Astrid Sharp siempre ha sido una mujer simpática y amigable. Desde pequeña fue curiosa, extremadamente interesada en el mundo que la rodeaba y todo lo que era capaz de aprender. Siempre con un pequeño brillo pícaro en su mirada, una sonrisa traviesa en su rostro, se interesaba tanto por la literatura como por la gente que le rodeaba. Quizás demasiado.

Cualquier persona que la conoce estará de acuerdo en que Astrid Sharp fue y será una jodida metiche entrometida cotilla. Está en su naturaleza curiosa. Al crecer, a pesar de los abusos que sufrió de parte de su padre, también lo hizo su corazón. Preocupada, ocupada del resto por sobre cualquier cosa que le puede suceder a ella. Adora a sus amigos, a sus alumnos, los trata como si de hijos propios se tratara.

Con la información que maneja de todo el mundo a su alrededor, lo único que hace es desvivirse por ayudar al resto. ¿Relaciones? No. ¿Amigos? Pocos. ¿Días de juerga? No. Todo su tiempo va invertido en sus alumnos. Sus notas. Cómo aprenden. Sus sentimientos. Cómo se sienten ese día. Era extremadamente fácil distraerle en clases contándole el chisme más nuevo, aunque sí era poco común que ella no lo hubiese escuchado ya.

Astrid Sharp esconde todo su dolor detrás de una sonrisa genuina y palabras amables. La vez de su padre no la deja en paz, dudando de todo lo que hace, recordándole todas las veces en que falló. Ha perdido mucho. Demasiado. Pero no deja que eso la detenga, ha decidido que su vida es para mejorar y ayudar al resto, y eso es lo que hará hasta el día en que muera.

Astrid Sharp es una mujer... Compacta, como diría ella. Nunca la escucharán diciendo que es pequeña. Lo que dirá, erguida y de puntitas mientras lo hace, es que mide un metro y CUARENTA centímetros. Nada menos que eso. Claramente, eso es una mentira. Ni siquiera de puntitas llega al metro cuarenta. Como si aquello no fuera poco para hacer que esta profesora se vea bastante fuera de lo común, la mitad izquierda de su cabello crece de color rosa mientras que la otra es completamente café. Aunque es obvio que simplemente tiñe una mitad, nunca se notan las raíces que deberían estar ahí. De manera contraria, su ojo izquierdo es completamente café y el derecho rosa, no es un juego de lentes de contacto, Astrid Sharp nació con esa extraña heterocromía. Quizás tiñó su cabello para que hiciera juego.  

Para rematar la forma extravagante, es bastante flaquita y voluptuosa. Al mirarla, cualquiera diría que es un chichón del suelo, pero Astrid Sharp se lleva a sí misma de una manera en que es fácil olvidar que, de descuidarse un poco, alguien peligra con pisarla. Quizás es su agilidad impresionante. Quizás es el hecho de que se comporta como si midiera dos metros. Quizás, simplemente, es una experta en pararse un escalón más arriba, arrodillarse sobre mesas y usar su paraguas para verse más alta de lo que realmente es.


Siempre que tenía que aparecer frente a sus alumnos usaba ropa semi formal. Era una profesora seria cuando se trataba de impartir sus clases, y aquello se notaba en su vestimenta. Al evento fue con unos pantalones negros, botas de taco blancas y un enterito negro bajo una chaqueta blanca. Y, por supuesto, su infaltable paraguas.

La historia de Astrid Sharp es bastante simple. Era la segunda hermana de una familia bastante extensa, nacida en Londres. Nunca conoció a su madre, algo que no le molestó en un principio. Pero su padre era un hombre extremadamente abusador. Astrid intenta no recordarlo demasiado, pero fue maldecida con una memoria eidética. Recuerda cada momento de su vida, todas las cosas que ha visto, escuchado, sentido, por mucho que no quiera hacerlo. Astrid no podía cometer errores, de hacerlo recibía abusos de todo tipo. En realidad prefería los físicos, esos por lo menos desaparecían después de algunos días o semanas.

Su padre murió cuando era una adolescente. Quiso quedarse, por el bien de sus hermanos, pero en el estado en que estaba no podía cuidar a absolutamente nadie. Se largó junto con varios de sus hermanos, esparciéndose por el mundo. Astrid Sharp se hundió de lleno en llenar su cabeza de cosas distintas. Libros. Idiomas. Paisajes. Gente. Viajó por todo el mundo buscando más. Más conocimiento, más información, más literatura. Como ella lo veía, mientras más había en su cabeza menos probable era toparse con un recuerdo desagradable.

