro de la boca de su presa. No se separó, restregándose contra el pelirrojo, sus pechos, su torso, sus piernas, todas restregándose lenta y sensualmente, tentándole. No le dejó respirar, entrelazando sus dedos entre su cabello, hundiéndolos en su espalda, sus hombros, rasgando piel con sus uñas. Destruyendo. Acariciando. Pequeños soniditos, gemidos y jadeos de placer se escapaban de entre sus labios, hundiéndose más y más en aquel momento, tiritando de anticipación bajo las manos de Vincent, obligándole a responder, a tocarle.  

De un momento a otro, le empujó hacia atrás, cortando aquella intensidad, y se dejó caer de espalda al piso sin soltar a Vincent de entre sus piernas, trayéndole consigo al pasto, recibiendo el peso de ambos en una caída que de seguro le dejaría varios moretones al día siguiente. Sintió con el impacto cómo sus pulmones soltaban todo el aire, batallando por un par de milésimas de segundo con poder respirar nuevamente.

Pero no había terminado. Al recuperarse, movió a Vincent hacia un lado con sus piernas, girando ambos cuerpos para estar ella sentada encima de él. Soltó su muñeca y volvió a amarrar ambas manos de su presa, dejando que el látigo se enrollara alrededor de su propio antebrazo. “No puedes usarlas hasta que tengas permiso.” Susurró en su oído mientras lamía y besaba su cuello. “No me hagas electrocutarnos a ambos.” Una amenaza hambrienta. Su cara rompió en una sonrisa depredadora. Parte de ella quería que le desafiara.

Era una batalla, pero Amira nunca había peleado de esta manera. Era una cazadora innata, pero este era terreno desconocido. Lo único que sabía era que su cuerpo tenía mucho más que decir, sabía exactamente qué hacer. Vincent moriría a manos de ella. La única incógnita era qué sucedería entre ese final y el presente. De seguro estaría teñido de más sangre, placer, deseo, y más y más hambre cada segundo que pasaba.

Había sentido la sed, la urgencia de Vincent antes de separarse. Perfecto. Quería jugar con él. Excitarle sólo para alejarse hasta que rogara por tenerla. Era una tortura tanto para él como para ella. Sentía hilos de sangre por todo su cuerpo, tocándole, lanzando chispas por todo su cuerpo. ¿Sería capaz de evitar caer en la tentación tan sólo por ver a Vincent retorcerse bajo ella, pidiéndole por favor que le dejase tocarla? Todavía no estaba segura.

“Oh, Vincent…” Murmuró, un pequeño gemido entre sus palabras. Cuando sintió las caderas moverse, rozando su intimidad, Amira ajustó su posición, sentándose sobre el estómago del contrario, empapándole de fluidos que nada tenían que ver con la sangre que la rodeaba. Su expresión y movimientos dejaban claro que Vincent no la tendría sin el permiso de Amira. “Si no eres un buen chico y te quedas quieto voy a tener que dejarte aquí, así.” Rozando sus caderas lentamente contra su estómago, Amira se inclinó hacia adelante, acariciando sus labios contra los de Vincent. “Y creo que no quieres eso. ¿Cierto?” Susurró, osada, rozando el miembro del hombre ligeramente, lo suficiente como para hacerle retorcerse, queriendo más.

Y luego, como había prometido, soltó desde su látigo una corriente bastante más fuerte que la anterior. Ya no era un ligero hormigueo, si no más como una quemadura que recorría el interior de ambos cuerpos. Le observó reaccionar frente a aquel dolor, una sonrisa depravada iluminando su cara. Amira había recibido suficiente corriente como para aguantar aquel dolor mucho mejor que cualquier persona que no se electrocutaba casi todos los días. Soltó a Vincent de su castigo después de un par de segundos, dedicándole un pequeño puchero, apoyando la palma de su mano contra su mejilla en un gesto que en cualquier otra circunstancia hubiese sido preocupación.

“Pobre Vincent.” Murmuró, volviendo a acercarse a sus labios, acariciándolos con su lengua, pero retirándose cada vez que el pelirrojo intentase besarle. Estaba completamente envuelta en sensaciones y caricias gracias a la sangre que escurría por su cuerpo. Si seguía, sería ella quien se quebraría primero, doblándose ante el deseo que le carcomía por dentro. “Anda, si dejas de hacer trampa con el truquito de la sangre quizás le ponga un poco de atención a esto.” Se estiró un poco, rozando una de sus nalgas contra el miembro de Vincent por otro rápido instante antes de volver a su posición original. Su tono era cruelmente juguetón, goteando de lujuria.

