Otra vez pensaba cuánto tiempo llevaba allí. Llevar la cuenta no era suficiente, pero sabía, bien por rumores o bien por esa espera por vivir cada día como el último, que se aproximaban las fiestas. Para ella esa fiesta no tenía ninguna carga religiosa. No profesaba la Navidad como en occidente y no necesitaba creer en nada para que la influencia le llegara cargada de otro sentimiento. Hermanamiento, fraternidad y afecto. Un festival de color, música, paz familiar momentánea y regalos. Algo que, para su pesar, ya no tenía... pero que quería, necesitaba, volver a tener. Ni sopa de mochi, ni pasteles. Para colmo había perdido su voz... metafóricamente hablando.

La luz que se veía era la del cielo y, a veces, la del fuego. La música eran golpes, pasos apresurados, gritos y silencios. La magia que había fuera, en su casa, con todo el ambiente festivo allí era literal, pero no siempre positiva. En aquellos momentos en los que estaba tan sola, extrañada por todo lo que había a su alrededor, solo había un sitio al que quería ir y no ser perturbada por extraños: el salón de música. Ese paraíso acústico y silencioso, relativamente aislado, frío, pero con algo para hacer.

No era muy tarde, pero tampoco primera hora de la mañana. Pasado el mediodía, entrada la tarde con luz para poder volver después sin estar a oscuras, se movió al aula y se cercioró de que no había sido seguida ni había nadie dentro. Bastante pavor le daba aquello. Por lo pronto, salvo su amigo Connor, no vio a nadie interesado en la música. Peor y mejor a partes iguales.  Tomó una guitarra acústica y se sentó en una mesa cerca de la ventana, apoyando sus botas en una silla. Todo parecía apacible visto desde allí. Había pasado un ángel, sí, pero eso no era bueno. Llevó sus manos al mástil, revisando cada traste y jugueteando con las clavijas, afinándola. La humedad y el abandono no había hecho tanta mella y podría servir. Espiró. Si tuviera que plasmar algo en aquella pieza era melancolía, tristeza y soledad. Otra vez quería estar en casa. ¿Cuándo no?


Si temblaba un poco no era por el fresco de la tarde, si no porque una cancioncilla simple podía evocar sensaciones inesperadas. Si esa época pasara rápido, mejor. Si se deshumanizaba podría olvidarse de todo eso, pero no quería. Todavía era fuerte como para tener un objetivo. Quizá le venía de familia, pero iba a ser tan cabezota como pudiera mientras le quedaran fueras. La adversidad no doblegaba a los dragones. Y por eso sacaba su tristeza con la música. No quería que nadie la viese tan perdida, pese a que la música podía atraer a algún curioso mirón.

Unas Navidades sin calor familiar no eran unas Navidades.

Tocar era relajante. Lo podía hacer para evadirse de todo lo terrible. Aquello, al final, era como torturarse muy despacio, recordando otra vez lo de fuera. El aula de música no filtraba sonidos ligeros del exterior, y desde la ventana se veía ese pasaje inalterado. Lo que daría por verlo brillar con luces festivas, nieve y compras pequeñas. Regalos afectuosos entre seres queridos. Apoyó al final su cabeza sobre el sucio cristal, tocando con más dificultad esa pieza acústica.

¿A dónde había ido la magia de la Navidad? Casi prefería haber perdido toda noción de los días y épocas que llevaba allí. ¿Acaso nadie se acordaba de lo que habían vivido fuera? Su ladro dracónico rabiaba por la tristeza de ver a todos deshumanizarse. ¿Dónde quedaban ya, entonces, los buenos deseos y los propósitos para otros años? Revisó la destartalada bolsa que siempre llevaba. Si los dioses estaban pensando que había hecho un buen trabajo, ¿por qué la mantenían allí? Le dieron el regalo, aquel pergamino, para comunicarse... quizá tenía que usarlo para evitar cooperar pero no asfixiarse.

Bajando el tono en su guitarra, deslizando los dedos por el mástil, un sudor frío recorrió su espalda. El sonido de la puerta abrirse sin mucho cuidado, sonoramente sin hacer estruendo o molestia, pensó que iban a emboscarla en un momento de debilidad. Apartó su cuerpo rápidamente de la ventana y se puso en pie, volteándose para ver quién osaba perturbar aquel sitio sacro. Y allí estaba él.  Estaba aliviada, aunque su corazón seguía yendo veloz por el momentáneo temor.

Al igual que ella, poseía un mechón en otro color. Dejó la guitarra a un lado con cuidado, como si tuviera que cuidar del objeto más valioso del planeta. Se puso en pie de un saltito y, rápido, fue hacia él. Quería decirle con un abrazo que se alegraba de verle, pero se frenó poco a poco y detuvo a un metro de él, agachando la cabeza. Quizá necesitaba pasar ese rato con alguien con quien se sintiera segura, pero le daba bastante vergüenza que le viese así, como una chiquilla perdida y tímida. Volvió a sonrojarse y asintió, haciendo después una forzada y exagerada reverencia. Intentó reprimir una sonrisa, pero lo que salió fue una mueca de consuelo bastante complicada de esconder.

¿Era eso el hilo rojo? Como un volcán sacó el kit de escritura y, apoyada en una mesa, se dispuso a escribir un escueto mensaje. "Hola, Leo." ¿Qué más le podía escribir? Que se alegraba que estuviera con vida, que quizá podía pasar una fecha como esa con un amigo o que tenía ganas de explotar o llorar. Pero eso era mucho para la chica que, si no se expresaba bien a la hora mostrar sus sentimientos hablando, tampoco lo haría mucho mejor por escrito.

Pronto la tinta se iría, y con la mano Katori señaló la mesa donde se estuvo apoyando y tocando. Movió su kit de escritura y esperó por él y su voz. Ya que alguien podía usarla, quería escucharla. Los ojos indomables e irredentos de la dragona estaban en él como quien espera todo. A aquel mensaje que pronto se borraría añadió una cosa antes de mostrárselo. "¿Cómo estás?" Su mano temblaba ligeramente, nerviosa, pero le daba igual. Se sentía mucho más segura que antes.

