Astrid Sharp se había despertado antes que el sol, o en ese caso, las nubes ese día. ¿Nervios? Quizás, aunque los estudiantes todavía estaban en vacaciones de invierno y había pasado varios días enterrada entre libros y papeles. El antiguo profesor de inglés avanzado había huído del pueblo hace algunas semanas, deudas de algún tipo según los rumores que había escuchado, y Astrid había entregado su aplicación para el siguiente año escolar hace un par de meses. Una simple llamada bastó para apurar los asuntos que la ataban en su trabajo anterior antes de tiempo y transferirse.

No, no eran nervios. Estaba emocionada por empezar su trabajo nuevo en aquella escuela. En especial ese día. No era el primer día de clases, no todavía, pero le habían asignado un “mentor” y sabía que tenía que dejar una buena primera impresión. Eso nunca era problema, Astrid Sharp era una chica bastante carismática y tenía la capacidad de caer bien donde quiera que la vida la llevase. Tenía tiempo de sobra, por lo que después de una última mirada al espejo, decidió pasar por un café en camino al colegio que todavía no abría sus puertas.

Suspiró, apoyando el paraguas rosa y negro en su regazo al sentarse en la banca de un parque mientras calentaba sus manos con el café sobrecargado de azúcar. Ojalá no sea muy chapado a la antigua. Deseó, arrugando su nariz al notar que la densa neblina comenzaba a condensarse peligrosamente en algo que podía transformarse en lluvia en cualquier momento. Abrió el paraguas y lo apoyó en un hombro por si acaso, sintiéndose bastante orgullosa de su decisión de llevarlo a todas partes.

¿Era muy problemático para ella si sus colegas eran muy anticuados? Probablemente en un principio, sí, en especial porque su extraña mezcla de heterocromía y cabello que crecía decolorado sólo en la mitad de su cabeza le daban a la profesora un toque quizás demasiado moderno. Pero Astrid apreciaba los buenos modales y era bastante estricta si lo estimaba necesario, una buena mezcla para una profesora de literatura inglesa, por lo menos en su opinión.

Tap… Astrid alzó la mirada, observando cómo las nubes ascendían lentamente. Tap. Tap. La joven profesora sintió una sonrisa formándose en su boca. Taptaptap. No esta vez, lluvia. Esta vez estoy preparada. TaptaptaptaptapTAPTAPTAP. Se había largado a llover de cuajo, y Astrid se cobijó bajo su fiel y confiable paraguas, incorporándose para seguir su camino hacia el colegio a salvo bajo su techo de plástico .

Maldición… La lluvia le había retrasado un poco debido a que Astrid Sharp era demasiado despistada como para manejar un auto y sólo caminaba de un lugar a otro. Había caminado a paso veloz, pero aún después de llegar al colegio, le costó encontrar la sala de profesores. “Maldito colegio espacioso que no parece prisión.” Refunfuñó mientras daba vueltas por los pasillos, recordando el otro colegio al que había aplicado en Grendelshire. No se había perdido en ese ya que la habían escoltado por todo el recinto como si fuera una visita no deseada. Astrid Sharp tampoco era muy buena ubicándose, y aunque había entrado a este colegio un par de veces cuando le habían llamado para comenzar a mitad de año, todavía no lograba determinar dónde estaba qué cosa. Después de casi una hora de dar vueltas en círculos, encontró la puerta con una pequeña plaquita que decía “Sala de Profesores.”

Ok Astrid, no metas la pata. Este es el lugar donde tienes que estar. Se animó antes de proseguir. Dio un par de golpecitos, quizás demasiado gentiles, en la puerta y después de esperar algunos momentos la abrió con cuidado. No le extrañó ver a sólo una persona, pero sí estuvo gratamente sorprendida al notar que ella no sería la única que llamaría la atención con su apariencia. Asintió, afirmando que su mentor estaba en lo correcto, y se acercó para estrechar la mano que le ofrecían. “Encantada.” Enunció con una sonrisa que denotaba un tanto de vergüenza.

“Lamento la demora, me perdí tratando de encontrar la sala mucho más de lo que me gustaría admitir…” Murmuró por lo bajo, inclinando la cabeza para esconder un pequeño sonrojo que amenazaba con delatar lo inepta que era para ubicarse. Su mano izquierda aferraba el mango del paraguas que ya se encontraba completamente seco, y un pequeño tic nervioso que sólo sirvió para denotar lo mucho que odiaba llegar tarde se manifestó en forma de golpecitos ligeros pero rápidos de la pinta del paraguas contra el piso.