Amira observó a Vincent detenidamente. Quizás se había sobrepasado un poco con la intensidad de la electricidad. La idea no era matarlo… Por lo menos, todavía no. Había sobrepasado su sed de sangre por algo mucho más dañino para su sistema. El deseo le tenía completamente trastocada, la intensidad de aquel encuentro la tenía mareada, como si estuviese dentro de un carrusel vuelto loco. Giraba y giraba, probando su sangre, mordiendo sus labios, más y más destinada a hacer algo que le atormentaría por el resto de su vida.    

“Tu ganas.” La chica dejó una sonrisa llena de placer cambiar su expresión completamente, saboreando lo bien que sentían aquellas palabras. Acarició la mejilla de Vincent como quien acaricia a un perro medio idiota.  “Así me gusta.” Al sentir la sangre retroceder de su cuerpo, Amira se inclinó hacia Vincent, besando y succionando desde su esternón hacia sus costillas, dejando que su cabello recorriera su piel, jugueteando con las distintas sensaciones. En todo momento, sus caderas se movían lenta, rítmicamente contra Vincent, sus nalgas o cabello rozando a veces contra su miembro, nada más que por un momento, intentando excitarle al punto de desesperación. ¿Que harás entonces, Vincent?
Se detuvo, pellizcando un pezón mientras mordía y jalaba del otro con sus dientes. Estaba lista para volver a descargar electricidad con la misma intensidad si Vincent intentaba hacer más que gemir y retorcerse bajo ella. ¿Cuanto tenía que empujarle hasta poder escucharle rogar por tocarla, por tenerla?

“¿Acaso no has conocido a una mujer que cumple sus promesas?” Preguntó entre besos que subían hasta su cuello, deteniéndose frente a sus labios nuevamente, suficientemente lejos como para rozar pero no tocar. Hizo un amago de acercarse más y, si Vincent intentase besarle, retrocedería fuera de su alcance. Amira acarició los hombros de aquel hombre, llevando sus manos a sus bíceps, luego a sus antebrazos, para soltar una de las manos, dándole bastante rango de movimiento con el látigo antes de volver a amarrarlo a su propio brazo, todo esto mientras continuaba tentando a Vincent con un beso.

Ahora que estaba bajo su control, Amira quería aprovechar lo más posible antes de que aquel encuentro terminase. Había soltado sus manos para que tuviese que detenerse él mismo de tocar a Amira, de tomarle por el cuello y obligarle a responder aquel beso. De hacerlo, simplemente sería más dolor para él. Volvió a tentarle con un beso sólo para retroceder nuevamente, esta vez tirando de su labio inferior una vez más.

Hecho esto, se puso de rodillas, y apoyó una mano en cada lado de la cabeza de Vincent. “Quiero que ruegues.” Murmuró con una mirada intensa, depredadora. Rozó su intimidad contra el miembro del pelirrojo, colgando sus caderas a milímetros sobre aquella punta que ya parecía empapada. De la misma manera que con el beso, Amira acercó sus caderas sólo para rozar sus labios contra la cabeza, lista para retroceder y volver a electrocutarle si intentaba algo sin su permiso. “Ruega, Vincent.” Por favor. El mundo giraba cada vez más rápido. Ya no existía nada fuera de ese instante, y todo se movía tan rápido que Amira tuvo que enterrar sus dedos en el pasto y la tierra para evitar sentir que iba a salir disparada de aquel carrusel sin frenos.

El mundo había comenzado a girar un poco más despacio. La actitud de Vincent había cambiado ligeramente. Entrecerró los ojos ante las caricias. No. Aquello no era lo que quería. Cruzó sus ojos con los ajenos, y no sintió la misma furia, el peligro de que Vincent estuviese tramando algo. Aquella caricia y toque gentil le dolieron más que cualquier rasguño. Amira dejó que la sed de sangre volviese a ocupar su cabeza, aquel juego había pasado la cuenta.

Había ganado. Vincent había rogado por tenerla. La mano derecha de Amira se cerró alrededor del cuello del pelirrojo, apretando y hundiendo sus uñas en su piel. Su expresión era victoriosa, todavía llena de deseo, pero le haría pagar por haberse quebrado tan fácilmente. “Muéstrame cuánto.” Murmuró en algo que sonaba tanto como una orden como otro desafío. Soltó el cuello, girando su torso sólo para recuperar el cinturón de Vincent y ajustarlo alrededor del mismo cuello, marcado con medialunas rojas donde había enterrado sus uñas.

