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Hitori abrió los ojos y tuvo que parpadear varias veces para ajustar su visión. Se encontraba de nuevo frente a la poza de agua, observándola desde algunos metros de altura, hermosa, completamente cristalina, llena de esos cristales que reflejaban la luz del sol. Murmuró, mirando a su alrededor, intentando encontrarlo. Era más un reflejo que otra cosa, no lo pensó demasiado, sólo le parecía lógico que estuviese ahí.

En respuesta a su voz, sintió que algo cayó del cielo, sobre su cabeza. “¿Hm?” Se agachó sobre el pasto para recoger el objeto, antes de sentir lo mismo otra vez. Una moneda. La alzó frente a sus ojos para inspeccionarla, un lado era ella, y el otro… Una cara igual de conocida. Debería haber chillado de miedo, pero al abrir su boca para hacerlo, para reaccionar de la manera apropiada al estar de cara contra ese monstruo, un viento gélido la envolvió por completo. Como si hubiesen adormecido todo dentro de ella, tan sólo ladeó la cabeza y lanzó la moneda al aire y hacia adelante, para que cayera dentro de la poza.

“Hito-chan” Escuchó desde el agua, segundos después de escuchar el salpicón, mientras más monedas caían del cielo. La voz la llamaba como si proviniera de una sirena, la reconocía, quizás, era familiar, conocida, pero rodeada de esa nube helada no era capaz de discernir quién era. “Ven, quiero mostrarte algo…” Arrulló. Debería haber sentido miedo nuevamente, quizás algo que le hiciera titubear, pero en ese momento le hacía todo el sentido del mundo asomarse, había perdido de vista el agua bajo ella al estar arrodillada.

Apoyó ambas manos sobre el pasto y se asomó hacia adelante, sólo para encontrarse nuevamente con el monstruo que acosaba todas sus pesadillas, todos sus ataques de pánico, todas sus parálisis del sueño. Envuelta en el hielo, aquel que no le había permitido sentir demasiado las últimas horas antes de quedarse dormida, tan sólo se quedó observándole. “¿No crees que es mejor así, preciosa?” La entidad ladeó la cabeza, dedicándole una sonrisa vacía de cualquier color, sólo un hoyo negro en un ser de sombras. “Me gusta más cuando me recibes de este modo. Tus gritos se me hacen muy cansados.” Hitori simplemente no sintió la necesidad de moverse. No sentía miedo. No sentía… Nada. Era extraño. Lo suficiente como para hacerle parpadear varias veces y ladear su cabeza, un poco confundida.

“¿No te prometí que me podía llevar todo eso?” Hitori asintió levemente, hundiendo sus dedos en el pasto y la tierra debajo. Había sido hace muchísimo tiempo, pero no era algo que se olvidaba con facilidad. El agua en la poza cambió, pasó de ser cristalina a verse como un espejo, y luego, como si hubiese invocado la escena, pudo verlo reflejado en el agua. Hitori, pequeña, sólo una adolescente, tirada sobre su cama, incapaz de moverse, mientras ese ser de sombras le hablaba. Le guiaba de la mano, de a poco, al primer piso, dentro de su cocina, sin que ella fuera capaz de ver lo que sucedía. Perdida dentro de su cabeza, parada frente a un acantilado. “Sólo tienes que soltar, cariño. Estoy aquí de nuevo porque me necesitas… ¿No crees?”

Hitori se observó a sí misma bajar las escaleras, sola, con su mirada perdida, llorando en silencio. “Yo…” Parpadeó varias veces. Quería, sabía que era correcto empatizar, sentirse mal al respecto de lo que estaba viendo, en especial cuando recogió el cuchillo de la mesa. “Estuviste tan cerca… ¿No tienes curiosidad de lo que hubieses podido lograr?” Caía al piso, sentada, con el cuchillo en sus manos, todavía sin saber lo que estaba haciendo. Luego el chillido de su madre. “Pides mucho-”

