Faith terminó su oración matutina un poco más tarde de lo que le gustaría. Se estiró mientras su cuerpo crecía y brotaban alas casi completamente blancas de su espalda. Debía admitir que no le gustaba mucho esa forma, era muy voluptuosa, pero sus alas eran extremadamente hermosas. No había mucho que decir sobre las enormes bolsas bajo sus ojos, se había quedado hasta tarde curando a otro ángel que se había metido en una pelea con un serafín o demonio y se notaba. Sonaba bastante como un pasaje bíblico, pero extrañamente con mucha menos sangre y muerte. La biblia puede ser un texto bastante horroroso si se saca de contexto, y no hay como discutir que el Dios del Antiguo Testamento no es el más perdonador, hay un par de momentos en que Faith podía entender las críticas de los ateos sobre cuán estrictas son sus medidas cuando se trataba de pruebas de fe.

Quizás las incontables veces en que la gente le había reprochado ser religiosa por cuán severo es Dios le habían preparado para este momento. Algo había pasado ese día en el evento del colegio, eso era indudable. Algunos decían una bomba, otros un meteorito o simplemente el fin del mundo. Aunque Faith no recordaba lo suficiente para formar parte de esas teorías, estaba segura de que habían muerto gracias al cataclismo. Todo este mundito y sus reglas eran simplemente un preámbulo para su lugar final de descanso. Entendía el recelo que tenía el resto de romper las reglas, la mayoría no estaba de acuerdo con su interpretación de la situación. Por respeto a ellos, intentaba no conversar con nadie que no fuera ángel, pero se había dado cuenta de que no habían muchas razas que podían curar a otras y odiaba ver a gente adolorida o asustada de morir.

Faith había escuchado de una chica que tenía un objeto que permitía romper la primera regla sin repercusiones pero todavía no lograba encontrarla. Claramente detenerse a ayudar a quien se viera en necesidad no estaba aportando en su misión de reconocimiento, pero era incapaz de ignorar el dolor ajeno. No importaba, ya había revisado casi todo el colegio, solo le faltaba la cafetería y un par de salones, pero no le gustaba aventurarse mucho por si alguien decidía atacarle.

Antes de abrir la puerta que llevaba hacia la cafetería, junto sus manos y agachó la cabeza. “Mas tú, Señor, eres escudo alrededor de mí, mi gloria, y el que levanta mi cabeza.” Sus alas brillaron con una luz dorada casi cegadora por un momento antes de atenuarse casi completamente, manteniendo un poco de brillo demostrando que estaban endurecidas ante cualquier ataque. Al moverlas, en vez del sonido de plumas frotando reverbero un sonido metálico. No le gustaba, pero no quería volver a morir y no tenia idea lo que se encontraba dentro de la cafetería. Agachada detrás de una de sus alas y usando otra para cubrir su espalda, abrió la puerta y la empujó para abrirla completamente antes de dar un pasito. “¿Hola?” No podía ver muy bien detrás de su enorme ala, pero creía ver a alguien sentado cerca de la ventana.

Faith dejó salir un suspiro de alivio al no ser inmediatamente atravesada con una garra o algo por el estilo. Odiaba tener que entrar tan a la defensiva, pero la verdad era que no sabia que pasaba si “moría” definitivamente antes de escapar de esta prueba y no quería averiguarlo. Ya habían rumores de que si existía un límite de muertes y no le apetecía aumentar su contador por ser descuidada.

Ante las palabras de la colorina se dio cuenta de que estaba siendo bastante maleducada al no mostrar su cara, por lo que asomó su cabeza por sobre la que estaba enfrente suyo y noto el cuchillo inmediatamente. “Sí, si quieres puedo bajarlas por completo, pero tu tambien tienes que bajar el cuchillo, vengo en son de paz.” Antes de escuchar una respuesta, se dejó caer al suelo para sentarse mientras volvía a su cómoda y modesta forma humana, cruzando las piernas con una sonrisa cálida. La verdad era que prefería su forma humana por el simple hecho de que no se sentia comoda tomando la forma de un ángel, aun cuando era algo que se le había ofrecido. Sentía que era una ofensa a los angeles reales y esperaba que, cuando encontrara la salida y, con suerte, fuera honrada con ir al cielo, los ángeles le perdonarían su osadía.

“Perdón, estoy buscando a alguien y ya me he llevado la mala pasada de acercarme a alguien sin escudo… No es bonito.” Hizo una mueca de dolor y se llevó una mano instintivamente al estómago, donde hace un par de días le había atravesado un dragón con su cola. Debía admitir que, por lo menos,  era una manera bastante original de morir. Lanzó una risita al darse cuenta que su polera todavía tenia un enorme hoyo ahí donde se había rasgado para dejar entrar la puntiaguda cola que le había matado antes de siquiera poder entrar en su forma de angel e intentar curarse.

