Game in Life
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Game in Life

Game in Life

Ambientación
I. Jamás cooperarás con otras razas.
II. No intentarás comunicarte con el exterior.
III. Vivirás en este mundo y no en el exterior.
IV. Rompe una de las reglas, y un conocido de allá afuera muere.

En la oscuridad de tu inconsciencia, después de la explosión de una bomba en el evento al que acudiste, susurros te trajeron de vuelta a la vida.

El extraño evento a puertas abiertas del colegio Fallgate debería haber sido la primera advertencia.

Era casi el final del año escolar y todos estaban invitados, alumnos, profesores, todos los habitantes de Grendelshire. La magnitud del evento hasta había llegado a oídos de Londres.

Todos podían entrar sin invitación ni pagar por boletos. Excepto los menores de ocho años, una estipulación que debería haber sido la segunda bandera roja.

Aunque todo estaba cubierto de nieve, el cálido sol invitaba a recorrer el decorado colegio. Tiendas de comida, competencias, juegos, eventos, música, foros de debate, tantas cosas sucediendo al unísono que fue imposible para cualquiera darse cuenta de la farsa.

Lo único que escuchaste fue la explosión proveniente del medio del terreno antes de que tus tímpanos retumbaran a tal frecuencia que los subsiguientes gritos de terror y agonía se convirtieran en silencio. El gas azul que lentamente nubló tu vista claramente tenía la misma procedencia. Sentiste como te ahorcaba, quemaba, ahogaba bajo el agua, como si tragaras arena o ácido; todo dependía de tus peores miedos mientras perdías el conocimiento.

Después de despertarte con las reglas del juego, aquella voz ronroneó tus opciones, tu nuevo futuro. Debías elegir una raza antes de poder despertar.

¿Vienes a jugar con nosotros?
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This is Not the World we Had in Mind [Priv. Astrid]

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This is Not the World we Had in Mind [Priv. Astrid]This is Not the World we Had in Mind [Priv. Astrid]
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This is not the World we had in Mind
19:40
Despejado
Salones
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Se había acomodado en una de las mesas del salón, que se encontraba bastante desordenado, algunas marcas en las paredes, las mesas y sillas por todos lados, era un perfecto campo de batalla, o al menos aquello pasaba por su cabeza, mientras con un extraño líquido, y un papel que había encontrado por allí, escribía con su dedo “Creo que deberiamos hablar, estoy en un salón del segundo piso en el primero edificio”. Poco preciso, pero sabía que no tardaría en encontrarle, aunque fuese salón por salón, estaba en el más cercano a las escaleras desde la biblioteca.

Luego de eso, se levantó, se sentó en el borde de la ventana y enrolló el papel, para luego soplar ligeramente y que el viento lo llevase a donde correspondía. Si había algo que odiaba bastante, era esperar, pues definitivamente, no había demasiado que pudiese hacer en un salón, y tampoco estaba completamente seguro de si ella fuese a ir. Probablemente, gruñiría, le daría varias vueltas al tema y al final tomaría sus cosas e iría allí, porque pensaría que tenía algo razonable que decir como para que se dignase a pedir su presencia.

Él siempre había sido así, demasiado evasivo, tomando pocas cosas en serio, relajado y desinteresado. Todo lo contrario a ella, no era necesario decir mucho más.

Y realmente, llevándola allí, ¿que quería? No había nada que hablar, nada que solucionar… Eso era mentira, había muchísimo que solucionar, y no sólo para ellos, para todo el mundo, en su opinión, nada de aquello podía seguir como estaba. Pero era difícil cuando se sentía tan encerrado y débil, y no encontraba la forma de mejorar aquello. Necesitaba alimentarse y recuperar su fortaleza, pero era muchísimo más difícil que antes. Odiaba no poder hacer nada al respecto, por nadie, sentirse inútil era fatal.

Suspiró con pesar, y dejó ir todo con eso, ya vería que tenía para decir cuando llegase el momento, por ahora, no necesitaba pensar en eso, sólo en las palabras con las que empezaría la conversación.

¿Importaba realmente? Lo más probable era que arruinase todo con su actitud, uno no podía llegar y simplemente hablar con alguien que te odiaba. Aunque le fue un poco difícil entender siempre aquella situación.

Lo único que podía preocuparle ahora eran aquellos chicos, los trillizos. Lamentable que no hubiese forma de llegar a ellos, porque claramente no se encontraban allí. Sucadió su cabello con ambas manos, y se volteó, para bajarse de la ventana y caminar por el salón.

Comenzó a revisar casilleros, encontrando varias cosas. Le sorprendía que dejasen algunas cosas allí, que en caso de él, se las hubiese llevado sin lugar a dudas. Claramente las prioridades de ellos, no eran las mismas que de alguien tan maravilloso como él.

-Pff… Mortales -susurró levemente mientras leía un cuaderno, específicamente un “Diario de Vida” -. No puedo creer que escriban estas cosas. Yo no lo haría.

Artanis era, demasiado orgulloso como para siquiera haber pensado en escribir su vida en papel alguna vez, cuando perfectamente podía recordarlo todo, ¿por qué se arriesgaría a que otros viesen cosas de él? Sobretodo, cuando lo que más notaba, eran secretos y debilidades dentro de ese diario. Dejó de leerlo, y siguió revisando mientras hacía tiempo, pero sólo encontró cosas que le siguieron pareciendo insignificantes.

No entendía como habían personas que lograban rodearse de niños y enseñarles. Bueno, entendía un poco si lo pensaba bien, probablemente lo que le volvía loco era el ambiente, odiaba estar encerrado, si pudiese estar afuera, demostrando en vez de leer y leer libros, sería un caso completamente distintos. Estaba bastante seguro de que así nadie podría aprender.
Emme

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Artanis
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Been Running Forever Just to End Up Here Once More
Artanis ∞ Salones ∞ Atardecer
Astrid Sharp se encontraba acostada sobre uno de los libreros más altos de la Biblioteca, una de sus piernas colgando hacia abajo en señal de que cualquiera que necesitara podía llamarle la atención con tan solo picar su bota. No dormía, no todavía, tenía en cambio un cuadernito entre sus manos. Tenía ya casi dos años de uso y se notaba en lo gastado del lomo y lo llena que estaban las páginas.
¿Quienes eran? Probablemente ya no importaba, pero el hecho de que no había logrado descifrarlo a tiempo no le dejaría tranquila. Todo esto podría haber sido evitado, si tan sólo- Iba a comenzar a auto flagelarse otra vez, pero su piel se erizó, interrumpiendo el tren de pensamiento de la Elfa.

Astrid se incorporó de golpe, mirando a su alrededor en estado alerta mientras recogía su paraguas con la mano derecha. Instantáneamente sintió un olor muy conocido. Ladeó la cabeza, su estómago pateando en reconocimiento de la magia que olía antes de que el poder se manifestara frente a ella. Una leve brisa sopló a su lado, acarreando consigo un papel enrollado.

Lo leyó no sin curiosidad, pero más que cualquier cosa, furia. Podía sentir la presencia de Artanis ahora que se había revelado, siguiendo el hilo de magia que había usado para entregarle el mensaje, y de pronto la Biblioteca había pasado de ser su lugar seguro a una prisión. No podía evitarlo, a pesar de estar obligada a cooperar con él a veces, se sentía enferma de rabia cada vez que el imbécil se cruzaba por delante suyo. Siempre era la misma intensidad y sabía que era muy probable que nunca disminuyera.

“Hay cosas que simplemente no se olvidan ni perdonan…”
Murmuró, leyendo otra vez el papel. “Primero edificio”... Analfabeto de mierda, nunca aprendiste Inglés correctamente.” Criticó al aire, deseando que sus palabras fueran acarreadas de vuelta en la misma brisa. Gruñó por lo bajo antes de suspirar pesadamente, notando que había usado la tinta que ella había creado. “Es un buen detalle, pero un hilo sobre una herida letal cubre más terreno…”

A veces, cuando se trataba de Artanis, creía que estaba siendo un poco demasiado dura con él. Pero luego recordaba el luto horrendo del que todavía nadie se recuperaba, menos ella, y las llamas de su odio volvían a avivar el fuego que crecía en su pecho cada vez que la tocaba una gota de lluvia. ¿Qué mierda quiere conmigo? Ella no tenía nada que decirle y Astrid dudaba que él por su cuenta hubiese encontrado algo nuevo. Para eso tenían una mediadora de todos modos, era la mejor manera de no comenzar otra guerra entre ellos dos.

Dejó su otra pierna colgar del borde del librero y se cruzó de brazos, con paraguas y todo. ¿Tenía alguna opción que no fuera ir a escucharle? Probablemente no. Artanis era el ser más irritante que conocía, y sabía exactamente cómo joder a Astrid. Sólo con quedarse dentro del colegio le quitaría el sueño y él probablemente lo sabía. “La peor espina que he tenido enterrada.” Y el único que podía hacerle rabiar de esa manera. ¿Quién le había mandado a llamar? ¿Quién había sido tan estúpida de pedirle ayuda en un principio? Astrid, por supuesto, porque aparentemente no tenía suficientes problemas así como estaba.

Astrid resopló, guiando el aire hacia su flequillo para removerlo de sus ojos. No le quedaba otra opción, y tendría que salir de la Biblioteca rápido y sin que ningún Elfo la viera. Aprovechó de estirarse, tomándose todo el tiempo del mundo. Artanis solía dejarle esperando, sabiendo que Astrid era extremadamente estricta cuando se trataba de llegar a lugares a tiempo. Podía devolverle el favor y amargarle un poco la existencia, dejando que los minutos se juntaran hasta que habían pasado unos diez o veinte. ¿Que su actitud era mezquina y bastante inmadura? Pues sí, en realidad sabía que no era nada más que eso y le tenía sin cuidado.

Vamos.
Se dejó caer al suelo el par de metros con la agilidad y gracia de una reina o bailarina sin hacer ningún ruido al aterrizar. Se dirigió hacia la ventana abierta sigilosamente, cruzando los sellos mágicos que había puesto ella misma para alertar sobre cualquier intruso sin activarlos. Era una vuelta un poco más larga y los rayos de sol que quedaban después del atardecer ya casi habían desaparecido, pero le tenía sin cuidado.

Se alejó de la ventana sin hacer un sólo ruido, sus pisadas casi sin dejar huellas en el suelo, y caminó hacia el árbol más cercano que podría ofrecerle un escondite provisorio. La Elfa posó la punta de su paraguas en la tierra, tomando el mango con ambas manos y cerrando sus ojos, ralentizando su respiración hasta que era casi imperceptible. “¿Dónde estás?” Murmuró, sus palabras desapareciendo en el viento antes de alejarse demasiado de sus labios. Abrió los ojos lentamente, revelando un pequeño resplandor de rosado intenso, la única señal de que estaba usando magia además del ligero olor a vainilla que le envolvió por un segundo.


Un par de minutos después, se encontraba en camino al edificio que albergaba los salones de clases y a Artanis, segura de que no habían enemigos a su alrededor en ese momento. Bueno, si consideraba que Artanis no era un enemigo. Nunca podía estar demasiado segura, el hecho era que no trabajaba para nadie que no fuera sí mismo y le daba igual quién estaba a su lado y en qué momento. El egocéntrico más peligroso que conozco.

La Elfa demoró un poco su paso, sintiendo que la disonancia entre sus pensamientos actuales y sus acciones no llevarían a nada productivo. Basta ya. Se regañó con firmeza, golpeando la mejilla de su lado emocional. Ya había decidido escucharle, por lo que seguir dándole vueltas al asunto era inútil y sólo terminaría por hacer más daño. Esperó, pero su fuero interno parecía estar de acuerdo, por ahora.

No fue necesario buscarlo, en el estado en que se encontraba, Artanis era como un faro en el medio de la oscuridad para Astrid. No todos tenían el lujo de ser comodines despreocupados. Subió las escaleras con el mismo sigilo que le caracterizaba, dirigiéndose directamente al salón donde sabía que se encontraba el ser que era capaz de causarle más pesar. No tocó la puerta entrecerrada, Artanis probablemente le había sentido acercarse, y se coló entre el espacio entre la puerta y la pared, cerrándola detrás de ella.

Le dio la espalda a Artanis por un segundo, posando su dedo índice sobre sus labios antes de hacerlo para indicarle que no era seguro hablar todavía. Astrid posó la punta de su paraguas otra vez contra el suelo, la mano derecha sobre el mango mientras que con la izquierda tocaba el picaporte ligeramente. Cerró sus ojos y exhaló un murmullo ininteligible con un pequeño esfuerzo de voluntad, rodeando el aire alrededor de ella otra vez con suave olor a vainilla. Hecho esto, retiró sus dedos del picaporte y levantó el paraguas del suelo, volteándose sin esfuerzo con una pequeña pirueta para observar a Artanis.

Evitó que sus ojos se cruzaran con la mirada de Artanis mientras lo analizaba, recogiendo cada detalle que podía encontrar. “...” Con lo rápidos que eran normalmente sus comentarios y lo fácil que era para Astrid Sharp relacionarse con el resto, era difícil imaginarse a la profesora sin palabras. “...” La Elfa suspiró, apoyando su espalda contra la puerta mientras cruzaba sus brazos y desviaba la mirada hacia un lado.

Uno pensaría que después de tantos años sería más fácil relacionarse de manera civilizada. Definitivamente no ayudaba que lo único que veía cuando miraba a Artanis a los ojos eran los trillizos. Tampoco ayudaba que no había podido compartir con él el dolor que probablemente también le aquejaba a él, habían estado demasiado ocupados con problemas mayores como para siquiera tocar el tema. Artanis era el único que era capaz de entender completamente el enorme vacío que pesaba en su pecho. Y el culpable.

Una pequeña parte de Astrid, la más joven y emocional, sólo quería refugiarse entre sus brazos y llorar hasta perder el conocimiento como lo había hecho en el pasado. “...” El silencio decía más de lo que ella era capaz de vocalizar, demasiado preocupada de esconder todos sus sentimientos de Artanis como para hacer otra cosa. El nudo en su garganta le apretaba lo suficiente como para dificultar su respiración, pero se obligó a hacerlo normalmente de cualquier modo. Odio, desamor, luto, nostalgia, traición y asco peleaban por dejarse mostrar. En su mirada, su expresión, la postura de su cuerpo y sus palabras, pero Astrid suprimió todo, encerrándolos detrás de una mirada altanera y orgullosa, esperando a que él rompiera el silencio primero.
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Última edición por Astrid el Dom Jun 20, 2021 10:42 pm, editado 1 vez
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This is not the World we had in Mind
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Pasó más tiempo esperándola del que pensó que pasaría, comenzando a dudar de si vendría o no. De alguna manera, se sintió un poco estúpido y se arrepintió de haberle llamado, ni siquiera él sabía por qué. ¿Necesitaba alguien con quién hablar? Podría ser cualquiera, sin embargo el chico había decidido llamar a Astrid, aquella que alguna vez fue SU Astrid, si pensaba en ello, ¿cómo se sentía? Era algo que jamás dejaba salir a la luz. Le dolía el cómo terminaron las cosas, y por egoísta que sonase se había sentido un poco usado por ella. Se sintió insuficiente, cuando probablemente, le ayudó con varios de sus problemas. No lamentaba no haber cambiado por ella, creía haber hecho lo correcto, al final, pensaba que tan sólo se había aburrido, y era entendible, o quería pensar así.

Y allí apareció la figura pequeña y delicada frente a él. Se apoyó en una mesa que había detrás suyo, y cruzó los brazos, esperando a que hiciera lo que hacía cada vez que se topaban. Estaba bien, no diría nada al respecto, aunque le hacía pensar en varias cosas. El ambiente se sintió incómodo apenas bloqueó la puerta. El aroma a vainilla que dejaba como rastro siempre le había agradado, y se lo recordaba siempre que podía, aunque en ese preciso instante no era el momento.

Notó como le evitaba a toda costa, ladeó la cabeza. Verla tan callada no le hacía sentir bien, y al verla, el recuerdo de los trillizos sólo se veía más claro.

-Me gustaría ir a verlos -soltó de golpe, sin pensar claramente las consecuencias de sus palabras. Aunque sabía bien que en ese momento no podía simplemente ir a verlos -. Astrid...

Mil palabras pasaron por su mente, "Lo siento", "¿Por qué me odias?", "Sé que no es el momento, ¿pero por qué esto terminó?", aunque varias de esas preguntas se debían a la tensión, y la preocupación de situaciones pasadas más que a los sentimientos. En ese sentido, no había demasiado que decir, ni él mismo sabía donde estaba su corazón ahora, se sentía tan herido y traicionado, que entendía por qué lo odiaba realmente, pero de alguna manera quería escucharlo de sus labios, quizá que le gritase o lo golpease, aunque jamás admitiría tal cosa.

Así mismo como no podía asumir quién le había traicionado y por qué. No, no lo entendía, pero tampoco podía sentir odio. Había sido muy quisquilloso con a quién entregaba sus sentimientos, fuesen amigos u otras relaciones, y se había equivocado de persona, suponía que aquello se superponía entre el odia que quería florecer, y el hecho de que jamás había terminado de tragar todo lo que había sucedido. El más estúpido de todos, en ese sentido.

Suspiró, y cambió un poco su modo, odiaba estar tan tenso, y ahora podría parovechar de joder a Astrid un rato, aunque podría costarle unos buenos golpes. Aunque obviamente aquello no heriría a un ser tan superior como él, sobretodo de una enanita como ella.

-No estés tan tensa -ahora se le acercó, con una sonrisa, preparado para apretar su mejilla, pero su mano se detuvo a medio camino -. Creo que hay que verle el lado positivo a todo esto, además, estamos intentando hacer algo al respecto, ¿no?

Esperó unos segundos, a que se enojase y lo molestase, para luego cambiar su humor rápidamente, a uno más calmado y deprimido.

-¿Nunca piensas en volver atrás? O sea, obviamente piensas en ello, pero me refiero, ¿a nosotros? -claramente remarcó la última palabra. Sentía que en cualquier segundo ella se daría la vuelta y lo mandaría al carajo -. Creo que me volví estúpido.

No pensaba decir aquello, pero se le escapó de sus labios antes de que pudiese decir nada.