“Tantas horas tirada, en el piso, en tu cama, llorando, incapaz de siquiera moverte. Y todo eso era antes.” Las palabras le habían interrumpido, un poco más forzosas, perdiendo un poco del ronroneo. “¿Crees que puedes hacerlo sola ahora?” Hitori abrió la boca para responder, pero no sabía cómo. A pesar del par de días que habían pasado en más calma, no estaba bien. No había estado bien desde la noche en que había quebrado al vampiro, y no tenía sentido negárselo al ser que habitaba dentro de ella. El ente de sombras tan sólo asintió. “Mi punto exactamente. ¿No quieres agradecerme por dejarte pasar una tarde tranquila?” Hitori ladeó la cabeza nuevamente, confundida. “¿A qué- “  

“¡Bah!” Una exclamación que le hizo pegar un saltito, como si el ser horrendo de verdad estuviese ofendido. Nada de eso era normal. Nunca se comportaba de esa manera, nunca la dejaba en paz, nunca siquiera intentaba hablar con ella, no después de esa mañana en que su madre les había interrumpido. Antes de que Hitori pudiese intentar pensar en la razón detrás de aquello, el ser volvió a hablar. Subía, se elevaba desde el agua de a poco sin que la chica se diera cuenta. “Por favor. Tú no tienes suficiente control como para dejar de llorar así. Tú no puedes calmarte sola. No puedes mentirme a mí.” Aquello era una mentira. Hitori había logrado calmarse por mérito propio, gracias a su propia tozudez, gracias a la preocupación que sentía por el vampiro. Pero había sabido que aquello tendría repercusiones, y ahora aquí estaban, frente a su cara, y ella no podía ver a través de la mentira que pasó por verdad en ese momento.

“Así que de nada. Pero no volveré a hacerlo. ¿Entiendes?” Hitori asintió ligeramente, perdiendo su actitud confrontacional, sus ganas de discutir, como si de una chica abusada se tratase. Creía todo lo que escuchaba por completo, como siempre lo hacía cuando tenía que escuchar a ese ser de sombras y brea que ya se encontraba a centímetros de ella. “Ven, quiero mostrarte algo.” Antes de que ella pudiese hacer algo, el ser la tomó por el cuello y la jaló dentro de la poza con él, moviéndola como si de una muñeca de trapo se tratara, sumergiéndola por completo, hasta el fondo. Los tentáculos de sombra sólo se extendieron alrededor de su cuello, cerrándose ahí, apretando de a poco con más fuerza.

“Vamos a dar un paseo. Quiero que entiendas cuánto me necesitas en este momento.” Por años, demasiado años, sólo había sido Hitori y ese monstruo. Nadie más entraba en su cabeza, nadie más sabía, nadie más entendía por completo todo lo que le sucedía. Aquello estaba cambiando de a poco, y al trauma de la chica no le parecía en absoluto. Esta era su respuesta a los días tranquilos, ahora que el acompañante de Hitori no le permitía torturarla como quería en sus pesadillas, tenía que encontrar una manera de arruinar todo.

Porque era lo que merecía ¿No? Al final de cuentas, Hitori se odiaba lo suficiente como para hacerse eso a sí misma. Ella no era la chica de los finales felices. Menos ahora que había traicionado lo último que quedaba de su personalidad antes de haber recibido sus fobias. Había hecho daño. Y, hasta ese momento, se había negado a sí misma el escarmiento que se ajustara a lo que había hecho. Nadie más que ella misma podía hacerse sufrir de esa manera, y este sería el Magnum Opus de su autodesprecio.

Llevaba horas llorando y gritando en sueños, demasiado atrapada como para despertarse a sí misma, o para que los cuidados del vampiro traspasaran la barrera del sueño y ayudaran a calmarle como lo habían hecho en las noches anteriores. Simplemente había demasiado sucediendo ahí dentro, demasiado que había reprimido al punto de reventar, y en ese momento lo hacía dentro de esa pesadilla.

No, no despertaría. De un momento a otro sus gritos y llanto se detuvieron por completo. El frágil cuerpo de la enfermera dejó de temblar de manera violenta, volvió a relajarse por completo como lo había hecho segundos después de conciliar el sueño. Había caído aún más profundo dentro de esa pesadilla, ahí donde ya nada podría llegar a ella, donde su cuerpo ya no importaba y no reflejaba la angustia y lo afligida que se encontraba en su pesadilla.

