El pavimento de algunas zonas del colegio iba a un compás pesado y machacón, repetitivo, duro y fuerte. Las botas de la chica con el mechón rojo iban acompañadas por una indumentaria acorde a su actitud en ese momento. Pantalones vaqueros rotos y una vieja chaqueta azulada con parches que, debajo, tenía una camisa blanca sucia por todo lo pasado allí. No tenía cascos para escuchar música, eso era un lujo en aquel campo de batalla, pero en su cabeza iba marcando el paso de lo que querría escuchar: melodías de un mundo viejo que no quería reconocer que había dejado atrás.
 
Y es que se ahogaba en aquel pequeño sitio donde solía esconderse. Tampoco se llevó su guitarra para dejar descansar las cuerdas. Estaba dando un paseo terapéutico de esos que, al final, te empujan a pensar en el hogar distante. Cuánto más lejos estaba de ese sitio al que pertenecía más lo añoraba. En esos momentos solo quería jugar con sus hermanos, pelearse porque uno rompiese su hoja de deberes o mojarles con agua para despertarles. Aquellas cosas hacían que los labios de Katori temblasen un poquito en su impuesta seriedad. No podía vivir en el mundo de sus hermanos, eso iba contra las normas, por lo que esas ideas eran fugaces. No iba a poner en peligro a nadie, menos a las personas que funcionaban como su batería y moral.
 
Aquel día el aire fresco del parque parecía más viciado entre la crueldad y la separación de las razas del colegio. Con suspiros ocasionales, sus botas dejaron de pisar pavimento a ritmo de rock y pasaron a pisar tierra con hierba. Estaba sola, o eso pensaba, y se tomaba el lujo de ir con cierta despreocupación. Tentar a la suerte, sin embargo, a veces traía resultados interesantes y es que sus ojos vieron en la lejanía a alguien que, en porte pensativo, observaba las nubes. Era una de esas presas fáciles de las que otros, en grupo, se aprovecharían, y negó. Iba a girarse y, de hecho, lo hizo, pero después recordó que a ella la ayudaron. Varias veces. Serena, se agachó a por una piedra y escribió en el suelo "NO DEBERÍAS ESTAR SOLO" todo lo bien que se podía escribir en la tierra. Espiró y tiró la piedra a sus pies, esperando llamar su atención, para señalar al mensaje escrito en el parque. Cualquiera que pasase por allí pensaría que era un mensaje de mal augurio, pero era la forma tan tosca de expresarse de Katori.
 
Con ese semblante suyo de decisión esperó, cruzándose de brazos, como si ella tuviese experiencia en esos temas pese a no tener ni un poquito en comparación a otros. Solo quería ayudar, aunque estaba por ver si no molestaba con su silente actitud.

Desde la seguridad de la distancia Katori esperaba paciente a ver los frutos de su desinteresado, y sin mucha lógica, intento de ayuda. Lo que ella pensó, futilmente, es que nadie en su sano juicio se asustaría por una piedra habiendo razas más peligrosas, sigilosas y sibilinas en el colegio. Era ciertamente hipócrita, o quizá solamente iluso, que ella creyese que no iba a asustarle cuando posiblemente la dragona fuese la primera que al ver una piedra moviéndose en su dirección decidiera ponerse a la defensiva y mostrar un lenguaje no verbal (como si tuviesen otro) mucho más agresivo.
 
Ver como sus cabellos negros permutaban, así como su aspecto, en la distancia le hizo dar un paso atrás. Parecía haberle provocado sin querer y, por ello, al verle aproximarse ella se alejó unos pocos pasos, dejando una distancia de un par de metros entre ambos. Katori levantó sus manos, las dos, de forma poco amenazante, dando a entender un completo desinterés en el conflicto, mucho menos en romper la maldita primera normal. No, no iba a cooperar con él para nada. Su mirada se desvió hacia la cola del chico, curiosa, y frunció sus labios pensando en qué habilidades podía tener el híbrido lobo que tenía enfrente. Por lo menos su bostezo y que estuviera tranquilamente sentado era un alivio... un alivio que no le explicaba cómo continuar tratándo con él.
 
Tras el primer contacto el chico tomó la iniciativa escribiendo su nombre. Leo. Durante unos segundos la necesidad de destensar su mente le hizo pensar en la ironía de que alguien llamado Leo fuese algo parecido a un lobo, pero no dijo  nada ni se rió. Con un suave suspiro recogió otra piedra cercana escribiendo su nombre "Takei Katori" y, tras ello, se señaló a si misma con un gesto claramente innecesario. Hubiese sido de mala educación, incluso innecesariamente hostil, no haberle dicho el nombre. Todavía ella se encontraba de pie, no muy segura de querer sentarse cerca de Leo con visible desconfianza.
 
— Igh... — Musitó para su propio cuello, con un sonido casi salido de su garganta al escuchar que le había hablado. ¿Cuántas muertes traería eso para sus seres queridos ahí fuera? ¿Por qué había personas tan irresponsables? Solo de imaginarse a si misma haciendo eso se sentía profundamente molesta. Miró al cielo por cortesía y negó. La histeria era tan fuerte en los atrapados que incluso Katori caía, con su empatía, en pensar en qué podía suceder si caía en la trampa de confraternizar con quienes no eran como ella. Lo que más le fastidiaba era que el chico tenía razón, pero no era capaz de desdeñar la idea de que fuera, en otro lugar, la gente sufría por ellos.
 
Se agachó para estar a su altura y con el dedo, sentándose, empezó a dibujar en la tierra para que lo viese, aunque sin llamarle, para que en todo caso fuese él quien mirase y no pareciera una colaboración. Primero hizo un dibujo de una especie de perro, o algo así, con alas y con una especie de rayo que emulaba al fuego por la boca. No, esa no era su mayor virtud, pero quería explicarle qué era. Después dibujó una nube y algo parecido a una pelota y lo cubrió con una equis, dándole a entender que no veía esos parecidos en las nubes. Por último, deteniéndose antes unos segundos para pensar, escribió una pregunta para quitarse esa carga de encima: "¿familia?". Katori quería, necesitaba, saber si el chico era un irresponsable o es que no tenía a nadie ahí fuera. Y poco le importaba meterse donde no era bienvenida.
 

Durante ese rato sentada en el parque sus ojos vigilaban los alrededores mientras escuchaban al que rompía, a su parecer, la norma número uno. ¿Era exagerada? Quizá sí, pero obviamente en un lugar tan tenebroso como en el que vivían más valía prevenir que curar. Ella aún albergaba el sueño de regresar a su mundo, a su casa, a la tierra que la vió nacer con la gente a la que vio nacer. En esos momentos pensaba en qué hubiera pasado si nunca hubiese ido allí. Tanto dolor se hubiese ahorrado que podría cargar contra su padre, pero no lo haría. Tenía que aprender de esa experiencia y estar a la altura de las nefastas circustancias.
 