Tardó la chica en acompasar sus sentimientos. Aquella montaña rusa que la hizo pasar del miedo a la ansiedad y de ahí a a la calma, alegría y sosiego. Era infantil, tal vez, pero eso ella no podía llegar a imaginárselo del todo. Tenían un aula de música, generalmente vacía, y mucho tiempo para hablar sin que les molestasen. Ahora Katori tenía su kit de escritura y podía ser mucho más ágil, por lo que extendió el pergamino cerca de ella y sonrió con timidez, como si aquello fuese -y literalmente lo era- un regalo de los espíritus de la naturaleza en los que su familia creía.

Respondió a su primera pregunta asintiendo. Había estado todo lo bien que se podía estar en ese sitio. Su calzado y ropa quizá más maltratada de la cuenta daba cuenta de ello, pero no estaba herida ni se enzarzó en peleas estúpidas. Sobrevivía comiendo, pasando algo más de hambre de lo que le gustaría reconocer y poco más. En aquel infierno eso era estar bien. Vivaz, miró su forma completamente humana y espiró por la nariz, aliviada. Le agradeció el gesto y volver a ver el mechón con un suave movimiento de cabeza. Todo iba estupendamente.

La japonesa se llevó una mano al mentón, pensando. ¿Qué había hecho ella en ese tiempo? Pincel y tinta en mano, invisible para ojos mirones salvo los de aquellos dos, escribió, apartándose para que fuera él quien mirase y no enseñárselo. Nada de ayudarse. "He estado haciendo lo de siempre. Como siempre." Unos segundos después añadió algo más, veloz. "Suelo venir cuando no hay nadie para evitar problemas. Pero tú no eres uno." Su letra era pequeña para poder escribir sin preocuparse de tener que esperar a que todo se borrase. Seguramente decir eso le hubiera costado infinitas veces más que dejarlo ahí plasmado, pero eso es algo de lo que quizá se sintiera abochornada luego.

Más preocupante eran sus últimas palabras. Katori frunció el ceño, preparada para insuflarle algo de ánimo. Ella también sentía esa debilidad y ganas de hacerse una con la barbarie y la locura. Su lado dragón era mucho más proclive a dominar a otros que a ir por su cuenta, aunque ser autosuficiente le daba un orgullo y ego que también era difícil de igualar. Negó dio un par de vueltas a cómo animarle. La nipona estaba muy convencida de que si alguien caía en la barbarie se quedaba allí.

"Es aburrido, pero mientras podamos seguir vivos tenemos que recordar lo que hay al otro lado. A nuestras familias. Ellos no querrían que hicieras nada malo o te pasara algo. Sé fuerte por ellos." Asintió con convicción. Quizá solo estaba siendo más fuerte porque él estaba allí, pero era algo que a ella le gustaría que le dijeran, daba igual el momento o el lugar. No quitaba, claro, que aquellas palabras suyas tuvieran razón. Estar allí era muy aburrido y exasperante. "No sé cómo, pero te puedo divertir. Podemos tocar algo, o te enseño, o podemos hablar de algo." Miró por la ventana y regresó a la escritura en su pergamino. "¿Cómo pasabas tú las fiestas?" Y tras hacer eso le señaló la guitarra acústica que tenía al lado, lista para ser usada. Se la ofreció en silencio por si quería probar, aunque posiblemente acabase bastante mal aquello. Unas risas para destensarse y poder tener un poco de esperanza para no rendirse jamás.

Eran tal para cual. No tenían casi nada en común en bastantes puntos pero, aun así, Katori se sentía mucho más segura y confiada con él que con otra gente... y eso que el chico había hecho que ella se sonrojase terriblemente la última vez que se vieron. Todavía, gracias a algo superior, ella no había recordado aquello. Era un recuerdo chocante y raro, pero bonito y tierno.

Le negó efusivamente con la cabeza. Era su amigo. No podía ser un problema. Por algún motivo que se acercaba a la desesperación por compañía en un sitio como las ruinas le necesitaba. Esa excusa egoísta evolucionaba en afecto. Parecía que él era alguien familiar, como ella, y se sentía ligeramente identificada con aquello. Echaba muy de menos los ratos con los suyos tanto como él y quizá a la vez podrían encontrar el camino de vuelta... si no les engullía la apatía. En su silencio, todavía sin escribir, Katori era toda una rockera y no iba a permitir que la llama de Leo se apagase. Quizá avivando la del contrario animase la suya, pero por lo pronto era algo que quería hacer. No quería verle matando para alimentarse, abusando de otros o maltratando su entorno. Ella había visto a alguien que era mucho mejor que aquello... o de eso se convencía.

Con el chico ya moviéndose hacia la estantería ella ladeó la cabeza. ¿No era la festividad del invierno? ¿Las navidades? ¿O el tiempo estaba jugándole una muy mala pasada? Agachó su cabeza, como si ahora se sintiera algo peor. Melancolía por haber tenido una ¿falsa? sensación de tristeza. ¿Era eso lo que se sentía cuando ya los días no eran de vivir si no de sobrevivir? Quizá, pese a que contó los días, perdió la noción en una sensación de dolor. En el pergamino, mientras él buscaba, escribió algo que no leería aún. "Pensé que era Navidad. Y lo oí. Lo siento." Sumisasen, que diría ella. El resto de gente quizá estaba confundida. A otra persona, elemental, elfo o demonio le hubiera dicho con convicción que era la época familiar que recordaba, pero ella, por algún motivo, creyó con vehemencia a Leo.

Suspiró y se levantó. Fue con él y le señaló un bajo. Quien fuera que, secretamente, cuidaba de los instrumentos era un ángel y Katori sentiría profunda admiración. Con la palma de su mano, después, indicó el resto de instrumentos y sonrió con debilidad. La percusión era fácil, pero prefería que usara aquello que ya utilizó: el instrumento de cuatro cuerdas y octavas usualmente más graves a la guitarra. Se aproximó a él y lo sacó de su soporte para entregárselo. Ladeó su cabeza. Si bien en su cara había seriedad, era más cercano a la timidez, y sus mofletes lo gritaban.