Poco a poco su corazón había empezado a latir más rápido mientras su pesadilla se alteraba. Todavía incapaz de gritar o despertarse, su respiración venía cada vez más rápido, amenazando con hiperventilar el cuerpo inconsciente. Segundos, luego minutos, y luego… Un último gimoteo antes de que todo se detuviera de golpe. Sólo por un momento, todo había dejado de funcionar. Y luego, como si alguien hubiese respirado vida dentro de ella gentilmente, Hitori volvió a respirar. Sin abrir los ojos, bostezó y estiró un brazo lánguidamente antes de cruzarlo sobre el pecho del vampiro junto con una pierna en la mitad de un abrazo de cuerpo completo, restregando su cara empapada contra el hombro y cuello morenos. “No fue tu culpa.” Murmuró desde la profundidad del sueño en que se encontraba, un balbuceo casi ininteligible.

El brazo y pierna que había lanzado sobre el vampiro mientras dormían se tensaron ligeramente, un intento de abrazo mientras hundía su cara nuevamente contra el cuello moreno, volviendo a empaparse de lágrimas que brotaban de ojos cerrados. Su respiración se mantenía calmada, el sueño observable desprovisto de los gritos y sollozos que solían acompañarla durante la noche.

La enfermera durmiente no había dejado de llorar. Por primera vez en varias semanas, no se despertó a sí misma entre chillidos, o sin poder moverse. Tan sólo abrió los ojos. No recordaba haberse dormido en absoluto. Aunque estaba cerca de ser madrugada, todavía no había suficiente luz como para poder reconocer nada en específico.

Sólo sintió alguien cerca de ella, alguien que no recordaba, y comenzó a desenredar sus extremidades del cuerpo extraño y las sábanas. Entre el pánico y la confusión, propinó un par de patadas y golpes al cuerpo extraño, luchando contra la frazada, logrando eventualmente bajarse de las mesas después de un par de segundos. Miró a su alrededor y no reconoció absolutamente nada, pero antes de poder sentirse más perdida y temerosa, sintió como si le hubiesen revuelto el cerebro con una batidora.

Llevó una mano a su cabeza junto con un quejido de dolor estrangulado, seguía llorando, pero ya no en silencio. No entendía qué pasaba, ni qué sentía. Muchísimos recuerdos que no tenían nada que ver uno con el otro pasaban en una mezcla incomprensible, y el dolor no mejoraba en absoluto. Extendió su mano libre y la apoyó contra la mesa de la que se había levantado con otro quejido, demasiadas cosas pasaban demasiado rápido por su cabeza como para entender algo, había cerrado los ojos pero no ayudaba en absoluto.

Se arrodilló en el piso para llevar su otra mano, hundiendo sus dedos en su cuero cabelludo en un intento de que se detuviera. Sueños, recuerdos de su infancia, muchísimos recuerdos demasiado dolorosos, pesadillas, un hombre moreno, una sombra que había intentado hacerle daño, su madre, su padre.

Hitori dejó escapar un sollozo abrumado desde el piso, sin poder hacer más que aferrar su propia cabeza y esperar a que la sobrecarga de pensamientos se detuviera.

Hitori hundía los dedos en su cuero cabelludo, como si en ese esfuerzo fuese capaz de evitar que su cabeza se partiera en mil pedazos. Sentía que en cualquier momento iba a explotar, el dolor era demasiado y no chillaba interminablemente sólo porque no podía recoger suficientes pensamientos como para hacer algo, cualquier cosa.

No podía hacer más que quedarse ahí, arrodillada, bajando su pecho para apoyarlo sobre sus piernas, apoyando la cabeza sobre sus rodillas. Apenas y respiraba, sólo inhalando y exhalando entre gemidos de dolor cada varios segundos, como si olvidase hacerlo. Por un lado quizás no era demasiado malo, no había tiempo ni neuronas para permitir que la mano de angustia y pánico que normalmente le aferraba del cuello se pronunciara en absoluto. Sólo ese dolor intenso y confusión, imágenes borrosas que después de varios momentos pasaban un poco más lento, más enfocadas.

