Era como una drogadicta. Varias veces a la semana encontraba o inventaba cualquier excusa para escabullirse. Que necesitaba más información, más plantas, que justo ese día había escuchado que la Manada iba a moverse. Mentirillas blancas que le mantenían cuerda. En ese lugar, sentía la presión de aquella voz que no le dejaba tranquila más que en cualquier otra parte. “Elaine, preciosa, no nos queda absolutamente ningún pétalo. ¿Cómo vamos a hacer trueques con las Dolls si no tenemos pigmentos?” La excusa perfecta. Era cierto que se había acabado todo, Astrid se había encargado de transformar todos los pétalos en pociones o pigmentos, cosas útiles, pero el resultado había sido que ¡Ups! Ya no habían más.

Había amanecido antes que el sol y sus palabras habían despertado a Elaine aunque las había susurrado. No quería preocuparle, pero tampoco que la siguiera. Besó la frente de la líder de los Elfos, asegurándole que iba a estar bien. “Vuelvo antes de que se despierten los Vampiros.”

Astrid Sharp se había ocupado, activamente y con todos los sentidos, de asegurarse que las Ninfas tuvieran el territorio del Parque. Hasta había comenzado rumores de que, si alguien le hacía cualquier tipo de daño a las plantas del Parque, se convertían en unas fieras tenebrosas. ¿Era cierto? Pues, quizás, pero aquel rumor sólo les protegía. Ella hacía los trueques con las Ninfas personalmente, a veces con Elaine, y se preocupaba de que tuviesen todo lo que necesitaban. No le importaba trabajar el doble, el triple, con tal de asegurarse de aquello. Lo disimulaba extremadamente bien, era igual de diplomática con todas las otras razas Neutrales. Bueno, a excepción de los Licántropos. Y los Demonios. Y los Vampiros. ¡Qué diablos! Astrid Sharp siempre había tenido sus favoritos.

Caminó a paso redoblado hacia el Parque, deteniéndose sólo cuando había llegado a su destino. Tenía una bolsa hecha de ropa hecha pedazos, tenía bastantes manchas de color rojo oscuro. No importa cuantas veces intentó librarse de ellas, no había habido caso. Se arrodilló frente a un arbusto con flores que había sido arrancado completamente de la tierra. “Simplemente no hay respeto. Qué vergüenza.” Murmuró, arrodillándose en el suelo. Recogió todas las flores que habían quedado repartidas sobre la tierra y pasto y las guardó en su bolsa. Luego revisó las raíces del arbusto, asegurándose que quedaban por lo menos algunas sanas, y comenzó el cuidadoso proceso de replantar un arbusto en shock. De seguro estaba completamente disgustado con la situación. Se demoró quizás veinte minutos hasta que estuvo satisfecha. “Vas a estar bien. Gracias por tus flores, prometo convertirlas en algo genial.” Acarició una de las hojas de despedida y se dirigió al corazón del Parque sigilosamente, intentando no sobresaltar a las Ninfas.

Escuchó el sonido inconfundible de las plantas moviéndose, pero no sintió viento. ¡Ahá! Quizás había hecho esto demasiadas veces, pero le era extremadamente fácil encontrar a las Ninfas. Astrid se escondió detrás de un árbol, intentando encontrar a la causante de aquel sonido. Un ¿Murmullo? ¿Tarareo? Estaba demasiado lejos como para discernir. Agachada y pasándose de árbol en árbol, se acercó a la Ninfa que cantaba.

Astrid no la reconoció en su forma de raza. ¿Quizás le había visto en forma humana? El cabello de la chica era precioso, brillante. La escena le trajo muchísimos recuerdos que se abalanzaron contra Astrid. Se desconcentró de su movimiento sigiloso y, lamentablemente, apoyó su pie contra una rama seca. ¡CRACK! El fuertísimo crujido la tomó por sorpresa y, torpemente, se tropezó, tambaleó y dio de bruces contra uno de los árboles más cercanos a la Ninfa. “¡Uf!” La profesora acarició su nariz por un milisegundo antes de darse cuenta que ya no estaba escondida y, con ese estruendo, había revelado que había estado espiando.