Con pasos algo más rápidos regresó y tomó la guitarra. Le iba a ir enseñando a colocar los dedos. Quería echar un ratito con Leo. Ella era así de simple. Al menos la conversación avanzaría y ella se detendría a escribir. Apacible. Le dejó tocar las cuerdas y habituarse, con una sonrisilla propia de alguien que va a ver algo divertido. En el pergamino, otra vez, redactó algo: "Suéltate un poco y toca algo. Con la música es más fácil hacer todo. Fíjate." Y ahí sujetó la guitarra acústica, de más cuerdas, y le observó para corregirle. Un rato entre amigos con su mayor pasión... y un pedacito de recuerdo para intimar. Felices navidades para no recordar lo de fuera del aula.

Con aquello se habían encontrado. Un lío de fechas y sensaciones que rápidamente descubrió Leo y le llevó a acariciar el cabello de la dragona. Dio un pequeño respingo y lo que era timidez pronto se tornó en vergüenza. Y ahí sí, irremediablemente, recordó cómo se despidió de ella. ¿Acaso estaba buscando algo más? Estaba como un trozo de madera combustible, quietísima, esperando que no hiciese nada más. En realidad le gustaba que fuera afectuoso con ella, ¿pero por qué concretamente eligió ser su amigo? Katori era una joven adulta complicada y no siempre pensaba en agradar a los demás... y eso daba problemas y pocos contactos.

Tuvo que negar rápidamente ante lo del regalo y espirar un poquito para que no notara, aunque seguramente lo percibiera, cómo se sentía. Quería indicarle que nada de aquello era necesario. ¿Qué era un regalo en un sitio así?  Su compañía era todo lo que podía pedir... y es que querer algo más era de ser verdaderamente ilusa. Sus manos estaban sobre la mesa y simplemente miraba a su compañero tener el bajo entre las manos. Con eso podría "vengarse" de todo eso que la hacía sonrojar, por muy cercano y agradable que fuera. Un pequeño juego. Y la dragona no se contuvo. Rió un poco sonoramente. Aquello no era hablar, pero por si acaso desvió su rostro hacia un lado, sonriendo observando la ventana a su lado. Le asintió un par de veces y aplaudió, queriendo alabar su intento... aunque pudiese ser casi una burla.

Pero sí. Era cierto que ella debería de tocar también. Si no fallaría a la promesa que le hizo... y, maldita sea, eso podía hacerlo sin problema. Era algo a lo que estaba muy acostumbrada así que estiró su mano hacia la guitarra acústica que allí tenía, sosteniéndola con ambas manos y apoyándola en su pierna izquierda. ¿Qué podía tocarle? Podía optar por un clásico navideño, pero lo cierto es que Katori detestaba seguir la corriente. Justo cuando iba a empezar su última pregunta le hizo detenerse y volvió a suspirar, ahora con pensar. Había pensado tantas veces en eso que la verdad todo importaba poco o nada. Apoyó en horizontal el instrumento en sus piernas para escribir con las manos libres y retomarlo después. Lo educado era responder a las preguntas, ¿no?

Estuvo diez segundos con la punta del pincel sobre el pergamino mágico. Suerte que era especial o, si no, la tinta lo hubiera encharcado todo. "No sé lo que pasa. No he hablado con nadie de esto. No sé si son los kami, un mal sueño, un secuestro o algo peor. No lo sé y no sé si podré saber nada. Yo solo quiero volver a casa." Era tajante con aquello, pero algo le decía que tardaría horrores en regresar. Aguardó un poco antes de retomar la redacción. "No sé quién está detrás o es culpable. Solo conozco a la gente que lo pasa mal y que actúa peor. Han perdido lo que era ser una persona y aunque ser dragón es lo mejor que puede pasar, no podemos perder lo que nos importa." Claro que ese poder era supremo, superior y poderoso, pero más allá de aquel ego racial rechazaba de plano meterse con otros. Solo quería que la dejaran en paz, como siempre. "¿Y tú? Debes descansar." Remató al final, tomando la guitarra, mirándole como quien espera de un superior un poco de luz. No estaba ansiosa, pues estaba segura que Leo sabía tan poco como ella, pero aun así de ilusiones, a veces, se vive.


Empezó a tocar una cancioncilla improvisada que tal vez pudiera haber oído en su otro mundo o que, tal vez, llegó a su ser como por arte de magia. Tranquila, con un tempo parsimonioso. No hay nada que más quisiera que hacer que ayudar a reposar energía a Leo y, sonriente, se esmeró en no errar notas o el ritmo pese al temblor de sus manos. Todo por su amigo.

No estuvo más que un minuto y algo tocando, pero al terminar dejó la guitarra apoyada en la pared y, más cómoda, regresó al pergamino. Ese trozo de papel grueso era de las cosas más útiles de ese mundo. "Yo te ayudo a lo que necesites." Afirmó determinada con un cabeceo al frente. No, no podían cooperar... y por eso Katori no hablaba, pero ya lo hizo con otra gente. Rodeó las normas y los espíritus de su pueblo le mandaron ese juego de escritura. No era creyente, pero tampoco ciega. Si podía ayudarle usando las áreas grises que todos manipulaban, con más razón lo haría. Si los dragones necesitaban algo para estar orgullosos eran sus actos, y ella lo estaba y estaría con esa simple frase.

¿Por qué se sentía tan mal con Leo ahora? Estaba intentando aprovechar la bocanada de aire fresco que fue su presencia, pero era completamente incapaz de lograrlo. Lo que primero fue alivio, calma tras la tormenta, se transformó en una cierta desidia. ¿Se había pasado con aquello de hacerle tocar? Katori tendía a ser empática con los suyos y, en general, tener ese gusto maternal como con sus hermanos. Solamente no lo lograba cuando se ofuscaba o estaba demasiado enfadada, con una rabieta muchas veces, o se sentía tremendamente mal. Las emociones de un dragón tampoco ayudaban... pero esa vez era distinto. Y por ello no estaba tan cómoda.

Se disculpó con la cabeza al comentario de que había sido malvada. De verdad sentía un profundo apuro por todo.  Negó después. No es que estuviera ni bien ni mal... solo estaban haciendo algo que ella pensaba que los amigos hacían. Se tocó con nerviosismo el mechón y agachó la cabeza. Un simple suspiro fue lo que salió de sus labios. Era tan así que no le importaba demasiado el tema de la niebla. Ella ya se había resignado. Aunque suponía que alguien debía ser culpable... de eso no cabía duda. Alguna mano ejecutora. Pero, ¿cómo iba a encontrarlo ella? Con diez dragones podrían arrasar el colegio, ¿pero para qué? Era tentador para su parte reptil, pero no conseguiría encontrar al culpable así. Y si lo encontraba solo le diría que quería volver.