Y es que pese a no saber tampoco expresarlo bien con palabras a la japonesa le encantaría poder confiar en esa gente. En ese chico tan amable que intentaba divertirla o acercase a ella. Su frágil muro de seriedad, sus ganas de querer relacionarse y su necesidad de socializar verbalmente quedaban sepultadas por la bondad ajena, algo poco común pero agradable en ese lugar. Suspiró y negó. Señaló a la pelota que había puesto sobre la tierra y la tachó, negando. Ella no era una súper deportista, para nada, y solo tenía una afición. Con su mismo dedo índice dibujó una cosa parecida a una guitarra. Un óvalo con un mástil prominente y seis cuerdas. Lo golpeó varias veces, asintiendo. ¿Qué más le gustaba hacer? Quizá esparcirse y usar su tiempo libre para pasear por lo que no tardó en dibujar un árbol consistente de una linea recta y unas ramas y hojas con forma de nube. Estaba claro que el dibujo no era lo suyo.
 
Ese alma ligeramente curiosa le hizo alzar la ceja cuando Leo habló de su hermana. ¿Por qué decía eso? A Katori le encantaría que sus hermanos conocieran gente, buenas personas, con las que pudieran llevarse bien y disfrutar. Un sudor frío recorrió su espalda al escucharle terminar aquello. ¿De verdad estaban muertos? Podía ser, pero no quería reconocerlo. Agachó la cabeza ligeramente, sombría, y pateó con su bota el dibujo anterior de la guitarra y el "dragón". Aquello le hacía sentir triste, más, y furiosa. Impotente. Incapaz de luchar contra sus ataduras como siempre hacía. Ella tenía la conciencia de que estaba viva y su familia estaría preocupada... el chico tenía razón. ¿Pero debían rendirse? ¿Resignarse a vivir en esa cúpula neblinosa por siempre como siervos de una entidad que, con o sin poder, les vigilaba? Bufó. — N-no. — Musitó muy bajito. Tenía que reavivar la llama de su fuerza por quienes no estaban allí y, rápidamente, borró lo escrito con la suela de su bota para hacer espacio a más dibujos. Quizá eso de dar información escrita era cooperar, pero se agarraba a ese pequeño vacío en la ley que tanto mal y bien hacía.
 
Con energía de desperación quería trasmitirle algo. Katori no era una gran oradora, bien por pudor o bien por timidez, por lo que al menos así se expresaba un poco mejor. Estuvo un rato con ello y aunque eran frases sin sentido su corazón quería romper el cascarón del malestar. "Yo. 3 hermanos pequeños. No arriesgarse. Viva o muerta volver a ver. Protegerles. Ellos harían eso." Su letra era irregular y a veces cambiaba de tamaño para esquivar alguna piedrecilla o adaptarse al espacio. Suspiró y le miró, asintiendo con fuerza. Debajo de esa frase continuó escribiendo algo más breve pero dirigido al chico. "No les pongas en riesgo. Pareces buena persona." Le dedicó una fugaz sonrisa al teriántropo, buscando trasmitirle lo que era su motivación para seguir sin romper esas estúpidas normas bien de forma flagrante, o bien de forma tácita. Riesgo cero. Pero pese a eso Katori no solía juzgar y le gustaba ayudar... a su manera.
 
Sus intentos de comunicarse, así como sus ganas de conocer más de ese mundo en el que vivían y de él, se vieron atropellados por ese objeto milagroso. Espiró. ¿Era de verdad? ¿Cómo demonios funcionaba? ¿Era como el famoso hilo rojo de su cultura? Dibujó sobre la tierra un mero signo de interrogación y le señaló. "?" Quizá él cooperase con ella en eso, y no al revés, pero quería saber lo que él sabía, como funcionaba y, en resumen, todo. Su mirada vidriosa buscaba las respuestas con el mismo hambre voraz que presentaban los suyos.
 
Eso era mejor que hablar de su raza, tema que apartó pues, pese a que quería tratar con dragones toda su raza era, variando sus personalidades, como ella: seres esquivos y más o menos independientes. Que la salvasen en un principio no quitaba que tuviera que mostrar que se podía valer por si misma y eso era tan cruel como comprensible. Los dragones eran, sin duda, una institución en si mismos. Pero eran la esquiva y única familia, junto a esas gentes amables, que podía aspirar a tener y proteger.

Entre silencio y silencio Katori revisaba lo dibujado y se perdía entre muchas ideas poco relevantes. Para era ella todo tan claro que cuando el chico estaba mirando los dibujos pensó que lo entendería todo perfectamente. También se fijó en ese mechón rojo y ladeó la cabeza. Lo había visto antes, pero justo en ese momento se fijó en la similitud. Ella lo llevaba por gusto estético y como acto de rebeldía, poco significativo en realidad, frente a las normas que le imponían. ¿Sería igual su caso? Miró su dedo y descarto escribirlo. Era demasiado infantil, o eso creyó la japonesa, como para preguntárselo a un desconocido.
 
Lo que sí la hizo dudar antes de borrar sus dibujos fue que no reconociera el árbol. Hizo un inofensivo mohín ante su comentario y se encogió de hombros. Al final todo se resumía a que eran diferentes, pero tan iguales como que a ambos les habían dado una raza por algún motivo y encerrado en un lugar en contra de su voluntad. Y con tanta resolución como el amor que procesaban por los miembros de su familia. La chica no comprendía cómo podía estarse tan tranquilo confiando en un vínculo secundario, pero ella también se convencía, de forma más psicológica que onírica o eterea, de que estaban bien. Tenían que estarlo. La pena, lo que no entraba en su cabeza, era lo siguiente.
 
¿Cómo se podía ignorar la muerte? ¿Y si alguna, tras diez, quince o treinta, era la final? ¿Y si no veías a nadie? Una gota de sudor frío metafórico recorrió su espalda, infundiendo en ella un sentimiento de temor. No tener a nadie en el mundo era como entregarse a las garras de la muerte y el caos, la maldad gratuita... y el no tener nada que perder. Estar mentalmente sano se terminaba convirtiendo en una carrera de fondo sin fin.
 