“M- M-” Astrid miró a su alrededor, buscando algo a quien hablarle para evitar romper la jodida primera regla. “Mis disculpas, señor.” Acarició el tronco del árbol contra el que había chocado, arrugando su nariz al mismo tiempo. “No era mi intención sobresaltarle.” Astrid sonrió y soltó una risita pequeña, apoyando la punta de su paraguas en el piso antes de levantar la mirada a la Ninfa y guiñar le un ojo.  

Sintió que algo le tomaba de una pierna y se aseguró de tomar bien su paraguas mientras la elevaban. Astrid no pudo evitar soltar una risita de gusto al encontrarse boca abajo, observando al árbol venir en defensa de la Ninfa. Sentía una extraña sensación, como de haber vuelto a casa. Volvió sus ojos a la ninfa con una enorme sonrisa que iluminaba sus ojos de colores distintos, su pelo rozando el piso.

Al escuchar la orden de la hermosa Ninfa, Astrid Sharp se estiró hacia arriba para colgar la curva del mango de su paraguas en una de las ramas del árbol, colgándose de este como si de otro brazo se tratase. Con una rápida pirueta se dejó caer de vuelta, parada en el piso. “Gracias.” Le susurró al árbol, inclinando su cabeza en un gesto respetuoso.

Se volteó hacia la ninfa ante la pregunta con una mirada de disculpa, no podía romper la primera regla. Astrid apoyó su paraguas en el piso nuevamente, llevando un dedo a sus labios antes de girar su cabeza hacia el árbol. “Disculpe, señor, pero estoy buscando algún lugar donde pueda encontrar pétalos de colores.” Le susurró, intentando no despertar al resto y al mismo tiempo que la ninfa escuchara. “Me llamo Astrid Sharp y es un placer conocerle.” Agregó al mismo tiempo, dedicándole otra sonrisa a la Ninfa una vez había terminado de hablar.

Dicho aquello, frunció el ceño. “No pretendo arrancarlos de ninguna planta, lo que hace todo un poco más difícil.” Le explicó al árbol, mostrando los contenidos de su bolsa. “Había un pequeño arbusto arrancado en el borde del Parque, el pobrecito soltó todas sus flores, pero logré replantarlo sin mayor problema.” Continuó, su tono tranquilo, con total naturalidad. Astrid Sharp había aprendido miles de maneras distintas de doblar las reglas sin romperlas, así tan mal escritas como estaban en realidad era extremadamente sencillo. Cooperar en realidad podía significar cualquier cosa dependiendo del contexto.

“Suelo hacer pigmentos, pociones y cosas por el estilo, y hago trueques en la Biblioteca.” Aquello había dejado en claro que era una Elfa, así en palabras fáciles pero no directas, todas dirigidas al árbol. “¿Sabes dónde puedo encontrar algo así?” No podía contener su emoción. Había evitado acercarse demasiado a las Ninfas por miedo a espantarlas y ya no poder encontrarles, pero este evento le tenía completamente encandilada de felicidad que no estaba intentado esconder. No podía dejar de mirar a la Ninfa, maravillada, como si estuviese mirando un animal mitológico.

Astrid estaba maravillada. Aquello era como un sueño, aquellos que ya no podía tener. “Juliette.” Murmuró al aire, observando a la Ninfa, el árbol, el resto de las que dormían. “Iba a revisar que estuviera bien a la vuelta, recuerdo donde está por si quieres acompañarme.” Palabras dirigidas al árbol, pero no había separado sus ojos de Juliette.

La observó levantarse del piso y sacudir la tierra. Quería gritar de felicidad, poder compartir con alguien lo que estaba viendo frente a sus ojos. La emoción no tendría sentido para absolutamente nadie más, pero Astrid apoyó la punta de su paraguas en el piso y dejó que una enorme sonrisa tiñera absolutamente todo su cuerpo.

“No pretendo incomodar a nadie, si no encontramos nada no hay problema.” Aseguró en voz baja, con una mirada recorrió el resto de las Ninfas que dormían plácidamente. “Hermanos.” Un murmullo, la última sílaba rota en una emoción que no pudo controlar. Recuerdos inundaron su cabeza, recuerdos felices que no había tenido el valor de visitar hasta ese momento.

