No les había costado mucho tomarse la Biblioteca una vez que había encontrado a Elaine, Anwen y un par de otros Elfos. Tenía más sentido preservar aquel lugar, y era lo suficientemente seguro como para mantenerlo a salvo entre todos. Lo más importante era recopilar la mayor cantidad de información posible acerca de todo lo que estaba sucediendo. Por sus observaciones, había un grupo liderado por Amira y Noah que se habían tomado la cocina antes que cualquier otra persona pudiese siquiera entender lo que estaba sucediendo.

Demasiado rápido. Ponderó, aunque ella había hecho algo parecido de cualquier modo. No había pasado más de una semana desde que había explotado la bomba, quizás un poquitín más. Astrid había hecho un buen trabajo en contar los días y horas que habían pasado, hasta el día en que, observando por la ventana, había visto a al mismo ángel morir, definitivamente, por segunda vez.

Hasta ese entonces, no había siquiera detenido a pensar en lo que sucedía con la gente que moría. Pero sabía con certeza, y aún más ahora que estaba fijándose, que había gente que estaba volviendo a la vida de alguna manera. No soportaba la incógnita, era algo demasiado importante como para dejar en una interrogante. Había sólo una solución.

Creía que había sido hace un par de días, probablemente, que se había aventurado al parque a encontrar hierbas para crear una poción letal. Mezcló belladonna, una flor que habían estudiado detenidamente en su taller de botánica, y cicuta, una planta que solía pasar desapercibida, con un poco de su magia. Había hecho todo esto en secreto, demasiado preocupada de que Elaine se diera cuenta de lo que estaba planeando y la detuviera. Esperó hasta que estuvo segura que todos en la Biblioteca dormían y luego se escabulló por una ventana, sus pisadas demasiado sigilosas como para despertar hasta a Elaine.

El problema había sido que su veneno había sido demasiado eficaz. La muerte demasiado rápida como para recordar el proceso de reencarnación. Por lo menos había dictaminado, sin duda alguna, que existía un proceso de reencarnación. Es un avance. Había despertado en lo que quizás habían sido segundos, de vuelta en el lugar donde había estado parada el momento en que detonó la bomba, cerca del laboratorio de ciencias.

No estaba segura si había sido así de rápido, y no podía preguntarle a los demás Elfos cuánto tiempo había pasado, todo había sido en secreto. No podían haber sido más de algunas horas, debido a que todavía era de noche y nadie la había extrañado un día completo. ¿Recordarán haber reencarnado los otros? Se encontraba caminando de vuelta a la Biblioteca después de casi un día completo de sólo pasearse por los distintos lugares que les era permitido frecuentar, anotando en su libretita dónde se comenzaban a formar los grupos de cada raza.

“Demonios en la Cancha, por supuesto. Ninfas en el Parque.” Sonrió ligeramente, recordando al pequeño grupo de Ninfas que había visto jugueteando entre los árboles del Parque. No había encontrado mucho más todavía, probablemente el resto seguía intentando comprender lo que sucedía y no habían tenido tiempo para organizarse. No todos eran tan rápidos como los Elfos. Tomando todo en consideración, había sido un día bastante productivo, lo suficiente como para dirigirse a la Biblioteca antes de que despertaran los Vampiros.

Se le había hecho quizás demasiado fácil a Astrid acostumbrarse a aquel mundo. Parecía no temerle a nada, y más que cualquier cosa parecía estar feliz y orgullosa de la raza que había elegido y el grupo que había ayudado a formar, a pesar de que todavía no tomaba su forma de raza ni había hecho magia frente a nadie. Ya habrá tiempo para eso, cuando tenga suficiente información.

“¡Astrid!” La profesora se detuvo instantáneamente, girándose hacia el lugar de donde había provenido la voz que conocía muy bien. “Elaine, preciosa.” Saludó con una sonrisa, observando a la chica en aquella hermosa forma élfica. No sólo era eso, si no que también aquella forma le había regalado a Elaine ojos que le permitían ver. Astrid nunca le había tratado distinto por ser ciega, en realidad era igual y hasta más capaz que el resto, pero en este mundo se necesitaban todas las ventajas posibles si querían sobrevivir.