Si esa persona hubiera sido otra, Katori  hubiera optado por irse antes que dejar salir su dragona al escuchar lo del descanso. A su orgullo de criatura mitológica era un insulto a su esfuerzo. Frunció un poquito el sueño y vio su cabeza apoyada. ¿Qué le pasaba? Dejó a un lado la guitarra y quiso tratar de reiniciar todo... con esas bruscas o poco pulidas capacidades sociales que ella tenía. Él no era pequeño, como sus hermanos, por lo que se estaba esforzando en silencio por hacerle sentir mejor... de verdad, superando la música y yendo un paso más allá. Tomó el pincel y lo soltó. Errática, movió su mano hacia la de Leo para apretarla. Lo hizo extremadamente despacio, pues tenía bastante miedo a que pensase mal -o bien- y que se enfadase más. No había hecho nada malo a nadie, no quería que nadie lo hiciera, y quería, al menos por una vez, no pasar de todo. Espíritu festivo o no, ahí estaba ella. Inexperta, pero sin rendirse.

Con su mano libre, aquella que no apretaba la del chico, empezó a escribir con menos soltura. Estaba roja, haciendo trazos rápidos, como si pese a querer ayudar también quisiera hacerlo rápido, sabiendo que él podría pensar algo de ella que no iba a afrontar. "Siento si te molesté. No era mi intención. No me gusta verte así." Frases cortas, como si la japonesa no quisiera utilizar un lenguaje extranjero elaboradamente. "Buscaremos algo por lo que vivir, te lo prometo. Y volveremos. Y estarán bien. Es nuestro regalo de Navidad." Ella ya tenía la firme voluntad de regresar y esa era su única meta.

Apretó un poquito más su mano, sonrojada. Le costaba hacer eso más que golpear a un posible enemigo, pero tenía que ser valiente. Muchas veces las cosas más simples son las que pueden hacer un cambio. Soltó aire, que sería fuego como dragona, por la boca y retomó la escritura, queriendo darle tiempo para que lo asimilara o rechazara su contacto. La chiquilla insegura se esperaba ya todo. "Hagamos algo que te guste. Lo que sea. Con que estemos los dos, será divertido. Pero no te rías." Miró a otro lado, negando, y añadió, ahora que pudo alzar la niebla de sus sentimiento, una coletilla. "¿Tú has salido de la niebla?" No había tenido respuesta y suponía que no, pero quería escuchar eso de sus labios. Katori podría salir de ella con él de ser así y ver juntos lo que hubiera. Sí. Se podrían defender "por casualidad" sin cooperar. Como con Connor. Nadie dijo que caminar separados por dos o tres metros fuera un delito, ¿verdad? Pero lo primero es lo primero. ¿qué podrían hacer, tal vez navideño, para divertise y que Leo se vengase? Eso estaba en su mano.

Haber tomado su mano y haberle podido aliviar un poco le hacía sentir feliz. Como si pudiese hacer más de lo que se esperaba de una adolescente casi joven adulta. Su padre siempre había querido alejarla de aquello... de la música. De su actitud fraternal. Sí, él quería acercarla a un mundo formal. Trabajar en una gran empresa, posiblemente como secretaria, estudiar algo que no fuera música y plegarse a las normas del país de los mil cerezos en flor. Por eso acabó en el Reino Unido y así, lógicamente, finalizó en ese mundo... por ir a un festival que no era suyo. Estaba algo más radiante, un poco orgullosa de si misma, al haber logrado algo más. Podía ser lo que ella quería y, por eso, sonrió sin sonrojarse por una vez.

Le escuchó y observó atenta. Se levantó y ladeó la cabeza. ¿Qué iba a hacer? Su risa y falta de claridad sobre qué hacer hacían que la dragona estuviera intranquila. Posó sus manos en sus rodillas y aguardó paciente. Ya no se sentía tan ridícula. Confiaba en que esas palabras de no molestia eran de verdad.

Sus ojos brillaron con fuerza e intensidad al escucharle. Frunció un poco el ceño y viró los ojos a la pared, contrariada. ¿Leo había salido? ¿Por qué no se lo dijo antes? Llevó su mano al pincel, pero se dio cuenta de lo obvio: no se lo  preguntó antes y tampoco era cosa de ir aireándolo. Ella quizá no lo hubiera contado sin preguntarlo. Y se lo dijo sin rodeos. Espiró. ¿Y qué había fuera? ¿Cómo era todo? Quizá no lo viese pronto. O quizás sí. Si estaba vivo y bien era porque todo iba bien, ¿verdad? Estaba indecisa y un poco confusa... pero ahora tenía más determinación, fuerza, para salir en algún momento. La gran pregunta era, ¿por qué volver a ese infierno?

Sentada allí, como un clavo, intentaba entender aquello de abrazar su forma de dragón, usar el objeto o aclarar su mente. Ella no se sentía mal por ser un dragón. Le gustaba. La fuerza, dominio, poder... pero quería ayudar, no abusar. Esa era su voluntad humana. Si sus hermanos estuviesen allí jamás les hubiese hecho nada. Posiblemente todos allí tendrían familias y no quería dañar a nadie. Solo vivir en paz con su gloria para, algún día, volver. ¿Era el pergamino su llave o alguna determinación oculta? A saber.

Salió del trance con el gesto que Leo hizo y se alzó, yendo con él. ¿Era lo que había fuera mejor que lo de dentro? Daba por hecho que su hermana, la tal Gala, ya había salido y que él no tenía mucho más allí dentro. Agachó un poco la mirada. Era un poco de cumpleaños algo raro... pero, ¿y si la respuesta para volver estaba fuera? Se cruzó de brazos, ofuscada otra vez por las ideas. A su lado, en pie, tenía más ganas que nunca de romper las normas y preguntarle una de las mil cosas que tenía, pero para eso tenía el pergamino. Extendió su mano hacia el objeto y el pincel. No le iba a preguntar cómo era el exterior. Katori lo ignoraba con cierto pasotismo inherente a ella... y su lado reptil lo había asumido como un desafío. Otro más. La pregunta no daría mucho juego, pero era lo que quería saber. "Si es más tranquilo... ¿por qué has vuelto?" Le enseñó el papel, segura. Tal vez no había comida fuera o se sentía solo, pero a veces el chico era un misterio para la japonesa.