Comenzó a seguir a Juliette, sintiendo recuerdos tomar vida a su alrededor. Aquella salida había sido muchísimo más dulce de lo que Astrid esperaba. Y ahora se encontraba siguiendo a una Ninfa por el parque. Anastassia tiene que ver esto. La única con quien podía compartir aquella sensación, todavía no se pronunciaba en aquel mundo.

Y luego el sueño se convirtió en una pesadilla.

La Ninfa dejó de caminar, llevó una mano a su cabeza. Astrid se acercó, preocupada, olvidando mantener la distancia y la fachada de alguien que seguía las reglas. Sangre. Sangre en los labios de una Ninfa.

Sangre que teñía lagos, cuerpos pequeños tornando el paisaje en una escena macabra. Sangre que teñía libros y bibliotecas, arruinando libros para siempre. Sangre que teñía sus manos mientras levantaba cada cuerpo, buscando alguien con vida entre todos sus hijos.

No de nuevo. Por favor. ¿Acaso ese era el plan? ¿Ponerle ahí sólo para hacerle vivir todo nuevamente? Sintió sus piernas temblar, de no ser por el apoyo del paraguas contra el piso hubiese caído de rodillas. No. No dejaría que sucediera de nuevo.

Astrid colgó el paraguas de su muñeca y se acercó a la chica, pasando una mano alrededor de su espalda por si perdía el equilibrio. “Juliette.” Su voz temblaba, pero limpió la sangre de la boca de la Ninfa con la manga de su chaqueta. Ya no le molestaba estar bañada en aquel líquido, en especial si era por asegurarse de que ella estuviese bien.

“¿Estás bien?” Preguntó, apoyando una mano en su mejilla. Su tono era suave, preocupado, su toque maternal. “¿Qué pasa?” Había olvidado las reglas, no le importaban en ese momento. Lo único que pasaba por su cabeza era pánico y las palabras No otra vez, por favor. No otra vez. Miró a su alrededor. El resto parecía estar bien, pero los cuerpos que reposaban fueron reemplazados frente a sus ojos por cadáveres que nunca olvidaría, sólo por un segundo, antes de volver a ser simplemente Ninfas dormitando.

Por favor, no de nuevo. Por favor, no puedo hacer esto otra vez. No habían gritos, no era capaz de recordarlos porque nunca logró escucharlos. Tan solo un silencio sepulcral quebrado por el goteo de sangre y sus gritos.

“Estoy bien.” Un suspiro de alivio relajó sus hombros, se sintió inmediatamente más liviana. Astrid asintió con la cabeza, recomponiéndose un poco. Astrid Sharp se le había caído a pedazos en un par de segundos, aquello era peligroso cuando estaba fuera de la biblioteca. Pero la ninfa titilaba como si de Campanita se tratase, sabía que aquello no era normal en absoluto.

¿Enfermedad? No entendía demasiado bien cómo había sucedido que humanos comunes y corrientes podían transformarse en otras cosas, de dónde había salido semejante poder. Quizás habían fallas en algunas personas, no le extrañaría demasiado. ¿Quizás una enfermedad específica que aquejaba a las Ninfas? Todo era posible, ese mundo era extraño, retorcido, desconocía demasiadas cosas de la situación. Lo único que sabía con certeza era que no le gustaba en absoluto el hecho de que le pasara todo el tiempo, toser o vomitar sangre nunca era una buena señal.

No escondió la preocupación de su cara, no, aquello no andaba nada bien. “No hay enfermedad que no tenga tratamiento, incluso en este mundo.” Aseveró con cariño, posando una mano en la mejilla ajena. “La naturaleza tiene todo lo que necesitamos, y el resto está todo aquí dentro.” Dio un toquecito en su cabeza con su paraguas con una pequeña sonrisa alentadora. No dudaba ni por medio segundo que con sus conocimientos de botánica y otras cosas sería capaz de crear algo paliativo, por lo menos.