Había ayudado y acompañado a su alumna bastante desde que le había encontrado, un poco preocupada de que su nuevo sentido fuese demasiado abrumador. Astrid estaba lista para la contención emocional que Elaine pudiese necesitar, pero en realidad la chica lo llevaba con una naturalidad y fluidez que se asemejaba a la propia. Ambas favorecían la curiosidad y el hambre de aprender más que cualquier otra cosa. Quizás por eso se llevaban tan bien.

Con eso en mente, Astrid no había tardado en llegar a la conclusión de que tarde o temprano Elaine decidiría aprender a leer con sus ojos y no en braille. La noche en que había encontrado a Elaine y la chica le había contado que podía ver, Astrid había arrancado una página de uno de los cuadernos que había recolectado para hacer un pequeño dibujo explicativo.

“Lo que quieras. ¿Qué necesitas?” Respondió ante la pregunta que no tardó en transformarse en una petición. La chica no se había tardado demasiado en llegar a la misma conclusión que Astrid. La profesora sonrió cálidamente, un tinte de orgullo en su expresión y voz. “De seguro no nos vamos a tardar demasiado, el braille es muchísimo más difícil que sólo leer letras.” Alentó como siempre, sin minimizar ni un poco a la chica por su condición ni tampoco tratarle con pinzas. Un equilibrio bastante delicado que Astrid manejaba sin problemas, claramente era algo importante para Elaine.

Apuntó hacia la Biblioteca con su paraguas, indicando que debían dirigirse hacia allá, y tomó un par de los libros que llevaba Elaine para compartir la carga antes de encaminarse hacia el lugar que habían transformado en su hogar. “¿Por cuál libro quieres empezar?” Preguntó antes de llegar a la puerta que había comenzado a llenar de sellos mágicos poco a poco, mientras los aprendía y comprobaba que podían ser usados para mantener la seguridad de la Biblioteca.

“¿Qué será eso?” Astrid siguió caminando y sin prestarle demasiada atención a las runas mágicas que había comenzado a tallar en los marcos de las puertas de la biblioteca. Todavía no era tiempo de explicar demasiado, mientras menos información dejase escapar, más seguros estaban todos. “Algunas cosas que he estado probando, creo que quizás pueden ayudar a alejar a otras razas. Glifos de protección, cosas así.” Astrid evitó morder su labio y mantuvo su tono completamente casual, sabiendo de antemano que Elanie, mejor que nadie sería, capaz de discernir si la Elfa estaba mintiendo, o escondiendo parte de la verdad, mejor dicho. Tiempo al tiempo Elaine, odio mentirte pero no sabes la magnitud del peligro en que estás. Astrid mordió el interior de su mejilla, recordándose que estaba haciendo todo lo humana e inhumanamente posible para mantenerles a salvo.

No lograste protegerlos en ese entonces. ¿Qué te hace pensar que lo harías ahora?

Luto, el recuerdo de peso muerto entre sus brazos, sangre aún caliente, lágrimas amargas, furia desbocada, represalia sin objetivo, traición que destroza corazones, todos pasaron por su pecho y como una sombra imposiblemente oscura por sus ojos normalmente brillantes y curiosos. Este mundo tenía muchas cosas buenas, cosas que extrañaba como si de otra vida se tratase, pero también de alguna manera le recordaba más que nunca de aquel ente que vivía gratis en su cabeza y memoria.

Astrid siguió a su alumna preferida con la mirada mientras esta buscaba el primer libro que leería con sus ojos y no sus dedos. Era un momento extremadamente importante para la chica. Gobiérnate, Astrid.  La pelirosada devolvió los libros que Elaine llevaba consigo a los estantes que les correspondían y sacó de su bolsillo el papel que había preparado, colgando su paraguas de su muñeca mientras Elaine se le acercaba con el libro que había elegido. Por supuesto, era un libro de botánica.

Astrid lanzó una carcajada frente a la ternura de Elaine confundiendo un arbusto con un ramo de flores. Se dejaba hacer cosas como esa, reírse de ella si hacía algo que le causaba gracia, en vez de aguantarse la risa por miedo a ofenderle. No lo hacía con cualquier otra persona, y sentía que era hasta más ofensivo tratar a Elaine distinto sólo porque hasta recientemente sus ojos no funcionaban. Eso no definía quien era Elaine , menos ahora. “Anda Elaine, hemos tocado muchísimas flores en el club de botánica. Pero sí, cuando es verde normalmente es algún tipo de planta, y si tiene muchos colores normalmente es algún tipo de flor. Si quieres, cuando te aburras de la lección de lectura podemos ir al Parque y te puedo mostrar varias, para que las puedas ver.” Astrid caminó hasta la mesa donde Elaine se había sentado y, con un pequeño saltito, se acomodó de piernas cruzadas frente al libro, apoyando su paraguas sobre sus piernas.