Cerró los ojos un segundo, y escuchó risas, de tantos años atrás que le parecía extraño escucharse reír, feliz. Los recuerdos corrieron rápidamente en su cabeza, la enana estaba nuevamente frente a él, cualquiera podía decir, que ninguno de los dos se veía tan solemne como ahora, más bien todo lo contrario.

-¿Crees que a alguien cómo él le hubiese sucedido esto? -obviamente, se refería a aquel hombre que Astrid tanto odiaba, su padre.

Si pensaba en esa persona, simplemente se le paraban los pelos de punta por el asco, y recordaba, victorioso y sin arrepentimiento el día de su fallecimiento. Estaba bastante seguro de que ni siquiera a Astrid le dolió, obtuvo lo que merecía.
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Re: This is Not the World we Had in Mind [Priv. Astrid]Re: This is Not the World we Had in Mind [Priv. Astrid]
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Nothing Like What it Used to Be
Artanis ∞ Salones ∞ Atardecer
De haber estado sola, probablemente aquellas palabras le hubiesen desbaratado por completo. “Me gustaría ir a verlos.” Así como estaba, forzó todas sus emociones a endurecer su expresión. No dejaría que Artanis la viera afectada por sus palabras, no le daría la satisfacción. A pesar de lo que le dolía, a pesar de que imágenes de los trillizos amenazaron con tumbarle al piso como si de una cachetada cósmica se tratase.

Astrid forzó sus piernas a mantenerse erguidas aunque lo único que querían era doblarse bajo su propio peso, obligó sus ojos a mantenerse secos a pesar de todo lo que quería largarse a llorar. Su posición no cambió, pero su cara y expresión corporal pasaron de mostrarse alertas y preocupadas a estar hechas de piedra y hielo. ¿Quién se creía que era para hablarle a ella de los trillizos?

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“¿Artanis?” Habían salido a pasear por el bosque y Artanis se había escondido de ella el momento en que Astrid había dejado de mirarle. Tendía a preocuparse demasiado y lo sabía, pero aún así no podía evitarlo. Artanis le ayudaba muchísimo en aquello, en especial cuando se trataba de las secuelas emocionales.

“¿Artanis?” Repitió, su voz un poco más fina, laminada con un poco de inseguridad. ¿Y si le había dejado sola? Iba a comenzar a hiperventilarse cuando alguien le tomó por la cintura, hundiendo su nariz y labios en su cabello para susurrar en su oído. “Bú.” Astrid soltó una risita ligera y giró para robarle un beso, abrazándole del cuello. “No eres muy buena para esto de las escondidas, enana...” Ella respondió con un cabezazo ligero en protesta de aquel sobrenombre que tanto le faltaba el respeto.
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Sentía que eso había sucedido hace siglos. No podía ya mirarle con los mismos ojos, ni asegurar que sus intenciones eran igual de puras que en ese entonces. Astrid no reaccionó ante el suspiro de Artanis, sólo se mantuvo tan quieta como una estatua, manteniendo todo lo que sentía escondido, transformando el dolor y el odio en silencio. Sin darse cuenta de lo que estaba haciendo, sus ojos brillaron ligeramente de un rosado intenso, su mano derecha aferrándose al mango del paraguas con tanta fuerza que la sentía tiritar. Sólo se detuvo cuando Artanis volvió a hablar.

“No te me acerques, Artanis.” Su tono era gélido y calmado, un vacío de emociones lo suficientemente fuerte como para ser extraño y doloroso para el receptor de aquellas palabras. No podía retroceder, su espalda estaba literalmente en contra de una pared, pero si sabía lo que le convenía, Artanis le daría su espacio antes de arrepentirse de lo descuidadas que habían sido sus palabras. No hizo un sólo movimiento ni posó sus ojos en la mano que se le acercaba, concentrándose en la punta de la nariz del imbécil que parecía haber practicado para sacarle de quicio con la menor cantidad de palabras.

¿Lado positivo? Su ceño y boca se contrajeron nerviosamente por un momento, su máscara de templanza amenazando con explotar de adentro hacia afuera y aniquilar todo a su paso. ¿LADO POSITIVO? ¿QUIÉN TE CREES QUE ERES? Quería gritar, patearlo, reventarle por partes, pedazo por pedazo. Quería tirarse al piso, vomitar, gritar hasta perder la voz, llorar hasta que se le secaran los ojos, zapatear en el piso como una niña pequeña. Pero sólo volvió a componer su cara en la máscara dura que había adoptado para lidiar con Artanis.

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“¡Es todo culpa tuya!” Astrid se encontraba de rodillas, acunando a su hijo entre sus brazos. Había llegado demasiado tarde. Siempre había creído que si sus hijos estaban en peligro ella lo sentiría, de alguna manera u otra. ¿No era ese el poder de una madre? “¡Artanis! ¿Cuán estúpido puedes ser?” Su voz se oía en todas partes, amplificada por el dolor que sentía. Su energía disminuía por minuto, como si hubiesen cortado todas sus reservas de cuajo.

“¡Los dejaste morir! ¡A todos!”
Había apretado al pequeño contra su pecho en un intento de pasarle a la fuerza su energía vital, aún si eso tenía repercusiones negativas para ella. No sabía cuánto tiempo había pasado acuclillada en el piso, pero eventualmente había sucumbido a un sueño profundo.
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Dolía en ese entonces, y la rabia había quemado todos los sentimientos positivos que le quedaban de Artanis, que no eran demasiados. Dolía ahora, y cada vez que algo o alguien le recordaba lo que había sucedido. Dolía aún más cuando venía de Artanis, el culpable de todo, el gran y estúpido bufón de la corte que no había podido tomarse las cosas en serio lo suficiente como para salvar la vida de sus hijos. Él sabía exactamente lo que tenía que decir para destruir todo lo que Astrid había construido con dificultad, desbaratando su confianza con sólo dos frases. En ese sentido, era extremadamente parecido a su padre y esa idea le asqueaba más de lo que podía demostrar.

Astrid veía en rojo carmesí, quizás un par de otras tonalidades de la misma emoción. Ella era la que estaba intentando hacer algo al respecto. Ella era la que había sacrificado su vida, su esencia, su personalidad, para solucionarlo. ¿Él qué había hecho? Se las había dado de mago por el mundo mientras ella intentaba deshacer todo el daño que él había causado, y del que no había tenido la decencia ni siquiera de aceptar como algo propio. Había soltado una plaga, una peste con sed de sangre al mundo y luego se había sorprendido cuando todo se había ido a la mierda. ¿Quién había entregado todo, cuerpo y alma, para evitar que siguiera haciendo daño? Ella, por supuesto, la única de ambos que era capaz de ser racional y seria cuando se lo proponía.

No hay lado positivo, no ahora, es demasiado tarde para eso.
Lo único que quedaba era encargarse de arreglar el desastre que Artanis había dejado detrás de él. Y eso, también, caía como responsabilidad de Astrid. Su rabia se transformó en algo peor, más negro. Asco. Astrid respiró lentamente una, dos, tres veces, y sintió su furia disminuir hasta que se sentía capaz de manejarla, lo suficiente como para no rasgar su yugular con sus uñas o dientes.

Se había calmado justo a tiempo para que Artanis volviera a dispararle con otra frasecita. ¿Había practicado el pequeño discursito? No sabía cuántas más podía aguantar antes de que sus palabras se escaparan de su boca sin permiso. “¿Nosotros?” Exclamó, incrédula. Aparentemente eso era todo lo que podía aguantar. Su fachada se cayó a pedazos, pasando por todas las emociones que sentía al mismo tiempo y una tras de otra, sus ojos comenzando a brillar muy levemente. “¿Nosotros, Artanis? De seguro eres estúpido.” Y tan repentinamente como había llegado, toda la furia se desvaneció del tono y semblante de la Elfa junto con la magia que había convocado.

Aunque Astrid no le llegaba ni a la altura del hombro de Artanis, se las arregló para mirarlo hacia abajo con desdén y asco. “Todo lo que me queda por tí es lástima.” Escupió, quizás con un poco más de malicia de lo que era necesario. Normalmente podía trabajar con Artanis, olvidar todo lo que había hecho, obligarse a cooperar. Pero esto era simplemente demasiada osadía de su parte.

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Un chillido había resonado por el hogar de Astrid y Artanis en medio de la noche. No era una ocurrencia muy extraña, por lo que nadie se preocupó demasiado. “¡No!” Astrid se encontraba reducida a una pequeñísima bola en posición fetal entremedio de las sábanas de su cama. No podía hablar, no podía repetir las palabras que había escuchado de su padre, no podía soportarlo más.

“Shh.” Artanis arrulló con cuidado y sin tocarle, intentando despertarla. “Astrid, es una pesadilla. ¿Me escuchas? Ya no está.” La voz de Artanis trajo a la chica de vuelta al mundo de los vivos. “A-mor…” Murmuró, estirando sus brazos para aferrarse a Artanis, el único que podía despertarle de sus pesadillas. “No, Artanis. Me llamo Artanis, enana.” Astrid sonrió, restregando su nariz contra la de él. “Te amo, muchísimo.” Las palabras habían sido susurradas soñolientamente, llenas de miel y calor.
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¿Podía olvidar todo, así como así? No había dejado de mirar a Artanis con el menosprecio que había acumulado, pero el recuerdo había pasado inconfundiblemente detrás de sus ojos. “¿A él?” Se escuchó responder, aunque no se sentía en control de sus palabras en aquel momento. “Sí. Era demasiado arrogante, se creía demasiado poderoso como para creer que cualquiera siquiera le llegaba a los talones.” Aunque eso era cierto de su padre, Artanis había cometido un error parecido. Quizás eso era lo que más le costaba perdonar. “Se creía más inteligente y capaz que todos nosotros juntos.” Astrid suspiró, relajando su posición escultural y dando varios pasos hacia la izquierda, alejándose de Artanis y sentándose sobre una de las mesas abandonadas, posando su paraguas sobre su regazo. Subió sus piernas a la mesita y las abrazó, apoyando su barbilla sobre sus rodillas.

“¿Qué quieres, Artanis?” Preguntó con franqueza, dejando de lado sus emociones preexistentes para mostrar sólo el agotamiento que le generaba tener que relacionarse con él, en especial cuando no cuidaba sus palabras. Astrid sopló el flequillo de sus ojos, intentando apaciguar su corazón. “¿Hacerme enojar? ¿Abrir heridas que me ha costado años cerrar?” Su tono era relajado, pero mostraba la tenue tensión que le había generado el encuentro y el profundo dolor que, a pesar de su orgullo, ya no tenía ganas de esconder.

“Porque ya lo hiciste, y con menos palabras de lo que él solía hacer.”
Se estremeció ligeramente, un recordatorio de lo que su padre producía en todo el mundo. “Por favor, muéstrame un poco de empatía. No juegues conmigo así. Yo puedo aguantar mis emociones, puedo olvidar momentáneamente todo lo que hay entre nosotros…” Momentáneamente, porque tenía la disciplina mental que había recibido del abuso constante de su padre. Sus emociones habían sido dañinas en ese entonces de la misma manera en que lo eran ahora. “Por favor… ” Su voz se rompió, aunque no dejó ninguna lágrima escapar. “Ten piedad de mí…” Sólo Artanis sabía lo mucho que le costaba suplicar aquello, aunque si lo había olvidado la expresión de Astrid se lo recordaría sin problemas. Era una joven otra vez, indefensa y tiritando  frente al todopoderoso señor Artanis, como lo había sido hace tanto tiempo.
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No obtuvo la reacción que quería, más bien todo lo contrario, pero había visto aquello como algo posible, después de todo, era innegable que la conocía, aunque ella gritase mil veces que no era así, sólo para negarlo en su vida. Tenía más que claro el hecho de que lo odiaba, muchísimo, pero él no quería eso. No sabía como hacerle entender como él se sentía y al respecto, y sentía que Astrid jamás lo entendería pues estaba nublada con ira. O al menos aquello pensaba él.

Obviamente, las cosas no eran como antes.

-*-*-*-
Se encontraban acostados en el pasto, simplemente haciendo nada, algo que él considerada en parte una tortura para la elfa, pues siempre estaba tan tensa y odiaba perder el tiempo. Esperó un rato, para voltearse a mirarla, lucía tranquila.

-¿Qué está pasando por tu mente?

Vio como se volteó, de alguna manera luciendo preocupada. No fue necesario decir nada, los ojos de Artanis se abrieron de par en par, y aunque no sabía bien que pensar, simplemente fue a abrazarla, queriendo decirle que estaba bien y que no debía preocuparse.

-*-*-*-
Sin embargo sus palabras fueron demasiado frías para él. Ya estaba harto de eso, ¿qué era peor que la indiferencia luego de lo que habían vivido? ¿Realmente él estaba tan mal? No estaba seguro de que pensar, pero tampoco podía decir que se arrepentía de todo lo que había hecho. De todo, obviamente había cosas de las que se arrepentía.

Se detuvo, no quería presionarla más. Pero tampoco se quedaría callado.

-Estamos cooperando en esto... No sólo por querer detenerla, sino porque tenemos fe de que esta sea nuestra salvación, ¿no? -la miró, manteniendo la calma, pero bajó la mirada sin poder mirarla a los ojos -. Sé lo que hice, pero recuerda que no eres la única que salió herida.

Quizá había hablado de más, para variar, tendía a hacer aquellas cosas desde siempre. Aunque ella no lo sabía, aún recordaba cuando comenzó a alejarse de él. Él sintió con terrible claridad su distanciamiento, y fue la única vez que cerró la boca, y fue un error. ¿Por qué se había alejado de él en primer lugar? Sabía que no era como ella, pero aquello era precisamente lo que hacía que se saliera de su cuadrado, o al menos eso quería pensar. Si le hubiese dicho, y hubiese hecho algo al respecto, algo de lo que había pasado ahora, ¿hubiese cambiado?

Su mayor arrepentimiento iba demasiado atrás, por demasiados motivos. Aunque probablemente sus emociones no estuviesen completamente de acuerdo con aquellos motivos. Pero eran cosas que no podía evitar pensar. El haber hecho daño, era lo que menos quería.

Mantuvo la boca cerrada ante todas esas palabras llenas de veneno que había soltado, no quería discutirle.

-*-*-*-*-
Se encontraba despierto, estaba preocupado. En cambio, los tres dormían apaciblemente, al menos de momento, y Artanis daba vueltas por la pieza sin poder descansar, a pesar de estar agotado. Podía ser un verdadero idiota a veces, y realmente no sabía como lidiar con aquellas criaturas, aparte de que Astrid estaba realmente irritable. Nunca había estado tan preocupado, nunca, la única razón por la que no hablaba de ello, era porque ella ya tenía suficiente con lo que cargar, y él, ¿qué podía hacer realmente? No tenía idea.

Finalmente se acomodó en la cama, acercándose para abrazarla y asegurar su sueño.

-Artanis...

Besó levemente su nuca, mientras terminaba de acomodarse.

-Shh...

-*-*-*-
-No, lo que quiero es que dejes de estar herida. Pretender que está bien, y solamente aguantarme porque te conviene no te hará ningún bien -fue un poco brusco con sus palabras, pero era cierto -. Sé que me odias, pero realmente nunca te dejé sola, deberías saberlo.

Se apoyó en la pared, brazos cruzados, la mirada en el piso. Era algo extraño de describir, quizá no había estado exactamente a su lado, pero siempre estuvo atento, a ella y a los trillizos. Pero nada sería suficiente al fin y al cabo. Artanis podría ser un idiota, pero consideraba que Astrid era tan orgullosa que jamás se daría cuenta de lo que había hecho él. No había forma de saberlo de todos modos.

-No me compares con él, y si vas a hacerlo, mejor recuerda que eres su hija -si había algo que él no toleraba a la mínima, era que le comparasen con él. Si, todos tenían cosas de él, lamentablemente, pero decirlas era otra cosa. Y Artanis no se contendría como ella hacía cuando aquello saliese -. Además, si puedo herirte es precisamente porque te conozco y en algún momento llegué a tu corazón. ¿Qué hizo él por ti, aparte de darte la vida? ¿Te conocía siquiera como te conocí yo? A él nunca le importó nadie más que él mismo, las razones por las que hacían daño son completamente distintas, y creo que no es necesario decir que jamás te he tocado un pelo.

Suspiró, calmándose un poco. No era normal que actuase de esa forma, al menos no ahora y menos con él. Quería acercarse, pero no deseaba irritarla más de lo necesario.

-¿Crees que no tengo empatía...? También lo perdí todo. Tú eres la única que podría haberse dedicado a buscar como arreglar esto, ¿qué querías que hiciera? ¿Qué me fuese a dormir, que me echase en un rincón a lamentarme? Acaso... ¿Acaso eso te habría hecho feliz? -se detuvo un momento, su voz era suave y calma, intentando no perturbar más el ambiente -. Todo este tiempo, persiguiendo algo que no sabías si resultaría, ¿te hizo sentirte mejor? Somos de los pocos que están en pie aún, dime, ¿por qué crees que lo hice?

Si realmente había conocido algo de Artanis, sabía que debería responder. Después de todo, para él hubiese sido mucho más fácil irse a dormir. Si no tuviera culpas y arrepentimientos, si no quisiera hacer algo, si no le importase, claramente ni siquiera estaría allí. Astrid era inteligente, así que estaba bastante seguro de que respondería correctamente. De otra forma, definitivamente ya no era la misma.

-¿Cuando pretendes dejar de fingir, cuando vas a dejar salir lo que sientes sin que tengas que estar bajo una presión horrible, Astrid?
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Sola. Cerraba los ojos y, por más que intentaba, no podía sentir las vidas que había engendrado. Sus hijos, la razón de su existencia, lo único que hacía que su vida tuviese sentido, borrados sin ninguna posibilidad de entregar su vida a cambio de la de ellos. Sola. Había formado su personalidad alrededor de sus hijos, eran el sol de su vida, aprender y explorar con ellos era lo que más le hacía feliz. Leerles libros, enseñarles sobre plantas en sus caminatas por el bosque, ayudarles con sus problemas cuando le necesitaban, era todo en su vida.