Amira jaló del cinturón con una mano, enterrando uñas que parecían haberse afilado en el intertanto en el pecho del contrario lo suficientemente fuerte como para rasgar piel, arrastrándolas para dejar caminitos de distintas tonalidades de rojo en aquella piel que había maltratado tanto.

Y de pronto dejó caer sus caderas brusca y desesperadamente, por completo, sobre el miembro de Vincent, dejando que le llenara por completo. Al mismo tiempo, dejó correr por el látigo una leve corriente, sólo hormigueos que sólo ayudarían a profundizar aquel placer.

Amira dejó escapar un gemido que había roto el silencio de los susurros. “Muéstrame qué quieres hacerme.” Esta vez no se separó, sino que hundió más sus caderas, recibiendo absolutamente todo de Vincent dentro de ella, esperando a que él diera el siguiente paso, devolviéndole un poco de la libertad que le había quitado.

Sus ojos habían retomado aquel vacío de animal hambriento y salvaje. Se había cansado de juguetear con su comida. Si Vincent no lograba satisfacer el hambre que sentía en ese momento, Amira tendría que encontrar otras maneras de saciarse.

“Mmh-” Aquella sonrisa antes de soltar sus caderas hizo que su cuerpo se estremeciera. Había sentido a Vincent alejarse un poco, sus ojos se habían enfocado en otra cosa por un momento, pero ya lo tenía de vuelta entre sus garras.

Amira soltó el cinturón cuando Vincent se acercó, hundiendo sus uñas en los marcados hombros y arrastrándolas hasta su espalda con un suave gemido que acompañó la mordida, otro pequeño pulso de electricidad haciendo que su espalda se arqueara con placer, comenzando a mover sus caderas lento.

Probó la sangre que le ofrecían, sus pupilas dilatándose ante el sabor nuevamente. Algo se alojó en su estómago, un cosquilleo que no tenía que ver con lo que le estaba pasando a su cuerpo. Hambre. Amira hizo ademán de que iba a moverse, hacer algo, pero Vincent había posado su boca sobre sus pechos. ¿Qué era lo que iba a hacer? Otro gemido acompañado de respiración entrecortada, volvió a mover las caderas más fuerte, más hambrienta. No sería suficiente sólo con aquella suavidad y cuidado.

Amira no quería que la mimaran. Recordó lo que iba a hacer, tomando el látigo amarrado en su antebrazo con ambas manos detrás de Vincent, enrollando sus dos muñecas en el otro extremo, jadeando ante el dolor de aquellas espinas. “Ven.”

La chica levantó sus caderas sin liberar completamente el miembro de Vincent y volvió a dejarse caer, empapándole aún más, otro pulso de electricidad acompañando el movimiento que había hecho escapar otro gemido de entre sus labios partidos. Con sus manos amarradas y una sonrisa juguetona, la rubia tiró del cuello de su presa hacia atrás, dejándose caer hacia el pasto nuevamente para estar ella debajo, el cinturón lo único que le protegía de enterrar aquellas espinas en el cuello de su contraparte.

“Vincent...” Murmuró, su tono urgente, una leve súplica. Le había dado permiso, aunque todavía tenía una de las manos del hombre atadas a las suyas. Amira desenganchó sus manos del cuello de Vincent y jaló del cinturón que todavía colgaba de su cuello, acercándole, hambrienta, volviendo a enrollar sus piernas alrededor de sus caderas.

Pequeños pulsos corrían ahora por sus manos, brazos, los hormigueos sólo aumentaban el hambre, la anticipación. Quería más. Más de él. Más placer. Más dolor. “Más.” Murmuró contra los labios partidos, sangrantes del pelirrojo, volviendo a envolverle en aquel beso sofocante.

Más. Vincent había correspondido, siguiendo aquella súplica que había tomado como una orden. La sensación era tóxica. Mientras más recibía, más sentía el hambre removerse dentro de ella. El sabor de la sangre, ofrecida libremente sobre sus labios, no dejaba que nadie más que el depredador que tenía en su cabeza controlase sus acciones. No había salida más que acabar lo que había empezado.