Descubrió, después de casi seis años, que todos los caminos realmente llevan a Roma. Conoció todo el mundo, pero se sentía absolutamente vacía. Siempre había sido alegre y sociable, a pesar de todo, y deambular por el mundo sola simplemente no era suficiente. Con todo lo que sabía, no le costó absolutamente nada terminar el colegio que había dejado a medio terminar y luego enlistarse en la universidad para convertirse en Profesora.

Le costó bastante elegir qué tipo de profesora quería ser. Amaba la botánica, estar en la naturaleza se sentía como recargar energías. Le encantaba la ciencia, aunque quizás se distraía demasiado como para aquello. Quería algo que le ayudara, realmente, a cambiar las vidas de sus estudiantes. Todas las respuestas, todas las soluciones para casi todos los problemas que alguien podía tener estaban escritas en alguna parte, en algún libro, en algún idioma. Después de todo lo que había visto y leído, Astrid estaba segura de aquello.

La decisión, entonces, se hizo clara. Sería profesora de Literatura, le enseñaría a todos el poder de un libro, o varios. Le enseñaría a sus estudiantes que, frente a la imposibilidad de solucionar algo por medios propios, un libro siempre tiene más que ofrecer. Trabajó primero en un colegio en Londres, pero la cuidad no le gustaba demasiado. Sintió un llamado en Grendelshire, una pequeña ciudad justo a las afueras. Era perfecto, tanto que, después de perder al profesor de literatura que estaba enseñando a mitad de año, Astrid Sharp llegó de reemplazante inmediatamente.

Eso había sido un año y medio antes del evento. Rápidamente se puso cómoda. No conocía a nadie en la ciudad, por lo que simplemente volcó su vida a sus estudiantes, como quería hacer. Se hizo amiga de sus colegas, de sus estudiantes. Los conocía, se preocupaba por ellos, los fastidiaba al averiguar demasiado a veces. Lo tenía todo en una pequeña libretita, aunque nunca se la mostraba a nadie.

Llevaban tanto tiempo organizando el evento de enorme magnitud que Astrid no se lo perdería por nada del mundo. Astrid se enlistó a ayudar en todo lo que le fue posible al punto en que, de faltar, en realidad muchísimas cosas se hubiesen caído a pedazos. Se encontraba absolutamente sobrepasada de trabajo, pero aún así encontró tiempo para fisgonear, seguir a algunos estudiantes, cotillear... Hasta que explotó la bomba.

¿Era extraño que la manera en que sintió que moría era aplastada? Había escuchado distintas cosas, parecía depender de la persona, Astrid Sharp no sabía bien por qué esa era la sensación, pero en realidad no le importaba demasiado.

Cuando escuchó aquella voz decirle las reglas, inmediatamente sintió confusión extrema. ¿Qué estaba pasando? ¿Quién era esa voz? ¿Dónde estaban ahora? ¿Qué tipo de poder tenía quien había diseñado todo eso para tocar a sus seres queridos? Demasiadas preguntas, ni una sola respuesta.

Elegir raza no le fue absolutamente nada difícil. Amaba el conocimiento. Amaba la naturaleza. Seguro amaría ser un Elfo. Para su absoluta decepción, por alguna razón era incapaz de tomar su forma de raza. Lo único que tenía a su disposición era el conocimiento. Encontró a Elaine poco tiempo después, y junto con ella decidió crear un lugar seguro para todos los Elfos. Se tomaron la Biblioteca sin problema, y poco después comenzaron a hacer trueques con otras alianzas. Tenía familia afuera, conocidos que quería, por lo que romper las reglas no era una opción, aunque consideraba que hacer trueques no rompía la primera regla.
Lo único que quiere es encontrar una manera de salir de ahí, de que esa tortura acabe para todos los inocentes atrapados ahí dentro.

❦ Era la encargada del Club de Botánica.
❦ Siempre sabía todos los chismes de Fallgate.
❦ Nunca se le ha visto sin su paraguas, suele llevarlo a todas partes.
❦ Su bebida preferida era azúcar con café.
❦ Era común verle anotar cosas en una libretita que siempre llevaba en su bolsillo.
❦ ODIA la tecnología. Sus aparatos electrónicos solían reventar sin explicación, y Astrid no recibía ni corregía trabajos por email, todo siempre tenía que ser impreso o escrito.
❦ Posee memoria eidética o fotográfica, le basta ver una cosa una vez para poder recordarla a la perfección para siempre. Es básicamente una enciclopedia con patitas extremadamente cortas.
❦ Además de eso, Astrid padece de Hyperthymesia, recuerda absolutamente todos los eventos de su vida a la perfección sin nunca olvidar algo, por más mínimo que sea.
❦ A pesar de eso, se le podía ver leyendo los mismos libros varias veces.