Lo único que le quedaba ahora, era la llama del odio y rencor que sentía. Odio que no tenía nombre, odio que no le llegaba ni a los talones a lo que había sentido por su padre en algún pasado lejano. Sintió el peso de aquel paraguas, encerrado entre su estómago y sus piernas ahora que las había llevado a su pecho, un recordatorio constante de lo que había sucedido y lo que Astrid había tenido que sacrificar. Lo único que había podido hacer para mantenerse cuerda era avivar ese fuego, que la vida que tenía en esa llama de odio fuese lo que le mantuviera viva hasta que encontrara lo que estaba buscando. Astrid se negaba a sentir el luto, y cada vez que la pena infinita amenazaba con ahogarle, la Elfa respondía con más y más rabia. ¿Que algo de eso se había redirigido a Artanis? Sin lugar a dudas, y era completamente merecido.

Astrid hundió su cara entre sus rodillas, presionando sus ojos hasta que sintió suficiente dolor como para calmar la ola de emociones que nublaba su juicio. Eso había sido entonces. Había cambiado y madurado, practicado el control suficientes veces como para dejar que sus emociones galopasen a rienda suelta, menos frente al idiota de Artanis. Había perdido absolutamente todo lo que era valioso para ella, y luego de eso había fallado vez tras otra intentando recuperarlo. Astrid era mejor que sus emociones, más grandiosa que la tristeza que llevaba, más poderosa que su propia rabia. No voy a dejar que vuelvas a hacerme daño. El pensamiento cerró la puerta que había abierto al suplicarle al hombre en que ya no podía confiar. Las reinas como nosotras no suplican. CLANK.

Levantó la cabeza al son de las puertas de su corazón cerrándose, y su parte racional tiró la llave. Segundos después, las palabras de Artanis le hicieron agradecer que había logrado recomponer sus emociones. “Nunca te dejé sola.” Sentada en esa posición, sintió de pronto el peso muerto de uno de sus hijos entre sus brazos. Aquel que había encontrado primero, el momento en que había caído de rodillas al piso para acunarle. Ni siquiera tuvo que morder su lengua para evitar responder algo hiriente. Simplemente bajó las piernas de la mesa, dejándolas colgar a centímetros del suelo, y volteó la cabeza para mirar por la ventana mientras acariciaba su paraguas.

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Astrid pasó una mano por el borde de la cuna, el ceño fruncido con tanta preocupación que ambas cejas amenazaban con convertirse en una sola. Los trillizos no eran difíciles, por lo menos no todavía, pero la chica estaba aterrorizada. ¿Habían cometido un error? Quizás deberíamos haber esperado un poco. Uno de los trillizos hizo un sonido que se parecía demasiado a un bebé atragantándose, y Astrid reaccionó inmediatamente, tomándole entre sus brazos para asegurarse de que estuviese bien. ¿Lo estaba haciendo bien? ¿Cómo les mantendría a salvo si no tenía idea de cómo ser buena madre?
Lo único que ella y Artanis conocían eran padres horrendos y abusivos. ¿Lo serían ellos, también? Astrid evitó derramar lágrimas de preocupación y aprehensión, meciendo a su hijo entre sus brazos. “No importa lo que pase, nunca les haré daño. Siempre van a estar seguros conmigo.”

Rompiste esa promesa, también, hija mía.
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Artanis nunca había estado lejos, pero no entendía sus miedos. Astrid había dejado de compartir sus preocupaciones con él, que se tomaba todo demasiado a la ligera para su gusto. ¿Que no le había dado una chance de cambiar? La Elfa nunca aceptaría eso como verdad. Era más fácil decirse a sí misma que había hecho lo correcto para los trillizos al dejar a Artanis más y más fuera de su vida. ¿Que quizás, si no lo hubiera hecho, sus hijos seguirían con vida? Un pensamiento que nunca se había permitido. No era su culpa. Ella había hecho todo lo humana e inhumanamente posible. Artanis había elegido su propio camino. Todo siempre es blanco o negro, no existían grises en la vida de la Elfa.

“En eso tienes razón. Soy la única que podía evitarlo, y no me dejaste hacerlo. Tú solito deshiciste la decisión que tomamos como familia, y lo perdiste todo junto con el resto de nosotros.”
Su voz había tomado un tono monótono, sus emociones encerradas en algún lugar de su mente donde no le harían daño a nadie. “De preferencia, hubiese preferido que la dejases donde la habíamos puesto, como dijimos que sería. Donde no podía volver a hacerlo. Pero ya es demasiado tarde para eso.” Astrid soltó una pequeña risita bastante cruel ante lo siguiente. “Artanis, no hay nada que puedas hacer, ni tu ni nadie, que me haga feliz. Eso fue hace más tiempo del que quiero contar.” No pudo evitar teñir de amargo sus palabras, y peleó por mantener la puerta cerrada.

“¿Crees que lo hiciste por mí? ¿Por nosotros?”
Astrid volteó la cabeza para mirar a Artanis. “¿Jugando a ser mago, siempre el centro de atención de alguien? No, Artanis, lo hiciste o porque no podrías haber vivido contigo mismo de otro modo, o porque tu cabeza está tan, tan corrompida que lo último de racionalidad que quedaba desapareció.” La Elfa suspiró, recordando la defensa que Artanis había montado mientras Astrid llevaba la batuta de las acusaciones. “Si realmente te hubiese importado, como crees, no hubieras hecho lo que hiciste. No hubieses abierto esa puerta que YO puse ahí.” Lo miró a los ojos con la dureza que había creado y hecho crecer en los años después de lo que había sucedido. Artanis no conocía ese lado de Astrid, era bastante nuevo, por lo menos en lo que tenía que ver con él. Le dolía más que nada por lo que había sucedido después de eso, pero también, en alguna parte, su orgullo nunca había sanado luego de aquella traición, Quizás era demasiado injusto para el hombre que se encontraba frente a ella, pero la alternativa era perder toda la cordura que le quedaba.


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Fuego. Uno que creció de absolutamente nada, y luego incendió todo lo que creó a su alrededor. Una voz que retumbaba en cada espacio, en todo vacío que existía en el universo. Un ente que hacía que todo temblase de miedo, que derretía todas las defensas de los hijos que había engendrado. Fuego. Uno que creció en el corazón de cada uno de ellos, que galopaba fuera de control, cada vez más rápido con cada palabra destinada a ahogar sus llamas. Fuego. Una vida, y luego varias, despojadas en un torbellino de energía y color que había encontrado mejores dueños. Una familia que nació de otra, algo nuevo que creció de raíces muertas.

Artanis movió la cama al acostarse, y trajo a Astrid de vuelta a la realidad por algunos segundos. “Artanis...” Murmuró, sintiendo la seguridad de estar entre sus brazos mientras él se acomodaba y besaba su nuca. “Shh...” Astrid volvió a hundirse en un sueño mucho más tranquilo del que había despertado.
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“No quiero hablar más del pasado. Hay gente sufriendo, aquí, ahora.”
Aseveró, deteniendo la conversación antes de que el tren en llamas se estrellara contra algo frágil. “¿Averiguaste algo cuando fuiste al bosque y despertaron al Espíritu del Bosque?” Por varias razones, habían decidido que Artanis participaría en aquel “Evento” desquiciado mientras ella se quedaba en el colegio, por si acaso. Definitivamente haberse aliado con él tenía sus ventajas, podía cubrir el doble de territorio, estar en más de un lugar a la vez, siempre y cuando Artanis tomara en serio su rol investigativo. “Me aseguré de averiguar lo que había sucedido gracias a varios informantes, pero ¿De seguro tú notaste algo más que solo eso?” Ambos conocían aquel bosque bastante más que los chicos que habían salido por primera vez. Cambiar el tema le haría bien a ambos, habían tenido esta discusión demasiadas veces como para mantenerse cuerdos. “¿Lo hizo porque está aburrida, o tenía algún motivo especial?” La única pista que tenían hasta ese momento era sólo un rumor. Los denominados “Traidores.” Tenía sentido, quizás, pero Astrid no había encontrado a los responsables todavía, y en ese momento era su única pista. Se aferraría a cualquier cosa si aquello significaba mantenerse en movimiento y algunos pasos más adelante que el enemigo.
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Última edición por Astrid el Dom Jun 20, 2021 10:41 pm, editado 2 veces
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Artanis comenzaba a exasperarse, estresado, pensando en lo egoísta que Astrid estaba siendo, había tantas cosas que podía decir, demasiadas, que podrían hacer que la elfa se enojase aún más, pero no era el punto. Lo había alejado de los trillizos y de ella, ¿por la simple razón de que no lo creía capaz? Ni siquiera capaz de darse cuenta de el daño que le había causado. Jamás sería comparable a la pérdida que todos habían tenido, la que la inocencia de Artanis había causado, eso era innegable, pero no le daba derecho de herirlo de aquella forma, no quería tolerarlo.

-Si no me hubieses alejado de tu vida, y de MI familia, las cosas hubiesen sido muy diferentes. Nunca te hice daño cuando estábamos juntos, te apoyé en todo lo que pude, podré ser infantil quizá, pero eres demasiado estricta, ¿acaso crees que los trillizos querían a una madre que les prohibía cualquier cosa que no se ajustase a ella? Me buscaban a escondidas, y tú, creyendo que los criaste casi sola -. hizo una pausa, irritado, no podía seguir tomando sus palabras simplemente por la culpa que sentía, tenía que parar ya -. Imagínate, un poco más cuadrada y de mente cerrada, hubieses sido igual a ÉL.

Tragó saliva, sabiendo todo el mal que había hecho con tan sólo pronunciar esas palabras.

*************

-Qué... ¿Estás de broma, no? -Artanis no entendía que pasaba, sentía una presión en el pecho que no podía tolerar, miraba la cuna vacía, notando que los había dejado con su hermana por una razón -. Si hice algo mal, ¿al menos pudiste decírmelo? Puedo cambiar, Astrid, no tiene que ser así.

La elfa se cruzaba de brazos, sentía la seguridad en ella, y en su decisión, poco a poco, Artanis ya no se sentía capaz de mirarla al rostro. ¿Qué había hecho mal? ¿No había pasado suficiente tiempo en casa? ¿No habían tenido suficiente tiempo de pareja?

-Simplemente no eres... El compañero que necesito en este momento.

Esas palabras terminaron de quebrar la cordura de Artanis, aunque momentaneamente.

-¿Y tú que carajos sabes? No has tenido hijos, Astrid, no sabes criar a nadie, al igual que yo, ¿¡Es sólo un tema de personalidad!? -la rabia hizo una pausa, trayendo la tristeza y el dolor directamente al corazón del mago -. ¿Quieres que... Quieres que crezcan sin un padre? ¿Es eso lo que quieres?

Ni siquiera le respondió. Artanis no pudo aguantar la presión, miró a sus hijos, se transformó en viento y se largó. Fue una pésima decisión, cuando intentó volver a la noche, todo el lugar estaba cerrado, y no halló forma en la que entrar, terminó de destruirle.

************

Simplemente escuchaba sus palabras, ya sin dejarse influenciar por ellas, comenzando a darle igual. "Elfa terca" era todo lo que pasaba por su cabeza, lo que en algún momento fueron palabras dulces y burlonas, se tornaban en amargas y desagradables, provocando una sensación de acidez recorrer todo su cuerpo.

Siempre creyendo que podría hacerlo todo sola. Se sobrevaloraba, y estaba demasiado amargada. Artanis ya no creía que fuese sólo por lo de Iris, probablemente Astrid le tenía repulsión desde hace demasiado tiempo, por razones que ella sólo justificaba en base a lo que consideraba ideal. Dejó su boca correr y correr, si tan sólo pudiese volver un poco atrás, le demostraría que pudo haber sido mucho peor. Si él no le hubiese dado el coraje, él no estaría muerto, sin Artanis, muchas cosas no hubieran sucedido, tanto buenas como malas.

Astrid no daba segundas oportunidades, no daba la opción de cambiar. Artanis no quería amargarse como ella, no quería ser tan pesimista, de todas formas, cuando encontrase la solución, todos los halagos se los llevaría aquella enana desagradecida. Y él quedaría al borde, y aquello no le importaba, ya había pasado antes.

******

-Tienen que volver luego, o mamá notará lo que sucede aquí.

Uno de los trillizos hizo un mohín, no tenían demasiado tiempo para ver a Artanis, y quizá no le enseñase cosas útiles, pero pasaba tiempo con ellos. Cuando las cosas se habían calmado y las preguntas respecto a porque no estaban juntos habían comenzado, él sólo había dicho que viajaba demasiado y mamá necesitaba a otro tipo de persona a su lado. Intentó dar una respuesta netral, y que no fuese una mentira.

Pero qué podía hacer, si se quedaba encerrado, sólo sentiría se corazón constantemente apretado, como cada vez que ellos debían volver a su lugar.

*******

-Como sea -respondió rápidamente y sin mirarla -. Sólo por diversión, dejó los huevos por allí para que los chicos los encontrasen, de forma que le provocasen. Fue sólo para joder.

Suspiró, mientras caminaba por la sala, alejándose de ella, no queriendo oler su perfume, ni ver su rostro bajo ninguna razón. Las emoaciones de Artanis no se notaban, podía mantener una expresión seria siempre que se lo proponía.

-Simplemente deberíamos decirles de una vez lo que está pasando -soltó a  gruñidos, pero era un punto -. Se van a escandalizar, pero les daremos motivos para seguir, y soluciones, así como nos pueden ayudar a nosotros.

Astrid no quería hacer las cosas de esa forma, lo presentía, pero era simple, era fácil, ¿por qué ocultarlo? No es como que el mundo se fuese a destruir por ello, tenía que dejar de ser tan llorona alguna vez y lanzarse a la vida.
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¿Cuántos minutos habían pasado desde que Astrid había sellado la puerta? La Elfa había pasado por décadas de sentimientos enterrados en probablemente menos de diez minutos. Estaba agotada, lo único que quería era largarse a llorar hasta quedarse dormida de agotamiento. Durante muchísimo tiempo había sido capaz de desahogarse con Artanis, quien era paciente y sabía escuchar y contenerle mejor que nadie. Después de los trillizos y el terror que había cegado las decisiones de Astrid, se había aislado al punto en que no tenía nadie con quien ser honesta. Tenía a sus hijos, pero una buena madre no demuestra su dolor e inseguridad a sus hijos. La Elfa nunca había aprendido a lidiar con sus emociones de una manera sana. Antes de Artanis, Astrid era una bola inútil de miseria y autodesprecio. Con Artanis aprendió a desahogarse, pero siempre necesitó de él para deshacerse del peso de sus sentimientos. Creyendo que era lo mejor para los trillizos, alejó al amor de su vida sin realmente pensar en lo que sucedería con ella.

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La decisión estaba tomada. Había estado tomada desde hace algunos meses de manera inconsciente. Poco a poco Astrid se había alejado de Artanis, preparándolos a ambos para el momento en que terminaría todo. La Elfa se había convencido de que a él no le importaría demasiado. Después de todo, de seguro Artanis se había dado cuenta de lo que estaba ocurriendo y no había dicho absolutamente nada. Él no era el tipo de persona que se quedaba callada frente a algo que le molestaba. Por lo tanto, no le importa, y hasta está de acuerdo.

Eso se había dicho una y otra vez hasta que se había convencido, sintiendo en algún lugar de su mente que algo le gritaba a voces que este era el peor error que cometería en toda su vida. Eso no importaba si era lo mejor para los trillizos. ¿Que por qué era lo mejor para ellos? Quizás Astrid debería haber podido responder esa pregunta antes de decidirse a hacer lo que estaba haciendo.

“¿Y tú qué carajos sabes? No has tenido hijos, Astrid, no sabes criar a nadie, al igual que yo, ¿¡Es sólo un tema de personalidad!?” El hecho de que Artanis había reaccionado, de que se había molestado, de que estaba completamente furioso, debería haber sido suficiente como para despertar a Astrid del bucle mental en que se había enmarañado. Pero era demasiado tarde. Las palabras habían salido de su boca y ya no había vuelta atrás. Di algo, di que no lo decías en serio. Astrid, tiene razón, no lo dejes ir. ¿El compañero que necesitas en este momento? Es y siempre ha sido él. ¿Qué carajos estás haciendo?

Ver la tristeza que había causado a Artanis le rompió el corazón. El peso de la decisión idiota que había tomado le pegó de golpe tan repentino y tan duro que no pudo moverse. Se sintió encerrada fuera de su propio cuerpo, como cuando recibía abuso de parte de su padre. Quería gritar, lanzarse a los pies de Artanis y disculparse, rogarle que no le dejara. Me conoces, Artanis, sabes lo que me está pasando. Sabes que quiero que te quedes. Hizo un intento de respirar, moverse, cualquier cosa que significara retractarse de lo que había dicho. Antes de que Astrid pudiese retomar el control de su cuerpo, había visto al amor de su vida darle la espalda e irse.

No gritó porque no tenía aire en sus pulmones. Artanis había sentido a Astrid alejarse y poco a poco tomar la decisión equivocada. Él había sido la voz de la razón varias veces, en algún lugar el pedazo de Astrid que no quería hacerlo confiaba en que Artanis iba a pelear por ella, decirle que era una elfa terca, que estaba equivocada, que claramente no podía vivir sin él. Y cuando había sido el momento de arrepentirse, de decir algo, de asegurarle que le seguía amando, Artanis se había ido con el viento antes de que Astrid pudiese decir nada. Astrid había confiado en que Artanis iba a hacer lo que ella no había podido y detenerla, pero en vez de eso le había hecho caso, y Astrid le había hecho tanto daño que no había vuelta atrás.

Pena no es suficiente para explicar lo que sintió antes de cerrar la casa entera para evitar que Artanis volviese a entrar.
❦❦❦❦❦❦❦❦❦❦❦❦❦❦❦❦❦❦❦❦❦❦❦❦❦❦❦❦❦❦❦❦❦❦❦❦❦❦❦❦❦❦❦❦❦❦❦❦❦❦❦❦


Hasta ese entonces Astrid no sabía por qué había sellado todas las puertas y ventanas. Orgullo, shock, pena, una pequeña esperanza de que Artanis reventaría todo por volver a entrar, la idea de que por haber hecho lo que hizo Artanis le odiaba y odiaría para siempre. Astrid no estaba segura de si Artanis había siquiera intentado volver esa noche.