Dejó que la poseyeran así, amarrada, envuelta en sangre, respondiendo las estocadas de Vincent apretándole contra ella con sus piernas, más y más profundo con tan poco cuidado que sentía un poco de dolor. Devolviendo aquel beso, aquellas mordidas, marcando, gimiendo sin darle un momento de respiro a su compañero de decisiones que arruinarían sus vidas. Estaba desenfrenada. Sentía que el mundo giraba fuera de control, que si no se aferraba a él con todas sus fuerzas saldría volando fuera de órbita.

“Amira…” Se estremeció por completo al escuchar su nombre. Su nombre real, en la boca del pelirrojo. Un pequeño destello de razón cruzó por su mente. Sólo por menos de un segundo, sintió pánico. No estaba segura por qué, pero quería gritar hasta reventar sus pulmones. Y luego estaba de vuelta, gimiendo, sintiendo el dolor de las espinas que se enterraban en sus muñecas, saboreando la sangre entre sus labios, mordiendo los de Vincent, viendo cómo parecía estar cerca de perder el conocimiento.

Le dejó separarse, no fuese a ser que se desmayara en ese momento, aflojando un poco el cinturón alrededor del cuello de Vincent. “¡A~mmh!” Exclamó cuando sintió los dientes clavarse en su cuello. Al principio de sorpresa y dolor, que rápidamente se había convertido en un gemido de placer que había acentuado con otro pulso de electricidad, un poco más fuerte, sólo un poco de dolor, sólo lo suficiente.

Era lo que quería, lo que había pedido. Todo su cuerpo estaba magullado, se habían reclamado el uno al otro con sus dientes y uñas como animales. Era lo único que saciaría su hambre. Amira se retorció de placer, envuelta en la sangre que tocaba, pellizcaba, estimulaba todo su cuerpo. Soltó una de sus manos para aferrarse al hombro de Vincent, hundiendo uñas que se asimilaban más y más a garras en su piel nuevamente, acercándose para probar la mezcla de sudor y sangre que goteaban sobre su piel.

“No pares.” Gimió, otra súplica enmascarada de orden, antes de llevar sus labios contra los contrarios nuevamente, ahogando jadeos que definitivamente llamarían la atención de alguien. Sentía que estaba cerca, tan deliciosamente cerca que no podía soportarlo, la electricidad que comenzaba en su intimidad y se concentraba en su estómago, lista para estallar en cualquier momento.

Amira giró la cabeza, acallando los gritos de su orgasmo en el brazo de Vincent, hundiendo ambas manos en el pasto debajo de ella, arrancando manojos. Pero no se detuvo. De hacerlo, tendría que bajar, pensar, procesar, y eso era lo último que quería.

Era todo lo que había deseado y más. El dolor, la sangre, el placer, habían saciado aquel hoyo profundo dentro de ella, por lo menos temporalmente. Pero aún así no se detuvo. No lo haría hasta haber premiado a Vincent por su obediencia.

Sintió la mordida en su mejilla, girando su cabeza para mirarle, volviendo a ahogar sus gemidos entre los labios de aquel hombre que le llamaba de vuelta con sus dientes. Ya no había cansancio, el dolor no era más que cosquillas. Probó nuevamente la sangre en aquellos labios que había maltratado tanto, néctar que le hacía reaccionar como si de veneno se tratase, un veneno que infectaba su alma.

Sentía sus pupilas completamente dilatadas, como si la culpa de aquella orgía profana fuesen drogas y no el completo descontrol de Amira. Todo seguía girando, más y más rápido aún de lo que creía posible.

Una vez más, al sentir lo cerca que estaba Vincent de acompañarle en el placer, sus embestidas más rápidas, Amira sintió aquel fuego brotar desde debajo de su estómago y encender todo su cuerpo desde allí. Se retorció de placer nuevamente, derritiéndose bajo el cuerpo y las manos de Vincent.  

Pero todo tendría que acabar.

“Amira…”

Todo frenó de golpe tan fuerte que Amira sintió que había sido expulsada de su cuerpo. El hambre que le había cegado había retrocedido lo suficiente como para recuperar la consciencia. Ahí estaba, su nombre real, otra vez, pero el que la llamaba no era el hombre correcto.

Por varios momentos no pudo moverse, sólo sintió a Vincent acabar dentro de ella, su estómago revolverse. De tener cualquier tipo de control sobre su cuerpo, hubiese vomitado ahí mismo. La sangre en su boca era amarga, el suelo demasiado frío, el dolor de todas sus heridas demasiado profundo. Sólo pudo quedarse ahí, poco a poco recuperando el cuerpo del que no había tenido control desde que había emboscado a Vincent.