“Me imaginé que ibas a querer aprender a leer, así que preparé esto.” Dejó la página al lado de la flor que Elaine estaba mirando. Le había puesto bastante empeño, asegurándose de escribir el braille con un crayón de manera que Elaine pudiese ver y también tocar aquellas letras para aprender cual era cual. “Espero te sirva, no me puedo imaginar lo nuevo que es todo esto para ti, pero estoy aquí para ayudarte en lo que necesites.”
Astrid observó a Elaine mientras ella miraba las flores, la chica era tan orgullosa y obstinada que la Elfa se preguntaba cuántas veces su alumna se había guardado las ganas de pedir ayuda en pos de probar que no la necesitaba. Era tan difícil intentar asegurarse de que se sintiera suficientemente cómoda como para pedir ayuda sin ofrecer tanto que le podría hacer sentir menospreciada. Un balance bastante complicado, Astrid sintió su pisoteado instinto maternal recordarle que Elaine no era una niña y suficientemente adulta como para llevarselas sola y saber cuando necesitaba apoyo. “No alcanzamos a leer este libro en clases, pero es mi favorito. No sé si ya lo has leído, pero cuando te sientas lista recomendaría este.” Con un movimiento fácil y fluido, como el de una bailarina, Astrid se desencaramó de la mesa y recogió de un estante una de las copias de “Moby Dick.” La verdad, Astrid tenía más que aprender de los peligros de volcar una vida en sólo venganza, pero en sus ojos era demasiado tarde para ella. Quizás si logro que alguien más aprenda la lección en mi lugar, todavía hay redención para mi en algún lugar.

Astrid Sharp observó a Elaine explorar aquella hoja que había hecho con tanto cuidado. No sintió necesidad de ayudarle, mirando en vez a la chica descubrir lo que era con una sonrisa bastante maternal. Cuando descubrió sus ojos se reacomodó un poco, sintiendo que sus piernas comenzaban a quedarse dormidas. “No hay nada que agradecer, Elaine.” Respondió, frunciendo el ceño ante aquella palabra injusta que se había llamado a sí misma.

La profesora extendió una mano hacia el mentón de la chica, elevándole para mirarle a los ojos con una expresión seria pero amable. “Elaine. Fontaine.” Murmuró como una madre a punto de regañar a uno de sus hijos.

“Ninguna alumna mía, y tampoco ningún Elfo debería usar esa palabra para referirse a sí mismo.” Las palabras habían sido murmuradas con cariño, pero eran duras. Definitivas. No dejaría que nadie a su alrededor se sintiera de esa manera. A no ser, por supuesto, que fuese merecedor de aquella palabra. Una sonrisa burlona pasó frente a sus ojos junto con palabras que no había escuchado en años.

“Estás aprendiendo, cariño, es lo mejor que puedes hacer ahora, y nada de eso te hace inútil.” Su tono se había suavizado, el dorso de su mano acariciando la mejilla de su antigua estudiante.

Retrocedió, acariciando el lomo del libro que había recomendado. “De seguro has escuchado hablar de él en alguna parte, es el de la ballena blanca.” Recordó, habían muchísimas referencias a aquel libro en todas partes aunque la mayoría de la gente encontraba el libro demasiado denso como para leerlo por completo. “No te apures por leerlo, tenemos tiempo, y la verdad es que es bastante deprimente.”

Se puso manos a la obra, recordando algunas clases particulares que había dado a lo largo de los años. Siempre le habían gustado, eran personales, se podía asegurar de prestar atención a todo lo que era necesario. Elaine aprendía rápido y Astrid le acompañaba, guiando, apoyando cuando era necesario, pero mayoritariamente dejando que su alumna aprendiera más por sí sola.

Inútil, mis polainas. Sonrió, observándola explorar libros con curiosidad. ¿No te recuerda a algo? Sacudió su cabeza, intentando zamarrear aquella voz a ver si se devolvía por donde había venido. A callar. Todavía mantenía el dominio de su cerebro, por más difícil que se le hacía en ese mundo.