Conscientemente, no entendía ni retenía nada. Todo sucedía en la parte de su cabeza que guardaba todos sus secretos, todas las cosas que no era capaz de admitirse a sí misma. Detrás de sus párpados notó que ahora había algún tipo de luz, pero no encontró la manera de abrir los ojos. Tan sólo retiró sus manos de su cabeza para volver a posarlas en lugares distintos sin nuevos resultados, otro quejido de dolor se escapó de sus labios involuntariamente al hacerlo.

No era un ataque, no era nada que Adam hubiese visto anteriormente, ni que Hitori recordase. Lo único igual era que derramaba lágrimas, pero no había llanto ni sollozos, ni gritos de pánico ni la tensión de un cuerpo lleno de miedo u angustia. Sólo confusión y un dolor inconmensurable que peleaban por dominar su consciencia, pero no lograba hilar dos ideas juntas.

Sintió que pasaban días, años, mientras parecía que sus pensamientos se reorganizaban de manera física dentro de su cabeza, causando aquel dolor. No había tiempo para formar teorías, para usar su cerebro, todo estaba ocupado. Poco a poco, cada vez más lento, pasaban imágenes que Hitori se rindió en reconocer o entender. Su dominio sobre su cabeza en ese momento era absolutamente nulo.

No reaccionó de ninguna manera ante la mano que peinaba su cabello. Por sobre el dolor, era algo que casi no logró registrar. Momentos que se estiraban en meses de confusión mientras su cabeza amenazaba con partirse en pedazos, lentamente fue capaz de generar algunos pensamientos sueltos que no se iban en la corriente de cosas que no entendía.

¿Dónde estaba? Era lo que más se marcaba. No tenía el impulso de preguntarse a sí misma qué edad tenía, o qué de lo que pasaba por su cabeza era real. Se encontraba en el estado recién despertado donde casi no recordaba quién era ella misma. ¿Dónde estaba? Miles de respuestas pasaron una a una, su cuarto, la casa de sus padres, el sillón donde había caído rendida un millón de veces, la cantidad interminable de dormitorios de parejas que no había tenido por más de una noche.

¿Dónde estaba? Roger’s, la casa de su abuela en Japón, el cuarto de su primer novio, el bus que tomaba desde y hasta su trabajo, donde había dormido bastantes veces en el viaje. El dolor no iba a ninguna parte, Hitori dejó caer una de sus manos al piso, como si ahí estuviese la respuesta. Frío. ¿El piso del hospital? ¿Había olvidado comer durante uno de sus turnos otra vez?

De a poco la corriente de pensamientos confusos y desconectados pasaban a segundo plano, pero el dolor no daba tregua. Sintió que algo tocaba su brazo, pero no había cabeza para pensar en tener miedo o sobresaltarse. Sólo más confusión. Una pregunta más. ¿Con quién estaba? Un arsenal interminable de hombres que apenas reconocía se vomitó por todos los rincones de su cabeza. Bobby. Aquella pesadilla que no la dejaba en paz. Su padre. Su madre. Rory, recogiéndola de un bar, quizás.

Nada de eso encajaba. ¿Cuántos años llevaba ahí? Volvió a quejarse de dolor, esta vez un sonido que se asemejaba más a algo que Hitori podría llegar a generar. Se acomodó un poco más en su cuerpo, en su cabeza, y sintió la humedad de sus lágrimas, el frío del piso bajo sus piernas, y aquellos dedos que acariciaban su brazo. El repertorio de personas siguió su desparramo, ninguna encajaba, ninguna hacía sentido, logró indagar de manera más profunda, notando el cuidado en esa caricia.

Repentinamente y sin aviso, la respuesta era obvia. Exhaló en el primer sollozo desde que había despertado, algo estrangulado y adolorido, pero aliviado. La nube de confusión se levantaba de a poco. Creía que el dolor había bajado un poco, fue suficiente como para buscar la mano ajena con la que había dejado en el piso, sin soltar su cabeza por miedo a que se cayera.

Tanteó ciegamente, gimoteando de manera bastante patética en quejidos de dolor hasta encontrar la mano ajena, apretándola débilmente, asegurándose de que estaba ahí, era lo único que podía hacer para pedir ayuda en ese momento. De seguro no había pasado más de un minuto desde que había despertado, pero el sentido del tiempo estaba atrofiado en ese momento.