Había justificado todo, todo, hasta el punto en que en sus ojos Artanis podría haberlo evitado si hubiese dicho algo antes de lo que había pasado, si Artanis hubiese peleado con ella esa noche, si Artanis se hubiese dado cuenta de que Astrid quería decirle que se quedara pero no pudo. Si Artanis… No podía ser culpa de ella, de lo contrario el peor error de su vida sería culpa de ella y no de otra persona, y Astrid no podía lidiar con algo como eso.

Astrid sacudió la cabeza ante la idea de simplemente decir la verdad, dando golpecitos en el piso con su paraguas mientras sus piernas colgaban de la mesa. “En algún momento, sí, estoy de acuerdo en decirles. Pero Artanis, la mayoría son niños. Están asustados, peleando por sus vidas. Algo como esto es muchísimo más de lo que necesitan escuchar, en especial cuando no tenemos ningún tipo de plan ni solución.” La Elfa recordó la carnicería que habían sido las primeras semanas, el hambre que habían batallado, las guerrillas eternas entre distintas alianzas.

“Sin un plan, creo que decirles lo que está pasando va a hacer completamente lo contrario a darles esperanzas. Se van a sentir aún más atrapados. Y desde ahí van a haber más preguntas, y no podemos responderlas, Artanis.” Se imaginó a Anwen y Elaine, sus caras al decirles lo que había pasado, dónde estaban, lo que les tenía ahí… El secreto más guardado de Astrid Sharp. “Ya les fallé, a todos, al no poder encontrarla antes de que esto sucediera. Antes de soltar todos los hechos tenemos que tener alguna respuesta. Les debemos por lo menos eso.” Astrid suspiró, dejando que su frustración se mostrase en su expresión y tono. “Son mis estudiantes. Al mirarles veo a-” Un pequeño pinchazo de dolor recorrió su cuerpo. “¿Sabes? Quiero cuidarles. Hace tantos años que no siento algo como esto. No son mis aliados, son mis amigos, conocidos, compañeros de trabajo…” Astrid nunca hubiese creído que en un año, después de tantos años de soledad volcados solo en venganza, formaría lazos que le recordarían tanto a como se sentía cuando sus hijos estaban vivos. “¿Has pasado por el Parque cuando las Ninfas creen que no hay nadie alrededor?” Preguntó con dulzura, sus ojos dirigiéndose a los de él por primera vez, evocando un recuerdo mutuo con una pequeña sonrisa. Sin darse cuenta, sus ojos brillaron y de la punta de su paraguas un pequeño recuerdo de niños jugueteando entre el bosque brilló en el piso como un sueño borroso. Astrid desvió la mirada para observar el recuerdo que había convocado sin querer.

“No se como lo hizo, Artanis, pero es un poco como si nunca hubiese pasado. Apenas les digamos a todos, apenas Iris sepa que estamos aquí, corremos el riesgo de nunca descubrir cómo lo hizo.” Astrid llevó ambas manos a su paraguas y se dejó caer al suelo, apoyando todo su peso en una cadera y desvaneciendo el pequeño conjuro, ilustrando su punto. “Necesito saber. Sé que- Juntos-” Astrid suspiró, dejando su recuerdo más reciente de lado una vez más. “Podemos descubrirlo y, quizás, de alguna manera, volver a ser lo que éramos...” Se detuvo, sintiendo que le subía el color a las mejillas. No se refería necesariamente a ella y Artanis, a su relación, al menos no conscientemente. Dentro del montón de cosas que sentía por el mago -Furia, traición, culpa- ¿Quedaba algo que no fueran sólo recuerdos? Astrid aclaró su garganta, dejando de lado una pregunta tan cargada como esa. La respuesta en vez se coló en las emociones y palabras que dijo a continuación: “Quizás tienes razón en esto, pero tengo demasiado miedo de perder la única oportunidad que tenemos de volver a ver a los trillizos.” Lo miró a los ojos, dejándole claro que en una frase había admitido que quizás estaba equivocada, que tenía miedo, que extrañaba a los trillizos, que todavía sentía cosas que no eran ira y venganza.

“Nunca creí que en este camino en que me convertí en detective y perro de caza sentiría de nuevo esperanza. Después de perder-” Se detuvo antes de decir “perderte” “Perderlo todo, los trillizos, toda nuestra vida, sellar todo lo que fui, convertirme en Astrid Sharp, acepté que no había nada más para mí que venganza. Eso me queda, Artanis, pero hay algo más…” Sin darse cuenta, sus ojos se habían llenado de lágrimas. “Si perdemos esto, también, no voy a poder soportarlo.” El problema de haberse acercado a la gente de Grendelshire, de haber aparecido en este mundo que tanto le recordaba a una vida que había perdido, era que se había dejado una apertura para sentir algo y sentirse vulnerable. No había dejado de mirar a Artanis, sin odio, sin reproche, sólo con honestidad, hasta ese momento. Astrid desvió la mirada y se abrazó a sí misma, enjugando las lágrimas que amenazaban con avergonzarle, mientras daba un largo suspiro de alivio. No recordaba la última vez que había podido ser honesta con Artanis sin que su honestidad fuera honestamente sacarle los ojos de la cara.

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Última edición por Astrid el Dom Jun 20, 2021 10:48 pm, editado 2 veces
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Re: This is Not the World we Had in Mind [Priv. Astrid]Re: This is Not the World we Had in Mind [Priv. Astrid]
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Ya no estaba seguro de cómo podía seguir esa conversación, ¿qué tenía que decir al respecto? ¿Por qué todo dolía tanto? La había llamado para hablar sobre lo que sucedía, pero las palabras no dejaron de salir de su boca, sacando temas que nunca habían hablado, presionando. Tantos años, y seguía sin entender nada y eso lo había consumido.

*******************

Luego de pasar horas tratando de entrar, no había escuchado a nadie, ni nada, un sólo ruido, ni una ventana abierta, ni el crujir de las escaleras, ni el llanto de los trillizos. Después de golpear nuevamente puertas y ventanas se deslizó frente a una puerta, de rodillas al piso, la frente apoyada en la fría madera, sus poderes agotados, sus puños sangraban, la regeneración había disminuido un montón al gastar sus poderes así.

Soltó un bufido, agotado, lagrimas caían silenciosamente por sus mejillas, mientras una sonrisa se formaba en sus labios.

-Yo pensé... Pensé que volvería a la noche, que hablaríamos... Jamás se me pasó por la cabeza que me cerrarías la entrada a NUESTRA casa -su voz se rompió completamente, pero río -. ¿Qué hice mal? Lo arreglaré Astrid, juró que lo arreglaré, seré quien quieras que sea, por favor... No me alejes de mis hijos, no me alejes de ti... Te amo, haré que te enamores de mi nuevamente, lo prometo...

Pero pasaron horas, ahora su espalda estaba apoyada en la pared, hacía río, y nunca escuchó respuesta. Rogó, una y otra y otra vez. Pero entendió que realmente ella no quería saber nada de él, había sido un idiota, creyendo que ella aún lo amaba, creyendo que podían arreglarlo.

Gritó, gritó con todos sus pulmones, el cielo se tornó negro, la lluvia cayó fuertemente, truenos y relámpagos recorrieron los cielos rápidamente, la tierra se movía junto con la voz de Artanis, todo crujió y se quejó, gritando con él, un gritó que se llevó el fuerte viento. Solamente recordaba haber cerrado los ojos y desvanecerse. Luego había despertado en una de las aldeas de los elementales.

*************

Tragó saliva fuertemente, sintiéndose ridículo. No tenía recuerdo más doloroso que aquel, sentía que le despojaron una parte de si, lo había perdido todo. Sus hijos, nadie lo supo, pero lo apoyaron cuando supieron que quería romper el sello. Toda la historia por ese lado, era tan confusa, y ahora tan poco relevante, había cometido un error enorme, pero tuvo sus razones.

Iris estaba rota, sintió la necesidad de acogerla, de ayudarla. Cometió tantos errores, y Artanis no podía dejar de reflejarse en ella, su deseo de tener más oportunidades, de remendar todo, y las dulces palabras de ella nunca ayudaron a darse cuenta de lo mal y completamente loca que estaba. Estaba embobado en un sueño que no podía cumplir, proyectándolo en la persona incorrecta, ¿egoísta? Sí, lo fue, todo lo que hizo, lo hizo porque estaba pensando en alguien más. Memorías y recuerdos confusos en ese entonces, terminaron de transformar al monstruo que destruyó todo lo que quedaba, siempre se preguntó, ¿Si Astrid le hubiese dado otra oportunidad, hubiese terminado haciéndole tanto daño como ella? ¿Se hubiese convertido en alguien como su padre? ¿Hubiese abusado de el hecho de que ella lo había perdonado? Pero cada vez que eso atacaba su cabeza, se sacudía fuertemente, convenciéndose de que no sería capaz, bajo ninguna razón dañaría a Astrid.

-Lo que me pregunto es... Si está bien dejar que se maten unos a otros con tal de salvarnos a nosotros mismos - Era un punto que le hacía morderse la lengua al decirlo, porque no había nada que quisiera más que poder arreglar las cosas y su mundo, pero de todas formas algo en su interior le gritaba que no era lo correcto, y esta vez quería escuchar sus instintos.

Artanis se quedó en silencio, mientras la escuchaba, veía sus expresiones, sus suspiros, so tono, y todo dolía demasiado, sentía que su corazón iba a explotar, un nudo se formó en su garganta. Cuando preguntó por las ninfas, y vio sus ojos, por fin dirigiéndole la mirada con algo que no fuera desprecio, no pudo hacer nada más que asentir, mientras en su mente pasaban recuerdos. Había visto a todos, sentado en los techos del colegio, mirando como se mataban, como jugaban y hacían cada cosa. Había visto a Astrid ir y venir de la biblioteca, sonriendo, hablando con sus alumnos... Lo sabía, más de lo que ella pensaba.

No negaría que le daba curiosidad el saber como Iris había hecho todo eso, pero realmente estaba lejos de ser su prioridad. Lo había hecho, era lo que quedaba, lo que había, y un nuevo futuro para ellos. "¿Ser lo que éramos?" desvió la mirada, avergonzado, totalmente seguro de que había tomado la idea equivocada, sacándola de su cabeza en un segundo.

-Los trillizos... Sólo necesitan un poco de poder para despertar Astrid...

Artanis sabía que podían hacer un par de cosas para que eso sucediera, pero prefería escuchar la opinión de la elfa primero. Había ido un par de veces a su templo, pero ni siquiera había podido entrar, le hacía sentir como si incluso ellos no lo quisieran en su vida, pero sabía que sólo se trataba del sello de cualquier templo.

Fueron apenas unos segundos que se había distraído, pensando en soluciones, y al escuchar nuevamente como alzaba su voz, miró sus ojos, lleno de dolor, y al escucharla ya no puedo soportarlo. En menos de un segundo su cuerpo se transformó en aire sólo para aparecer al frente de ella, sabía que se molestaría, pero le había prometido estar allí siempre, y no le importaba si le golpeaba, empujaba o usaba hechizos en él, estaría allí. La afirmó con fuerza, tratando de controlar sus emociones, aunque las lágrimas no dejaban de caer, pero silenciosamente.

-Vas a lograrlo Astrid... Siempre logras lo que te propones, no vas a perder nada mas, me aseguraré de eso.- Hizo una pequeña pausa -. No sabes cuanto lo siento...

Con la voz quebrada, comenzó a tararear una canción que hace mucho tiempo atrás le había dedicado, antes de los trillizos y todo este desastre, tarareando suavemente, como hacía en las noches más difíciles, y como más tarde hacía para dormir a los trillizos.
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“Si está bien dejar que se maten unos a otros con tal de salvarnos a nosotros mismos” No, por supuesto que no lo estaba. Astrid lo sabía, pero al mismo tiempo nada le aseguraba que decirles la verdad cambiaría nada. La mayoría todavía no podía ni siquiera cruzar la neblina que les aislaba del mundo real, el mundo que conocían tan bien. Frente a la completa confusión e incertidumbre, Astrid había recurrido al plan más básico posible. Lo único que tenía de su lado era que Iris no sabía que ella estaba ahí todavía. Quería recopilar la mayor cantidad de información posible antes de revelarse, antes de cruzar la neblina, antes de alertar a alguien. Era quizás lo más sensato, pero al mismo tiempo lo más cobarde.

Cuando Artanis volvió a mencionar a los trillizos, Astrid no pudo evitar estremecerse al sentir por primera vez en mucho tiempo la culpa que tenía guardada. “Los trillizos...” Astrid peleó por terminar su frase, abrazándose con aún más fuerza. “No he siquiera intentado ir a verlos… No puedo… Después de tanto tiempo, no sé si soy capaz.” Racionalmente, sabía que, en teoría, estaban bien. Pero no sabía hasta qué punto Iris había intervenido. No sabía cuánto poder había acumulado. ¿Y si había usado lo que quedaba de su familia para hacer lo que había hecho? Su cara se tiñó de nada más que completo pavor frente a la mera idea de que algo así hubiese sucedido.

Se abrazó con más fuerza, muchísima más de lo que normalmente tenía, por un instante antes de darse cuenta de que Artanis había cerrado el espacio entre ellos y era él quien le apretaba. Astrid inhaló, sobresaltada, antes de fundirse contra el Elemental, sintiendo cómo sus brazos se relajaban y buscaban abrazarle de vuelta con fuerza. Por un momento, todo su pasado se esfumó en el aire. Lo único que quedaba eran ella y Artanis, como debería haber sido si ambos hubiesen hecho las cosas de distinta manera.

❦❦❦❦❦❦❦❦❦❦❦❦❦❦❦❦❦❦❦❦❦❦❦❦❦❦❦❦❦❦❦❦❦❦❦❦❦❦❦❦❦❦❦❦❦❦❦❦❦❦❦❦Cada puerta. “Hi fen na- hollen an cin.” Cada ventana. “Hi henneth na- hollen an cin.” Cada cerrojo “Hi lo na- hollen an cin.” Brilló de color rosa, luego dorado, y luego glifos encadenaron la madera de la que estaban hechos. Astrid murmuró cada encantamiento creyendo que estaba intentando sellar su casa, pero además de eso, sin quererlo, abrumada por sus emociones, cada hechizo estaba haciendo algo distinto.

Cada sonido Hin law tur- ú- vedui- o cin. Cada movimiento Hin hend tur- ú- see cin. Cada emoción Hi emel tur- ú- dring- an cin Astrid también había sellado fuera de ella. Hacía mucho tiempo que no usaba tanta fuerza vital, normalmente simplemente cerrar entradas no era tan agotador, pero no sintió su propio cuerpo brillar y luego, al igual que las puertas, ventanas y cerrojos, su magia encadenó partes de ella misma.

Creyó que estaba protegiéndose y, de cierta manera, también a Artanis y los trillizos. ¿De qué manera? En realidad no lo sabía, sus emociones estaban escondiendo hechizos distintos detrás de los que ella estaba creando, sin saberlo Astrid estaba sellando su propio destino, alejándose de todos los finales que deseaba para ella y Artanis.

Astrid esperó toda la noche, abrazándose a sí misma mientras lloraba, cada vez con más fuerza, mirando por la ventana, esperando cualquier señal de que Artanis había vuelto. Todas esas horas en las que él había estado intentando entrar, Astrid había esperado, cada minuto con más desesperación mientras se daba cuenta del error que había cometido. Los cerrojos no le dejaron entrar. Las ventanas no se quebraron frente a sus golpes. Las puertas no se abrieron de par en par. Sus ojos no le dejaron verlo. Sus oídos no escucharon los gritos. Sus pies no sintieron el retumbar de la casa en que habían sido felices.

Lo único que vio, luego de todas esas horas, fue el cielo oscurecer y los elementos obedecer. “¡ARTANIS!” Era toda la excusa que había estado esperando. Allá fuera, en alguna parte, Artanis le necesitaba. “¡Edr-!” Con una palabra reventó absolutamente todos los sellos mientras corría hacia la puerta de entrada y más allá. Corrió, bajo la tormenta, toda la noche buscando a Artanis sin lograr encontrarle. Había agotado absolutamente toda la magia que tenía, pero eso no le detuvo de correr por todos lados , dando vuelta cada roca, hasta que sus piernas no dieron mas. Sus hijos le habían encontrado enterrada bajo un árbol, medio congelada por fuera y por dentro.
❦❦❦❦❦❦❦❦❦❦❦❦❦❦❦❦❦❦❦❦❦❦❦❦❦❦❦❦❦❦❦❦❦❦❦❦❦❦❦❦❦❦❦❦❦❦❦❦❦❦❦❦


No pudo evitar un sollozo. ¿Dónde había estado esa noche? Había buscado en todas partes. ¿Es que no quería ser encontrado? Astrid dejó que sus lágrimas mojaran la camisa de Artanis, rodeándolo con sus brazos y hundiendo sus dedos en su espalda, soltando por primera vez en su vida el paraguas, que cayó al piso con un sonido más parecido a una tonelada de hierro rebotando en el piso que un simple paraguas de aluminio. Instantáneamente sintió sus piernas ceder bajo su propio peso, de un momento a otro completamente agotada por la situación y sus emociones. Pero no le importó, se aferró a Artanis como si de su vida dependiera e intentó recordar la última vez que alguien le había dado un abrazo. Años. Había estado tan, tan sola por tantos años.

“Siempre logras lo que te propones.” Claramente, se había propuesto alejar a Artanis y lo había logrado tan perfectamente que, aún cuando se había arrepentido, sin nunca saberlo, sus ojos no fueron capaces de verle atacar la casa entera en un intento de volver a entrar. Lo único que no había logrado era proteger a sus hijos. Astrid lanzó una minúscula risa amarga ahogada en otro sollozo. ¿Hace cuánto que no lloraba así? Desde que había perdido todo, no se había permitido abrir aquella puerta por miedo a nunca poder dejar de llorar.

Y luego, por primera vez, Astrid realmente escuchó con el corazón la disculpa de Artanis. Sintió más el luto que no había podido compartir con él por culpa de su propio ego y testarudez. Lloró más profundamente, preguntándose en algún lugar si no era demasiado egoísta obligar a Artanis a contenerle después de tratarle como le había tratado. ¿No le había hecho suficiente daño ya? ¿No era demasiado injusto de su parte lo que estaba haciendo?