Miró su dedo y lo limpió por inercia contra su otra mano, haciéndolo chocar. Vio a Leo levantarse y en el suelo, a sus pies, dibujó dos muñecos hechos de lineas rectas, uno "masculino" y otro "femenino", representado por un pelo ligeramente largo con lineas mal dibujadas. A su derecha puso otro símbolo de interrogación. Señaló al muñeco hombre, luego a quien le acompañaba y, después, a la chica, encongiéndose de hombros. ¿Por qué no iba con su hermana? Quería saberlo, simplemente porque ella, si tuviera alguien familiar ahí, quien fuese, lo protegería le gustase o no. Realmente podía interpretar otra cosa, aunque a Katori no le importaba nada si Leo hablaba de otros temas. Al final, cuando el silencio es tu vida, escuchar se vuelve casi como el hablar.
 
El otro asunto que pululaba entre sus ideas era el de el objeto misterioso. Escéptica, Katori dudaba que funcionase. ¿Cómo se sabía que, al tenerlo, se anulaba la prohibición de hablar? Era casi un bulo para engañar ideado por alguna raza maligna o alguien que quería ver el mundo arder... de manera poco convencional. Lanzó un largo suspiro y debajo de la parejita de muñecos hizo un cuadrado y escribió dentro "Hablar". Después hizo un pequeño teatrillo haciendo como te cogía el cuadradado y movía sus labios sin emitir ruido. Desde la parte baja, todavía viendo a Leo desde abajo se encogió de hombros una segunda vez. Quería que viese cuán estúpido sonaba aquello.
 
Sin embargo optó por levantarse y copiar su acción de tomar aire. Retomando un tema menos espinoso para ella se limpió la tierra en sus pantalones y se tomó el mechón de pelo rojo, luego señalando al de Leo sin demasiado pudor. Una sonrisa breve pero sincera se apoderó de su rostro unos segundos, y es que era algo que le daba algo de vergüenza. No había mucha gente con ese rasgo en común, no, y, tal y como se fijó y pensó al principio, era demasiado absurdo comentar esa obviedad.
 
Pero todo fuese por no pensar en cosas tan tristes.

Katori estaba en pie tras haber hecho esas preguntas sin hablar y pronto, tras ello, iba a descubrir lo que sucedía cuando las palabras faltaban y la conversación era como una partida de tablero, ajedrez, entre dos genios internacionales de esas que ella aborrecía. Por desgracia no tenía mucha idea de cómo desenvolverse sin su guitarra, haciendo todo más cómico, y por su mero interés en ser amable tampoco quería desdeñar la compañía de Leo.

Al menos pudo respirar, quitarse un peso de encima, cuando este decidió retirar su forma animal. El cambio era importante, claro, tanto como para poder ver aquel mechón rojo que podía volver a revisar. Ya no tendría parte, o todo, de sus poderes y no podría hacer nada. Confiar era cosa de dos, y en aquel lugar aventurarse a confiar abiertamente en todo aquello que no fuese de tu raza era un error. Katori, pese a las resurrecciones, prefería no morir. Más valía prevenir que curar.

— Hmm… — Se llevó la mano a la boca, haciendo un sonidito pensativo. Simplemente barajaba si era o no sensato ir con él, pero se encogió de hombros. ¿Qué era lo peor que podía pasar si estaban los dos solos? ¿Una pelea? Confiaba tanto en que eso no sucediera como en su oportunidad para sobreponerse, le gustase aquella opción o no. Terminó por asentir, metiendo sus manos en los bolsillos de su chaqueta para seguirle con aire despreocupado. Su cabeza sustituyó las dudas por un comentario del chico… ¿se sentía más seguro como un humano? Ella se sentía más “normal”, pero la fuerza y robustez de un dragón no se comparaban a nada que ella hubiese sentido.

Sin embargo nada se comparó a la vergüenza que sintió al escucharle hablar sobre el noviazgo. Todo se vino muy rápido y la sangre coloreó sus mejillas, golpeándole flojo pero contundentemente el hombro. Pateó un poco el suelo y negó, pisando ese dibujo concretamente de la que iban a comenzar a andar. ¿Novios? ¡Ella no preguntaría eso! Menos aún a un chico. ¿Y si él pensaba que ella le había preguntado porque tenía interés? Menudo horror y vergüenza. Se puso roja como una fresa y negó varias veces, firme, pero con los colores delatándola. Buscó dónde había escrito “hermana” antes, sin éxito, y se resignó a pasar página.

Pero las desgracias no vienen solas y allí, casi pareciéndose a un semáforo, recibió el halago por esos segundos de inherente sencillez y juventud al preguntarle por el mechón. ¡Maldita mala suerte la suya! Desvió la mirada y se limitó a observar un árbol sano que había cerca de ambos, uno de tantos, esquivando aquel pudor. — L-lo mismo de siempre… — Murmuró sin mirarle siquiera. ¿Qué pensaría de ella tras esas tonterías? Ella no era una de esas chicas gyaru tan despreocupadas y podría haberlo parecido. Malditos arquetipos. Maldita falta de palabras.

Se apartó un mechón de pelo mientras tomaba aire, tratando de serenarse, y asintió, señalando un camino destartalado cercano. Alzó esa misma mano para hacerle una pregunta que no podía articular y, tras rascarse la nuca unos segundos, pensó una manera de comunicarse sin voz. Hizo con sus dedos dos piernas que se movían, cosa bastante representativa y, después, hizo exageradamente el gesto de encogerse de hombros. ¿Dónde quería que fuesen? Le señaló y luego se tocó la cabeza con el dedo índice dándose unos toquecitos. ¿Tenía él alguna idea? Ella estaba más preocupada por sacar de su lenguaje no verbal todo aquello que le generaba duda, por lo que iba a ponerse al servicio del otro joven si es que tenía alguna duda. Ella solo conocía el colegio y poco más, y eso no era de gran ayuda.

Pero pese a eso le siguió, bien por curiosidad, bien porque Leo era un soplo de aire fresco entre violencia y gente que rompía las normas y jugaban a la tentación con aquellos que no. Pese a ser diferentes, quizá no eran tan opuestos. Él era popular, a ella eso le daba igual. ¿Por qué alguien era popular? Bufó un poco y le miró fijamente con esa mirada intensa. ¿Alguien podía llegar a ser popular en un sitio así? ¿De qué servía? — Popular… hmm... — Musitó mirando al cielo, abstrayéndose. Quizá era una diana para ser matado más fácilmente, o quizá para ser seguido con más devoción. Tal vez únicamente era ella la que le daba vueltas de más y era normal, pero tenía que distraerse y ese era su modo: pensar en tonterías mientras caminaba con amables desconocidos. No se dio cuenta de que muy en la lejanía se escuchaban voces cotidianas y sonidos fuertes provenientes del cercano colegio. Estaban solos, pero quizá en el paseo algo inesperado pudiese pasar e, incluso, que cualquiera de los dos que caminaban juntos decidiera tomar su propio camino.