Salió de sus pensamientos cuando Elaine la llamó por su nombre. Uh-oh. Preguntas. Preguntas que no tenían intención de molestar, de complicar la existencia de Astrid, pero ahí estaban. Elaine tenía razón, le estaba pidiendo demasiado, que confiara en ella por sobre todas las cosas, sólo con sus palabras. ¿Qué podía hacer?

Astrid frunció el ceño y suspiró, preparando alguna respuesta que dejase satisfecha a Elaine sin ponerle en peligro. ¿Qué decía? No podía simplemente fingir demencia, era demasiado injusto de su parte. “Sé que he pedido mucho, demasiado de tí.” Comenzó, estrujando el paraguas entre sus manos. Si decía demasiado, podía arruinar todo.

La Biblioteca estaba sellada, Astrid se había ocupado de hacerlo cuando todos dormían. No había nadie escuchándole, nadie que pudiese sentirle. Ahí dentro estaba a salvo, por eso no salía demasiado. Pero Elaine no podía saber. Era demasiado peligroso. “Acerca de la manta...” Aquello era más fácil de responder, aunque ella no tenía muchas respuestas acerca de aquello tampoco. “Tengo razones para creer que es eso. Simplemente una manta.” Susurró aunque no había nadie alrededor. Estaban solas.

“He intentado todo lo que se me ha ocurrido.” Astrid no había revelado demasiado acerca de su propia forma de raza. Nunca la había tomado, y no había hecho ningún tipo de magia frente a alguien. “Y estoy casi segura de que no hay absolutamente nada mágico en ella.” ¿Cómo lo sabía? Esperaba que Elaine no le preguntara aquello. No quería mentirle

“Es un secreto, por favor no le digas a nadie hasta que tenga más información. Pero ¿Sabes lo que significa si eso llegase a ser cierto?” Preguntó, dejando que llegara a sus propias conclusiones antes de contestar. “De veras hay alguien jugando con nosotros. Poniendo reglas y objetos que dejan romperlas, pero aquel objeto simplemente no es real.” No escondió la profunda frustración y rabia que era extremadamente extraña en ella, ni de su cara o de su tono. Odiaba no tener respuestas. Odiaba sentirse perdida. Odiaba estar cinco pasos más atrás del oponente.

Ahora, a lo más difícil. Responder aquella pregunta sin poner en peligro a Elaine. ¿Era mejor simplemente decirle que no podía responder para protegerle? No, la chica no era estúpida, tan solo curiosa, y una respuesta como aquella sólo generaría más preguntas, más peligrosas.

“Odio haberte puesto en esta posición.” Era cierto. De poder haberlo hecho ella misma, nunca en su vida le hubiese pedido a Elaine que tomara el liderazgo. “Pero...” ¿Qué palabras? Debía elegirlas con cuidado. “Todavía no es tiempo.” No, esas no eran las palabras correctas. Pero no podía pensar en algo más satisfactorio. “No quiero que estés solamente colgando de mi palabra. Ya he terminado de examinar la manta y la voy a devolver como debería haberlo hecho desde un principio.”

Desde que había llegado a ese mundo, se le había hecho difícil no recordar a sus hijos. Recuerdos desagradables habían plagado su día a día, manteniéndole despierta noche tras noche. En especial ahora que había aparecido ese monstruo. Cada día se sentía con más responsabilidad de proteger a sus Elfos. De mantenerles a salvo y con vida.

Volvió a sentir peso muerto en sus brazos, el olor a sangre desparramada por los bosques. Una sombra pasó por sus ojos mientras apretaba el paraguas con fuerza contra sus muslos. “Prometo que, apenas sea seguro, voy a responder todas tus preguntas.” Su mirada se había endurecido un poco, pero extendió una mano y la posó en la cabeza de Elaine con una sonrisa.

“Lo único que tenemos de nuestro lado en este momento es un elemento sorpresa.” No era mentira, en absoluto, aunque debió omitir qué exactamente era la sorpresa. Aquello no podía compartir con nadie. “Lo siento, de verdad eso es lo único que puedo prometer. Soy horrible por hacerte esto.” Se disculpó, todavía estrujando el paraguas con su mano libre. Estaba claro que guardar aquel secreto no le era fácil, que no quería hacerlo.