Quiso contenerse, parar, de alguna manera forzarse a estabilizar sus piernas y alejarse para no cargar a Artanis con todo, otra vez. Pero habían años de dolor reprimido que exigía salir y ser reconocido. “P- P- Perdón…” Murmuró entre bocanadas de aire y sollozos, sintiendo cómo su cabello se humedecía en partes con las lágrimas del único amor de su vida. “P- P- Perdón… T- T- Todo es m-mi...” Culpa. Iba a intentarlo nuevamente, separarse, gobernarse, por lo menos sostenerse en pie por sí misma, volver a disculparse, pero sintió retumbar desde el pecho de Artanis una melodía que hace décadas no escuchaba. Escuchó el mensaje fuerte y claro entre sus sollozos. Quizás, solo por hoy, podemos olvidar todo. ¿No, Artanis?

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No sabía bien que decirle respecto a los trillizos, él tampoco había podido entrar a verlos. El templo parecía completamente sellado.

-Su templo está completamente cerrado, no pude entrar... -susurró suavemente, intentando no romper la atmósfera.

Se sorprendió de que la elfa no lo empujase inmediatamente, que no se levantará y fingiese que nada había sucedido, estaba seguro de que algo así pasaría, pero no se detuvo a preguntar, no la soltó, dejó que las cosas fluyeran como creía que debia ser.

*********

Luego de varios días encerrado en una cabaña en la aldea de sus elementales, decidió que era momento de recuperarse. No lo pensó demasiado, apenas les hizo saber que se iría y no sabía cuando volvería. Y así hizo.

Se fue, se fue a otros mundos, vagó por muchos años, tratando de olvidar, tratando de sanar algo que parecía imposible. Al no estar presente en su mundo, su poder disminuía cada vez más, hasta el punto que se vio obligado a volver. Lo recibieron como quién era, aunque ya no quedaba nadie de sus hijos a quien reconociera. Fue entonces cuando conoció a Iris.

Ah, pobre Iris, parecía que nadie la aceptaba, crisis nocturnas, pánico la mayoría del tiempo. Y una sonrisa fuera de todo, lamentablemente, él nunca notó la diferencia, la sonrisa de Iris siempre estaba llena de malicia, y jamás podría haberse parecido a la de Astrid.

********

Le rompía escuchar aquel llanto, había pasado tanto tiempo sin escucharla, mucho menos llorar y dolía demasiado. Pero lo siguiente le sacó de todo aquello.

-¿¡Astrid!? -gritó espantado, pensando que se había esfumado, apretándola aún más fuerte, cuando se dio cuenta de que seguía consciente y estaba allí, no entendía que pasaba -. Tu esencia, donde... ¿por qué no está? ¿Estás bien?

Retrocedió un poco para mirar su rostro, asegurarse de que realmente estaba bien. No se dio cuenta siquiera de que había soltado el paraguas, la urgencia de entender que le estaba pasando parecía irrelevante al lado de aquello que para él era un elemento decorativo. La sentía aferrada a él, así que respiró, mientras esperaba pacientemente a que se desahogara y liberase todo lo que tenía dentro, sin soltarla, y continuando tarareando aquella melodía.

Cuando ella intentó levemente alejarse, sólo la abrazó con más fuerza, sin permitirlo, sabía lo que estaba haciendo, no lo permitiría. Fue él quien se desmoronó finalmente cuando la escuchó disculparse. No lo entendía, en ese punto Artanis estaba seguro de que no había nada de lo que ella debiese disculparse. Él había fallado, como fuese, le había dado razones para alejarlo, y luego todo lo de Iris, ¿por qué se disculpaba? Su corazón se apretaba sin entender nada, pero no era el momento de hacerse esas preguntas, por mucho que quisiera entender, por mucho que deseaba transmitirle sus recuerdos de esa noche, recuerdos de ellos con los trillizos, recuerdos de cuando huyó de su propio mundo.

"No la dejes ir" se gritó a si mismo en su cabeza "No puedes dejarla ir, no de nuevo" Artanis tenía claro que nada estaba recuperado, nada arreglado, pero se estaba aferrando a la idea de que al menos podrían aclarar las cosas, de que al menos ella lo odiaría un poco menos, que no le dedicaría esa mirada fría y llena de rencor el resto de su vida. "No hay problema que duré más de 2000 años" susurró suavemente en su cabeza, intentando calmarse.

-Astrid... Estaba pensando... -suspiró con pesadez, asustado -. Si vamos los dos, probablemente podamos ver a los trillizos.

Sentía el cuerpo pesado, tenía miedo, odiaba esa sensación, porque le parecía irreconocible, algo que sólo había sentido en los peores momentos. Pero al menos creía que estaba haciendo las cosas bien, rogaba porque esta vez estuviese haciendo las cosas bien, porque no podía fallar de nuevo.
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Artanis había por lo menos ido al templo. Había intentado entrar. ¿Qué había hecho ella? Ni siquiera se había atrevido a cruzar la neblina. Lo único que tengo es la certeza de que no sabe que estoy aquí. ¿Y si cruzar la neblina le alerta? ¿Y si, al saber que estoy aquí, escapa? O peor, cambia las reglas del juego. Astrid no podía imaginarse lo que Iris haría de enterarse. No, era un riesgo que no podía tomar, ni siquiera si le rompía el corazón no poder ver el mundo que extrañaba tanto. ¿Estaría ahí todavía aquella casa que habían hecho juntos?

❦❦❦❦❦❦❦❦❦❦❦❦❦❦❦❦❦❦❦❦❦❦❦❦❦❦❦❦❦❦❦❦❦❦❦❦❦❦❦❦❦❦❦❦❦❦❦❦❦❦❦❦Sus hijos le habían cargado hasta la casa más cercana, alguien le había bañado antes de prestarle una cama. Astrid se despertó a sí misma de una pesadilla con un chillido que había despertado a todos los Elfos a su alrededor. Había dormido por más de un día, claramente. El rumor ya estaba esparcido, después de aquella tormenta y encontrar a Astrid así, que había habido una pelea.

Aunque Astrid pasaba el más tiempo posible con sus hijos, después de tener a los trillizos había tenido menos tiempo de pasearse por las distintas villas. Nadie excepto Artanis sabía de sus pesadillas, del pesar que sentía, Astrid presentaba una cara perfecta a todo el mundo. Pero sentía sus mejillas empapadas, las sábanas también, y no pudo esconderse detrás de nada cuando dos Elfos irrumpieron en la pieza en que estaba, armas y hechizos listos para protegerle. No tenía a Artanis ahí para hacer que le tragara la tierra. “¿Astrid?” Su hija soltó el hechizo que había formado y corrió a su lado, arrodillándose al lado de su cama. Nunca nadie le había visto en aquel estado, Astrid no sabía qué hacer ni decir. Todavía no había logrado dejar de llorar. El Elfo que había entrado con una lanza en mano, Aith, había retrocedido y cerrado la puerta cuando su hija se había dado vuelta y hecho una seña.

“Estel…” Astrid murmuró, su voz completamente desgastada después de una noche entera de gritos y frío. Su hija se sentó a su lado y tomó las manos de la Elfa en las suyas. “Los trillizos… ¿Hace cuanto estoy aquí?” Al sólo preguntar, recuerdos de aquella noche pasaron frente a sus ojos tan intensamente que no pudo escuchar completamente la respuesta. “...Anastassia.” Estaban bien, entonces. ¿No estaban con Artanis? Sintió un nudo tan apretado en la garganta que por varios segundos no pudo ni respirar. Estel apretó sus manos con fuerza, su expresión un poco desesperada. “¿Quieres que los vaya a buscar?” Astrid negó firmemente, sus mejillas hirviendo debajo de las lágrimas. “No, sólo… Necesito...” Pánico. ¿Qué haría sin Artanis? ¿Qué le diría a los trillizos? “No pude encontrarlo a tiempo, lo eché todo a perder.” Sabía que debería haberse guardado sus palabras. Sus hijos no tenían por qué estar metidos entremedio, no tenían nada que hacer, y no deberían verle así nunca. Pero todo era demasiado, Estel ya le había visto. De seguro podía confiar en que guardaría el secreto de lo débil que era su madre ¿Cierto?

Un poco dubitativa, Estel se sentó detrás de Astrid, arropándole entre las sábanas y acariciando su cabello. Astrid apoyó su cabeza en el pecho de su hija, sintiéndose una pésima madre pero incapaz de hacer nada más que recibir la contención que tanto necesitaba. Se dejó querer, mimosear, ser tratada como una niñita perdida todo ese día, rearmando algún semblante de sanidad. Después de todo, tenía dos pequeños que le necesitaban y ahora se había encargado de que Astrid fuese la única con quien podían contar.  Un día. Eso fue todo el permiso que se dio para no estar bien. Eso fue todo.

Buscó a Artanis cada minuto libre que tuvo en los siguientes días, intentando no alertar a los trillizos ni involucrarles demasiado. Por lealtad a su padre, los Elementales no le dijeron dónde estaba, que no le habían visto desde la tormenta. La poca esperanza que le quedaba desapareció cuando escuchó el rumor de que Artanis se había ido. Estel, luego de escuchar lo mismo, finalmente entendió todo lo que había sucedido. Intentó ofrecer su ayuda, su apoyo, a Astrid, pero había sido la primera y única vez que un Elfo había visto a Astrid llorar.

Desde ahí en adelante, Astrid estuvo obligada a mantener un kilómetro de distancia entre sus emociones y cómo se relacionaba con cualquier otro. Artanis había sido el único que había logrado llegar a su corazón, y eso había resultado tan mal que nunca lo intentaría de nuevo. Los trillizos dejaron de preguntar por él por un tiempo, viendo la máscara de estabilidad de su madre resquebrajándose cada vez que tenía que responder que Artanis todavía no volvía.

Cada noche, para no alertar a ninguno de sus hijos, se encerraba en la pieza que habían compartido y sellaba las puertas y ventanas de sonido, no fuera a ser que sus gritos entre pesadillas asustaran a alguien. Astrid estaba perfecto, bien, mejor que nunca. Nunca dio indicios a nadie de que estaba mintiendo, de que estaba muriendo por dentro, y mantuvo aquella fachada por tantos años que se convenció de aquello. Nunca necesitó a Artanis, estaba mejor sin él, una Reina como ella no necesitaba que nadie le ayudara, las princesas no lloran, etc. Año a año, aquellas emociones se empujaban más y más en lo profundo de su corazón, que cada año se encerraba detrás de otra puerta con cerrojo.
❦❦❦❦❦❦❦❦❦❦❦❦❦❦❦❦❦❦❦❦❦❦❦❦❦❦❦❦❦❦❦❦❦❦❦❦❦❦❦❦❦❦❦❦❦❦❦❦❦❦❦❦

Siglos de cerrojos, abiertos de par en par en menos de diez minutos. El instante en que había soltado su paraguas, Astrid de pronto sintió todo el dolor que no había sentido en mucho tiempo. Le dolían los pies, los huesos. Tenía hambre, sed, le ardían los ojos de tanto llorar. Sus brazos se sentían pesados. Le dolía donde se había golpeado contra una silla hace un par de días, algo que en el momento no había sentido.

No pudo evitar soltar una risita ante el pánico de Artanis, haciendo un esfuerzo inconmensurable por poner sus piernas debajo de su cuerpo y sostener su propio peso, sin nunca soltarle. Le sonrió detrás de las lágrimas para asegurarle de que todo estaba bien, y hasta ese gesto le agotó los músculos de la cara. Hizo un pequeño esfuerzo para volver a apoyarse en la mesa detrás de ella, logrando sentarse de nuevo sin nunca soltarse de Artanis.

“Astrid... Estaba pensando..” “Cuidado, eso nunca termina bien.” Bromeó instantáneamente, como antes, ante las primeras palabras del mago. Otra risita entre sollozos, que lentamente perdían fuerza. No porque estuviese más calmada, sino porque le habían empezado a doler todos los músculos del torso. Terminó de escucharle y restregó su nariz contra el pecho de Artanis, tragando saliva y suspirando para intentar explicar lo que había sucedido.

“Artanis, yo realmente me convertí en Astrid Sharp.” Lo abrazó con toda la fuerza que tenía en esa forma, tan fuerte que le dolieron los brazos. Artanis hubiese recibido abrazos más apretados de una niña de 6 años. “Todo lo que me hace Astrid por ahora no está en este cuerpo.” Se separó un poco de Artanis, indicando el paraguas detrás de él. Evitó decir "mi" cuerpo debido a que el proceso había, también, reducido su cuerpo original. Lo que Artanis veía era simplemente lo que había quedado. “No eres el único que no ha podido sentirme desde que me pasé al mundo humano. Cuando me sientes aquí, cuando estoy cerca, no soy yo, es eso.” Enjugó sus lágrimas, sintiendo bolsas formándose bajo sus ojos. “Tengo razones para estar segura de que Iris no tiene idea que estoy aquí. Si no me toca o está cerca cuando uso mi poder, siente lo mismo que estás sintiendo tú. Nada. Completamente fuera del radar.”

Su tono era suave, pero sus palabras eran pesadísimas para seres como ella y Artanis. Todo su poder, su fuerza vital. Lo que los hacía lo que eran, su identidad, su legado. Astrid se había despojado de absolutamente todo aquello. Nadie nunca había hecho algo como aquello sin morir en el intento. Básicamente, Astrid se había convertido a sí misma en un recipiente vacío. Un cuerpo habitado con nada más que testarudez y el fuego de la venganza. Esperó a que las palabras se hundieran un poco en la mente de Artanis, que entendiera lo que había sacrificado en busca de Iris.

“Fue… Doloroso, peligroso… No estaba segura de si podría sobrevivir algo como esto cuando lo hice, pero no me importó. Ni siquiera lo pensé dos veces, lo que significaba... Ya ni siquiera sé que soy.” Su voz se rompió en sus últimas palabras, y escondió su cara nuevamente en el pecho de Artanis, avergonzada. Astrid había mutilado su cuerpo, su espíritu, su esencia. Había arrancado absolutamente todo y encerrado dentro de un objeto que cualquiera podría haberle robado en la calle. Un proceso peligroso, estúpido, suicida. Había estado tan desesperada que hubiese hecho eso y muchísimo más con tal de encontrar a Iris.

“Sé cómo deshacerlo.” En teoría. “Pero el momento en que lo haga, voy a ser un blanco enorme y muy brillante.” Si sobrevivo. Escondió que no estaba segura si el proceso era reversible, no necesitaba preocuparle más de la cuenta. En la posición en que estaba ahora, era débil. Extremadamente débil, pero invisible. Era todo lo que necesitaba por ahora, pasar por bajo absolutamente todos los radares hasta saber qué era lo que tenía que hacer.

“No he-” Un recuerdo de los trillizos la cegó por un momento y se sintió extremadamente culpable. “No he salido. Sé lo que hay allá afuera, después de todo este tiempo lo único que quiero es volver a estar ahí. Ir a ver a nuestros hijos, tan solo para asegurarme de que todavía están a salvo.” Hizo un puño con su mano, arrugando la camisa de Artanis, y levantó la cabeza para mirarle una vez más, fuego intenso en su mirada. Apoyó su otra mano contra la mejilla del amor de su vida y limpió sus lágrimas, sintiendo un pinchazo en el corazón de saber que ella era la razón de por qué lloraba. “Tiene que valer la pena. Mi condición es lo único que tenemos de nuestro lado. Tengo que hacerlo contar, aunque sea lo último que haga.” Sintió lágrimas correr nuevamente, dejando que su desesperación se plasmara en su cara. Estar escondida detrás de las paredes rezando por escuchar algo útil no era fácil para ella, lo único que quería era reventar la puerta de donde fuera que estuviera Iris y acribillarle a balazos mágicos. Pero eso no era una opción hasta saber que puerta reventar. No sabía siquiera si iba a estar presente para aquello, había renunciado a su vida cuando se había sellado y no sabía si era posible, o en qué estado, podría volver a ser Astrid.

El hecho de que había soltado el paraguas, así sin siquiera darse cuenta, de un momento a otro, cayó dentro de su cabeza como un saco de plomo. Nunca lo había hecho, había asumido siempre que era algo que podría sobrevivir, pero nunca se había atrevido a intentarlo. Sintió sollozos florecer en su pecho una vez más. ¿Así tanto le extrañaba, necesitaba, que estaba dispuesta a arriesgar su vida sólo por abrazarle? Sí. Todo el color había desaparecido de su complexión, de no haber estado sentada en ese momento seguramente hubiese colapsado en el piso. “De pronto me siento…. Tan… Cansada…” Murmuró en la camisa de Artanis, arrastrando las palabras como si hubiese estado hablando en cámara lenta. Abrió los ojos e intentó mirarle de nuevo, pero no logró enfocarlos en absoluto. Sintió su cuerpo completo hundirse y apoyarse contra el de Artanis. “Creo que se acaba… La batería...”


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Última edición por Astrid el Dom Jun 20, 2021 10:50 pm, editado 2 veces
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Re: This is Not the World we Had in Mind [Priv. Astrid]Re: This is Not the World we Had in Mind [Priv. Astrid]
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Aún se preguntaba que había pasado todos esos años en los que no había vuelto, como había manejado Astrid toda la situación. Él sólo volvió a ver a los trillizos, e hizo lo imposible para que fuese algo que sólo ellos tres supieran, se aseguraba de que Astrid tuviese que estar al otro lado del mundo. Ni siquiera fue a ver a sus hijos, pero aún así, para los ojos de todos, él nunca estuvo presente, los abandonó a todos.

Al menos dos de las tres personas que más le importaban sabían que no era así.

*********

Luego de volver, pasaba todo su tiempo libre haciendo dos cosas, juntarse con los trillizos y lidiar con Iris. era complicado mantener ambas cosas, dado que, tanto la casa como el templo de Iris estaban al otro lado del mundo, y por rápido que fuese el viento, sentía que nunca era suficiente.

Y en todo cometía errores, ¿Cuántas veces había llamado "Astrid" a Iris? Muchísimas, sin embargo nunca lo reprimió por ello, sólo sonreía, y continuaba como si no hubiese escuchado aquello. Artanis debió darse cuenta de lo mucho que lo estaban utilizando, pero estaba completamente cegado.