“¿Lleva mucho tiempo esperando?” Preguntó segundos después de su disculpa y mientras levantaba la cabeza para rebuscar en la expresión de su colega por algún indicio de molestia o reproche. El rostro de la curiosa profesora sólo denotaba preocupación, haciendo que sus cejas casi se convirtieran en uno de lo mucho que frunció el ceño, mordiendo su labio inferior en otro tic nervioso.

Astrid Sharp negó furiosamente con la cabeza, aleteando un poco con su mano libre en un gesto que denotaba que las disculpas estaban fuera de lugar. “Nonono, no. Mi sentido de la ubicación es realmente deplorable, el problema es completamente mío.” Soltó una pequeña risita acompañando la de su colega y mentor apuntado.

“A decir verdad es casi patológico, pero creo que de tanto caminar por los pasillos ya me familiarice un poco con los edificios…” Suspiró aliviada al escuchar que no le había tenido esperando, llevando su mano libre a su pecho y solo en ese momento dejando de dar golpecitos en el suelo con su paraguas. “Que alivio.” Murmuró un poco más tranquila de no haberle tenido esperando, devolviendo la sonrisa con una pequeña.

La profesora observó la sala de profesores con el ceño ligeramente fruncido en concentración, notando cada detalle minuciosamente. El escritorio del profesor Coatl parece extremadamente prolijo, más me vale responder con la misma preocupación. Musitó en algún lugar de su mente mientras sus ojos volaban por la sala a una velocidad vertiginosa. Sus piernas acompañaron al peliblanco un par de pasos hacia el siguiente escritorio inconscientemente, su cerebro estaba ocupado en otro tipo de cosas. “No se preocupe por el ordenador, tengo uno portátil.” Se escuchó decir, aunque su voz sonaba un tanto lejana, quizás como si estuviera bajo el agua.

Astrid se quedó bastante inmóvil por varios segundos, petrificada con el ceño ligeramente fruncido. Ambas manos se habían cerrado alrededor del mango del paraguas, cuya punta estaba apoyada ligeramente sobre el piso. Los nudillos de la mujer lentamente tomaron una tonalidad más blanca, pero aún así no se movieron ni un milímetro. Lo único que sí nunca dejó de moverse fueron sus ojos, escaneando cada rincón y recoveco, leyendo el título de cada libro, notando cada detalle. Al finalizar, Astrid Sharp se giró hacia su colega con una sonrisa un tanto más relajada.

“Nunca puedo decir que no a una buena taza de azúcar con café.” Bromeó, soltando su paraguas con la mano derecha para organizar su desordenado flequillo con un simple movimiento que claramente había hecho millones de veces. Ya había visto la pequeña mesita donde se encontraba la cafetera comunal, y cruzó la sala hacia ella con pasitos cortos pero extremadamente agraciados. Siempre habían comparado sus movimientos a los de una reina, o quizás una bailarina aunque Astrid Sharp claramente nunca había sido ninguna de las dos.

La mujer tomó la taza que había acumulado más polvo, asumiendo que aquella no tenía un dueño demasiado apegado. Debía cuidarse de no ofender a nadie, era la nueva y no quería disgustar ni pasarle a nadie por encima. Dejando la punta del paraguas tocando el piso, lo apoyó contra la mesita del café para tener ambas manos libres. Acto seguido, tomó una servilleta con familiaridad y la pasó por la taza con aire despreocupado, sacando la ligera capa de polvo que había acumulado y luego depositando el papel dentro del basurero que se encontraba al lado de la mesa. Ninguno de los movimientos contaban con siquiera un rastro de la habitual torpeza de alguien que no conoce un lugar ni donde están las cosas.

La cafetera tenía café recién hervido, lo había olido al entrar en la sala y notado que el líquido todavía humeaba dentro de ella desde el otro lado de la sala. Astrid ni siquiera tocó el lado de la jarra para asegurarse de que había asumido bien, confiando en sus deducciones, y sirvió el café en la taza limpia. La sala se llenó de olor a café y el cálido y familiar sonido de aquel líquido siendo vertido. “Nada mejor que ese sonido.” Murmuró con tono tranquilo mientras se ocupaba de echar varias cucharadas de azúcar más de las recomendadas en la taza. Sopló el vapor y bebió un sorbo completamente silencioso, probando el dulzor antes de recuperar su paraguas con la mano izquierda y girarse de vuelta hacia el profesor Coatl.