Se dio tiempo a ella para analizar lo que había en el aula. No quería aburrirle. Tras casi medio minuto escribió algo más, convenciéndose. No podía rechazar que se hubiera sincerado. "Eres buena persona. Cuando salga me acordaré de ti para estar tranquila. Yo también podré." ¿Podría por su apoyo o por ser un poderoso dragón? Para ella era lo primero, pues la humanidad es lo último que se perdía. Le dedicó una sonrisa entre tierna y segura, apacible. No tenía muy claro qué más hacer y estar a su lado empezó a pasarle factura con un color rojizo en sus mofletes. Carraspeó y escribió lo último. Una nota para no estancar todo. ¿Por qué era diferente con él? Porque le importaba lo que pensara de ella y, más importante, le preocupaba su bienestar por cómo se portó. "Si no quieres hacer nada puedo tocar otra cosa para ti. Si quieres. Pero lo que tú digas." Sus labios volvieron a rehacer una sonrisilla nerviosa. Cuando saliera conseguiría otra guitarra. Ganaría todo ese reto por ambos.

Porque ella, antes que dragona, era Katori Takei.

Por algún motivo creía que allí fuera estaba la salvación. Y que si volvía para ayudar al resto quería decir que todavía tenía gente allí dentro... pero no su hermana. ¿Qué era? ¿Más amigos? Debía ser aquello. De reojo, Katori miraba a Leo recordando que era un chico popular, no como ella que simplemente no era popular o impopular; ella iba a su aire. Pero tenía sentido que fuese la guía de los suyos, de un grupo de amigos. No es que ella fuera a seguir a Leo hasta la muerte como líder, ella no solía ser seguidora, si no que simplemente quería la amistad de alguien que le había resultado amable y afectuoso.

Tampoco sabía muy bien cómo tomarse aquel consejo sobre asumir bien la salida de aquel lugar. De nuevo, otra vez pensó que eso le acercaría a su casa. Pobre Katori, que pensaba que Leo estaba allí por bondad infinita y que aquel sería un nuevo paso para su regreso. Tomó aire, tranquila, creyendo que había ayudando mucho al teriántropo... pero no sabía todo lo que había en su cabeza como para sentirse así. Al menos ella estaba contenta, y era algo que nadie podría quitarle. Por ahora pasarían esas fiestas improvisadas de la mejor manera posible... y lo demás, lo que estuviera por venir solo el destino lo diría.

Haciéndole caso extendió su mano a la guitarra acústica, aunque antes de eso, con una sonrisa, divertida escribió un mensaje sencillo en el papel del pergamino. "Cuando te gane a lo que tú seas bueno no vale decir que soy mala. Trato." Asintió, conteniendo una risa breve por el silencio de la norma. En un suspiro retomó el favor que iba a hacerle y, tras unos segundos de espera para ver qué podía tocar, comenzó a puntear las cuerdas. Ciertamente prefería no pensar qué pasaría cuando esas cuerdas se oxidaran. Quedarse sin música ya sería de lo peor que podría pasarle. Cerró sus ojillos y se tranquilizó, intentando mantener un tempo estable... y real, reflejando lo que sentía.



¿Cómo sería dar un paseo con él? La verdad es que con aquello que estaba tocando la idea era bastante apetecible. Solos, sin que nadie les viese, sin que juzgasen a la japonesa. Por mucho que dijera que era peligroso en las noches de cierta luna, seguiría sin creerse aquello. Confiaba en que se controlase. Aislarse tenía aquel problema; Katori desconocía en realidad lo horrendo de ciertas cosas y todo lo conocía de oídas. Solo sabía bien que los demonios no eran de fiar y que algunas razas eran pacíficas, como algunos elementales. Ahí acababa su interés en el resto... salvo en los teriántropos.

De nuevo se tomó los minutos necesarios para acabar la canción. ¿Qué escribiría después? Se detuvo con bajando con lentitud el tempo y exhaló por la boca. No esperaba aplausos, pero sí la aprobación de Leo. No reconocería, fiel a su raza, que lo necesitaba, pero sí le encantaba sentirse apreciada. Estiró sus dedos y retomó el pergamino. Le tocaba escribir. "Me alegra mucho poder pasar este rato contigo. Gracias." ¿Repetitiva? Sí, pero era el problema de no tener la habilidad social para aquello. Se llevó una mano al mechón rojo, tocándolo con algo de incertidumbre. Agachó un poquillo los ojos, recordando lo del paseo, y se aseguró con otra pregunta de cómo volver a coincidir. "¿Cómo te puedo encontrar fuera? ¿Podré llevarme una guitarra?" Pese a la tranquilidad que decía, no sabía muy bien cómo proceder. Se puso en pie y fue a su lado, aguardando la respuesta. También tenía un poco de hambre, pero eso era secundario.

Sus ojos fueron finalmente a la puerta de entrada. Había pasado algo más de rato del que habitualmente se quedaba y temía, como siempre le pasaba en aquel colegio, que hubiese algún enemigo acechándoles. Pero ella no era presa, y simplemente sentía incertidumbre. No se dejaría cazar jamás. Ni dentro ni fuera. Ni mucho menos dejar que tocasen a los suyos, algo que la podía hacer estallar de las peores maneras posibles.

Nada más terminar su canción hizo ese ritual tan suyo de exhalar el aire contenido durante gran parte de la cancióncilla que punteó con sus dedos sobre la guitarra acústica. Cada melodía, por muy animada que intentase que fuera, era más o menos recordarle a una esquiva felicidad. Cuánto deseaba en su torpeza que alguien la quisiera como su familia. Ya le pasó en Inglaterra y sólo se agravó en ese mundo. Decir que estaba al borde del llanto para desahogarse no era falso, pero por ahora estaba bien. Por el momento.