Recordaba las veces que se había juntado con Anastassia. Nunca le dijo nada respecto a Astrid, leía tranquilamente su libro mientras bebía algún líquido de dudosa procedencia en una taza, y apoyaba sus pies en su ayudante más fiel.

-Querido Artanis, no hablo con Astrid hace muchísimo, pero de seguro está bien. Olvídala de una vez, no te necesita.

Anastassia era precisa como una víbora, calmada la mayoría del tiempo. La última persona que querías sacar de quicio, así que Artanis nunca pudo insistirle más allá de eso. Estaba segurísimo de que hablaba con Astrid al menos una vez por semana, pero si eso era lo que Astrid quería, entonces no había más que hacer.

Calló en silencio aquello, por años, nunca pudo olvidar o dejar atrás, y no se perdonó a si mismo por un pecado del que no tenía idea. Estaba convencido de que había hecho algo, que jamás podía arreglar. Sólo deseaba que ella se lo hubiese hecho saber, todo el tiempo la pregunta "¿Qué hice mal?" Recorría su mente, buscando respuestas, y encontrando miles, que no sabría jamás si estaban correctas o no.

*****

Hizo un sonido seco con la boca cuando escuchó su bromita, para luego reír suavemente, sin energías. Siguió allí, afirmándose con todas las fuerzas, sin permitirle a su cuerpo temblar por el miedo y la ansiedad que ese encuentro le estaba produciendo. Poco a poco, mientras escuchaba la explicación de Astrid sintió que se helaba por completo.

Conocía ese hechizo, ella le había hablado de él, aquellos días en los que se instalaban a leer en el sofá, Astrid siempre estaba en busca de más conocimiento. Pero jamás pensó que siquiera lo intentaría, sabía los peligros, y definitivamente no recordaba el título del libro, pero apostaría lo que fuese a que era algo como "Todos los hechizos que pueden y saldrán mal" o algo como "Hechizos para morir y que crean que fue un accidente 101"

Lo entendió en las primeras palabras, pero no pudo decir nada, seguía escuchando explicaciones que recordaba claramente. Se alejó, sus manos en los hombros de la elfa, temblando, su garganta con un nudo horrible que impidió dejarlo hablar al inicio.

-Pudiste morir - Su voz salió rasposa, leve, podía aguantar cualquier cosa, ¿Pero qué era un mundo sin Astrid? -. ¿Sabes cómo deshacerlo? Oh no, olvídalo, esperemos que Anastassia vuelva con la otra loca.

Respiró, dejó la situación pasar, ya no había nada que hacer respecto a ello. Miró el paraguas, preocupado, había arriesgado demasiado sólo por esconderse, ¿Y si Iris sabía que estaba allí? Si sólo estaba jugando con ellos, ¿y sabía que estaba apartada de sus poderes? ¿Que hubiese hecho si se la hubiese encontrado frente a frente? Demasiado arriesgado, si bien ya estaba preocupado constantemente por ella, ahora sentía que había que cuidarla mucho más de lo que había que cuidar a los trillizos.

La escuchaba y habían varias cosas que no le hacían ningún sentido, y como él siempre había sido sencillo con sus pensamientos, sólo soltó lo primero que se le vino a la cabeza.

-Astrid -la apretó fuertemente, con un suspiro pesado -. Deja de pensar tanto. Si Iris te encuentra sería horrible, ¿entiendes lo que pasa con lo que hiciste? Si Iris te mata, dado que separaste todo de ti, si toma esto, de verdad todo se iría al carajo. Usaste un arma de doble filo, te hiciste mucho daño, y debido a que apostaste todo en ello no has vuelto a casa.

Su voz se quebraba con cada palabra, hasta que por unos segundos no pudo más, sollozos ahogados salían de sus labios mientras su cara se encontraba entremedio del pelo de la elfa, estar ahí, poder hablar, y enterarse de cosas horribles a la vez era demasiado.

Quería decirle que olvidara todo, que fueran a ver a los trillizos, que Iris estaba al otro lado del mundo. ¿Pero y si algo terminaba mal? Entonces no, quería que se escondiera, que se fuese a otro mundo hasta que Anastassia encontrase a Selena. Pero la realidad era que, no podía decirle nada, porque haría lo que quisiera, y lo que estimara conveniente. Así que sólo tendría que mantenerse alerta.

-¿Cúando fue la última vez que hablaste con Anastassia?

Trató de calmarse, sin dejar ir a Astrid, esperaba que el tiempo pasara lentamente, pensando en que podía hacer para ayudar, para aportar a todo esto, hasta que se iluminó levemente. Pero las palabras arrastradas de la elfa lo despertaron. "Mierda, mierda, mierda" gritó en su cabeza, mientras rápidamente tomaba el paraguas sin nunca soltar a la elfa, y posaba éste último en su regazo.

-Realmente pensaste que era una buena idea...

Suspiró y apoyó levemente su cabeza en el hombro de ella, su nariz entre su cabello, sus labios cerca de su cuello. ¿Qué iba a hacer? ¿Quería llevarsela de todo el caos que había allí, si estaba en un lugar tranquilo, quizá podría descansar un poco y olvidar todo.
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“Pudiste morir...” Sonrió amargamente ante aquello. Astrid había muerto con sus hijos. Todo lo demás había sido como una pesadilla de la que no podía despertar. De seguro Artanis lo sabía. Sabía que ya no tenía razón para vivir excepto gastar todo lo que le quedaba en deshacer lo que había hecho el hombre que en ese momento la sostenía.

“Sí.” Mintió sin demasiada fuerza ante la pregunta acerca de deshacer lo que había hecho. No había razón para preocuparse demasiado. Si lograba sobrevivir, pues todo bien. Y si no, pues… Era algo que había aceptado en el momento en que había lanzado aquel hechizo. El mero hecho de estar por lo menos parcialmente viva había sido una amarga sorpresa.

Rió bajito ante la petición de que no pensara tanto. “El cerebro es lo único que me queda, bobo. Si Iris lo toma no va a pasar nada. Si trata de romper el sello, simplemente va a destruir todo lo que hay ahí dentro.” En otras palabras, si por alguna razón perdía aquel paraguas y alguien intentaba interferir con él, Astrid, su esencia, su poder, su vida, acabarían. Sin más ni menos. Pero ella no sería capaz de absorber absolutamente nada.
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“¡¿Con Iris?!” El libro que tenía entre sus manos había caído y rebotado en el piso pesadamente. Llevó una mano a su pecho, de pronto sintiendo como si su corazón había dejado de latir. Anastassia se lo había dicho de la manera más cuidadosa posible, pero aún así había dolido demasiado. “Sí. Lo siento mucho.” Por mucho que había intentado esconderlo de Anastassia, su hermana no era estúpida. No se entrometía, pero sabía exactamente cuán rota había quedado después de aquella noche.

Astrid se dio vuelta, dándole la espalda, y se recompuso con dificultad. “Bien, si eso es lo que quiere hacer, pues no tengo nada que decir. Pero no la quiero cerca de mis hijos.” Aseveró con un tono gélido.
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Sintió que perdía el conocimiento por un momento, pero Artanis había sido rápido. Se recuperó al sentir el objeto en sus piernas, sólo un par de segundos después levantó la mirada, parpadeando varias veces para enfocar sus ojos. ¿Por qué lloraba tanto? ¿No le odiaba después de lo que había hecho? “Artanis, no tienes que preocuparte tanto por mí.” Aseguró, volviendo a posar una mano, esta vez cálida, sobre su mejilla. Ya no sentía ganas de llorar, solo de lograr de alguna manera consolarle.

“Sé cuidarme sola, lo he estado haciendo por siglos.” Aunque había intentado calmarle con su tono, asegurándole que estaría bien, aquellas palabras dichas a Artanis en especial le habían dolido más de lo que pensaba. Siglos que podría haber pasado siendo feliz con él si no hubiesen sido tan estúpidos. Empujó aquella idea de su cabeza, colgando el paraguas de su brazo para arrodillarse sobre la mesa donde se había sentado.

“Jodido gigante.” Se quejó, como siempre lo había hecho, ante la diferencia de sus portes. Aunque había cambiado su cuerpo, había mantenido aquella estatura ridícula y minúscula. “Hey.” Susurró, ahora sólo un par de centímetros más pequeña que él. “Voy a estar bien. Iris tiene que encontrarme, y luego además de eso pillarme desprevenida.” Abrazó su cabeza, apoyándola contra su pecho mientras acariciaba su cabello. “Estoy lista para romper el sello si es necesario. Así, sin más” Chasqueó los dedos “Adiós Astrid Sharp, hola Astrid.” Pues no, decididamente no sería así de sencillo, pero lo último que quería es que Artanis se preocupara por ella.

“¿Anastassia?” Preguntó, entrecerrando los ojos, intentando recordar.


“Es en Grendelshire, de seguro.” Había dicho sobre una taza de café en medio de Londres. “Huele asqueroso, y me siento sucia cada vez que me acerco a ese colegio.” Arrugó la nariz ante el fétido recuerdo. “Algo está haciendo. Tiene que tener a alguien moviendo las cosas aquí afuera, pero todavía no tengo evidencia. Sólo una desaparición o dos, pero pueden no tener que ver.” Bebió de su café cargado con azúcar y luego cruzó los brazos con un resoplido de frustración. Estaban tan cerca.


“Un par de semanas antes de la explosión. Tenía una pista, por primera vez, un estudiante estaba actuando raro, escuché algo en el patio, sentí… Algo.” Suspiró pesadamente. Había dudado demasiado, tardado demasiado en actuar. “Muy tarde, por supuesto. De seguro ya escuchó lo que pasó y al no saber de mi va a viajar y ponerse a fisgonear. No creo que tarde demasiado en llegar aquí.” Estaba contando con ello, necesitaba a su hermana. “Ojalá con Selena.”

Suspiró ante aquella última pregunta, acomodándose para sentarse sobre sus piernas, abrazando el pecho de Artanis. “¿Qué más me quedaba por hacer?” Reprochó en un murmullo que apretó su pecho, volviendo a sentir cómo goteaban sus emociones. “Con Anastassia siempre moviéndose, Selena desaparecida, el resto perdidos o durmiendo…” Ella no había podido tirarse a dormir como el resto, bajo ningún concepto.

“Sin los trillizos, sin mis hijos, sin una razón para ser cuidadosa, sin razones para seguir viviendo así como estaba, sin...” Se estremeció, recordando el estado mental en que había estado al preparar aquel hechizo suicida. “Sin ti.” Lágrimas opacaron su visión una vez más. Se atrevió, quizás por primera vez, en admitir en voz alta que lo extrañaba, que le había necesitado. ¿Hubiese hecho las cosas distintas de haber estado con Artanis en ese momento? Era probable, pero un pensamiento que no ayudaría a nadie en ese momento. “No tuve otra opción, entre la espada y la pared elegí la espada. No lo pensé demasiado. Era simplemente algo que tenía que hacer.” Apoyó una de sus manos en el cuello de Artanis, acariciando cariñosamente, hundiéndose en el abrazo que tanto había extrañado.


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Última edición por Astrid el Dom Jun 20, 2021 10:52 pm, editado 1 vez
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Saber que las cosas se podían arreglar le calmaba un poco, pero no podía evitar pensar que pasaría por algo doloroso al hacerlo, o quizás quién sabe qué. Sólo quería que Anastassia llegase junto con Selena y solucionar todo este desmadre. Aunque iban a tener que ofrecer algo muy bueno a cambio, ¿habría pensado en eso Astrid?

La escuchaba, ahora más tranquilo, sonreía levemente mientras la miraba, sin poder creer que se encontraba allí, con ella, sin miradas de odio y desprecio, como si todo se hubiese esfumado en el aire, como si nada hubiese ocurrido, aunque el hecho de estar allí dejaba claro que era así. Su mente le decía cada cierto rato que todo era una ilusión, que había terminado de volverse loco, que Astrid jamás lo perdonaría, que mucho menos se dejaría caer así en sus brazos, tan débil, que no lloraría frente a él bajo ninguna circunstancia. Que estaba loco, y todo se lo estaba imaginando, que ya ni siquiera eran sueños, se había terminado de romper.

********

Los días con Iris eran aburridos, monótonos, se sentía como una muñeca, vacío, sólo seguía órdenes y hacía lo que creía correcto. Sus pensamientos estaban vacíos, sus ojos siempre llenos de ojeras. Siempre que iba a visitar a los trillizos lo hacía de manera elemental, e inventaba excusas, porque no quería que vieran su rostro, no quería dejar en evidencia lo mucho que extrañaba a Astrid, y lo estúpido que estaba siendo tratando de reemplazarla.

Aunque Iris al inicio era como cualquiera de ellos, sólo una más cuidando a sus hijos. Se juntaba con su padre seguido, era poco lo que veía a su madre, y Artanis nunca fue invitado a ninguna de esas salidas. No preguntó por qué y no le interesó. Aunque con las quejas que tenía luego, no entendía por qué carajos iba sola, o más bien por qué iba en primer lugar.

**********

Soltó una risa un poco sarcástica y seca al escucharla hablar así. Claro, y mira lo bien que había salido todo eso.

-Pues no lo has estado haciendo muy bien enana -dijo, con normalidad, como tendía a ser él. Luego volteó de golpe a mirarla, sorprendido por sus propias palabras -. Digo... Uh

No sabía como corregir aquello. ¿Qué podía decirle? No le iba a mentir, mira como estaba, había separado su cuerpo de su alma, estaba destrozada, sola, dolida, habían tantas cosas que estaban mal. Estar viva no era lo mismo que estar bien, y Astrid claramente no estaba bien, sobretodo a ojos de él. No quería discutirle ni decirle nada, pero estaba extremadamente preocupado, sólo no quería que lo malinterpretara y todo volviese a estar mal. Tenía miedo, no podía arruinar las cosas de nuevo.

Soltó una risita tonta cuando lo llamó gigante. Realmente no era tan alto, sólo ella era demasiado pequeña. "Astrid de bolsillo" como diría él en muchas ocasiones. Asintió ante lo que dijo, pero no significaba que dejaría de preocuparse, la conocía, y si bien podría hacer todo eso y mal, quizás que conllevaba, y eso era lo que le preocupaba, todos los vacíos que habían entre sus palabras, no mentía, pero omitía cosas. No insistiría, lo solucionaría antes de que ella pudiese reclamarle.

-Entonces hablaste con ella hace un par de meses ya. ¿Por qué no ha vuelto? -soltó un gruñido, esperaría que al menos Anastassia volviese a preguntar que tal todo y contar si hay algo de progreso, pero resulta que no.

Pensaba un poco, Anastassia no volvería hasta encontrar a Selena, así que lo mejor que podían hacer era despertar a los otros. Daba igual si Iris tenía el control en todo esto, si todos despertaban, no tendría mucho que hacer, sólo tendría que convencer a los humanos que estaban metidos en esto de cooperar con ellos para salir. Ninguno podía sacarlo así como así, nadie tenía la fuerza vital para hacerlo, podrían sacar uno o dos cada uno y se terminaría.

-Hay que despertar al resto. Pero tienen que hacerlo ellos, ya que nadie puede entrar a los templos... Bueno, sabes cómo funciona todo esto. Hay que mover algunos hilos Astrid, no podemos dejar que Iris siga ganando, de todas formas esto no es perfecto, si cruzan la neblina... Ya está todo perdido para ella.

Había que fortalecerlos, llevarlos a todos afuera y hacerles entender lo que estaba pasando, sí. Era mucho más fácil decirlo que hacerlo pero al menos tenía que intentarlo.

Pasó sus manos por su cabello con cuidado, sin despegar sus ojos de ella, sabía lo doloroso que había sido para ella perder tanto, sus hijos, los trillizos, su mundo, y a él. "¿A MI?" Gritó en su cabeza una vez que procesó la información, sus manos heladas, sintió que el mundo se había congelado, no entendía nada de lo que estaba pasando.

-¿Yo? -dijo incrédulo de las palabras que había escuchado, mientras se apuntaba a si mismo.

Para cuando terminó de procesar todo, y veía a la elfa llorando, se hizo bolita con ella, la envolvió en sus brazos, y se envolvió a si mismo, lágrimas quería caer nuevamente, ¿por qué? No entendía nada, ¿por qué entonces las cosas habían terminado así? Una herida que apenas estaba cerrada se abrió nuevamente, todas las preguntas que jamás pudo responder y había acallado a la fuerza años atrás, ahora surgían de nuevo.

-Astrid... ¿Por qué? -estaba totalmente dolido, no entendía absolutamente nada -. Y para más te hiciste daño, te dije que siempre estaría para ti.

Demasiadas cosas pasaban por su cabeza, sin poder procesarlas, y juntando todo en un revoltijo de ideas, dudas y cosas que quería hablar. No entendía, así que sólo llegó a una conclusión. Quería transmitirle sus recuerdos, realmente quería hacerlo, pero no estaba seguro de si era lo correcto, ¿era demasiado luego? ¿O simplemente no era correcto?
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Astrid se encogió un poco ante aquella acusación, aunque era completamente justificada. “Pues no lo has estado haciendo muy bien enana.” Quiso alejarse, retroceder un poco de las palabras que le habían despertado un poco. ¿Qué quería de ella? Le había quitado todo lo que le importaba, le había dejado sola, botada, se había ido con Iris y luego le había abierto la puerta. ¿Quién se creía que era? No tenía derecho para venir a-

Artanis se había girado hacia ella, sorprendido. ¿Por qué se enojaba tanto? Simplemente le había hablado como antes, como siempre, como ella lo había hecho hace algunos momentos. ¿Por qué todo era tan complicado? Astrid mordió su labio inferior, evitando las ganas de gritar de frustración. Durante tanto tiempo se había concentrado en odiarle, culparle de todo, reprocharle absolutamente todas las cosas que había hecho. Estaba cansada.

Y él tenía razón. Era quizás el único que podía hacerle entender lo impulsiva que había sido con la decisión de mutilarse de esa manera. Por eso lo había hecho sola, a escondidas de Artanis y sus hermanos.