¿Dónde mierda estaba Anastassia? Era la única con la que podía conversar acerca de eso, esa decisión que cambió el resto de su vida, el elemento sorpresa que escondía con tanto recelo. No había sufrido lo que se había hecho sólo para arruinarlo ahora que estaban tan cerca.

“Entiendo si esta respuesta no es suficiente. Si quieres renunciar, pero quiero que sepas que no es que no confíe en tí, es todo lo contrario.” Mordió su mejilla interior, frunciendo el ceño. ¿Había sido suficiente?  “Tengo miedo de que aquella voz...” No necesitaba especificar, se refería a la que había cantado las reglas. Esa que conocía tan bien, que plagaba su cabeza cuando Astrid gritaba por venganza.

“De que siempre esté escuchando.” Ahí estaba, una explicación, quizás medio satisfactoria, de por qué si confiaba en ella simplemente no le decía. Era mentira, por supuesto, ella no tenía ese poder, por lo menos no ahí dentro de la Biblioteca. Pero Elaine no necesitaba saber eso. Era por su propio bien.

Quería llorar. ¿Por qué las cosas tenían que ser tan difíciles? Astrid había aprendido hace poco a vivir sin que la gente se colgara de cada una de sus palabras como si de una reina se tratase. Siempre había sido altanera, una sabelotodo, y la gente a su alrededor simplemente había confiado en su palabra. Pero nunca había tenido que mentir. Odiaba esa sensación. Odiaba tener que esconderle cosas a Elaine.

Y luego vio frente a ella, en la cara de la chica, la peor expresión que podría haber aparecido. Rechazo. Le dolió en lo más profundo de su ser al punto que no pudo evitar un pequeño jadeo ante la expresión. Retiró su mano y la hundió en su muslo mientras formaba un puño, temblando ligeramente. ¿Por qué siempre terminaba por irse todo a la mierda? Lo único que quería era ayudarle, como lo había querido hacer con sus hijos, pero era muy tarde para aquello, demasiado tarde para intentarlo con Elaine ahora.

Claro que no entendía nada, pero le había mentido. Como ella había hecho primero. Las expresiones en la cara de Elaine le dolían, no quería verlas ahí donde había visto cariño en algún momento. “Lo siento…” Murmuró, su tono era tan sólo un hilillo tenso que cargaba con demasiadas emociones. Y así es como pierdes una más, hija mía.

Quería llorar. Ante las palabras acerca de buscar por sus propios medios para conocer más sintió como si le hubiesen propinado un golpe en la boca del estómago. Se quedó sin aire por dos, tres, cuatro segundos.


“Ivan, lo que buscas simplemente no existe.” Puso los ojos en blanco, cruzándose de brazos. No había dudas en su tono, era absoluto. Estaba cansada de tener esa conversación. Ella había escrito la mayoría de los libros al respecto. ¿Por qué seguía dudando? “Madre, si continuamos en este mismo baile tendré que buscar mis propias respuestas.” Suspiró, acercándose a uno de sus hijos mayores, apoyando una mano cariñosa en su brazo. “No es que no quiera ayudarte, cariño, es que es imposible.” Él tomó su mano y se la devolvió sin esconder la inmensa irritación que sentía antes de darle la espalda y salir de su casa.


Había sido el primer hijo que había perdido, muchísimo antes de todo lo que había sucedido. La primera vez que había fallado como madre. Poco a poco, aquella mirada de irritación se había transformado en algo más amargo, esa decepción que había visto en la cara de Elaine.

“Puedes continuar usándome para tus necesidades.” Si Astrid no hubiese estado en ese mundo, en aquella Biblioteca, en medio de razas que le hacían recordar cosas que quería olvidar, obligada a cooperar con la última persona en el universo que quería ver, se hubiese dado cuenta del tono de rebelión que provenía de la adolescente.

En realidad quizás no era más que un berrinche, no era tan horroroso como Astrid se lo estaba tomando. Había visto pataletas en mil y un formas, había criado suficientes niños como para reconocerlas, pero las palabras le habían llegado a lo más profundo de recuerdos que desgarraban su corazón. Bajó la cabeza, un pequeño sollozo que escondió en una tos seca y una solitaria lágrima que enjugó con su mano antes de demostrarla frente a la chica.