Cuando le hizo aquella pregunta de los deportes se avergonzó ligeramente. Sabía que Leo era amigo de esas actividades y le daba verdadero pudor decirle que no. Se limitó a negar, sincera, pero despacio, sin mirarle. En su mente Leo era un grandísimo deportista, inalcanzable, y quizá si rechazaba lo que a él le gustaba podrían distanciarse. Y tenía que impedirlo a toda costa, pasara lo que pasara y de cualquier forma que se le ocurriese. Entrelazó sus piernas, pensativa en lo que le esperaba fuera otra vez. Una idea recurrente, como un sueño que se repite y del que no se puede escapar. ¿Dejar a Leo dentro? No le gustaba. Si pudiera se lo llevaría a casa para que estuviera a salvo, de vuelta a Japón, pero él también tenía su familia. No le daba del todo igual, pero con tal de protegerle, lo podría hasta intentar.

En su cabeza hubo otra pregunta, nueva: ¿le esperaría dentro, cuando volviera a la niebla, o fuera? Volver... ¿a algún lugar conocido de fuera? Eso sí sería una noticia bastante buena. Sonrió un poquito, pensando en el exterior. Otra vez, no sabía cuántas llevaba ya, imaginó los exteriores como su casa, su meta. Un objetivo que casi llegaba a ser, tras tanto tiempo, enfermizo. "Yo también te buscaré siempre." Afirmó sobre el papel. Una determinación inmortal, como un ave fénix. Que irónico era que tuviera que sacar fuerzas de alguien cuando solo quería estar en paz... aunque su paz venía más que nunca de otros, y es que no podía, o quería, pensar que él pudiera darle problema alguno.



Agachó un poquillo su cabeza. Su última frase le hizo sentir. Bien, mal o regular. Ninguna palabra era tan acertada como decir que Katori se sintió emocional. Guardó completo y total silencio en ese momento. Si había estado allí todo ese tiempo, ¿por qué no podía estar siempre con él? Aquella no era la pregunta, si no simplemente una forma de volver más desordenada su idea. Había querido, sin saberlo, que alguien le dijera algo así. Tanto fuera, para compartir una vida plena de no soledad, como dentro para sobrellevar todo lo que era ese sitio. Despacio se puso en pie, aunque no se atrevía a mirar a Leo. Tal vez era culpa de que eran fechas muy concretas y añoraba las fiestas, pero sus ojillos estaban vidriosos, fuera o no sincero lo del contrario, por las palabras y sonrisa de Leo.

No lo hizo cuando entró en la habitación, pero sí entonces. Dio una zancada larga y se aferró a él, dándole un abrazo todo lo fuerte que podía. Eso no era cooperar. No era hablar. Pero no se decía nada sentir con otros. Apretó su cara contra él, sin querer que viese que no estaba solo emocionada, si no también insegura. Secó, de hecho, sus lágrimas contra él para que no las viese demasiado. Era bastante iluso pensar que no se notaría en alguien tan expresiva, pero así funcionaba ella. Quería darle las gracias a viva voz, decirle que era la persona más valiosa de esa niebla y que volverían juntos. Pero no podía. Se quedó en un abrazo con aspiraciones de volar. ¿Se arrepentiría? A saber. Eso no era como el beso en la mejilla, tan inocente como transgresor.

Dejó de apretar tanto, pero se sentía tan en deuda con él que era como si quisiera defender a uno de sus hermanos. Se separó tras unos segundos de aquello y pasó la manga de su chaqueta por el rostro. Quedaba mucho por hacer. No le miró, presa del temor a que se hubiera pasado. En Japón por menos la gente miraba raro, y eso ella lo llevaba muy metido por dentro. Estiró temblorosa su mano al pincel. Con caligrafía pobre escribió algo breve. "Perdón. Gracias." Ah, sí. Ahora tenía un motivo más para luchar hasta el final. Un dragón con motivos. Uno que sentía más de lo que podía comprender y asimilar.

Con cuidado se echó a un lado tras su gesto. Era muy difícil expresar las emociones, pero sentía que si no lo hacía entonces no podría hacerlo jamás, dentro o fuera. Una válvula de escape necesaria. Guardar todo dentro, más siendo una dragona, solo iba a hacer que en algún momento explotase como una bomba de relojería, incapaz de gestionar sus frustraciones y soledad. Pese a sentir una vergüenza gigante también se sentía cómoda. Juzgada o no por su cultura, volvería a hacerlo. Y aunque se rieran de ella, de sus sueños o de querer volver, podría decir con altanería de reptil alado que seguiría adelante sin arrepentirse. Por segunda vez pasó su brazo por la cara, para secar unas lágrimas. Los dragones no debían llorar... o eso se decía. Pero ella era muy humana.

Mientras se secaba los ojos, sorprendida, intentó rehacerse en una conversación normal. No sabía exactamente lo que de verdad sentía Leo, por lo que negó, agitando la cabeza un rato después, ante la pregunta de si le conocía. Katori no sabía si entendería que se refería a lo previo, pero era lógico que siendo como ella era y sus intereses jamás viera a Leo hacer deporte, menos llevando poco tiempo -o relativamente poco- en Inglaterra.  Para ella era mucho más importante el estacionamiento. Un sitio que vigilar e, incluso, proteger. Creía fervientemente que era más fuerte que Leo, fuera real o no.

Pero consiguió algo parecido a la alegría. Todo gracias a él, porque si fuese por ella se hubiera quedado atascada en ese medio tiempo en el que no podía ni ir hacia delante ni hacia atrás. Siguió con una sonrisa tímida a Leo hacia la ventana, todavía de pie. Estaba como en una nube, intentando creerse que eso que había hecho, ese paso tan pequeño, era real y de verdad había podido marcar a ambos. Abriendo un poco más los ojos le observó, sorprendida, sin esperarse que le sujetase de los hombros. Era tierno que se preocupara con ella, pero se engañaba, creyendo que se podría defender sin herirle. Colocó una mano en su hombro y asintió, intentando trasmitirle tranquilidad. Todo iría bien.