“Lista cuando usted lo esté.” Su voz era dulce y ligera, no demasiado alta ni aguda, y translúcida como si de agua se tratase. En ese momento, aunque su boca estaba escondida detrás de la taza de café, la voz de Astrid Sharp denotaba una enorme sonrisa de anticipación.

“¿Ningún rastro?” La cuchara dentro de su taza de café giraba y giraba, creando un pequeño pero potente remolino que mezclaba la enorme cantidad de azúcar con el oscuro y amargo líquido. Astrid siempre había desentonado en Inglaterra, su amor por el café estaba años luz delante del precioso té. Sus ojos estaban clavados en el espiral líquido y no en la chica que se encontraba sentada frente a ella, negando con la cabeza. “Ugh…” Murmuró, tomando un gran sorbo del café que ya se había enfriado completamente.

“Tenemos que seguir, no podemos rendirnos ahora. Estamos cerca, estoy segura de que ahora me encuentro donde debería estar.” Astrid alentó, posando su taza sobre la mesita del café londinense donde se había sentado hace horas. Extendió una mano dubitativa hacia la chica de actitud relajada aunque un tanto solemne, más por necesidad propia que por apoyarla a ella. Ambas sabían lo difícil que era la situación de la otra, y en momentos como aquel podían sentirse un poco menos solas en el universo. Su hermana tomó su mano con fuerza, respondiendo el sentimiento en silencio.


Siempre listo, señorita Sharp. Sus ojos se habían clavado en el café y su mente había viajado un par de días en el pasado. Astrid sacudió su cabeza levemente, volviendo al presente con un esfuerzo de voluntad. Estamos listos. Asintió levemente, sintiéndose un poco vacía, un efecto secundario de aquel recuerdo. Siguió al hombre más por inercia que otra cosa, tensando el agarre que tenía de su paraguas mientras volvía a la normalidad.

Poco a poco su paso, aunque siempre ligero y casi imposible de oír, retomó el ánimo y ritmo que era habitual en Astrid Sharp. Dio ligeros toquecitos en el suelo con el paraguas mientras caminaban, bebiendo su café y curioseando en cada rincón del colegio, intentando memorizar todos los recovecos. Imaginó los pasillos llenos de estudiantes con sus risas, problemas y distintas personalidades y dejó que una sonrisa de anticipación tiñera su rostro.

Tenía muchísima suerte de que le habían apuntado una especie de mentor, no muchos colegios lo hacían y en realidad Astrid Sharp no funcionaba si no era acompañada de gente por lo menos un poco amigable. Prestaba suma atención a todo lo que el profesor Coatl le indicaba, su ceño fruncido en una mueca de intensa concentración que resultaba bastante tierna. Quizás no estoy tan sola… Ponderó en algún lugar de su mente mientras terminaba su taza de café en una de las paradas que hacía el hombre para indicarle lugares importantes.

La profesora asintió con energía y una sonrisa alentadora, reflejando la que le ofrecían, ante la primera pregunta. Aquello le iba perfecto, Astrid Sharp era extremadamente curiosa y las preguntas que requerían pedir permiso, como lo estaba haciendo el profesor Coatl, siempre eran a las que más recurría. Eso significaba que, probablemente, ella también podía hacer algunas cuando se le ocurriera qué preguntar.

Bajó su mirada al paraguas que llevaba en su mano izquierda con una expresión un tanto pícara. Eso fue rápido. No era la primera vez que le preguntaban, aunque normalmente la gente esperaba un poco antes de traer a colación el tema del paraguas. Me gusta su estilo, sin tapujos y al grano. Apuntó en su cabeza, tomando una nota mental. Sus ojos se encogieron ante la enorme sonrisa que acompañó la mirada pícara. “No se preocupe, no me molesta en absoluto responderle.” Aclaró ante las últimas palabras, girando el paraguas diestramente alrededor de su mano sin ralentizar el paso, siguiendo al profesor mientras lo hacía.

“Es...” Ponderó, considerando cuán íntima debería ser su respuesta. Lanzó el paraguas al aire mientras consideraba su respuesta, dejándolo girar un par de veces mientras caía antes de volver a cogerlo con una destreza admirable. Cuando se trataba de manipular aquel objeto, era como si fuera una extremidad más, no algo incómodo que acarreaba a todas partes. “Un regalo de mi padre.” Terminó por responder, acariciando el mango del paraguas con cariño. “Me gusta llevarlo como un recordatorio.” De lo que había sobrevivido, a lo que se había enfrentado… Lo que había perdido. Pero no era el momento para abrir los libros de historia, no ahora.