Por lo menos, sin ella saberlo, quizá hacía que otros pasasen un rato divertido.

El fino viento que mecía su mechón no apagaba la llama que la chica sentía en muchas ocasiones, menos entonces. Oír como él, Leo, le decía todo aquello entre respuesta y respuesta a sus claramente poco naturales gestos de vergüenza no hacía sino avivar ese rojizo color en sus mejillas, como si el mechón fuese, al menos poéticamente, casi una parte más coloreada artificialmente en ella.

¿Pero qué podía hacer? Ella vivía en tensión constante, ocultando un miedo sobre una losa de orgullo personal, tozudez e independencia relativa. Le gustaban esos comentarios y la compañía, pero no quería, para nada, que un desconocido, o prácticamente desconocido, la viese caer en la trampa de la confianza que tantas vidas sesgaba en el colegio. Que le dijeran aquello de su voz solo fue otra ramita más a la fogata que alimentaba sentimientos dulces y amargos, dudas sobre en quién se podía confiar. Se quedó mirando a Leo unos instantes aprovechando unos segundos de silencio, siempre sin hablar, con tanta intensidad que no parecía que estaba analizando su rostro.

La pregunta sobre el mechón hizo que se cruzase de brazos, alzando una mano a sus labios en claro gesto pensativo. Lo hizo hace tiempo y mantuvo esa costumbre. Lo recordaba bien, para ella era hacer lo que siempre había hecho: plantar cara a la autoridad para ser libre y poder hacer y vivir su propia vida. Sonrió y asintió al chico para responderle. Con sus dedos extendidos mostró cuatro de ellos. Podían ser meses o años, pero para ella era obvio -lógicamente- que la respuesta correcta era la segunda.

Afortunadamente el camino fue tranquilo en sus inicios, siguiendo a Leo haciendo caso escrupuloso a sus consejos, aunque completamente en desacuerdo, tal y como ella era, con esa norma. Era en parte por el simple hecho de ser una norma, pues Katori veía como algo que la ataba el no poder recolectar, oler o tocar una flor. Si por ella fuera, si lo necesitase, rompería esa cadena. Pero, comportándose, se limitaba a mirar todo, pensando en Leo y lo normal que era. Libre. Estaba bien.

Y es que ella sabía que la gente popular no era solitaria, ni agradable. Eran pedantes, superficiales, estúpidos y aburridos. Juzgaban por juzgar y jugaban a avasallar. A apagar las ramas de aquellos que los seguían. Miró a los pies del chico, ahondando en esa idea, ¿era mentira o una fachada aquello que decía? Negó rápidamente. No podía, se exigía, pensar eso tan pronto. No podía ser como ellos. En todo caso tenía que ver si eran tan iguales como afirmó segundos antes.

— ¿Ah? — Un quejido suave salió de sus labios al escuchar a Leo hablar sobres las voces. No tardó en apreciarlas y fue su transformación lo que más inquietud le generaba. Una pelea en la que no podía, si sucedía, colaborar con nadie. Un todos contra todos, o unos contra otros, ella en soledad, poniéndose en riesgo total. ¿Qué iba a pasar? Estaba tan decidida a defenderse como agarrotada en el sitio. No tardaron mucho tiempo en, ambas figuras, mostrarse ante el dúo de los mechones rojos.
El primero y más destacable era un joven de cabellos claros, quizá similar a la edad del quienes paseaban. La otra persona era una chica bajita, quizá en el principio de su adolescencia. Hablaban y reían hasta cruzarse con la forma de Leo, ante la cual no hicieron demasiado. La clara mirada del mayor de ellos, a juego con su pelo, podía trasmitir calma, como agua fluyendo, algo que por algún motivo chocaba en silencio con Katori.

— ¡Perdón! No queremos pelear, de verdad. — Dijo con una voz calmada y paciente. Casi parecía que estaba intentando calmar los ánimos de todo el colegio con unos lentos aspavientos. No era Leo el único hostil y, aunque ella no se transformaba para no llamar la atención, sus puños estaban cerrados y listos para no ceder ni un centímetro. — Solo estaba ayudando a esta pequeña a encontrar un lugar para descansar. El colegio puede ser demasiado revuelto para ella. Si podemos ayudaros a algo… — Terminó, sonriendo parsimoniosamente. La chica había aprovechado para ocultarse tras aquel que, presumiblemente, le acompañaba y ayudaba.

Katori no habló. No podía, pero tomó aire al ver a la que era más joven y no pudo evitar pensar en sus hermanos. Espiró. Miró a Leo e hizo un gesto de calma. No es que ella lo tuviera del todo claro, pero sus dos palmas se movían arriba y abajo para indicarle que no se lanzara al ataque. Solamente esperaba no equivocarse y que no tuvieran segundas intenciones. Katori negó tras ese movimiento para indicarle que no quería ayuda, aunque estaba por ver la nueva reacción de su conocido al cual había perdonado, casi sin querer, el que la llamase linda.

Poco habían durado esos momentos de paz. El único gesto que Katori pudo hacer fue asentir cuando el teriántropo había descubierto la medida de tiempo a la que se refería. Con ello sabía que era algo “viejo” y que había mantenido mucho tiempo. Una seña de identidad, un desafío de uno a otro en la calma boscosa y una forma especial de hacer vínculo entre ambos. Quizá no se volvieran a ver, tal vez sí, pero cada segundo debía atesorarse como un tesoro de oro.

Tanto que era normal tener miedo a perder los recuerdos. Era lógico que no se quisiera morir. La muerte deshumanizaba, traumaba, hacía enloquecer. Cada revivir era, para algunos, como un castigo y regalo sobre cómo todo respeto hacia los demás se quebraba. Como los débiles eran seres a matar por placer y sin miedo; total, no iban a morir. ¿Qué era la muerte en ese lugar?

Sintió cerca el brazo del chico en su otra forma. La forma de raza en la que, si no lo hubiera visto transformarse, no sabría que era él. ¿Estaba defendiéndola? Otra vez su pequeño envalentonamiento orgulloso le hizo sentirse muy inferior, como si necesitara ser defendida… y eso no era así. Pero tampoco le dio tiempo a hacer nada antes de que el chico de aspecto extremadamente tranquilo y su acompañante joven, más que él, comenzase a caminar mientras hablaba. — Ya…. — Sus pasos pasaron a unos pocos metros del grupo, sin hacer movimientos bruscos. — Nos vamos, nos vamos. Pero no hace falta estar a la defensiva. La prosperidad surge de la confianza. — Sonrió finalmente antes de alejarse con ese halo de superioridad moral bastante clara y poco disimulada, aunque posiblemente sin mala intención.

