Un momento, simplemente unos segundos fueron suficientes para que sus ojos estuvieran observando la bóveda celeste que estaba más allá del techo de las hojas y ramas, ¿En donde estaba? El suelo frío pegando contra su espalda. Solamente sonrío, ampliamente, y no pude aguantar la risa en ese lugar desconocido. Carcajadas que se perdían en la oscuridad del lugar, en esa infinidad en donde se extendía más allá de este reino.

-Así será entonces… Amira… - susurró en el silencio del lugar, con una sonrisa que pintaba en su rostro. Se levantó con lentitud, sus recuerdos ahora se acomodan, como rompecabezas que estaban totalmente esparcidos por toda su mente.

Electricidad recorriendo todo su cuerpo.

Dolor que en su piel se posaba.

Calor que sentía en su interior.

Palabras de la mujer que quedaron grabadas en su cabeza.

Esa sed de sangre. ¿Acaso le habrá quitado algo? Si… eso era… así lo deseaba. Vino aquí a cazar, no a perder el tiempo en sexo con personas desconocidas. No debía de caer en esa tentación por la carne, sino por la sangre. Lo hizo, bajo la maldita guardia y al final fue devorado, asesinado, quemado, electrocutado hasta el punto donde su cuerpo se quedó tenso y sin vida. Respiro profundamente, intentando recomponerse después de ese ataque de histeria, pero no podía, no podía dejar de sonreír.

Una experiencia completamente nueva.

-Yo no puedo morir princesa- susurró, cerrando sus puños con fuerza y golpeando los árboles alrededor, una y otra vez hasta que la sangre surgió y con ella extendió una espada tan larga que con facilidad cortó el árbol por la mitad y con una patada cayó con fuerza.

Sus recuerdos de nuevo se formaron, y solamente recordaba la carcajada que había soltado en el momento en que ella estaba encima de él, sus manos, ese maldito látigo contra su cuello y él, sin hacer nada, sin tiempo de reaccionar simplemente reía como un maldito maniático, como la persona que le había dominado la locura.

Sangre que salía de su boca, el humo que lo ahogaba.

Sufrimiento en esas acciones de parte de ella, como si se estuviera desquitando de algo.

Sus pies comenzaron a avanzar hacía la dirección de los edificios, y se detuvo en la línea de los árboles, observando ese lugar completamente arruinado -No… no ahora- susurró, observando sus manos y la sangre que flotaba y orbitaba por tus muñecas. Ella era fuerte, y si alguna vez fuera emboscado de nuevo, acabaría muerto.

Debía de estar preparado.

La intriga de la caza, sonrió de nuevo, y después no pudo detener la risa, alguien mucho más fuerte que él se había encontrado, y fue derrotado en todos los aspectos, ahora no era venganza lo que estaba buscando, no, era algo mucho más siniestro. Le devolvería el favor como ella lo hizo, pero de otras maneras más maniacas, más sádicas.

Respiro profundamente, y observaría, ahora que encontró a alguien más fuerte que él no se detendría, no hasta que ella muriera en sus brazos. Debía de entrenar, matar más, ser mejor, morir y revivir y repetir el proceso hasta que nadie lo detuviera. Hasta que nadie pudiera detenerlo.

Ser el demonio que salió del infierno para traer sufrimiento a esta tierra.

Su mente por fin estaba cuerda después de unos minutos.

Sus rodillas cayeron contra el suelo y observó al cielo.

¿Cuántos pecados ya había cometido? Varios… pero esta noche cometió uno del que siempre se arrepentiría… la traición.

Su cuerpo temblaba de furia, de ira, de la pura energía que hervía su sangre, deseoso de convertirse en demonio y destruir todo lo que se encontraba enfrente de él. Todo ese sentimiento lo iba a guardar, a canalizar para que cuando llegue el momento...

Hasta que llegue el día…

De hacerla pagar.