“La verdad es que, aunque inconveniente a veces, suele sacarme de muchísimos apuros. Nunca se sabe cuando necesitaremos protección de los elementos, en especial en Grendelshire.” Explicó, levantando su mirada del paraguas hacia el hombre. Su tono se había teñido mínimamente de algo más oscuro por un momento, aunque fue casi imperceptible. “Llueve muchísimo y todavía no encuentro alguien que pueda decirme con certeza cuándo se va a largar a llover.” Soltó una risita melódica, recordando que el pronóstico para esa mañana definitivamente no era de lluvia y que, a pesar de aquello, se había encontrado a salvo de su paraguas en camino a Fallgate de todos modos. “Prefiero ser precavida, no me gusta mucho no estar preparada.” Explicó, suponiendo que aquella respuesta había sido probablemente más que suficiente.


¿Te crees mejor que yo? El eco retumbó en algún lugar de su cabeza mientras caminaba. Nunca vas a llegar a ser ni siquiera una pizca de lo que yo fui al nacer. Eres inútil y nunca vas a tener la voluntad suficiente para ponerte en mi camino. La voz baja y autoritaria que había torturado su psiquis por años siempre volvía, tarde o temprano, a intentar joderle el día. Astrid suspiró en su mente, un gesto de paciencia mientras seguía a Bialy sin corromper la sonrisa de su rostro. Ya no tienes poder, ni aquí ni en el mundo. Murmuró, todavía en su cabeza, hacia el lugar de donde provenía aquella voz, recuerdos de su infancia de los que nunca podría deshacerse. Y somos mejores de lo que tú fuiste.

Astrid Sharp estornudó, volviendo nuevamente al presente mientras escondía su nariz y boca en su hombro, frunciendo su nariz un par de veces como un conejito. “Perdón, creo que a pesar del paraguas el frío me afectó un poco.” Se disculpó, un tanto avergonzada. “Creo que Grendelshire es un poco más helado que Londres, todavía no me acostumbro.” Murmuró, rascando su nariz con el dorso de la mano que llevaba el paraguas. “¿Usted siempre vivió aquí?” Preguntó con curiosidad genuina.

Astrid asintió ante el comentario acerca de su paraguas, una sonrisa orgullosa alumbrando su expresión, como si ella hubiese sido en absoluto responsable por la hechura y diseño del mismo. “¿A que sí?” Lo alzó para que su colega pudiera verlo mejor, acariciando la tela impermeable con delicadeza. Resopló pesadamente, haciendo una mueca de decepción ante el comentario de que no era meteorólogo, reemplazándola rápidamente por otra sonrisa y una pequeña risita que respondía la del profesor Coatl.

Notó la sonrisita, le había pillado justo en un momento un tanto vergonzoso, y Astrid soltó una risa pequeña. No tenía idea de lo adorable que se veía aquel gesto. “O-Oh” Tartamudeó, moviendo sus manos en el aire de un lado a otro y negando con la cabeza. “No me refería a- No era mi intención… No quiero hacer problema, estoy bien. Gracias, de todos modos.” Astrid Sharp, aunque acostumbrada a tener mejores modales que la mayoría de la gente, no sabía bien cómo reaccionar cuando alguien le correspondía con lo mismo. Sintió el color subirle ligeramente a las mejillas y bajó la mirada, un tanto avergonzada y sintiéndose culpable de haberle obligado a Bialy a ofrecerse a buscar su abrigo con sus palabras quejonas.

Apuró el paso, intentando con movimientos determinados evitar congelarse. “Es muy tranquilo, un relajo después de vivir en Londres. Y hay menos ovejas que en Escocia.” Respondió, preguntándose si la gente de Grendelshire era toda más tranquila que los londinenses y, por lo tanto, tenía más tiempo para preocuparse del resto. Quizás es sólo él. Ese también podía ser el caso, ya descubriría la respuesta cuando empezaran las clases.

El frío definitivamente era peor de lo que había creído, le hubiese venido mejor una bufanda, guantes y quizás hasta un gorro. Así como estaba, la parka blanca que había elegido mantenía el calor, pero definitivamente le hubiese venido mejor un abrigo largo que cobijara además sus piernas. La camisa de seda que llevaba debajo, aunque formal y bastante linda, no ayudaba en absoluto a su problema actual. Pensar en su situación sólo le brindaba más atención al hecho de que en realidad tenía frío, y cada vez sentía más frío, lo que sólo le obligaba a concentrarse más en aquel hecho.