Astrid no quería entrometerse ni preguntar más, pero los pétalos habían pasado a segundo o quinto plano. Lo único que le importaba ahora era ayudar a esa ninfa, costara lo que costase. ¿Las reglas? La profesora abrió los ojos como platos por un segundo, recordando que a Astrid Sharp sí le importaban las reglas.

“Uh...” Tartamudeó, mirando a su alrededor, asegurándose que nadie más lo había notado. El resto parecía realmente estar dormido. Debería haberse dado la vuelta, negado con todas sus fuerzas a ayudar a la chica. Pero no era capaz, no después de la sonrisa juguetona. “No le diré a nadie si tu lo haces.” Murmuró, guiñándole un ojo mientras devolvía la sonrisa, manteniéndose cerca por si Juliette volvía a necesitarle. Peligroso, quizás demasiado peligroso. Era un riesgo que correría una y mil veces.

Sintió que su corazón se llenaba de alegría, latía más fuerte al ver cómo brillaban los ojos de la Ninfa. No lo pensó demasiado, posó una mano en la cabeza de la chica y besó su frente con cariño.

“De verdad voy a ayudarte.” Corrigió con un susurro y una enorme sonrisa, sin ningún lugar para dudas y con la certeza de que tenía absolutamente todo el conocimiento para hacerlo. Asintió un par de veces cuando la chica le explicó que quería alejarse. Entendía que no quería preocupar al resto, quizás más de lo que le gustaría admitir.

Siguió a Juliette con cuidado, guiándole, asegurándose de que estuviese bien como si de una niña pequeña se tratase. No podía evitarlo, le recordaba demasiado a los hijos que ya no podía cuidar de esa manera. Seguro ellos estarían felices de verla cuidando a una Ninfa de esa manera, de todos modos.

Depositó a la chica con cuidado en el piso, arrodillándose con ella. Había olvidado por completo que su misión original era obtener pétalos. Astrid cerró sus ojos, permitiéndose sentir un tipo de magia que extrañaba, que casi había olvidado. Sintió a su hija cerca, tan cerca que casi podía olerla ahí frente a ella.

Mientras estaba distraída, la Elfa enjugó una lágrima de emoción, de esperanza que no se había permitido sentir. Sí. Ese mundo prometía una segunda oportunidad, por más retorcido que fuera, y Astrid no iba a dejar que se escapara de sus manos como había hecho la última vez. Abrió sus ojos cuando Juliette había terminado de cantar y se incorporó con ella, ayudando a sacudir la tierra del vestido blanco.

Quizás estaba siendo muy impertinente, muy confianzuda, pero era completamente imposible comportarse de otra manera ahora que había visto que la Dríade le necesitaba. Asintió ligeramente con una sonrisa, recogiendo las flores con cuidado, depositándolas en el bolsito que llevaba. “Gracias, prometo que se convertirán en cuadros preciosos que durarán para siempre.” Susurró a los arbustos con dulzura, acariciando uno suavemente.

“Sí, esto es perfecto. Muchísimas gracias, espero que no te hayas desgastado demasiado.” Murmuró, notando que parecía brillar un poco menos que antes, su expresión denotando que estaba preocupada. La pequeña parecía nerviosa, pero Astrid estaba acostumbrada a lidiar con cosas como aquella.

“A veces, en nuestros cuerpos de raza, parece que la energía se va demasiado rápido. ¿No crees?” Comentó casualmente, dando toquecitos en su zapato con su paraguas. “Hasta sé de gente que cae inconsciente si usa mucho sus habilidades.” No se pasaba espiando a la gente por nada, recopilar información era su misión principal, lo había sido desde el principio. Trabajaba todos los días para mejorar un poco la calidad de vida de la gente que había llegado a parar ahí, Juliette no sería la excepción en ese sentido.

Astrid se quitó su chaqueta y la apoyó en la tierra, sentándose en una orilla, dejando un pedacito por si la Ninfa quería sentarse. Le dedicó una sonrisa cálida, apoyando su paraguas en sus piernas cruzadas. “Sé que puede ser complicado, pero prometo que cualquier cosa que me digas sólo vamos a saber nosotras. Y los árboles.” Bromeó, recogiendo su cabello detrás de su oreja. Su tono había sido honesto y completamente maternal, como todo lo demás desde que Juliette había vomitado sangre. “También prometo no descansar hasta encontrar algo que te haga sentir mejor.” Le extendió su meñique. “Por la garrita.”