Astrid Sharp no lloraba por cosas como aquella, Astrid Sharp era, ante todo, una profesora. Con el mayor esfuerzo que había tenido que hacer en bastante tiempo, tomó todo lo que se había rebalsado de los ordenados estantes de su cerebro y lo devolvió a su lugar. Cerró la puerta a aquel lugar como lo había hecho incontables veces para seguir hacia adelante, para seguir viviendo sin perder la cabeza. “Sigamos con la lección, entonces.” Su tono había cambiado, no era gélido, el cariño no había desaparecido, pero la presencia de aquella voz se sentía más lejana de alguna manera.

Levantó su mirada, la lágrima no había dejado rastro, el dolor tampoco, tan solo parecía calmada. Astrid Sharp se inclinó hacia adelante, lista para volver a repasar las letras en ambos abecedarios nuevamente, cuantas veces fuera necesario hasta que Elaine estuviese satisfecha con la lección. Pero una mano seguía empuñando el paraguas con fuerza, el único indicio de que las palabras le habían afectado en algo.

Astrid había logrado compartimentar sus emociones como una profesional, metiéndolas a presión en uno de los estantes de su biblioteca mental. Sus clases siguieron como si absolutamente nada hubiese pasado, como si esas palabras no le carcomerían por dentro poco a poco, llenándole de recuerdos y futuros que no quería considerar.

Pero Elaine parecía distraída. Normalmente recibía instrucciones con rapidez, aplicaba lo que Astrid Sharp decía sin problema, era una alumna extremadamente brillante. Nunca había escondido el orgullo que sentía de Elaine, en especial desde que había tomado una forma Élfica. Parecía una madre cuya hija era estudiante ejemplar, de haber tenido auto hubiese estado lleno de stickers diciéndole a quien leyera que su hija era estudiante de honor.

Creyó que serían capaces de simplemente pasar por alto lo que había sucedido, que Elaine no quería hablar más del asunto y que guardaría su rencor contra Astrid como había sido el caso la última vez que había escuchado esas palabras salir de la boca de uno de sus hijos. Pero la chica se paró de su asiento y volvió a su forma humana.

Se sintió instantáneamente mejor, un cuerpo de Elfo frente a ella le traía imágenes que no quería en ese momento, en especial en la situación en la que se encontraba. Astrid miró a Elaine con curiosidad. ¿Qué pasa ahora? Se disculpaba.

Aquel dolor que había guardado de vuelta en alguna parte volvió a escaparse ante esas palabras, lo único que quería escuchar era que no lo decía en serio. Recibió el abrazo de Elaine, rodeando la cintura de la menor con sus brazos. De pronto recordó lo pequeño que era su cuerpo aunque solía no demostrarlo ni acordarse en absoluto.

“No te preocupes cariño, entiendo tu frustración.” Respondió, intentando empujar de vuelta la tensión del miedo, tanto por el futuro de Elaine como todo lo demás, el alivio que sentía, la culpa de no poder decir lo que quería contarle, de tener que mentirle. Era inútil y lo sabía, la chica veía más cuando sus ojos no funcionaban, por lo menos por ahora. La apretó con vigor, aunque el cuerpo de Astrid Sharp era gracioso y atlético, era completamente débil cuando se trataba de fuerza física.

“Necesito que sepas que te quiero mucho, muchísimo.” ¿Cuándo podría hacerle entender la imposible medida en que amaba a esa chica? ¿Cuándo entendería realmente lo que Elaine significaba para Astrid?

Algún día, cuando fuera tiempo, por ahora sólo podía decir eso y demostrarle con su tono de voz que había más, que esa emoción no tenía límites, iba más allá de una profesora o una amiga. Más, mucho más allá aún que una hija. Algo que no existía en la realidad de Elaine, por lo menos por ahora. Algo que parecía infinito.

Quería llorar de alivio, de sentir que la historia no se repetiría. No quería soltarla, lo único que importaba era proteger a esa chica con todo lo que tenía. Con todo lo que quedaba de su vida y esencia. Dejó escapar tan sólo un suspiro, si no se controlaba iba a decir demasiado. “Sé que necesitas saber, que no fuiste cruel para hacerme daño. Te conozco lo suficiente.” Mordió el interior de su mejilla.