Agradeció el cambio de tema que la había sacudido. ¿Dos meses? No pudo evitar una mirada de confusión. ¿De verdad ya había pasado esa cantidad de tiempo? Para un ser tan antiguo como ella, ya era difícil distinguir un día de un año. Sólo se daba cuenta en momentos como ese, cuando miraba hacia atrás. “Pues entonces supongo que ha decidido no volver hasta encontrar a Selena. Se le estaban acabando los lugares donde buscar, siempre tan sólo un paso detrás de ella. No sé cuánto tiempo más demore.”

La verdad era que Astrid no creía que Anastassia encontraría a Selena nunca. Se había resignado a que lo único que les quedaba era vengarse, asegurarse de que lo que les había sucedido no pasaría nunca más. Después de eso, a la Elfa no le importaba que pasara con ella. Pero Anastassia necesitaba esa esperanza y Astrid no iba a ser la que se la quitaría. Intentaba ayudarla por todos los medios, aunque en esa forma en realidad no tenía demasiado que hacer. Cada vez que se juntaban, ambas compartían sus noticias con la otra, era lo único que les quedaba.

“Sé que hay que despertarles, pero Artanis, no sé cuán débiles están. No sé cómo está haciendo todo esto desde dentro de donde la dejé.” Se arrepintió de haber accedido a no ejecutarla. A no dejarla sentada sobre una estaca, amarrada en un monte para que los cuervos comieran sus ojos todos los días. Realmente debería haber leído a los griegos antes de decidir el castigo.

En algún lugar de su corazón entendió la culpa que debería estar cargando Artanis. Él había sido el que había dejado que eso ocurriera, después de todo. ¿Por qué lo había hecho?

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Muertos. Masacrados. Todos y cada uno de ellos. Astrid recorrió cada una de las villas. Cada biblioteca. Cada casa. Muros pintados en sangre y silencio. Aparecía y desaparecía en destellos dorados cada vez más frenéticos, desestabilizando el ambiente alrededor de ella, quemando aire, derritiendo el piso, deshaciendo paredes que osaban ponerse en su camino.

“No, por favor…” Ni siquiera sentía sus almas. No quedaba absolutamente nada de su legado. ¿Por qué? No tenía que imaginarse la razón. Artanis simplemente le odiaba. A ella y a todo el resto, tanto que no le importaba nada más. Era un imbécil egoísta, y todo el amor que había tenido por Astrid simplemente había sido reemplazado, redirigido a una psicópata que en un día había destruido todo lo que se habían demorado milenios en construir.

No eran sólo sus hijos. Los ríos y lagos de las ondinas corrían teñidos de rojo. Todo dentro de su ser giró de pronto. Ya no tenía pena. Ya no lloraba por sus hijos. Buscó a los trillizos hasta que los encontró escondidos, sobrepasados, desbordados de todas las emociones que habían desaparecido de Astrid. Los acunó entre sus brazos, sabiendo que no había absolutamente nada que podía hacer para protegerles, para rescatarles del abismo donde habían ido a parar.

Aquel día, Astrid había muerto. Sólo para ver un destello de esperanza por primera vez hace dos meses, cuando encontró una ninfa frente a sus ojos.
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El pequeño recuerdo del odio que había sentido contra Artanis desapareció por completo al sentir sus manos en su cabello. ¿Por qué lloraba? ¿Por qué parecía hasta haberla extrañado? Astrid se había engañado a sí misma en pensar que le odiaba. Que esa furia desenfrenada que sentía contra él era otra cosa, que no tenía nada que ver con el hecho de que ella le extrañaba. Que no disfrutaba un mundo en que él estaba con Iris. Que no aguantaba un mundo donde él se había dado la media vuelta y la había dejado ahí, sola, sin siquiera darse cuenta de que ella no había podido moverse.

Se convenció de que todo había estado bien, que lo había superado, que no le dolía. Que no le necesitaba. Pero esa noche, ahí, llorando en sus brazos, por más que le dolía en el orgullo aceptarlo, había estado completamente equivocada. Después de haber admitido la falta que le había hecho, de darse cuenta que al fin y al cabo, sin importar lo que había pasado, simplemente nunca había dejado de amarle; después de ese segundo, se aferró a Artanis, apretándole con todas las fuerzas que aquel estúpido cuerpo inútil le dejaba.

Y Artanis la había tomado de vuelta en sus brazos, lo único que había querido desde la noche en que lo vio alejarse de ella. Le sintió llorar, escuchando los sollozos desde el pecho donde había enterrado su cara con fuerza. ¿Por qué le dolía tanto como a ella si él era quien no había vuelto? Quiso responder, pero su voz se ahogaba entre sollozos. ¿Qué podía decir? Estaba tan profundamente confundida que no sabía ni por dónde empezar.    

Él se había ido, él la había ignorado, había estado ahí, en la lluvia, las horas en que le había buscado. Él había desaparecido por años, sólo para volver a sus espaldas, viendo a los trillizos a escondidas como si ella fuera un monstruo a quien no quería ver ni en pintura. Él había pasado de Astrid a Iris, y luego había elegido la libertad de ella a costa de sus hijos.

¿Por qué lloraba, entonces? ¿Por qué no entendía? ¿Por qué le preguntaba por qué? “A-A-” Intentó, entre hipos y sollozos, decir algo, pero se le iba a hacer imposible. Estaba demasiado confundida, pero quería responder, estaba desesperada por entender. Ya no le importaba hablar de Anastassia o Selena o Iris o aquel lugar lo los planes que tenían o no tenían que hacer. Sólo le importaba el hombre que le había llamado es anoche, y ya era hora de obtener las respuestas que necesitaba.

Separó su cabeza de Artanis, soltándole con un brazo. Quizás no era lo que él quería. Quizás estaba completamente equivocada en lo que pretendía hacer, pero realmente no había otra manera de hacerle entender. Clavó sus ojos en los de él, extendiendo una mano temblorosa mientras sentía lágrimas brotar de manera infinita, posándola en la mejilla del hombre que amaba.

Sus ojos brillaron en un dorado cálido, llenando el aire a su alrededor nuevamente de vainilla. Y le mostró.

Primero, Artanis rompiendo su coraza, cuando todavía eran sólo jóvenes. Lo fácil que se le había hecho simplemente existir alrededor de él sin tener que esconderse. Cómo poco a poco aprendió a ver más allá de ella, a amar a alguien más. La oscuridad y el peso de las palabras de su padre desaparecer cada vez que le veía. La esperanza, la felicidad. Recuerdos que no había visitado nunca por miedo a nunca querer salir de ellos. La calidez, el amor inconmensurable, lo infinitamente feliz que era en la casa que habían hecho para ellos.

Y luego, la muerte de su padre. El terror, la confusión, el alivio. Y luego los trillizos. Su inseguridad, las pesadillas que había tenido y nunca había compartido con Artanis. El miedo a terminar siendo igual a él, a herir a los trillizos como él había hecho con ella. La primera vez que escuchó, dentro de una pesadilla, que lo mejor para ellos era si se alejaba de Artanis. Nunca había estado segura de dónde había salido aquella idea, pero la voz había sido igual a la de su padre.

Los meses antes de aquella noche, cuando poco a poco le empujó, rogando estar equivocada. Rogando que Artanis dijera algo. La decepción de que no lo había hecho. Luego, aquella noche. Recorrió absolutamente todo. El duelo interno que había tenido antes de decir lo que dijo. El alivio y la sorpresa que había sentido ante su enojo, la pequeña esperanza de que podía todavía retractarse.

Le mostró su cuerpo, desde sus ojos, completamente paralizado. Le enseñó las palabras que quería decir pero no pudo, la desesperación, lo que había rogado en su cabeza. Que se diera vuelta. Luego, cuando se había dado cuenta de que no había vuelta atrás, que lo que había hecho era imperdonable para él, que probablemente era demasiado tarde, le mostró cómo selló la casa. La certeza de que lo estaba haciendo por el bien de ambos, por más equivocada que había estado. Los recuerdos le dolían, le quemaban, sentía cómo se destrozaba su corazón, todo de nuevo. Pero necesitaba mostrarle.

Astrid, sentada frente a la ventana, esperando. Rezando para que volviera, para que la perdonara. Y el silencio que recibió desde afuera mientras su corazón se caía a pedazos. Le mostró el dolor que había sentido sin tapujos, admitiendo por primera vez en su vida lo mucho que le había dolido. Seguido de la nueva chispa de esperanza cuando vio la tormenta. Su grito. La apertura de la casa. Las horas que había pasado buscándole en el frío, sintiéndole alrededor suyo mientras la lluvia caía, segura de que estaba ahí, escondido de ella. Decidiendo dejarle sola.

Sus ojos dejaron de brillar y los apartó a un lado mientras intentaba respirar, su cara completa empapada en llanto. No había visitado ninguno de esos recuerdos por miedo a lo que podía causar en ella. Sintió que iba a enloquecer, ahí, frente a Artanis, que algo se iba a romper irreparablemente. No podían haber pasado más de dos o tres segundos, pero Astrid había compartido décadas de recuerdos y sentimientos reprimidos. Y en cada uno de ellos, estaba claro que ella nunca había dejado de amarle.

¿Qué había pretendido al compartir todo eso? Todas las emociones que había mostrado ahora se rehusaban a desaparecer. La mano que había tocado la mejilla de Artanis formó un puño que golpeó su pecho sin energía. “¿Por qué, Artanis?” El dolor era palpable en su voz, en cómo su cuerpo tiritaba, en cómo se había apartado de él, recogiéndose hacia atrás sobre la mesa, abrazando sus piernas y el paraguas, escondiendo su cara entre sus rodillas sin dejar de sollozar.

“¿Q-Que estarías para m-mi?” Preguntó desde sus piernas, temblando como si hubiese un terremoto dentro de ella. “¿Entonces d-dónde estabas?” Abrazó sus piernas con más fuerza, dejando que el sentimiento de traición se mostrara en su tono. “¿Por qué m-me dejaste ahí, tirada en el bosque, cuando sabías que te estaba buscando?” Hizo otro puño con su mano. “N- Nunca más en mi vida me dejé estar bajo la lluvia. N- Nunca más, porque fue ahí que me viste buscarte y decidiste d-dejarme.” No había consuelo para el dolor que sentía. Los sollozos se habían apoderado de ella y ya no podía formar palabras.

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Re: This is Not the World we Had in Mind [Priv. Astrid]Re: This is Not the World we Had in Mind [Priv. Astrid]
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escuchó la respuesta de Astrid, que de alguna manera le pareció extraña, estaba seguro de que ellas dos se juntaban por lo menos una vez al mes para poder hablar las cosas. Claramente Astrid no podía salir e ir por allí buscandola, mucho menos luego de su mutilación, pero Anastassia siempre sería venerada, la muerte era algo a lo que muchos le temían y eso bastaba.

-Ya volverá. De todas formas, pensando en Selena, ella volverá también eventualmente, se aburrirá de estar vagando por allí y volverá.

Artanis al menos estaba seguro de eso, Selena podía ser impredecible, loca y todo lo que quisieras, pero se aburría y la única rutina que le gustaba era en donde tenía algo que controlar. Quizá lo habría hecho en otro mundos, pero seguía sin ser lo mismo, volvería, realmente quería creer que volvería, más allá de lo que pasaba en su mundo, ahora lo necesitaba por Astrid.

-Débiles o no, debemos estar lado a lado tratando de hacer que esto funcione. Y si siguen durmiendo, jamás serán capaces de fortalecerse. Bien sabes que sólo con que los idolatren un poco ya nos da energía, dime que tus neutrales no te admiran y eso te hace estar mejor. Lejos de suficiente, pero es algo.

*********

Cuando la masacre ocurrió, Artanis no podía creer lo que veía. Sentía sangre correr en sus manos aunque había estado tan encerrado como el resto en el momento que las cosas pasaron. Voló rápidamente, recorriendo todo el mundo en busca de algún alma viva, pero sólo quedaban ellos. Verlos hacía que todo su cuerpo ardiera, ver como habían masacrado todo como si fuera un juego. En la rabia no lo pensó demasiado, y le devolvió el favor a Iris inmediatamente, asesinando a cualquiera que se cruzara en su camino mientras la buscaba.

Recordaba haber llegado a ella, sentada frente a una laguna, manchada en sangre. Se había volteado levemente sólo para sonreírle y susurrar su nombre como había hecho incontables veces antes. Sólo entonces pudo ver realmente de que se trataba esa sonrisa, esa maldita sonrisa. "Jamás pudo parecerse a Astrid. ¿En qué carajos estaba pensando?"

La levantó del cuello, apretando tan fuerte como pudo, quitándole el oxígeno, dejándola sin respirar, pero sin poder asesinarla. No porque no quisiera, realmente ganas no le estaban faltando en ese momento.

-Eres estúpida -gruñó, demasiado enojado como para dejar que el dolor saliera, y el rostro de Iris pareció mostrar dolor por unos momentos, incrédula de lo que Artanis estaba haciendo y diciendo -. Ahora están todos muertos, ¡Todos! No tienes pueblo que gobernar, ni nadie que te pueda dar poder ya, estás igual que nosotros. ¿Con qué objetivo?

En ese momento sólo se preguntaba por qué el demonio la había ayudado. También, todos muertos. Estaba seguro de que recibiría el peor castigo posible, no podía morir, pero tampoco podría dormir, la conocía bien, y las dudas, la culpa y las ganas de ir por más de ello no la dejarían tranquila. Estaba enferma, loca, y no tenía salvación. Cuánto se había equivocado Artanis al ayudarla.

***********

Todo le parecía extremadamente doloroso, estar con Astrid allí era lo que más deseaba y a la vez no podía tolerarlo, emociones que parecían haberse muerto ahora gritaban tratando de salir todas a la vez, rabia, dolor, culpa, pena. Cuantas veces no había deseado Artanis ser un mortal y poder morir, escapar de lo que había hecho, porque era eso, y no había otra forma de describirlo, quería escapar, huir, de sus sentimientos, las emociones que lo perseguían y de un pasado que había tenido demasiadas consecuencias para todos.

Pero estaba allí, acariciando y abrazando a aquella mujer que nunca había podido olvidar, la única que había logrado tener su corazón por más de un par de meses, su interés, por el resto de su vida, por toda la eternidad. ¿Qué no era posible? Claro que no, era ridículo, podrías preguntarle a cualquiera de sus hermanos, y era mucho mejor involucrarse con mortales, el compromiso duraba unos cuantos años, ellos morían felices y estos seguían su vida como si nada. O más o menos así.

No entendía nada, por qué todo dolía tanto, porque Astrid estaba tan destruida frente a él, lo había alejado completamente, y Artanis aunque no sabía la razón, estaba seguro de que había sido merecido.

Tuvo un pequeño ataque de pánico cuando Astrid se alejó de él, la vio llorando, y antes de poder decir nada su mano estaba en su mejilla, Astrid brillaba cual diosa, y entendió exactamente lo que pasaba, cerró los ojos, con demasiado miedo de lo que podía ver allí, demasiado miedo de confirmar que todo era verdad, que no había un dulce sueño en donde Astrid si lo quería.

Y se equivocó, la vio sufriendo, con cosas que no le dijo, su corazón se apretó bruscamente, pensando en lo idiota que había sido al no notarlo, pensando que eran cambios del embarazo. Le había prometido estar allí siempre y no había podido verlo. Sentía lo que ella sentía al pasar los recuerdos, rápidamente agobiándose por las emociones que le transmitía todo aquello.

Los pensamientos intrusivo de Astrid, como sellaba la casa, destruida. Recordaba haber golpeado esa ventana mil veces, pero él no estaba allí, ¿por qué no estaba allí? Astrid luego bajo la lluvia. Había se había roto todo, claro que la hubiese sentido, hubiese corrido hacia ella, si tan sólo no hubiese perdido la consciencia.

Cuando todo se detuvo, sintió que apenas podía respirar. Estaba paralizado, la veía llorar, la escuchaba, pero no podía decir nada. Todo era demasiado doloroso, y muy en el fondo se entremezclaba con un sabor dulce y con una pizca de alegría al pensar que si le amaba, y eso era todo lo que importaba.

La miró, en silencio, mientras la escuchaba. Sólo había algo que decir, y una cosa que hacer.

-Estaba inconsciente -murmuró suavemente mientras deslizaba sus dedos para tomar la mano contraria entre ambas suyas.

Suspiró, e imitó a la elfa, entregándole sus recuerdos, sus emociones, ya no tenía miedo, sólo quería que ella entendiese que siempre había estado allí.

Los primeros encuentros, donde todo eran bromas, como Artanis nunca se tomaba nada en serio, pero poco a poco era capturado por la terquedad de la elfa, provocando que la siguiera de un lado a otro como un cachorro perdido. La felicidad que había sentido en el primer beso, cuando notó que no era sólo un juego, que la quería a su lado. Las incontables noches con ella, tarareando canciones y acariciando su cabello.

La emoción y el miedo de ser padre, la lejanía de Astrid que asumió significaba que estaba concentrada en sus hijos, pensando en como lo manejaría y había decidido darle el espacio hasta que ella considerase que necesitara hablarlo, siempre atento y esperando a que decidiera acudir a él, porque se lo prometía cada noche antes de dormir. Y se lo repetía cada mañana antes de despertarla con un beso en la frente.

Y cuando le dijo que las cosas habían terminado. El dolor inconfundible, la rabia, no pudo lidiar con eso y tuvo que correr, a gritar a otro lado, a gruñir y gastar energías, todo el día pensando en cómo hablaría con ella a la noche. Porque jamás había tenido la intención de largarse así sin más. Cuando volvió, la puerta cerrada.

Había tocado varias veces, luego empezaron los gritos, buscaba por las ventanas, trató con las distintas puertas. La desesperación se apoderaba de él, comenzó a azotar todo, no podía creer que realmente le estaba dejando fuera, rogando porque al menos le diese la oportunidad de hablar, quería verla, abrazarla, rogarle de que no lo dejase así. Horas pasó, gritando, suplicando, gastando todos sus poderes, golpeando la puerta hasta que sus nudillos sangraron y se acuclillo ante ella, llorando.

Horas esperó, seguro de que ella le había escuchado, suplicó todo lo que pudo, le ofreció su ser en cuerpo y alma, porque ya no tenía nada más para darle, hasta que la desesperación se apoderó de él. Un grito de dolor, descontrol total, tormentas, temblores, Artanis se había ido a negro, no habían más recuerdos ni sensaciones de esa noche.