Katori, por su parte, frunció el ceño ante tales palabras. Lo veía como una de esas charlitas de sus padres… pero por alguien que no tenía nada de lo que alardear ni de lo que alegrarse. Negó. Vio unos momentos el brazo de Leo y luego su susurro, regresando a aquello que en principio le causó una sensación chocante… y que no era la primera vez. ¿Por qué la protegía? Un misterio envuelto en un enigma con una solución más sencilla de la que se podía esperar. Se distanció un poco de él, para que nada se confundiese con “cooperar” y le miró, bastante más afable que lo anterior. Tomó aire y se señaló una vez su murmuro terminó. ¿Por qué confiaba en ella? Luego le señaló a él, para hacer la asociación. ¿Por qué era buena persona entonces, o lo había sido?

Cada día en el infierno era uno de esos aprendizajes raros, aunque en ocasiones, gracias a algo similar a la suerte, se volvía una bonita experiencia. No es que la chica pudiera decírselo, tampoco reconocerlo, pero esa bueno poder tratar con alguien que, a saber el motivo, se preocupó por ella. Pocos, pero queridos. Escasos, pero valiosos.

La tensión que había dominado el ambiente durante esos segundos parecía aliviarse a ojos de Katori y pese a estar esperando la respuesta de Leo no hizo nada más que sosegar y apaciguar su respiración. Necesitaba ese momento ocioso por todos los medios posibles y quería, aprovechando los momentos para pensar de ambos, conocer todo aquello a lo que se refería Leo con ser buena persona… aunque, para su desgracia, la respuesta sería ambigua, poco clara, y era culpa suya por no poder hacerse entender.

Lo cierto es que la confirmación de que todo había pasado era un punto a favor de la calma generalizada, y es que llegó un punto en el que los pasos de esos desconocidos ya no se oían. Observó su mano alzarse, alzando una ceja. ¿Qué quería hacer? A la nipona se le escapó completamente ese gesto tan poco común y no entendía si fue un espasmo o alguna cosa rara, aunque no le dio mucha más importancia.

Aquello que hizo que parpadease en rápida sucesión fue que la llamase pequeña. Frunció el ceño, aunque no con enfado, si no con una sensación de extrañeza. ¿Era mayor que ella? Posiblemente, ¿pero tanto? Asintió a su respuesta y se encogió de hombros. Tendría que asumir que tuvo la suerte, buena, de tomar a Leo por su lado amable y no desconfiado. En la ruleta de las relaciones ella acertó el número y la intuición de su interlocutor ayudó a que pudieran estar en esa entretenida situación. Pese a eso, le detuvo unos momentos con sus dos manos frente a él, planas, y movió su mano comparando alturas poco después de que este dijera el “pequeña” y terminase su explicación. Ciertamente Katori no era extremadamente alta, pero ello le despertó verdadera curiosidad… y quizá tampoco llegase a expresarse adecuadamente.

Entretanto, siguiendo ahora a Leo desde poco menos de un paso detrás de él, se quedó dándole vueltas a la cercanía del chico sin miedo a las normas. Era agradable, al menos hasta cierto punto, ver a alguien que no solo respetaba su decisión, si no que también tenía una suerte de determinación como la suya; si pudiese mandaría a la porra las normas por el mero hecho de serlo, pero aquella chica, ella misma, así como otros, se dejaban poner una correa forzosa en torno al cuello. Lo odiaba, pero era necesario. Un pequeño sacrificio.

En su rango visual entró, tal y como avisaba Leo, la casa de arte de las dolls y que, al igual que ninfas y otras razas, podrían sentir a dos desconocidos de razas “rivales” como una amenaza y atacar. Suspiró sonoramente y después bufó. Cuántas tonterías había en aquel lugar, aunque, en frío, podía entender el querer proteger a sus grupos. Sus familias. Y ella estaba un poco, si no bastante, sola. Sin un dragón al que proteger o la protegiese.

Se detuvo sin ideas. Al menos ver el gesto de la ramita le hizo sonreír. Era un gesto cortés y aquello no se le daba bien a la chica. Se inclinó claramente al estilo japonés antes de tomar el palo, respetuosa, agachándose a un montoncito de arena para, ahora sí, volver a escribir. "Gracias por todo. Eres muy amable." Escribió en una letra significativamente más pequeña que antes para ir más rápido. Abajo, tras eso, más cerca de él, continuó. "¿Seguro que puedes confiar en mí?" Expuso sincera. Esas preguntas eran infinitamente más fáciles de hacer por texto, escribiendo, y así lo haría. En realidad se sentía halagada y agradecía la confianza, aunque no fuera total o completamente recíproca. Se llevó la mano libre a la mano, pensando, y escribió algo más. "Podemos volver. A algún lugar seguro." Con aquello hubo acabado y, despacio, se incorporó y dejó el palo a un lado. Si alguien lo leía era cosa de eso. Nada de mirar. Nada de cooperar. Solo escuchar casualmente… y así iba a suceder para ella.

Con un gesto sencillo dejó la rama, agacha aún, a los pies de Leo. Esa había sido su obra y, tal vez, necesitaría hacer uso de la escritura pronto. En pensamientos más secundarios estaba la triste idea, quizá la lucha contra el destino, de que ella y él eran de razas distintas y que aunque usase ese esquivo objeto del que le había hablado el teriántropo no podría cooperar con él en nada. Era un buen amigo, o podía serlo, y Katori, poco a poco, quizá como amigos de mechón rojo o por química inesperada, iba sintiéndose cómoda pese a que tal vez no lo volviera a ver. Y eso no le gustaba.

Se puso en pie a su lado y llevó una mano a su cabello, jugando con parte del mismo al escucharle. ¿Se tenía que asegurar? Sonrió de lado, rivalizante, como si eso fuese un reto para la cabezona muchacha. Asintió para trasmitirle confianza sincera y, después, negó con esa misma sonrisa. Estaba segura de que podía defenderse como dragona pero, aparte, ella confiaba en su familia. Él no lo era, claro, no era dragón y se conocía de hacía tan solo unos pocos momentos, pero no desconfiaría de alguien que, más o menos, le trasmitía tranquilidad con su sonrisa. ¿En qué estaba pensando? Si se viese a si misma por un agujerito seguro que se avergonzaría en extremo.