Sí, conocía a Elaine lo suficiente como para entender las diferencias entre ella y uno de sus primogénitos. Tan solo le había tomado por sorpresa, olvidó todo lo que sabía, volvió a ser una niña pequeña llena de miedos. No podía dejar que eso siguiera sucediendo. Astrid tenía una nueva razón para seguir peleando y no podía perderla porque no era capaz de dominar sus emociones. Ya había tiempo luego de irse a la mierda.

“Tan solo…” No era capaz de dejar esa imagen ir, no podía permitir que Elaine llegase a los extremos peligrosos que había visto en Ivan. “Prométeme que no te meterás en problemas buscando. Te lo ruego.” Su voz volvió a tensarse con aprensión. Astrid no rogaba. Pedía cosas por favor, por supuesto, pero era demasiado orgullosa y altanera como para rebajarse a eso. No importaba en ese momento, no podía controlar lo que estaba diciendo.

“Eres una chica inteligente, no ofrezcas nada a cambio que no puedes recuperar.” Como tu alma. Más miedo, no podía esconder ese recuerdo. No podía perder a Elaine, también.

“Y nada de tratos con Demonios ¿Escuchaste?” Las palabras se escaparon de sus labios, algo como un regaño de madre que acompañó su ceño fruncido. Había dicho demasiado. Esperó que la voz no estuviese dentro de la cabeza de Elaine en ese momento. Peligro. Astrid sacudió su cabeza y se separó de la chica un poco, posando sus manos sobre los hombros ajenos.

“Apenas pueda, Elaine, lo prometo.” Su tono era completamente genuino, definitivo. No escondería todo para siempre, sería imposible si querían salir de ahí. Si quería recuperar lo que había perdido. Sólo necesitaba más tiempo, más información, no sentirse tres pasos más atrás. Quizás era tiempo de hacer de tripas corazón y dignarse a tratar con el hombre responsable de todo. La simple idea de hacerlo le revolvía el estómago y quemaba todo en su interior con furia.

Astrid soltó los hombros de Elaine, suspirando de alivio mientras acariciaba uno de sus brazos con suavidad. “Bien. No podría soportarlo si te pasa algo.” Murmuró, su voz todavía un poco tensa mientras intentaba recuperar la compostura. No de nuevo. No tengo la fuerza. Devolvió la sonrisa de la pequeña, ladeando su cabeza.

“Lo que quieras cariño, si te dan ganas de volver a estudiar y necesitas que te ayude o acompañe tan sólo dime.” Su tono era completamente cariñoso y maternal. ¿Cuántas veces había repetido aquellas palabras? La preocupación había desaparecido, en miedo había pasado por ahora, archivado de vuelta en los libreros de cristal en su cabeza. “Hay tres libros aquí que te van a ayudar.” Murmuró, entrecerrando sus ojos ligeramente para encontrar el recuerdo con más facilidad. “Sé exactamente dónde están, los busco cuando los necesito.”

Observó con curiosidad como Elaine guardaba dos hebras de su cabello en un bolsillo. ¿Qué planeaba? No estaba segura, pero de cualquier manera no debería ser demasiado problema. Negó con la cabeza ante la disculpa. “No pasa nada, recolectar muestras es parte importante de crear pociones.” Explicó como una experta, con naturalidad, como si fuese cosa de todos los días, sin caer en cuenta de que en realidad no debería ser capaz de decir cosas como aquella con tanta seguridad.

La observó con un poco de sorpresa. Muchos otros parecían conocer sus habilidades de manera innata. Aquello no pintaba nada bien, era extremadamente peligroso si Elaine se encontraba en desventaja, Astrid no podía ayudarle. “Oh no ¿Nada de nada?” Murmuró, mordiendo su labio inferior, creando explicaciones en su cabeza.

“Es extraño, he intentado muchísimas veces, pero simplemente no puedo tomar mi forma de raza.” Susurró cerca de la chica, no quería que nadie supiera lo vulnerable que ella y su tono lo demostraba sin necesidad de más palabras. Se sentía absolutamente inútil, incapaz de hacer nada para ayudarse a ella o al resto de los Elfos. Era una de las razones detrás de haberle pedido a Elaine que se hiciera cargo, Astrid Sharp ni siquiera parecía poseer una forma de raza. La frustración y sensación de ser inútil se dejó mostrar en su tono, aún en ese susurro casi imperceptible.