El despertar en la aldea, como una cáscara vacía, y la decisión de irse. Tanto fue el tiempo que se fue, y cuando volvió, simplemente no podía acercarse a ella. Veía a los trillizos a escondidas, por miedo a Astrid.

-Te dije que siempre iba a estar para ti...

Murmuró entre sollozos, quería que entendiera, que viera como eran las cosas. Pensó en mostrarle las veces que llamó a Iris por su nombre, como era manejado como una marioneta sin vida, y como había tratado de matarla cuando todo se había ido al carajo, pero probablemente sería excesivo e innecesario.

La miró, posando sus dedos en su barbilla, lágrimas intentaban caer en silencio por sus mejillas.

-Nunca dejé de amarte.
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Re: This is Not the World we Had in Mind [Priv. Astrid]Re: This is Not the World we Had in Mind [Priv. Astrid]
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Había tenido razones para guardar esos recuerdos en lo más recóndito de la vasta biblioteca que era su mente, donde todo estaba hecho de vidrio. Luego de la muerte de sus hijos, Astrid se había transformado en la reina de un castillo de cristal, y poco a poco los cimientos habían comenzado a resquebrajarse. Ahí, con todos los recuerdos que tenía de Artanis al rojo vivo y pasando frente a sus ojos, siglos cada segundo, escuchaba más y más trizaduras formarse.

“Estaba inconsciente.” No entendió. ¿Inconsciente? ¿Cómo? ¿Por qué? Sintió que tomaba su mano, intentando mantenerse en una pieza mientras sus ojos seguían derramando lágrimas. Y luego recibió las respuestas. Todas.

Las primeras interacciones, los sentimientos de Artanis mientras poco a poco se enamoraba de ella como le había sucedido a Astrid. Aquel primer beso. Él, despertándole de una pesadilla. Él, cantando para calmarle hasta que lograba volver a dormir. Él, la emoción y el miedo que ella también había sentido ante la idea de ser padres. Él, decidiendo darle espacio, esperando a que ella se apoyara Artanis.

No quería ver más. No quería sentir el odio que estaba segura se había alojado en el corazón del hombre que amaba hacia ella. Quiso romper el contacto, pero la necesidad de saber que le daba su naturaleza Elfa fue más fuerte. Más sonidos de trizaduras sonaron dentro de su cabeza. Pero lo que sintió fueron las ganas de volver. De arreglar lo que había sucedido. Vio a Artanis volver a su hogar. ¿Por qué? Ella había mirado por la ventana todo el día, toda la noche. ¿Cómo no le había visto?

En su mente, vio pasar las horas que en sus propias memorias estaban vacías. Pero ahí estaba Artanis. Gritando, probando ventanas y puertas. Aventando elementos contra la casa, golpeando la puerta, sus nudillos ensangrentados. Hasta que ya no pudo más. Recordaba en sus propias memorias la tormenta, el gritar de los elementos que le había hecho salir de la casa. En los de Artanis, todo se había ido a negro. En los suyos, había reventado los sellos.

Las palabras del hombre que seguía amando pintaron trizaduras en su corazón, era lo único que había querido escuchar, las únicas palabras que podrían haberlo arreglado todo. ¿Por qué ahora cuando era demasiado tarde? “Yo tampoco...”  Astrid hundió sus ojos en los de Artanis, viendo en ellos por primera vez lo que había visto día a día cuando estaban juntos. “¿Por qué?” Murmuró, su voz rota. “¿Por qué, si estabas ahí? ¿Por qué yo…” No podía reaccionar, no podía permitirse entender aquello que Artanis había dicho, no del todo.  

Pasó el recuerdo nuevamente por su cabeza, alineando lo que no tenía sentido, uno sobre otro. Artanis afuera de la casa, Astrid adentro. ¿Por qué no le había visto? Astrid sellando la casa, Artanis alejándose. Astrid sellando… La casa. Repasó los sellos, los recuerdos formándose frente a sus ojos ahogados en lágrimas en un pequeño humo que despedía olor a vainilla.

Ahí, detrás de su voz, un eco de algo distinto. Un sello que no correspondía a lo que había dicho. “No…” Un gemido de súplica. Dejó que el recuerdo tomara vida frente a ella, ahí, al lado de Artanis. Astrid en su cuerpo original, todavía midiendo un metro y treinta y nueve centímetros, marchando en su lugar. “Hi fen na- hollen an cin.” Los labios del recuerdo que brillaba en dorado y rosa se movían, lanzando aquel hechizo que había usado para sellar la casa. Luego, ahí, como un susurro. Hin law tur- ú- vedui- o cin. Uno por uno, detrás de cada sello que había evitado que Artanis entrara, desde algún lugar de Astrid, un murmullo de cada sello que había evitado que ella lo viera aquella noche.

Cra-ck.

Astrid ensartó aquel recuerdo del pasado con la punta de su paraguas, haciéndole desaparecer en un instante. Había dejado en evidencia, ahí, frente a Artanis, lo que había hecho sin darse cuenta. Sintió todo dentro de su cabeza desplomándose como si hubiesen empujado el primer estante de la enorme biblioteca y creado un efecto dominó. Sus ojos se veían vacíos, ambos brazos descartados a cada lado de su cuerpo, el paraguas apenas tocando sus dedos.

¿Quién gritaba?

Había sido su culpa. Artanis había vuelto, como ella había querido, rezado, deseado con todas sus fuerzas. Había vuelto para decirle todo lo que quería escuchar de él. Que estaba siendo una estúpida, que su lugar era a su lado, que él nunca aceptaría dejarla así como así. Y ella no había escuchado. Y era todo su culpa.  

¿Quién seguía gritando? Eran palabras que no entendía. No las escuchaba por sobre el sonido de vidrios quebrándose.

Recuerdos, esta vez de todo lo que se había desencadenado después de esa noche. Pequeñas películas formándose frente a sus ojos desenfocados en sombras doradas y rosa. No necesitaba compartirlas con Artanis, estaban ahí, tangibles, mientras ella se mantenía en aquel estado parecido a catatonia.

Astrid, sola, despertándose a sí misma con chillidos. Astrid, sola, enseñándole a los trillizos acerca de su raza. Astrid, sola, jugando con Ninfas. Astrid, sola, acunando a uno de sus hijos contra su pecho en el primer arranque de Iris. Astrid, sola, sellándola por primera vez. Astrid, sola, salpicada en la sangre de su pueblo, abrazando a los trillizos que no podría consolar nunca. Astrid, sola, encerrando a Iris una segunda vez, cementando el odio y la sed de venganza que le daría razón al resto de su vida. Astrid, sola, preparando el hechizo que había mutilado su existencia. Astrid, sola, eligiendo un paraguas para nunca más sentirse débil bajo la lluvia. Astrid, sola, lista para morir si era necesario, para vengarse de Iris, lanzando aquel hechizo que había amenazado su vida. Astrid, sola, echándole la culpa de todo lo que había sucedido a Artanis, incapaz de lidiar con su corazón roto.

“Y todo es culpa tuya. No hay nada que puedas hacer para arreglar lo que has hecho, hija mía.” Aquella voz que nunca le había dejado del todo, que susurraba en sus sueños, que había sido dueña de sus pesadillas. Aquella voz que Artanis también conocía. Aquella voz que sólo había escuchado en su cabeza desde la muerte del ser que les había engendrado a ambos, retumbó dentro de aquella sala sellada con la magia de Astrid.

Los gritos se habían detenido. Sus ojos volvieron a enfocarse de pronto, reaccionando frente a la voz que, esta vez, había escuchado fuera de su cabeza. La había proyectado en la realidad junto con los recuerdos que no había notado pasar literalmente frente a sus ojos. “Todo...” Su voz se sentía pesada. ¿Por qué de pronto le dolía hablar? ¿Por qué sentía un sabor metálico?

“Todo es culpa mía.” Murmuró en un tenue susurro, su voz completamente destrozada por el desgarrador grito ininterrumpido. Más lágrimas caían, ensuciando la cara que parecía sin vida. “Todo...” Repitió, imitando aquella voz que había controlado tanto de su vida, incluso después de muerta. “Todo… Culpa...” Se sentía dentro de una pesadilla de la cual no podía despertar. Las palabras de Artanis habían pasado a segundo plano frente a la nueva realidad donde la única que tenía la responsabilidad de lo que había sucedido era ella. “Mia…”

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Última edición por Astrid el Dom Jun 20, 2021 10:51 pm, editado 1 vez
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Inventario : This is Not the World we Had in Mind [Priv. Astrid] Paragua-astridNivel 2 - Canalizador de magia
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This is Not the World we Had in Mind [Priv. Astrid] Crown-PNG2Corona del Cabrón - Puedes tener todos los personajes que desees sin control por parte de la administración.
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Re: This is Not the World we Had in Mind [Priv. Astrid]Re: This is Not the World we Had in Mind [Priv. Astrid]
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This is not the World we had in Mind
19:40
Despejado
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Al escucharla hablar, entender esas palabras, sintió que su cuerpo se caía en pedazos, así como a la vez sentía que se llenaba de vida. No sabía que lado tomar, se sentía sobre cargado de emociones a las que apenas podía reaccionar, pero la voz quebrada de la elfa frente a él le hizo entrar en razón.

Entrelazó la mano que había tomado con la suya, y le dedicó una sonrisa gentil, indicándole que nada de eso importaba ya. Aunque para Artanis todo se había ido al carajo en ese entonces, y fue uno de los desencadenantes de todo lo malo que le había pasado a su mundo en adelante, pero quería enfocarse en el ahora, en solucionar y hablar las cosas, tanto personales como las de su mundo. Quería hacerlo por ella, no porque no tuviera dudas, pero sabía que Astrid no sería capaz de lidiar con todo, la situación, los hijos, de todas formas sentiría rencor hacia él.

Y lo siguiente lo confirmó.

Mientras él pensaba en cosas bonitas, algo malo había procesado la mente de Astrid y lo vio reflejado en el paraguas de Astrid en todo el lugar, por apenas un segundo. La conocía lo suficientemente bien para saber que se estaba por ir todo al carajo. Gritos, Astrid probablemente ni siquiera sabía lo que estaba haciendo, encadenada en sus propios miedos.

Entró en pánico, viendo todas esas escenas pasar, viendo todo lo que le afectaba, su padre, lo escuchaba claro como el agua, todo se estaba yendo a la mierda. Astrid estaba en shock, hablando estupideces, jamás sería su culpa. Artanis se negaba a creer eso, y se echaría la culpa el resto de su vida si era necesario, no le importaba, sólo le importaba ella, siempre había sido asi.

-Astrid -susurró primero, extendiendo una mano hacia ella tembloroso -. ¡Astrid!

Tragó saliva y con ello sus miedos, cantar canciones y mecerla no ayudaría en ese momento, lo sabía bien, pero décadas de sentimientos quizás si harían algún efecto en ella. Se acercó suavemente, ignorando todo el caos que había alrededor, ¿hace cuántos años que no estaba así de cerca? Sin dudarlo un segundo más, con gentileza posó sus labios en los de ella, sus manos pasaron de acariciar su cabello a abrazarla con fuerza, intentando contenerla. Había olvidado lo que se sentía besar a alguien que de verdad amaba, y trató de transmitirle aquello con el suave beso, o con magia si era necesario.

Se alejó y la abrazó con fuerza, una mano detrás de su cabeza, sus labios cerca de las orejas de la elfa.

-Jamás podría ser tu culpa -susurró suavemente -. Te conozco lo suficiente, debí insistir más, buscarte al día siguiente. Pero huí y me fui por años. No es tu culpa.

No le importaba, se escharía la culpa de mil maneras diferentes, inventaría razones si era necesario, su orgullo poco importaba cuando se trataba de Astrid. Sólo quería verla sonreír, ser feliz, no quería verla así, destruida, su cabeza ya le jugaba suficientes malos ratos como para él darle más razones con las que sufrir.

-Nos vamos de aquí -dijo firmemente, tomando a la elfa en brazos como una princesa sin preguntarle -. No vas a volver aquí hasta que de verdad estés mejor, nada de fachadas.

No le dio tiempo para cuestionar ni hablar, rápidamente hizo que ambos se esfumaran en el viento, llevándola a un lugar que ellos dos conocían muy bien.
Emme

ArtanisArtanis
Artanis
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Re: This is Not the World we Had in Mind [Priv. Astrid]Re: This is Not the World we Had in Mind [Priv. Astrid]
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Been Running Forever, Just to End Up Here Once More
Artanis ∞ Salones ∞ Atardecer
Todo lo que había perdido, todo el sufrimiento que se había desatado en ese mundo sobre sus hermanos, sobre sus hijos. Todo el dolor que teñía por siempre el tapiz de la historia de Astrid, la historia de Artanis. Todo por algo que ella había hecho sin siquiera darse cuenta.

¿Cómo podía haber sido tan estúpida? ¿Tan descuidada? Había dejado que sus emociones nublaran sus hechizos. Nunca antes había pasado, y la primera y única vez todo se había ido al carajo. “Por culpa tuya.” Las palabras salieron de la boca de Astrid, pero era la voz de su padre nuevamente.

Escuchó a alguien decir su nombre. Manos en su cabeza. Todavía escuchaba cristal quebrándose en alguna parte, todo se estaba desparramando, todo lo que había guardado con tanto cuidado. Todas las emociones que había metido en cajones a presión, prometiéndose que luego lidiaría con todo tan solo para dejarles olvidadas. Con un empujoncito, todo se había desmoronado, todo había explotado, todo exigía ser sentido, recibir la atención que debería haber sido prestada hace demasiado tiempo.

Nunca podría recomponerse, era simplemente demasiado. ¿Cómo volver a guardar todo en un cuerpecito tan pequeño? Sentía todo lo que no había sentido, absolutamente cada emoción, todas al mismo tiempo. ¿Cómo no iba a perder su identidad ahí, ahogándose en ese mar tormentoso? No era una pesadilla, era su vida, una eterna vida de horrores que había escondido de sí misma que ahora venían a cobrar peaje.

Lentamente se perdía, hundiéndose más y más, poco a poco en el mar dentro de su cabeza. ¿Por qué era un mar? Parpadeó un par de veces al sentir que le apretaban. Artanis estaba ahí, tan cerca. Tan cerca. De pronto pudo olerlo, el mar en la piel de Artanis, y sintió sus labios sobre los suyos.

Se sintió en casa, pudo respirar por primera vez en varios minutos. Pudo mover una mano lo suficiente como para aferrarse del cuello de su chaqueta. No quería volver a soltarle, pero sabía que tenía poco tiempo, no se había acabado. “Extrañaba eso.” Logró murmurar, su voz ronca y malograda, arrastrando cada sonido como si estuviese ebria. Pudo recuperar por un segundo el control de su cabeza, sólo por un segundo, y luego todo estaba de vuelta. Su mano perdió fuerza y se deslizó de vuelta hacia la mesa.

“Jamás podría ser tu culpa.” Escuchó la voz sobre el eco de sus recuerdos, quería responder, en especial cuando él dijo esas palabras, las mismas que ella había usado para acusarle en su mente, para echarle toda la culpa. Todo por lo menos cruzaba, entraba por sus oídos y resonaba por sobre todo el resto. Por sobre las eternas palabras de su padre, los gritos de desesperación en sus recuerdos, la eterna acusación de que todo era culpa suya.

Quería creerle, era lo único que le salvaría. ¿Cómo hacerlo? Ese recuerdo era infalible, como todos los que tenía. No había cómo discutir ahora que sabía lo que había sucedido. Quería gritarle a Artanis que era imposible que la culpa fuera de él, que le vio intentar tirar toda la casa abajo en ese recuerdo. Que ella había sido la que no se había acercado a hablarle en primera instancia, por terca, por estúpida. Que era ella quien había manifestado esos sellos que no le permitieron ver lo que estaba sucediendo. Pero no podía formar palabras de nuevo. Lo único que hacía su cuerpo era escurrir lágrimas de manera infinita.

¿Iban a otra parte? ¿Dónde? Era peligroso, no sabía lo que pasaría si cruzaba la neblina en ese estado, pero no pudo responder ni negarse. ¿Fachada? Quiso reír. Sólo Artanis podía hablarle así, y sabría exactamente si le estaba mintiendo. Sería un largo tiempo, entonces. Si dejaba que le mirase a los ojos, algo que no había permitido hace años, sabía que el elemental era capaz de leerla como un libro abierto.

Sintió que le tomaba en brazos. También había extrañado eso. Ella era tan pequeña aunque nunca lo aparentaba ni recordaba, así como era de arrogante. Artanis era tan alto, siempre había podido levantarla con una sola mano. Ahí, en sus brazos, dejó que recuerdos más felices, aquellos que también había sellado en alguna parte de su mente, le inundaran por un momento. ¿Cuántas veces le había tomado así? Miles, millones, con una infinidad de razones y propósitos.

Pasaron frente a sus ojos como películas otra vez, visibles para cualquiera que estuviese prestando atención. Primero cuando le recogió del piso, la primera vez que Artanis le había visto después de una pelea con su padre. Luego cuando estaban aprendiendo a quererse, jugueteando, levantándole para molestarla, llamándole enana. Cuando cruzaron el umbral de la puerta de la casa que habían hecho juntos. Después de una pelea estúpida, cuando se había encaramado alrededor de él para pedirle perdón. Incontables veces cuando despertaba de pesadillas. Cuando la alzó en el aire de emoción al enterarse que estaba embarazada. “¿Recuerdas?” Crujió, sus palabras casi un suspiro. No sabía si había compartido sus recuerdos con él o no, no tenía demasiado control de sus poderes en ese momento.

Y luego lo único que podía sentir era el viento, lo único que podía oler era la magia de Artanis. El mar, ese que por tanto tiempo había evitado en el mundo humano. Estaba absolutamente en todas partes y lo único que hacía era recordarle a cosas que quería olvidar. Como el vino. O los arándanos. Malditas cosas que lo único que habían hecho era irritarle y sacudir su interior.

Pero ahora eso ya no importaba, se sentía en casa transformada en viento en los brazos de Artanis. Se sentía en casa envuelta en ese olor mezclado con aire. Quizás no iba a poder recuperarse, pero por lo menos había sentido todo eso por última vez antes de terminar de perder la cabeza, lo haría con una sonrisa.

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