Al menos sus palabras, sin estar especialmente endulzadas, daban para que la conversación siguiese al frente. Ella se había referido a si él tenía un lugar seguro allí dentro y, presumiendo que sí, tenía una curiosidad –fácilmente malinterpretable– por el lugar del mismo. Espiró y paseo su mano ahora por la nuca, dudando largamente sobre lo poco expresivo y claro que era el mensaje. Tampoco quiso darle vueltas a algo tan espurio y asintió, encogiéndose de hombros. ¿Dónde le pondría a ella el destino? Había preguntas que ni siendo valiente era mejor hacerse.

Un jarro de agua fría le cayó, más por lo inesperado que por ser algo malo, cuando habló de su familia, rematando una de sus escenas al llamarla encantadora. Roja otra vez como el fuego, negó varias veces ante esa afirmación, eludiendo la mirada ajena unos segundos y cruzando sus brazos en pose defensiva. Sí, sin duda tanta amabilidad y palabras afectuosas podían con su orgullo y estima en un mundo de tanta soledad. No demoró mucho, eso sí, en calmarse, mordiéndose un poco la lengua, y asentir a su primera pregunta con efusividad, aprovechando para dar pequeñas patadas, sin agresividad ni nada extraño, a piedrecitas de la zona. Tenía tantas ganas de salir que debía estrangular esas ideas. No debía vivir en el exterior.

— ¿Hm…? — La palabra secreta, clave y contraseña. La música era algo que durante mucho tiempo había salvado a la japonesa de muchas cosas, como el estrés y el odio, así como de otras compañías menos deseables. Y, reaccionando con una indiscreta sonrisa casi infantil, vio como acertaba sin saberlo. Siempre podía decir cosas que sentía con música, sin palabras, y aunque no había compuesto nada como tal pues abandonó pronto las clases de música sí le gustaba improvisar y poner una letra cualquiera. Por ello, y para responderle, alzó su mano y la agitó despacio. “Ni fu, ni fa”. Eso le hubiese dicho de poder, pues aunque no componía, improvisaba con tanto caos como ímpetu e incluso usaba melodías de su mundo, el ahora otro mundo, para darse a entender. Ciertamente Leo no le parecía a la japonesa, al ser tan sociable, como un mal comunicador o pésimo con las emociones, por lo que respondió a su sonrisa con una mirada curiosa. ¿Por qué era así? No había manera de que fuese malo con ellas, ¿o sí?

Se acuclilló ante él, veloz, y con el mismo palo que dejó cerca borró lo previo, aprovechando el “lienzo” de tierra en blanco, o amarronado, para escribir algo nuevo. Tenía esa necesidad. Le molestaba no hablar, pero se acostumbraba a tirar de lo que podía. "Eres popular. No puedes ser malo con las emociones." No como ella misma, pensó. Por eso a veces le costaba encajar y se sentía tan fuera de lugar que prefería ir a su aire. Independiente, taciturna, pero no fría. "Es más fácil expresar con el arte." Matizó respecto a su última frase, mirándole desde abajo, esperando algo, sin forzarle a leer ni hacer movimientos que invitaran a ello. Tal vez podía ayudarle como hacía con sus hermanitos. Tal vez, quizá, encontrase un octavo arte propio, para él, con el que superar una barrera que Katori no veía. Él no podía ser así. O quizá solo era la mente de la muchacha idealizando a un amigo. A saber.

En todo aquel rato la dulzura inherente al momento era mecida por el viento que, como ellos, estaba atrapado entre los límites oscuros de la niebla. Poco a poco, no iba a mentir, la nipona se iba sintiendo mucho más cómoda aun estando casi acuclillada para escribir en la tierra. Sin música, cosa extraña, y con una estela de palabras sencillas estaba Leo pudiendo llegar a hacer que la dragona bajase las alas, las defensas y, sin decirlo, hubiera querido quedarse cerca más tiempo del que hubiera quedado con los muchos que estaban encerrados en el colegio. Una pena que no supiera como expresarlo. Espiró. Al menos podría estar así.

Sus ojos se elevaron vivos y curiosos, alzando una ceja, cuando este empezó a hablar. ¿Le había vuelto a llamar linda? Otra vez, otra traicionera vez sus mofletes se pusieron rojos, aunque duró poco. Su advertencia fue tan chocante que Katori no sabía si tomárselo como una amenaza, un comentario sincero o un consejo para alardear de su fuerza. Sin embargo ella, dragona, cabezona y altanera sonrió. No, no se lo tomó a mal, pero pese a ser la primera que evitaba el conflicto para ir a su aire y no estar atada al desprecio asintió con bastante seguridad. Esa vena draconiana salió a relucir quitándole importancia. Determinación. Ella estaría bien. Se defendería tanto a ella como a sus pocos seres queridos allí dentro. Y, tal vez por osadía, sabía que él no podría con un dragón. Que apenas nadie podría. Y con ello podía aprovecharse del tamaño y fuerza para no herirle y controlarle. Tanto fue así que se levantó y le puso una mano en el hombro, apretando afectuosamente. Iba a aceptar el desafío… para que todo el mundo estuviera bien. Pobre de ella que confiaba en su capacidad de dragón para que la gente la dejase en paz.

En parte Katori también quería trasmitir fuerza. Toda la que no sentía por el miedo era lo que convertía en su potencia para evitar parecer dependiente o una presa fácil. Esa advertencia sobrevoló a la dragona, transformándose en eso que ahora era: una voluntad de estar a salvo. Y lo haría por lo que tenía fuera y dentro, aunque solo fuese a si misma.

Un cambio de ritmo en la conversación, la respuesta de Leo, hizo que Katori quedase fuera de juego. Tenía infinitamente más labia que ella, no era fácil, y que se llamase guapo hizo que la chica le mirase de lado. ¿Lo era? Tal vez sí. Su mechón le gustaba, por eso lo llevaba ella. Y no era alguien terriblemente feo… ¿no? Tan pronto se dio cuenta, como él, de los derroteros que ello llevaba replicó su gesto, negando, abrazándose avergonzada. No podía ir por ahí, menos en ese sitio, pensando en esas cosas. Eso era bajar la guardia… ¿o era reforzarla? Preguntas sin respuesta que tenían como nexo la incapacidad manifestada por Leo para explicar lo que sentía. Katori pudo entenderlo cuan rayo alcanza la tierra. Ella era callada, sus emociones eran suyas, pero no por ello menos volátiles o complicadas, orgullosa, pero solo por su cabezonería y odio a todas las cadenas de la vida. No tenía grandes amigos y relacionarse con ella era como tirar una moneda al aire.