Cuando pudo volver a su propio cuerpo por completo, las pupilas de Amira, la Amira real, o por lo menos lo que quedaba de ella, se encogieron hasta su tamaño normal. Quería llorar. Gritar. El dolor era demasiado como para simplemente quedarse ahí tirada. El peso de lo que había sucedido le pegó de lleno, tan fuerte que sintió que podía morir ahí mismo.

¿Qué había hecho? Lo que ssse te dio la gana, Amira. Siseó una voz en su cabeza. No puedesss desssmoronarte ahora frente a tu presssa. Sabesss lo que hará, y lo que puede desscubrir de tí. ¿No le hass dado ya demassiado? Quería llevarse las manos a la cabeza y insertar sus uñas dentro de sus ojos hasta llegar a su cerebro sólo para acallar aquella voz que había causado toda esa cagada. Ssssí, querida, pero también sabes que tengo razón. No. No quería escucharle más. Hizo el intento de moverse, de golpearse para salir de aquella pelea mental en la que estaba encerrada, pero su cuerpo todavía no le respondía.

Anda, déjame ayudarte. Todavía tengo hambre ¿Ssabes? Amira suspiró, casi al mismo tiempo en que Vincent lo había hecho, y accedió a compartir las riendas del asunto.

En un movimiento igual de rápido y letal que el primero que había cometido contra Vincent hace lo que sentía eran horas, Amira desenterró de su muñeca el látigo. Escupió la sangre que tenía dentro de su boca en los ojos de Vincent a una velocidad mucho más rápida que la humana, haciendo uso de una de las habilidades del pulpo imitador. Se soltó de su presa, soltando una carga eléctrica que le hubiese hecho gritar de dolor si no hubiese estado completamente cegada por la ira. Fue lo suficientemente fuerte y calentó tanto la piel de Amira que la sangre a su alrededor se secó en partes e hirvió en otras, quemando distintos pedazos de su piel. Por lo menos ya no había algo que pudiese ser usado en su contra.

“Esta será la última orden que recibirás de mí, sssangijuela.” Escupió, su tono gélido, definitivo y más dominante que cualquiera de sus otras órdenes combinadas. Seseaba como si de una serpiente se tratase, arrastrando cada sonido en un tono extraño.

Amira se desenredó de Vincent, escurridiza como un pez, y llevó ambas manos a su cuello, enterrando las espinas del látigo que todavía blandía, apretando con fuerza. Sentía la electricidad formándose, usando su propia fuerza vital como combustible. Su cabello comenzó a flotar alrededor de ella con la estática, lanzando pequeñas chispas.

Sentía su cuerpo moverse casi por sí solo, guiado todavía por el depredador que llevaba dentro, pero no pudo esconder la profunda pena y remordimiento en sus ojos y expresión facial. No quería hacerlo, sólo quería tirarse al piso a llorar, a desmoronarse completamente. ¿Por qué tenía que terminar con más muertes? Sintió, a pesar de que intentó evitarlo, una lágrima correr por su mejilla. Quería cerrar los ojos, desviar la mirada hasta que todo hubiese terminado, pero aquello no se lo permitieron.

“Nunca más usarás mi nombre. Lo que sucedió aquí es un sssecreto que muere contigo.” Dicho esto, descargó toda su furia, su frustración, su miedo, su pena, en una descarga eléctrica que, de no ser extremadamente resistente a la electricidad, de seguro hubiese terminado por matar a Amira también. Había sido un último intento desesperado por borrar aquella situación, eliminar todo rastro, hervir toda su piel hasta que los rasguños y mordidas ni siquiera se notarían bajo las quemaduras.

“Adiós, Vincent.” Murmuró, sus brazos humeando como si estuviesen hechos de fuego. Sintió ampollas formándose instantáneamente donde todavía le quedaban pedazos de piel. No le dolía, por lo menos, porque había quemado todos los nervios de sus brazos.

Se dejó caer al suelo, agotada, malgastada, y sólo atinó a tomar su forma de pitón, mientras perdía el conocimiento. Intentando esconder su cuerpo humano del peligro de que Vincent volviera a la vida cerca de allí e intentase devolverle el favor, se arrastró un par de metros hacia el árbol donde había escondido su capa, escondiéndose bajo ella.