Encontró más de su consciencia y personalidad, poco a poco lo único que quedaba era aquel dolor. “Adam-” Crujió, dando paso a más sollozos teñidos de dolor, ahora sí sonaba como ella misma. -De todas las maneras en que podría haber muerto, un derrame cerebral no estaba dentro de mis predicciones.- Se comentó a sí misma, aquel pensamiento le causó suficiente gracia como para hacerle soltar una risa ligera.

El dolor aminoró lo suficiente como para que Hitori se dejase caer de lado hacia Adam, escudando sus ojos de la luz que veía detrás de sus párpados con su antebrazo. “Shh-” Acalló, no dirigidi al vampiro, tanteando con la mano que no escudaba sus ojos, intentando tumbar la luz. “Sh, largo-” Hasta que tumbó lo que fuese que brillaba y le causaba aún más dolor.

Su expresión, visible por primera vez, estaba torcida en una mueca de dolor, manchada de lágrimas, pero la ridiculez de la situación no se había perdido en la nube de pensamientos extraños. Volvió a reír, esta vez con un poco más de fuerza. Si no había quedado claro que algo preocupante y nuevo le pasaba, Hitori Macleod había, por voluntad propia, apagado una luz en medio de la oscuridad y luego soltado una risa.

“El asesino invisible-” Murmuró entre risitas, sollozos y quejidos de dolor “En un mundo de monstruos-” Su tono y voz volvían a ser los suyos, volviendi a tomar la mano ajena y logró apretarla con algo más de fuerza, relajando su cabeza sobre las piernas del vampiro. “Accidente cerebrovascular.” Hizo el esfuerzo de terminar su pequeña broma y luego rompió en un llanto que no entendía del todo. Claramente seguía extremadamente desorientada, lo más probable es que aquellas palabras sólo le causaran gracia a ella misma, pero le tenía sin cuidado.

La corriente de risas se esfumó casi por completo y la chica volvió a quejarse, su mano libre ya no necesitaba esconder sus ojos cerrados y volvió a empujarla contra su cabeza. No ayudaba demasiado, pero no podía no hacer nada mientras su cerebro seguramente se estaba desgarrando.

Tan solo ese apretón ligero, esa caricia en su mano, cruzó toda la confusión y el dolor sin problemas. Sintió que se ocupaba inútilmente de borrar las lágrimas que quemaban sus mejillas, pero caían interminablemente. En algún lugar de su cabeza, por lo menos, pensó en eso por un momento, y luego todo era dolor y neblina mental otra vez.

Escuchó el susurro, pero no logró entender a qué se refería. Seguro era porque las venas en su cerebro estaban reventando, era lo único que hacía sentido para corresponder con cómo se sentía. Tan sólo negó ligeramente, otro gemido de dolor. Era extraño, no recordaba la última vez que algo doloroso no le había producido dolor, o, en realidad, que algo que debería haberle causado dolor lo hiciera en primera instancia.

Esto era completamente distinto. Sintió el paño frío sobre su frente y siguió sollozando, por un momento sus pensamientos se aglomeraron en algo que hizo sentido, miedo, a lo desconocido de lo que le sucedía. Apretó la mano ajena un poco, pero en un segundo había perdido el hilo, volviendo a su llanto confundido. De a poco podía reconocer algunas escenas específicas. El día anterior, el otro lado de la neblina, una poza de agua… Una… Moneda…

La presión de los dedos en su cabeza volvió a desordenar su cabeza, volvió a quejarse de dolor, tomando un matojo de su cabello frente a la desesperación de no poder pensar ni hacer nada para liberarse de lo que le estaba partiendo el cráneo. Sólo por un momento, y luego se perdió en recuerdos menos dolorosos, sin saber por qué la invadían en ese momento.

“Hitori.” “Hitori.” El eco en su mente fue instantáneo al escuchar su nombre, y una cascada amorfa de pedazos de la pesadilla que había tenido le pegó con el pinchazo de un disparo entremedio de los ojos. La chica levantó las piernas, pegándolas contra su pecho en una reacción defensiva, teniendo claridad absoluta de la cantidad de veces que había atendido a su nombre sólo para ser torturada antes de despertarse. “Y es todo culpa tuya.”