Las palabras de su acompañante llegaron como caídas del cielo, un ángel le ofrecía una segunda oportunidad de no morir congelada ahí donde se encontraba. Una partecita de Astrid, aquella niña malcriada acostumbrada a que la trataran como realeza, susurró que no sólo debía acceder, si no que era el deber de Bialy asegurarse de que ella no pasara frío. Astrid Sharp acalló aquel susurro, escondiendo a la pequeña detrás de una cortina de vergüenza ajena mental.

Sonrió tímidamente ante el comentario acerca de su nariz, repitiendo el gesto ante la mención del mismo inconscientemente. “N-N” Comenzó a negarse otra vez, pero el tartamudeo ya no tenía nada que ver con nervios ni vergüenzas, sus dientes castañeaban del frío y no tenía manera de esconderlo. Infló sus mejillas y resopló, dejando caer sus hombros en un gesto de derrota antes de recuperar su sonrisa. No dejaría de lado la oportunidad de bromear de vuelta. “S-Si realmente quieres hacerlo, no puedo ser yo la que te detenga.”

No tenía sentido mantener las formalidades, el profesor Coatl parecía ser suficientemente relajado como para dejarlas de lado. “Pero si dejo de moverme temo congelarme. ¿Te acompaño? Me va a servir para recordar el camino.” Ofreció, apuntando a la taza que todavía tenía en su mano. “Y dejar esto donde corresponde antes de que me lo lleve a casa.” Bromeó, probablemente más segura que Bialy de cuan ciertas eran aquellas palabras, Astrid Sharp era, en realidad, bastante despistada.

Astrid asintió con fuerza ante el comentario sobre los adolescentes. Era una de las razones de por qué había decidido ser profesora de literatura en colegio y no en universidad. Adoraba a los niños y jóvenes, sacaban lo mejor de ella, y estaba segura de que, de uno u otro modo, Astrid Sharp dejaría su marca en Fallgate.

“Es un alivio saber que los adolescentes en este pueblo no son más que eso.” Enunció, un tono bastante burlón, anunciando que se venía una broma. “Tenía un poco de miedo de que en noches de luna llena se transformaran en hombres lobo.” Lanzó otra melódica risita, pasando su paraguas de una mano hacia otra intentando mantener el calor. Muy gracioso, Astrid. Algo dentro de su cabeza no había encontrado su pequeña broma muy encantadora.

Siguió el camino de vuelta rápidamente, agradecida de aquella opción. Astrid Sharp siempre había tenido problemas para regular la temperatura de su cuerpo. Quizás tenía que ver con su tamaño diminuto, no alcanzaba el metro cuarenta ni de puntitas.

Formó en su memoria un recuerdo del lugar, los pasillos, los lugares que Bialy apuntaba nuevamente, archivando el recuerdo en algún lugar de la biblioteca que llevaba dentro de su cabeza.

No se había dado cuenta, concentrada como estaba en cometer todo a memoria, de que habían llegado de vuelta a la sala de profesores. “Gracias.” Murmuró, sintiendo el peso reconfortante del abrigo sobre sus hombros. Puso cada brazo dentro de la prenda, dándose cuenta por primera vez de la diferencia de casi cuarenta centímetros entre ella y Bialy.

“No se preocupe, no estoy resfriada, pero nunca diré que no a una taza de azúcar con café.” Respondió entre risitas. “Gracias.” Repitió ante el ofrecimiento del café. Astrid Sharp era bastante diminuta, pero era fácil olvidarlo debido a cómo se llevaba y su personalidad. Hasta ella lo olvidaba por completo, por lo menos hasta que se encontraba en situaciones como aquella, donde parecía una niña pequeña usando el abrigo de papá.

Sintió el color subirle a las mejillas, la parte de abajo del abrigo casi tocaba el piso. Mientras Bialy servía el café, extrajo de dentro del abrigo su cabellera bicolor con un poco de dificultad, colgando el paraguas de una muñeca mientras doblaba las mangas del abrigo para poder usar sus manos.

Una vez lista, ladeó la cabeza hacia el profesor. “Dígame, señor Coatl. ¿Por qué decidió ser profesor?” Era una pregunta honesta, curiosa. De verdad le interesaba saber por qué el resto de sus colegas hacía lo que hacía. Se apoyó contra una mesa mientras esperaba una respuesta, sus ojos brillantes.

Astrid Sharp recibió la raza de café con una sonrisa. No perdió tiempo y comenzó a cargar el líquido de azúcar sin cuidado. Una, dos, tres, cuatro, cinco cucharadas sin ponerle atención a lo que estaba haciendo mientras observaba a su colega.

