La dragona, todavía en pie, ya daba por concluido aquello, pero imaginaba que Leo se iba a quedar allí. No sabía qué la empujaba a pensar eso, pero sí estaba segura -y equivocada- de que el contrario pasaría un rato más largo allí, en aquel apacible lugar. Ella tendría que encontrar comida, algo, y ocuparse de cambiar sus cosas de sitio para otra noche. Cosas automáticas, detalles tontos, pero con los que se iba sintiendo algo más segura en aquellas ruinas.

No escribió mucho más y se encogió de hombros. Ella haría algo. No tenía claro el qué, pero estar en movimiento. Si ponía algo dejaría alguna pista y tampoco podía dar una respuesta concreta. Tendría que dejárselo en el aire... más misterioso, más peligroso, pero honesta con sus confusas ideas. Desde que acabó  allí cada día era tan rutinario como único. Se apartó el mechón y ladeó la cabeza. Quería dar a entender que no podía trazar una ruta sobre lo que haría, pero no tenía ni idea de cómo.

Con ojos vivaces y curiosos, retomando esa llama de fuerza como dragona, le vio levantarse. Aquel tema sobre la luna le causaba algo de intriga que, por poco, se mezclaba con su parte dragón. Sonrió de lado, asintiendo para que entendiera que lo entendía, pero en sus labios podía leerse un desafío velado a esa situación. No iba a hacerle daño, pero confiaba mucho, tal vez demasiado, en su raza. Ese orgullo que ese don le había otorgado, tan letal como brillante. Un banco de espinas. Pero ella al menos tenía claro que quería seguir siendo ella, humana, y eso estaba sobre todo. El desafío que sí tomó como serio fue el de buscarse. Lo harían, claro. Por el hilo rojo o por lo que fuera, se volverían a ver.

Borró su sonrisa cuando empezó a aproximarse y, aunque la conversación y la similitud de comprensión les había acercado, se puso inevitablemente nerviosa. Tragó saliva. Un poco roja, tímida, asintió. No esperaba para nada que le diera un beso, algo muy raro en su país, sus costumbres y con un significado mucho más íntimo o reservado. Si alguien vio avergonzada y colorada a Katori no la vio entonces, cerrando sus ojos y dando un par de pasos atrás tras el mismo. No es que le hubiera ofendido, es que simplemente no era lo habitual. ¿Había dado otra imagen? Ella no se consideraba tan fresca. — ¡P- — Sus labios iban a decir algo, pero se frenaron formando un mohín. Quería ser tragada por la tierra. Con una suave reverencia forzada empezó a irse en dirección contraria, sin darle las gracias. Menudo sitio para besarse... y menudo momento al que no reaccionaba bien.

Sí. Se tenían que volver a ver... pero Katori estaba tan nerviosa que posiblemente ese gesto tan normal en occidente le pesase en su mejilla y sentimientos más de la cuenta. Cómico o no, ahí quedaría aquello.