Y era verdad, encima en ese horrible lugar la tensión hacía de Katori alguien más arisca. Fuera del sitio al menos podía intentar ser ella misma. Seca sin querer, solícita para ayudar y libre como el viento. Ahora era seca por imposición, con sus sentimientos todavía más aplastados y encerrados y sin libertad. ¿Su fuerza? La de siempre. Su familia. Salir. Pelear por su libertad. Sin darse cuenta se quedó unos segundos largos mirándole absorta. Todo era tan complicado que de  lo único que no se olvidó era de respirar.

Un suave quejido al darse cuenta de que estaba fuera de si puso sus pies en la tierra. Asintió, para darle la razón, y se agachó otra vez. El acto ya era una costumbre, pero tenía tanto, tantísimo que decir, que solo así satisfacía esas ganas de hablar con él. Quizá no se volviesen a encontrar, ella, igual que él, lo sabía… y había que aprovechar ese momento. Borró todo y pensó. ¿Por dónde demonios podía empezar? Tras barajar sus opciones retomó el palo y comenzó a dibujar letras, expresando la primera de sus muchas ideas. "Todo irá bien. No se tumba a una dragona determinada con solo garras. Si lo haces no te haría daño." Garabateó, mirando hacia arriba con esa sonrisa segura. En cierto modo también quería eximirle de culpa y evitar que creyese que ella, que no solía juzgar a quien no juzgaba, le veía con miedo.

Borró de nuevo todo al ver que la frase le quedó larga y rápidamente siguió para no perder el hilo. "Seguro que tienes a todos haciendo lo que digas. Te entiendo. La gente es complicada. No me entienden. Y no les entiendo." Sincera, casi emocional, sabía que si tenía esa necesidad de hablar con alguien allí dentro era porque tanto tiempo en silencio impuesto volvía loco hasta al más cuerdo del planeta. Y entre tanta hostilidad era natural buscar una vía de escape amable. "Con-" Tachó y volvió a empezar. "Siento ser complicada. Pero yo soy así. Lo mismo de siempre." Asintió orgullosa solo para continuar una línea debajo. "Expresarse es difícil. Yo uso la música. O digo lo que pienso… aunque no siempre sale bien. Uso la música." Espiró. Vio sus letras. Menudo testamento acababa de hacer. Tomó aire y, más cerca de ella y él, se propuso a no manchar el camino con sus mensajes de necesidad contra orgullo. "Me gustaría que nos viéramos de nuevo. No tengo un refugio muy seguro, pero quizá algún día…" Paró con el palito y vio lo escrito. Era aquello.

Con la rama de madera dibujó una línea recta que hacía tirabuzones y curvas varias. Como si aquello fuese una obra de arte escribió una simple frase. "Lazo rojo del destino." Le miró, haciendo un sígno de interrogación abierto para saber si sabía lo que era. Le gustaba su cultura y tradiciones, y no pudo si no pensar en aquel símil… uno que quizá le tendría que explicar.

Un parpadeo simple de la japonesa era lo que pudo dar la bienvenida al comentario de Leo sobre lo que estaban hablando. Verdaderamente se había esparcido y eso extrañó a Katori hasta el punto de ver todo lo escrito... sin poder evitar sentirse un poco estúpida. Parecía, más por necesidad que gusto, una niña dibujando sobre la arena. ¿Se detuvo por ello? ¿Había algo errado? Frunció sus labios un poco justo antes de que empezase a hablar, como si estuviera enfrascada en entender qué era lo raro esa vez. Por eso, y por cosas parecidas, ella se convencía en que era rara por su tozudez y pasotismo en muchos asuntos de la vida adulta común. Era ella misma. Abrió sus ojos, ladeando la cabeza, ante la parsimonia de su voz y le escuchó atentamente, quizá de forma poco común en ella.

Y tan poco común era que de esa seriedad observante que portaba pasó a una mueca de inseguridad, un ceño ligeramente fruncido y una mirada esquiva. ¿De verdad alguien se comería a otro? No, no podía decir que no lo supiera, tampoco que no se lo imaginase... pero quizá su humanidad y juventud le estaba pasando la peor de las facturas. Con todo aquello quedó ligeramente fuera de conversación, sin saber bien qué responder a su consejo. Se limitó a asentir, mientras la puntera de su bota ya borraba parte de los mensajes previos para tener espacio a otros sin desplazarse demasiado.

Se encontraba tan sumida en la idea de alguien se comiese a otro, cosa lógica en escasez pero tan chocante, que tuvo que levantar la mirada al escucharle de nuevo. Tal vez no se conocieran nada, era cierto, y muy posiblemente en ese mundo no se encontrarían tanto como deberían... pero eso no impedí a la chica querer poder hablar normal con él. Quizá así podría mostrarle por qué ella iba a su aire o por qué la gente encontraba difícil llegar a buenos términos, cercanos, con ella. Nunca había sido alguien con un ímpetu fácil, su padre bien lo sabía, pero el cansancio psicológico de estar en ese pequeño mundo era demasiado alto para plantearse tratar con según quienes.

Inconscientemente, antes de escribir nada, empezó a jugar con el palito entre sus manos. Una sonrisa avergonzada salió de sus labios al escucharle pedir que tocase para él. ¿Y si cometía algún error? Daba igual. Estaría encantada. No por Leo, no por nadie, si no porque Katori amaba tocar en cualquier momento. Si tan solo, como proponía su improvisado amigo, pudiese ser tan honesta con sus emociones y expresiones también podría hacer dos promesas en ese corto rato. Dibujó un tick en la tierra, ocultando su sonrisa mirando hacia abajo, quizá para no parecer demasiado infantil o ansiosa por tocar. "✓" Eso le daría una paz para volver a buscarle. O que ese hilo rojo que todavía no había borrado -y que tampoco tenía color- les uniera de nuevo. Y le daría igual ir a cualquier sitio si podían tener otro rato, pequeño, como ese.  

Y es que el asunto del hilo rojo era tan folclórico que enseñárselo a otro sin hablar era complicado. Se llevó su mano libre al mentón, ya seria, y pensó durante unos largos segundos. Podía ponerse a escribir en la tierra, pero eso era lento... aunque bastante bonito. A medida que lo pensaba notaba una posibilidad de hacer algo mucho más raro pero explicativo usando esa escritura. Rompió la madera seca que usaba para hacerla un poco más corta y agacharse a escribir, aunque esta vez usando un trozo del camino para hacer un párrafo corto. "El hilo rojo une personas que están destinadas a unirse en la vida y no separarse. No se puede romper. Por mucho que el hilo rojo invisible se separe en tiempo o espacio, volverá a ver a su par en algún momento." Escribió en un primer lugar, dejando espacios y márgenes. "Está atado a nuestro dedo meñique. Estemos donde estemos hay otra persona con la que tenemos que estar y ayudar." Levantó su meñique y, como si aquello fuese algo de importancia inimaginable, asintió firme.  "Quizá nos volvamos a ver si estamos unidos." Puso un párrafo más abajo, ya como previamente y no como quien escribe en un trozo de papel, conforme y, aun sin mostrarlo del todo, ilusionada.