Asintió, indicando que sí quería saber por qué quería ser profesor. Seis, siete, ocho cucharadas de café. Recibió la información con una sonrisa, sus ojos entrecerrados indicando que estaba escuchando. “¿Yo?” No le tomó por sorpresa que Bialy preguntase de vuelta. Hizo ademán con la mano de que no le ofendía que le llamaran por su primer nombre.

“Por favor, Astrid está bien. Señorita Sharp nunca me gustó demasiado de todos modos.” Explicó con una sonrisa juguetona, llevando la taza de café a sus labios. Todavía le costaba responder cuando le llamaban así, de alguna manera no se sentía como ella cuando lo hacían, como si tuviese que recordarse que se trataba de ella.

“He viajado bastante.” Explicó, sentándose sobre la mesa en que se había apoyado, paraguas en su regazo. “Pero sí, soy de Londres, he pasado la mayoría de mi tiempo en Inglaterra.” No tenía razón para mentir, Astrid Sharp no tenía nada que ocultar.

No se inmutó ante la pregunta sobre su familia. Era más fuerte que eso ¿No? Todo el mundo tarde o temprano siempre preguntaba lo mismo, eventualmente había aprendido a responder con las puertas del corazón completamente cerradas. Estaba lista para eso, era una chica nueva en un pueblo y trabajo nuevo, las preguntas iban a llover.

“Mi padre falleció cuando era niña y nunca conocí a mi madre.” Su tono era plano, una pequeña sonrisa indicaba que no le aproblemaba hablar de aquello en absoluto. “Mis hermanos están repartidos por el mundo, no los veo muy a menudo. Nos criamos entre nosotros sin demasiada ayuda de nadie, en algún punto todo fue demasiado y nos fragmentamos.” No sabía nada del resto, ni tampoco quería saber ni recordar. Anastassia de seguro estaría de vuelta en un par de meses, tenía que tener algo que reportar antes de eso. Por eso estaba ahí, contestando preguntas complejas ¿No?

“Tampoco estoy casada ni tengo hijos. El amor no se me da demasiado bien.” Astrid Sharp bromeó con una sonrisa juguetona, cruzando sus piernas mientras bebía café. “Viajé bastante intentando encontrar un propósito. Al fin y al cabo todo me trajo de vuelta aquí, cerca de casa. No tengo mucho más que hacer con mi vida ahora que encontré mi cometido.” Asintió, acariciando el paraguas ausentemente, otro trago de café saturado de azúcar.

“Se me da muy bien la lectura, mucho mejor que cualquier otra cosa, y aprendí que a veces lo único que los humanos necesitan es escucharse los unos a los otros. Todo lo que necesitamos saber está en algún libro, es sólo cosa de encontrarlo.” Dio un par de toquecitos en su cabeza con su paraguas con la misma sonrisa y ojos brillantes. “Están todos aquí. Si puedo ayudar a adolescentes y niños a encontrar las respuestas que necesitan por sí solos, entonces en realidad habré hecho una diferencia en el mundo. ¿No?” Preguntó al aire, explicando su punto de vista.

De un momento a otro sintió el inconfundible olor a mar, un recuerdo fantasma, alguien que había omitido de su relato. ¿A quién quería engañar? A todos, por supuesto, incluyéndose a ella misma. Cuando lo intentaba, lograba hacerlo por meses, años hasta, sin interrupción. Pero ahí, tan cerca de lo que estaba buscando, se hacía cada vez más difícil. No lo demostró en su expresión, por supuesto, tan solo volvió a sorber café.

Cada vez que contaba su historia se había hecho un poco más fácil. ¿Por qué de pronto, entonces, todo olía a mar a su alrededor? Hundió su nariz en la taza de café, intentando librarse del odioso olor que asaltaba sus sentidos. Lo único que le había aproblemado de comenzar a trabajar en Fallgate era estar atrapada en medio de una isla. Al principio pensó en simplemente seguir viviendo en Londres y tomar el tren todos los días. Hasta que descubrió que el tren pasaba por medio del mar. No, gracias.

Odiaba la tecnología de buenas a primeras, pero un tren sumergido dentro del mar era muchísimo más de lo que su estado mental podía soportar. No, había cruzado a Grendelshire en el bote, completamente histérica, y no volvería a cruzar el mar hasta que fuese completamente necesario.

Bialy había escuchado atentamente, no esperaba menos de un hombre así de caballeroso. Soltó una risita ante el comentario de la barba. “Seguro con ese estilo y si deja de bañarse por un par de años le iría mejor que a mi.” Terminó con otra risa genuina, que no se dijera que Astrid Sharp no podía reírse de sí misma.