“Pero siento que sé muchísimas cosas que no sabía antes. Sé qué se supone que hacen los Elfos, simplemente no puedo hacerlo. No sé si me explico.” Quizás no, aunque sonaba absolutamente sincera, sin una pizca de mentira ni nada que la delatara, estaba inventando mientras hablaba, demasiado peligroso hacer cualquier otra cosa en ese momento. Pero no podía permitir que Elaine no supiese usar magia o hacer pociones.

“No te preocupes, quizás entre tu y yo podemos armar un solo Elfo completo.” Bromeó con una risita, acariciando su paraguas. “Cuando quieras, seguro hay algo en esta cabeza que te ayude a descubrir lo que puedes hacer. ¿Te parece?” Se arrodilló en la mesa, un pequeño truquito que había aprendido para crecer algunos centímetros, maldita su suerte de ser pequeña.

Posó sus labios en la frente de la chica por un momento y pasó sus dedos por el pelo rubio con cariño. “Juntas salimos de esta, lo prometo.”

Le dolía mentir, pero era un mal necesario por el momento. ¿Le perdonarían cuando saliera la verdad? No estaba segura, no quería ni pensarlo, que los libros en la biblioteca de su mente se sacudían con fuerza. Pasaba suficientes noches en vela sintiéndose cada vez más culpable como para que la presión también le atacara de día.

Había escuchado rumores de otros que no podían acceder a sus formas de raza, o que tenían algunos problemas con ellas. Tenía sus propias teorías pero no podía explorarlas todavía. Elaine reaccionó frente a sus palabras, algo intentaba guardar, lo que había dicho no era suficiente para acallar las dudas. Lo siento Elaine. No podía hacer nada más.

“Pues en eso te puedo ayudar yo, aprendimos muchísimo de lo que vas a necesitar en el club de botánica de todos modos.” Alentó, Elaine era una buena alumna y muy estudiosa, Astrid sabía que no le iba a costar demasiado acostumbrarse. “Lo sé, pero no te presiones. Conoces todo con los ojos cerrados, sólo tienes que ponerle una imagen a lo que siempre sentiste con tus manos.” Le murmuró con una sonrisa, tomando las manos ajenas con suavidad.

Astrid Sharp no era ciega ni estúpida. Sabía que Elaine la quería bastante, no la trataba de manera diferente, pero reconocía una ligera obsesión cuando estaba frente a sus ojos. La acción no había sido manipuladora, el cariño era mutuo, sólo quería hacerla sentir mejor, acompañada, de alguna manera. Considerando que estaba obligada a mentir, la culpa y recuerdos que le hacían actuar de manera instintiva impulsaban su cuerpo sin permiso. Sacudían los libreros de su biblioteca de manera peligrosa.

Un ligero rubor en la chica que Astrid ignoró, volvió a sentarse sobre sus piernas, dándole un poco de espacio. Juntas. Porque ella no se iba a ninguna parte, y se aseguraría de que Elaine tampoco. Iban a estar bien, no perdería a nadie, no de nuevo. ¿Por qué sentía tanta culpa? Era la ligera sonrisa en su propio rostro a pesar del dolor que había en cada uno de sus Elfos, a pesar del miedo que albergaban. Astrid sentía un poco de calor y esperanza en su corazón que no era buena. No era buena. No era buena. Más sacudidas ligeras en los libreros, pero acalló todo en su cabeza, que el mundo tenía una respuesta, o la otra, era bueno, o era malo. Y esa situación no podía ser buena.

Sigues siendo igual de débil, a pesar de todo. Observó a Elaine alejarse, no era nada de qué preocuparse, no la seguiría, le daba su espacio. Sólo miró a su alrededor y trepó uno de los libreros con una agilidad impresionante, una pequeña pirueta y se encontraba sentada en altura. Suspiró pesadamente y se recostó hacia atrás, acunando el paraguas contra su pecho, cerrando sus ojos.

Dentro de su cabeza, el recuerdo del pequeño intercambio con su estudiante pasó varias veces antes de transformarse en un librito que acarició con suavidad. Bueno. Lo posó sobre un librero de cristal en el área blanca de su biblioteca mental. Como siempre, evitó la tentación de abrir uno de los trillones de libros y perderse en recuerdos, demasiado peligroso para un ser como ella. Sólo se quedó acostada sobre la madera, esperando a que alguno de sus Elfos la necesitara para algo, como siempre. ¿Dormiría? No, por supuesto que no, pero para el resto eso era lo que parecía hacer.