El movimiento brusco y repentino le obligó rápidamente a llevar ambas manos a su cabeza y retorcerse de dolor nuevamente. La cascada iba a seguir, pero el sonido de afuera la distrajo. “Dime, Hito-chan. Después de la última vez que cantaste esa canción… ¿Vas a poder escucharla otra vez sin recordar lo que hiciste?” Hitori apretó la mano ajena nuevamente, quejándose de dolor antes de largarse a llorar con más fuerza.

La canción sirvió un poco, desviando aquel susurro, permitiéndole alejarse de las pesadillas, tan sólo se perdió en el resto, completamente incapaz de hacer más que llorar y gimotear. En esos pocos minutos le había subido la temperatura bastante, y ahora se quebraba en un sudor frío, como si estuviese enfermándose en cámara rápida, o estuviese bajo los efectos de algún tipo de fatiga.

Al terminar la canción, Hitori por fin atendió a su nombre, como si la reacción simplemente no hubiese procesado hasta ese momento. Sonrió ligeramente, extendiendo su mano libre hacia donde escuchaba al vampiro para tocarle. “Sigues aquí” Murmuró, sollozando, logrando de una manera sonar un tanto sorprendida.

“¿No has tenido suficiente…” La chica pausó por varios segundos, congelada en medio de la frase, varias imágenes la hicieron perderse. Sin dejar de llorar en ningún momento, su mano libre pasó hacia los hombros, y creyó escuchar el sonido de cómo se rostizaban. “No puedes ni dormir tranquilo…” Siguió, contrayéndose nuevamente cuando volvió a escuchar que era todo culpa suya.

La última vez que había llorado así, recordó, fueron las horas antes de que lograran encontrar un cirujano que pudiese extraer su apéndice. No tenía más de seis años, era el peor dolor que había sentido en toda su vida y tan sólo empeoraba, odiaba el hospital, tenía miedo, y tantas cosas que sólo podía sollozar y gritar y quejarse y hacer pucheros y gimotear. Distinto al llanto desesperanzado y roto que la acompañaba casi todos los días, aunque había algo de eso en ese momento, cuando se perdía en recuerdos en vez de concentrarse en lo que dolía.

No sabía cual le hacía peor, estar presente para sentir el dolor de cabeza o perderse en alguna corriente que le recordara lo miserable que había sido su vida, tanto despierta como mientras dormía. Estaba acostumbrada a las pesadillas, nunca había reaccionado así, pero al mismo tiempo nunca habían sido tan horrendas.

“Esta vez…” Las lágrimas caían más rápido, el sudor se había enfriado y ahora la chica comenzaba a temblar ligeramente. “Fue tan- tanto peor” Terminó, llevando su mano libre a su cuello, donde comenzaba a sentir la presión tan familiar. Se notaba menos ida, demorando menos en hilar palabras, y lograban ser coherentes, por lo menos. No sabía qué hacer ni qué más decir para explicar lo que le pasaba, para pedir ayuda. Tampoco sabía si eso era lo que quería, o que Adam corriera por su vida para salvarse del dolor que ella podía causar.

Hitori se acurrucó bajo la manta lo que más pudo, considerando que no encontraba el interruptor que le permitía mover todo su cuerpo a voluntad en vez de reacciones viscerales. Las palabras asegurando que no eran su culpa le pasaron por encima como si fuese completamente inmune a ellas. No en ese momento, no podía escucharlas y absorberlas mientras su pesadilla se ocupaba de decirle lo contrario en cada recuerdo y sueño que recorrían todavía en un torrente mental con cada vez menos caudal.

“No es cierto.” Murmuró, de alguna manera logrando que su tono adolorido tuviese toda la terquedad de siempre. “No duermes de día, estás conmigo.” Razonó, contando con los dedos de una mano las veces en que le había visto dormir. Aquello último le pegó un poco más cerca, la mención del insomnio trajo consigo el equivalente a un carterazo de instancias en las que la chica había intentado escapar de sus pesadillas al punto en que pasaba demasiado tiempo sin dormir.