Agradeció que Juliette no encontrase extraño el cuidado que le estaba ofreciendo en ese momento. Hubiese sido extremadamente incómodo de otra manera, pero se sentía completamente natural. Cómo no, lo era para Astrid, acostumbrada a velar por el bien de los que quería por sobre todas las cosas.

La Elfa notó el comentario acerca de la enfermedad. Entonces no sólo afectaba en vomitar sangre, si no que en la intensidad de la luz con que brillaba en su forma de raza. Sonrió de vuelta, acomodándose un poco en el suelo para hacer más espacio para Juliette. En realidad no esperaba que soltara todo tan rápido. De verdad necesita ayuda.

Astrid parpadeó un par de veces, escuchando todo con atención y una expresión completamente neutral. No estaba juzgando, estaba guardando ese momento dentro de su cerebro para recordarlo luego a la perfección, palabra por palabra sin saltarse absolutamente nada.

Cuando Juliette terminó, Astrid asintió un par de veces con determinación. Por supuesto que sabía lo que era. Entre Kellan, Elaith y Ivan, había estudiado absolutamente todo lo que pudo encontrar de psicología. ¿Por qué tenía hijos tan intensos? De tal palo, tal astilla. Dijo algo en su mente, pero mandó a callar esa voz que le jodía la existencia.

“Entiendo perfectamente, Juliette. Estoy segura de que algo puedo hacer. Aunque no soy terapeuta, alguna poción voy a inventar. Y si necesitas hablar con alguien, siempre puedes buscarme en la Biblioteca.” No importaba ya las razones de las personalidades de sus hijos. Había hecho lo mejor posible, lo único que tenía para ofrecer considerando que el único ejemplo que había tenido era el de su padre. Por lo menos no había traumatizado a sus hijos irreparablemente.

Lo bueno era que ahora podía aplicar esos conocimientos que había adquirido en la búsqueda para ayudar a sus hijos sin problema alguno, aplicándolos a alguien más que la necesitaba en ese momento. Claro, tendría que buscar plantas específicas, probar varias pociones, mezclar un poco de magia. Sería un trabajo arduo, eso era seguro, pero nada que no fuera capaz de resolver. Estaba dispuesta a pasar los próximos días sin descanso en ensayos y errores. Lo haría lo más rápido posible.

Quería preguntar un poco más, en realidad mientras más información obtuviera más fácil sería crear la poción correcta. Pero escuchó que alguien llamaba a la Ninfa. Por supuesto, había estado ahí y luego desaparecido sin decir nada, alguien se preocuparía por ella. Aquella idea le tranquilizó bastante. No estaba sola, había gente que la quería ahí dentro.

“No te preocupes, anda, diles que estás bien antes de que manden a todos los árboles a buscarte.” Bromeó, aunque sabía por experiencia propia que las Ninfas eran capaces de hacer algo como aquello para protegerse las unas a las otras.

“No necesitas buscarme para el tratamiento, apenas esté listo me aseguraré de que llegue a tus manos. Aunque si me necesitas por cualquier otra cosa, por favor, no dudes en ir a la Biblioteca. Nadie te hará daño.” Por supuesto que nadie le haría daño, con todos los sellos que había puesto en las entradas ni siquiera se podía cruzar si estabas pensando en quizás ser violento. Era el único lugar donde Astrid se sentía completamente segura, razón por la cual casi no salía.

Observó a la chica correr de vuelta donde sus hermanas con una sonrisa cargada de nostalgia. No todo estaba perdido, después de todo. ¿Quién lo hubiese dicho? Astrid Sharp se incorporó de un solo brinco, echando su chaqueta al hombro mientras daba toquecitos en su cabeza con su paraguas. “Manos a la obra, Sharp.” Tenía una misión y no descansaría hasta poner un remedio en las manos de esa chica. Comenzó el recorrido de vuelta a la Biblioteca con una sonrisa.