Más tranquila fue al pergamino y se lo señaló. "Podemos estar... tocando otra vez. O contándome cosas de tus torneos y competencias." Katori preguntando por deporte y esas cosas era como ver el sol por la noche, pero era el poder de la amistad o el afecto. Respetar lo del otro, porque si el otro no se era nada. "Si no podemos descansar en silencio y paz. Lo que más te guste." Señaló una silla. Si tanto miedo tenía, ella, dragona, símbolo de poder, le tranquilizaría. No conseguiría mucho, pero eso ella lo desconocía. Ya no estaba tan nerviosa. Ni tímida. Suponía que podía confiar en Leo.  Por último señaló los instrumentos. ¿Algún intento más? Sonrió, divertida, aunque con algo más de cariño para no hacerle sentir mal. Tal vez podría volver a hablar. Lo necesitaba más que nunca, pero todavía quedaba tiempo.

Tiempo que pasarían juntos hasta la noche.

Los ojillos de la dragona estaban menos húmedos, pero al menos se calmó para salvar el poquito orgullo que, según su lado menos humano, podía quedarle tras aquello. Obviamente en ese momento de paz ella era ella, claro, pero no podía quitarse de encima esa vergüenza casi post-adolescente de que la viesen llorar siendo tan independiente y fuerte. Un pequeño paso atrás, pero con Leo, y casi solo con él, podía permitirse esa relajación de su faceta aislacionista. Tampoco era buen plan dejar que su cultura le llevase a choque con todo, ciertamente.

Tal vez fue por eso que dejó ir ese ansia por tener todo controlado o hacer algo. No era su intención, pero percibió con cierta empatía natural que algo no iba bien con Leo. Algo más allá de que cayera la noche. No le quería hacer sentir mal con la música. Esa no era su intención pues, a fin de cuentas, eso significaba mucho para ella como para reírse de él con maldad. De todas maneras se apiadó de él y su estado cohibido y miró por la ventana que iba dando menos luz poquito a poco. Solo un mohín le sacó de ese estado pensativo y fue el dibujado en sus labios tras la disculpa del teriántropo. ¿Por qué? Para nada, si quería protegerle la pregunta no era esa.

Dio una palmada suave y tomó el pincel, con una sonrisa tímida. El plan de descansar, sí, ese iba a ser. Si eso le hacía sentir mejor, ¿por qué llevarle la contraria? Además, él aguanto verla como una mocosa triste. Era un pago bueno. Relajarse, tal vez bajar las pulsaciones altas de la estancia y vida en aquel infierno. Ya en otra ocasión podrían distraerse de verdad. Extendió su mano hacia el pergamino mágico y escribió algo, motivada por hacer algo con Leo, aunque fuese la acción más simple y aburrida del  mundo. "Descansemos. Y si te da tiempo cuéntame algo de los torneos. Si no, en otra ocasión." Dibujó una sonrisa mientras se levantaba y movía a su lado la silla. Una al lado de la otra. Sin mesa de por medio, sin nada. Apoyó su cabeza en su brazo aprovechando la diferencia de altura. Al menos se defenderían si algo pasaba.

Movió su dedo índice haciendo varios círculos, para que dijera lo que tuviese que decir. Los ojos de la japonesa estaban fijos en los instrumentos del fondo y, a ratos, en Leo, como muestra de que le prestaba la debida atención. No era la Navidad que hubiera querido, pero de entre todas las que podía pasar dentro de ese sitio, aquella era, inesperadamente, la mejor que podía haber deseado. Y es que algunas veces, cuando te obcecas en algo como la dragona casi adulta, pierdes el norte de lo que te puede dar la esperanza para seguir.

No se estaba dando cuenta Katori, pero estaba como una niña viendo algo que le hacía ilusión. Era ya una persona que podía -y tenía- sus propias responsabilidades, joven-adulta pese a que su altura engañase, y, aun con todo, no podía esconder su interés por las historias de Leo. Ni era deportista ni tenía intención de serlo. No conocía las reglas intrincadas ni las horas que pudo dedicarse su amigo para llegar a ese nivel, pero le gustaba la mera estampa familiar. Solo su voz. Un pedacito de su casa, allí. Si no empezase a sentir que su abrazo previo fue vergonzoso lo volvería a hacer... pero era demasiado tozuda como para superar su miedo a hacer el ridículo.

¿Pero por qué no aceptaba esas ofertas? Tantas preguntas y tan poca voz. Apretó un poco sus puños. Frunció sus labios. Miró el pergamino y esperó. Quería escribirle. Ella tampoco aceptaba nada de ir a hacer cosas en grupo, o  no habitualmente. Cuando llegó a Inglaterra aquello se volvió inexistente, así que no era la mejor para dar esos consejos... pero ya se sabía, era más fácil ayudar a otros que ayudarse a uno mismo. Para su desgracia, no iba a poder centrarse en aquello para ensalzar a Leo y tendría que responder también al asunto de la voz. Sí, esa voz. Lo cierto es que Katori no se paraba a pensarlo desde hacía mucho tiempo. ¿Le molestaba? No tanto. Lo que le molestaba es que fuese el responsable de alguna manera... pero nunca personificó el odio. Tampoco el pensar en la divinidad de los espíritus hacia ella. Demasiados misterios.

Se estiró hacia delante y alcanzó el pergamino. Ese gesto que se hacía cansino... pero que necesitaba como las plantas al Sol. Eran muchas cosas, por lo que se tomó un momento para organizar las frases bien. "No me molesta la voz. Me molesta quien la tenga o quien sea. E-" Se detuvo, llevando la parte posterior del pincel a su mentón para explicar como decir lo próximo. Era un poco raro, místico o estúpido y no quería que Leo pensara que estaba diciendo bobadas. "No creo que ningún sonido ni voz pueda ser malo por si mismo. Lo siento. Es un poco tonto." Se encendió un poco por pensar que podría juzgarla en base a eso, pero otro brote de pudor no había hecho más que esperar.

—¿¡Uh!? — No le miró. Estaba escribiendo mientras escuchaba lo último que dijo. No, no estaba acostumbrada a esas cosas y se volteó tanto que parecía una linterna de luz rojiza. ¿Cómo se atrevía a decirle eso después de haber pasado ese rato? Dejó el pincel sobre el pergamino, manchando un poco una parte que más tarde se borraría, y llevó sus manos a la cara. ¡Cómo podía dar por hecho un halago así! Se sentía fuera de lugar, desencajada, no triste, no enfadada, solo conmovida y confusa, agradecida, pero era muy dragón y muy insegura para decir aquello. Ah, ¿quién no quería ser dragón? A ella también le encantaría que Leo fuese un dragón, pero la vida era injusta... por no decir algo peor todavía. Querría haberle gritado con tono cómico, como cuando sus hermanos hacían alguna jugarreta con su ropa. Extendió su mano y le dio un golpe suave en el brazo, como "castigo" por decir eso.