“Es una buena manera de pensar en el amor, supongo que angustiarse buscando a alguien no hace demasiado bien.” Comentó, dejando en claro que el tema le era completamente ajeno con una pequeña sonrisa. Astrid Sharp no estaba buscando el amor, ni en Grendelshire ni en ninguna otra parte. No era la razón de por qué había viajado por el mundo, ni por qué se había cambiado de trabajo a una isla maldita en medio del mar. Buscaba otra cosa.

Asintió a los comentarios acerca de la profesión que había elegido, escuchando mientras bebía el resto del café que quedaba. Cafeína y azúcar, lo único que lograba echar a andar su cuerpo malogrado por dentro. “En realidad es una tragedia que se mire con tanto desprecio nuestra profesión.” Acordó con la visión ajena. Sonrió y acomodó su cabello, dejando la taza a un lado, en la mesa donde estaba apoyada.

Astrid había sido muchas cosas en sus viajes, escritora, cuentacuentos, exploradora, arqueóloga, pero siempre le había gustado más enseñar. En algún momento de la historia humana, esa profesión era completamente respetada, era sólo en las últimas décadas que se había perdido todo el respeto por ella. Una lástima, realmente. Hería su orgullo que miraran lo que hacía en menos.

“Lastimosamente no todos salen como quisiéramos.” Las palabras le pegaron como una flecha en el corazón. Recuerdos de una conversación preocupada que se transformó en una pelea, tan sólo por su propio miedo y frustración. En el momento no había podido hacer más que verlo darle la espalda e irse, en ese momento en que le necesitaba más. Su primer fracaso como educadora y madre, alguien que amaba que se había transformado en un monstruo.

Apretó su paraguas con fuerza, el olor a mar se mezcló con vino añejo en su cabeza, sentía que venía un temporal, pero cerró esas puertas con fuerza. Agradeció el cambio de tema, aflojando su paraguas antes de que los nudillos de una mano se tornaran blancos.

“Gracias, haré todo lo que pueda para cumplir esa expectativa.” Murmuró con una sonrisa, ladeando su cabeza. Era orgullosa, pero Astrid Sharp siempre recibía elogios con un poco de vergüenza. “Gracias, seguro voy a necesitar un poco de ayuda, me pierdo con facilidad y el terreno es bastante grande. No te preocupes, en realidad no tengo muchas distracciones, por lo que si me necesitas estoy aquí sin problemas.” Otra sonrisa cálida, entrecerró sus ojos, aliviada de por lo menos tener una persona con quien podía tener conversaciones normales.

Había sido una semana complicada en el cambio, hubiese querido que Anastassia le ayudase, la acompañara en medio del mar, pero fuera de uno o dos eventos Astrid no le había revelado lo rota que estaba por dentro. Aunque ambas sabían las heridas de la otra, eran las reinas de fingir demencia. Además, Anastassia también estaba buscando algo en lugares a los que Astrid ya no podía acceder.

Su mente vagó a aquel momento en que la había necesitado, llamado, demasiado débil para ayudarse a sí misma. Había sido peligroso, suicida incluso, lo que había hecho. Pero la sed de justicia y venganza había sido más fuerte, y ahora sólo lidiaba con las consecuencias. No tenía nada más que hacer con su vida.

“¿Horarios?” Murmuró, un tanto confundida mientras que su mano libre viajaba al bolsillo de su chaqueta. Intentó volver al momento con dificultad. Chocolate, vino, mar, lluvia, arándanos, una mezcla de olores en su cabeza que sólo traían recuerdos que no quería eran difíciles de ignorar en ese momento.

Extrajo por primera vez en el día el endemoniado aparato que aparentemente era indispensable en el siglo veintiuno. Claramente no lo había revisado hace más de un día, no lo hacía a no ser que fuese necesario, lo tenía absolutamente silenciado, por supuesto. “Quizás está en mi correo electrónico, no he revisado.” Murmuró, frunciéndole el ceño al celular como si hubiese sido hecho sólo para arruinarle la existencia.

Jodido hueviche estúpido. Refunfuñó en su cabeza mientras intentaba encontrar en la pantalla el ícono de carta. ¿Por qué no podían volver a usar cartas como la gente? Estaba demasiado desconcentrada, se le caían libros de los libreros de su biblioteca mental y apretaba su paraguas con fuerza nuevamente con la mano libre.