Regresó a su posición inicial, releyendo todo e imaginando cómo escribirlo en su lengua. Hubiera sido infinitamente más cómodo, pero no le quedaba más remedio que comunicarse así con Leo.  — Hm... — Un sonidillo breve salió de su boca y dio vueltas a algo en su cabeza. De nuevo lista para escribir, se puso a ello. "Si conocer gente hace fácil vernos, vale." Finalizó breve, agitando su muñeca. Ahora añoraba una buena escritura y no usar un simple palo para ello. Observó finalmente a Leo, encogiéndose de hombros, ¿qué haría él ahora? Ella, que no era buena en eso, estaba un poco confusa y quizá si tenía dudas de aquel lazo rojo podría contárselas... pese a lo extenuante del escribir constantmente. Había mil leyendas e historias, y es que Katori siempre era alguien demasiado apegada a esas tradiciones y narraciones de su propia tierra.

No pasaron más de unos segundos hasta que Katori viró su mirada hacia Leo, analítica, viendo a ver si de verdad le había interesado todo aquel texto interminable, corto para lo que podría ser, que había escrito en la tierra del lugar. Realmente no quería aburrirle, y por eso esperaba no ver en él ningún gesto que mostrase hastío o aburrimiento. Los orbes iluminados de diversión y entretenimiento, pese a no estar haciendo nada, escuadriñaron sus movimientos y respiró con alivio, pese a no poderse notar por la situación en la que ambos estaban, al ver que no había sido una insufrible lección de historia como las que ella se saltaba. Gracias a aquello pudo olvidarse, como si nada hubiera pasado, de todo el asunto de las luchas entre razas. Su parte dragón le decía que no tenía que temer, algo que su parte humana reforzaba pues, en realidad, ella no buscaba el conflicto. Estaba segura de sobrevivir y querer regresar, aunque más por los demás que dejó atrás.
 
Y es que encandilar a la dragona era verdaderamente fácil pese a su lenguaje no verbal. El asunto de la música hizo más liviana la "conversación" que mantenían. Le gustaría tocar con él algo, alguna tontería, y poder reirse y enseñarle. Era una ilusión infantil y simple, pero que ayudaba a que los días pasasen algo más rápido en aquel ruinoso y oscuro lugar. Decían que el progreso requería de paciencia y, afortunadamente, Katori estaba progresando poco a poco en ese arte de conocer gente. Fueran de su raza o no, cuando superaba su temor inicial y todas las barreras que usualmente plantaba para protegerse, necesitaba muchos más apoyos de los que la tozuda japonesa se dignaría a reconocer, bien como dragona o bien como persona.
 
Como pequeños relámpagos centelleantes sus ojos parpadearon y su rostro se ladeo con duda. ¿Por qué había reaccionado así poco después de estar normal, o lo que Katori solo interpretaba como normal, si todo iba bien? No parecía enfadado, tampoco cansado del tema. La chica no lograba ver más allá, aplicando su propia visión del mundo, haciendo que los sentimientos de Leo, la vergüenza, le fueran raros. No estaba pensando la del mechón rojo en nada extraño, aunque sí era cierto que omitió el asunto amoroso de la leyenda sin darle demasiadas vueltas. Los amigos también podían estar unidos, suponía, y por eso se vio tan lanzada a contar ese cuento. Posiblemente de haberlo hecho con esa intención sus mofletes serían tomates en el estricto sentido de la palabra, tomando un color tan vivo como delator.
 
— ¿Hm? — Su voz disipó sus dudas y la dragona se limitó a asentir con fuerza, seguridad y vehemencia. Amaba las leyendas de su tierra; aquellos pequeños mundos de fantasía que hacían de la realidad un sitio menos sórdido e insoportable. Le gustaba pensar que alguien la entendería a través del hilo rojo, y tal vez por eso quiso hacérselo saber a Leo. No en vano su cabeza se movió un par de veces más, reafirmando con una suave y sonrisa, no forzada, que estaba completamente de acuerdo con su forma de ver el folclore allí escrito.

Así, con la misma simpleza, se encogió de hombros cuando él preguntó si estaban unidos. Los espíritus de la naturaleza eran caprichosos a veces, así como el destino, y no se arriesgaba a afirmarlo como antes. Tampoco quería negarlo. Su postura, neutral, era la de esperar... pero estaba claro que si todos estaban allí atrapados tendrían que tener algún destino en común. Para la muchacha solo estaba claro un destino inamovible: salir de allí. El resto, lo que estuviera por venir, lo tendría que vivir con más o menos amargura.

Pero tampoco pudo ser falsa consigo misma, y cuando notó que él juntó su meñique con el suyo se sonrojó, apartando la mirada. Para ella tener un amigo era un vínculo mucho más profundo que para otros, basado en algo más familiar. Quizá, y solo quizá, por eso le costó tanto tener amigos de verdad a lo largo de su vida. Cabeceó agradecida, aunque no hubiese nada por lo que dar las gracias, y sobre la tierra, borrando tras ese rato la leyenda del hilo rojo, escribió de forma escueta una frase, sin extenderse tanto, algo cansada de escribir ahí. "Quizá nos una. Sería bueno." Con suavidad carraspeo, como si no supiera que decir o, mejor dicho, escribir. Apartó despacio su mechón teñido de la cara y se puso en pie, enérgica, alejándose del punto de escritura y viendo los alrededores, como si quisiera moverse, insegura de los alrededores. Nunca se podía bajar la guardia... aunque lo cierto es que se le había olvidado totalmente dónde estaban.
 
Con la puntera de su bota, torpemente, escribió tres palabras, sin demorarse en hacer un mensaje elaborado o bonito, tal y como ella escribía en aquella lengua que, ni era la suya, ni podía hablar por las normas. "¿Qué harás ahora?" Preguntó, curiosa, mirándole como siempre hacía. Tal vez tuviese algo que hacer. Su parte de reptil alado le pedía algo de comida, aunque no de forma extrema, y podía ser un buen momento para saciar su apetito si él necesitaba tiempo para sus cosas. A fin de cuentas, por mucho que a Katori le molestase, no eran de la misma raza. Era una amistad forjada en el seno de las complicaciones que esas clasificaciones habían traído a ese pequeño mundo.