Con la mano opuesta, ya habiéndole dado el golpecito que la dejaba como alguien mucho más dulce en las distancias muy cortas, tomó su herramienta de escritura, completando todo, expulsando aire sonoramente por la nariz. "Sé tocar. La voz- la voz no es para tanto. No seas así. Aunque ser dragón está muy bien." Asintió inconscientemente mientras escribía la última frase, muy segura de que si algo bueno, dentro de que todo era malo, había en estar allí era ser dragona. "Cuando volvamos tienes que apuntarte a torneos. Y ganar. Porque tú ganas, ¿prometido?" Dibujó tras eso dos símbolos de su lengua que él no entendería pero, aunque se borrase, le gustaba pensar que esa promesa sería la que les sacase de allí a ambos. "約束" Un pequeño gesto, un semblante que todavía resaltaba su vergüenza pero decidido a todo, como buen ser dracónico. Le dejó leer todo, sin saber que tenían una diferencia poco salvable con respecto a los grupos. Pero Katori vivía con lo que sentía, y para ella Leo era demasiado ideal, familiar, como para pensar distinto.

Con eso miró a la ventana y dejó escapar un suspiro de pesadumbre. Se les acababa el tiempo. Una vez más la crueldad de las normas no escritas, la violencia y el miedo, caían sobre ellos. Otra noche más. Pero los dos se podían llevar el regalo del recuerdo. Uno que, a futuro, les diera motivos para actuar y seguir de un modo u otro.

El contraste entre sus palabras previas y la agitación que sentía el contrario hizo que la muchacha de cabellos oscuros y mechones teñidos agachase, disimuladamente, los orbes. Un suspiro lejano y distante.  Quizá el exceso de optimismo, de rabia, de determinación, o lo que demonios tuviera la dragona dentro, le había superado. Su lado dracónico no pudo evitar susurrarle sobre la debilidad del contrario al no soportar su potencia, pero el lado humano de la muchacha quería ser un poquito débil, un rato, con él. Ya había tenido su regalo y la noche se lo arrebataría. Cuando apartó los ojos de la ventana vieja del lugar maldito, no se atrevió a mirar a Leo, por lo que miró sus pies. Él se merecía muchas cosas buenas. Eso lo tenía claro. Le quería abrazar porque le veía normal, que era algo que no encontraba por la zona. Le quería ensalzar, porque le daba fuerza.

Sin embargo, sus diferencias estaban ahí. Las dudas de él sobre el salir, el no poder hablar, las normas que se impuso por otras imposiciones. Quería tocarle, cooperar con su calma. Quería desafiar a los dioses que alabaron su buen hacer, con el regalo, hasta el momento. Hasta cierto punto le admiraba. Escuchaba sus palabras con intención casi musical. Ella quería volver a casa y no se imaginaba siendo algo importante en ese nuevo extraño ecosistema que, cada día, se antojaba más como un tortuoso sueño sin fin. La muerte no era el final. Él, emperador, quería hacer algo por ayudar. ¿Era ella egoísta? Sin duda. Al lado de Leo, era una niña que lo único que hizo fue pelearse por hacer lo que quería. Nunca se paró a pensar. ¿Debía hacerlo por él? ¿Por su propia vida de dragona?  No se atrevía, no, a mirarle. Se sentía inferior, pero no le molestaba. La calma de Leo era su canción para la bestia que se dejaba someter. Una risa sincera salió al escuchar sus caracteres nipones y negó, quitándole peso.

Los halagos ya le pesaban un poco. Estaba ablandada y embriagada por el buen rato. Pese a todo, tenía mucho en lo que pensar. Que cambiar. Que madurar. Quizá, pese a la reciente mayoría de edad, no era tan adulta como pensaba y, al contrario, seguía siendo una niña con una educación demasiado estricta que retrasó su empatía con otros. Ese lugar tampoco la ayudó. Leo era una luz. Y no quería un trono. En su inocencia no pensó si le podría mentir o no. Si quizá fuese malo, manipulador o un ser oscuro. No el importaba. Si satisfacía a sus instintos humanos y de dragona, a esa necesidad de atención y paz, le bastaba. Lo protegería... como malamente pudiera.

Iba a apoyar su cabeza contra su brazo, pero se encontró con el aire. La risa le había dado la valentía para hacer contacto sin mirarle, pero para entonces él ya sintió su ansia. Lo que fuera que le pasase, no era bueno. Espiró y le miró, viendo sus últimas palabras con pena en sus ojos, dedicándole una mirada de dragón herido, como si su orgullo no hubiera sido afrentado, pero sí abandonado. Solamente asintió, con la resignación de dejar ir un tesoro. Le dieron un caramelo, solo para después quitárselo. Alzó su mano, desprovista de enseres de escritura tradicional, y la agitó en despedida. No le pondría pegas. Solo quería volverle a ver. Esperó a que saliera por la entrada y quedarse sola en el sitio, oyendo sus pasos alejándose con su fino oído.

—Adios... — Diría en el idioma del contrario. Quizá debía usarlo incluso mejor por él. Practicar a solas, matar así las horas vacías. No lo sabía. Llevó sus rodillas a su cara y las hundió, vulnerable. Ahora, más que nunca, quería salir de allí... y hacerlo con él. Por él. Quizá unos momentos navideños, por la época que era, que le afectaban más de lo que debería... pero le importaba poco. Una lagrimilla traidora salió de ella porque, tras tener a alguien que parecía preocuparse por ella, junto a gente como aquel elemental de madera, volvía a estar sola. ¿Por qué no podría ser de su misma raza? Pasar la noche con él, segura, sin miedo. Sorbió por su nariz un poco y, con su manga, secó la humedad. Con la vista nublada, recogió la sala de música con pulcritud. Tenía que llegar a su escondite entre arbustos, a dormir como un dragón no debería. Esperaría unos minutos para salir. Fuera la fecha que fuese, no había piedad.

Y no quería morir. Por su amigo.