Tocó el ícono pero no pasó nada, por lo que volvió a tocarlo un par de veces más. En su mano, la pantalla parpadeó un par de veces. Oh, no otra vez. Las luces de la sala de profesores parecieron bajar de intensidad por un momento, como suelen hacerlo cuando hay una baja de poder, y al mismo tiempo el celular hizo un sonido que parecía una pequeña explosión y comenzó a echar humo negro.

Quiso aventarlo por la ventana, pero estaban todas cerradas, por lo que se limitó a resoplar hacia arriba, removiendo el flequillo de sus ojos con una expresión de fastidio inconmensurable. “Bueno, si estaba ahí ya no queda nada. Prefiero las copias de papel, de todos modos.” Su tono intentaba ser más calmado, pero la molestia se notaba bastante. ¿Cuanto dinero había gastado ya reemplazando aparatos electrónicos que se freían alrededor de ella? Mucho más del que quería, considerando lo mucho que los odiaba.

Se inclinó hacia un lado y botó el celular en el tacho de basura con un suspiro, todavía echaba un poco de humo. “No sé que tengo, pero esto me pasa muchísimo más de lo debido.” Murmuró Astrid Sharp, intentando apaciguar cualquier duda acerca de la situación con una pequeña sonrisa y una risita incómoda, ambas manos estrujando su paraguas.

Menudo desliz, Astrid, no puedes empezar así. Se regañó a sí misma, aflojando el agarre que tenía en su paraguas conscientemente, tenía que calmarse pero ya antes de que terminara por reventar todas las luces de la isla. Bialy parecía bastante confundido, la profesora sólo esperó que no se hiciera demasiadas preguntas al respecto, era una coincidencia y nada más.

Parecía que no iba a perseguir el tema más, Astrid suspiró de alivio, soltando su paraguas con una mano para acomodar su cabello, armando una pequeña sonrisa para disipar cualquier preocupación restante en su compañero de trabajo. Lo siguió con los ojos mientras buscaba algo en un archivero, agradeciendo que iba a tener papeles físicos en vez de tener que revisar pantallas para cada bloque de su horario.

Rápidamente ordenó su cabeza, no podía pensar en cosas inútiles ahora, podía sentir el olor fétido que quemaba su nariz. Estaba tan cerca. Vengo por tí, maldita. ¿Me escuchas? Un pensamiento al aire, en realidad no lo dirigía a ninguna parte, demasiado peligroso revelarse así como así. No, Astrid Sharp la encontraría, eso era todo, no había duda alguna.

“Muchísimas gracias.” Un tono amigable, una sonrisa cálida, no necesitaba fingir en absoluto frente a un caballero, era francamente refrescante ser tratada de esa manera. Astrid se sintió un poco más ligera, recordaba palabras más formales dirigidas hacia ella. Se había acostumbrado al trato relajado e informal, era la estampa de Astrid Sharp, pero su lado más orgulloso realmente extrañaba que le trataran como una reina.

Revisó las hojas rápidamente, en realidad un vistazo a cada una era suficiente para recordarlas para siempre, pero se detuvo un poco más de lo necesario para mantener las apariencias. Sus ojos recorrían las palabras, los bloques con horarios, todo se archivaba en su biblioteca mental.

Ante las palabras volvió a sonreír, agradecía muchísimo una bienvenida cálida como esa, en especial por lo difícil que se le harían las primeras semanas. Colgó el paraguas de su muñeca y abrazó los papeles contra ella con esa misma sonrisa, asintió con la cabeza ligeramente. “Es más que suficiente, espero poder devolver el favor de alguna manera.” Contestó a la nueva ofrenda de ayuda, era bastante más de lo que podría haber deseado. No la necesitaba, por supuesto, que podía sola con todo, pero Astrid Sharp nunca negaría una mano extendida.

Miró a su alrededor y parpadeó un par de veces, dándose cuenta que en realidad no necesitaban seguir ahí dentro. Un poco de alivio, el olor empezaba a agobiarle un poco. “Tienes razón.” Murmuró poniendo los papeles bajo su brazo mientras tomaba su paraguas con la mano contraria, negando con la cabeza ante la mención de la estación.

“Ya estoy viviendo en la isla.” Explicó con una sonrisita. “Arrendé una casona bastante cerca de aquí, no son más de diez minutos caminando.” En medio del bosque, detrás de Fallgate, era absolutamente perfecta. Una pequeña cabañita cálida, ya había arrancado o quemado todas las conexiones eléctricas y sólo estaba llena de velas. Sola y vacía, pero ya estaba acostumbrada a eso. “Si quiere puede acompañarme hasta la entrada.” Ofreció con una sonrisita, comenzando a hacerse camino hacia la salida.