Volvió a gimotear, sólo para sentir una mano que se posaba sobre la suya entre la oscuridad. Aquel prospecto en cualquier otra situación por lo mínimo le hubiese sobresaltado, pero en el estado en que se encontraba, más cuando consideraba lo que significaba aquel gesto, fue algo como un cable a tierra. Aunque más tenue, quizás un hilo a tierra, jalándole más fuera de aquella neblina mental.

La chica no había hablado demasiado acerca de sus pesadillas. Ni con Adam, ni con nadie, en realidad. Era demasiado horroroso, y mientras más lo hacía, como si fuese un monstruo que se volvía más y más fuerte mientras más miedo y atención le dabas, le aferraba más y más del cuello hasta que la reducía a un estropajo de gritos y lágrimas. No, Hitori había acarreado aquel ente de sombras que vivía en su cabeza en silencio, aterrada de darle más poder, y de preocupar demasiado al resto.

Fue por esa razón que no pudo hacer más que negar con la cabeza, causando ondas y pinchazos de dolor con el movimiento. Iba a discutir que no sabía, que no podía saber cuánto peor, cuan cerca había estado de… “Por favor ayúdame.” Su mano libre volvió a su cabeza, no pudo vocalizar lo que iba a decir, en vez lo único que escapó de sus labios fueron más quejidos de dolor. “No puedo más. Llévatelo. Llévatelo todo.” La corriente la tomó una vez más, menos tiempo esta vez, lo suficiente como para repasar pedazos de la pesadilla antes de que la caricia en su mejilla volviese a traerla de vuelta.

Frunció el ceño ante la mención de la luz, sólo había empeorado el dolor. “Recuperando es generoso.” Logró refunfuñar entre su llanto, respondiendo bastante tarde, perdía bastante tiempo entre chapuzones dentro de su cabeza. “Injustamente cómodo” Tomó otra bocanada de aire antes de seguir sollozando, hundiendo las yemas de sus dedos en su cabeza nuevamente.

No mentía, para este punto estaba segura que el vampiro tenía algún tipo de droga o calmante que secretaba por los poros. No era posible que alguien le hiciera sentir tanto mejor con tan poco esfuerzo, un toque, el sólo hecho de saber que estaba ahí, y cualquier cosa era menos horrenda. Claramente no era porque de a poco se hacía un lugar en el corazón de Hitori, que de a poco se estaba encariñando, y que el apoyo de alguien así podría traerle calma. Aquello significaría demasiadas cosas con las que no estaba preparada para lidiar. Así que, drogas, tenía que ser.

Sus lágrimas tercas se rehusaban a respetar el trabajo de Adam, que las limpiaba diligentemente. No tenían la decencia de detenerse ni por un momento para darle tregua. Al volver a escuchar su nombre, Hitori reaccionó de la misma manera, aunque bastante más medido, tan sólo haciendo un sonidito parecido al de un animal asustado, paralizándose por un segundo antes de poder relajar.

Escuchó las palabras con dificultad, apretando la mano ajena ligeramente para no volver a perderse. “N-No necesito que me cuiden” Tartamudeó entre sollozos de manera automática, sin importarle lo ridículo y estúpido que sonaba aquello en la situación en que se encontraba. Testaruda y orgullosa, eran cosas que no se podían cambiar fácilmente, menos cuando hacerlo significaría que necesitaba de otra persona.

La ridiculez de lo que había dicho no registró en su cabeza hasta varios segundos después. Tan sólo arrastró su mano entrelazada bajo la frazada, acunándola contra su pecho antes de, con un esfuerzo descomunal, girar su cuerpo hacia un lado, recogiéndose ligeramente en una bolita como pudo. No sin varios quejidos de dolor, pero el frío le había obligado a moverse. Otro pinchazo en su cabeza le hizo perder algo de tiempo en gimoteos y lágrimas.

“Es usted extremadamente masoquista, Señor Valentine. Por cómo lo he cuidado seguro me arrebatarían la licencia.” Murmuró después de algunos minutos en los que había altercado grititos y quejidos de dolor y sollozos pesados cuando le abrumaban recuerdos. “Agradecerme por ello es estúpido.” Estiró su mano libre hacia la cara del vampiro, dándole un par de palmaditas burlonas en una mejilla, el fantasma de una sonrisa quebrando su llanto por un momento, aunque no podía reír frente a algo que era, para ella, objetivamente cierto.