Al mirar a su alrededor Faith se dio cuenta de que el lugar estaba bastante bien cuidado en comparación a todo el resto. Ahora que lo pensaba, no había mucha gente alrededor de la cafetería, como si todos la estuviesen evitando. Había escuchado murmullos sobre el grupo de extraños que supuestamente la usaba, pero la verdad no le importaba mucho el tema, solo quería encontrar un lugar donde se sintiera a gusto lo suficiente como para comenzar a pensar en cómo salir de este purgatorio donde habían llegado a parar. Al ver la comida chatarra, recordó que tenia algo para compartir y levanto la vista sin perder su sonrisa para mirar a la colorina directamente por primera vez. “Tengo chocolate en mi bolso, si no me atacas te prometo compartirlo.”

Faith lanzó una risa musical ante la promesa. “No tienes que preocuparte por eso conmigo, no puedo atacar primero…” Ahora que lo pensaba, parecía ser una restricción única para ella. La rubia frunció el ceño ante la realización de aquel hecho, aunque no le molestaba, parecía ser un poco injusto dadas las circunstancias. No importaba si sabía que la iban a atacar, no podía hacer nada hasta recibir un golpe. Salió de su diálogo interno para contestar la pregunta. “Busco a Perséphone…” Sintió cómo le subía el color a las mejillas. Aunque estaba convencida de que lo que estaba haciendo era lo correcto, no era completamente immune a las palabras del resto.

La última semana le habían dicho que Perséphone había muerto, que lo que se decía sobre su objeto era mentira, que esa estudiante no había asistido al evento o que era una loca psicopática que la mataría en un instante. De alguna manera sentía que ninguna de esas era cierta y si había posibilidades de ayudar a otros sin repercusiones no le molestaba arriesgarse y morir a sus manos si era necesario. “Puedo curar otras razas, pero hacerlo rompe la primera regla. A mí no me importa hacerlo pero sé que al resto sí.” Se estiró lentamente, intentando sacarse el resto de nervios que había juntado antes de abrir la puerta. Ya había bajado la guardia, pero todavía sentía un pequeño nudito en su estómago. Esa emoción no tenía sentido en este momento, estaba en paz con haber muerto

Sonrió cálidamente, sintiendo cómo el resto de nervios se disipaba al saber que iba a poder darle un poco de felicidad a su acompañante. Había recibido ese chocolate como agradecimiento por sanar una herida hace un par de días y le parecía justo compartirlo ahora con alguien más. “No se diga más entonces, a mi me parece una situación bastante especial. Eres la primera persona que conozco esta semana que no intenta matarme.” Apuntó al enorme hoyo en su polera con una risita, tomando sus piernas cruzadas y balanceándose levemente ahora que estaba relajada. “¿Estamos? ¿No estás sola aquí?” Hizo ademán de mirar alrededor, aunque veía varias otras mochilas no escuchaba a nadie y el exterior estaba extrañamente vacío.

Sacó la barra de chocolate y la rompió en varios pedazos antes de balancearse hacia adelante y dejarlo sobre la manta en un terreno neutral, a casi un metro de ella. El hecho de que el cuchillo todavía estaba cerca no pasaba desapercibido y no quería hacerle sentir amenazada ni nada por el estilo. “Faith Asher, a tu servicio.” Sonrió nuevamente, estirándose para tomar un pedazo de chocolate pequeño a la boca. No recordaba la última vez que había comido algo, morir con el estómago vacío no era nada bueno pero al revivir siempre se sentía un poco más llena que antes, y había muerto bastante en los últimos días de búsqueda. “¿Y tú? ¿Cuál es tu nombre?”

La pequeña rubia parpadeó un par de veces y sacudió la cabeza mientras se balanceaba de lado a lado saboreando el chocolate. “No es mala suerte, tienen miedo…” Se perdió por un par de segundos, recordando las muecas de rabia y pavor que habían sido lo último que veía antes de morir. “Quieren creer que no hay más que hacer que rendirse y quedarse solos, tienen todo el derecho de hacerlo.” Faith bajó la cabeza un poco, llevando una mano a la cruz de plata que llevaba colgando de una cadena inconscientemente. “Todos tenemos derecho a creer lo que nos mantenga cuerdos, sólo me gustaría poder ayudarles sin que se sientan amenazados, sin romper las reglas.” La verdad era que no le importaba romperlas, sabía que nada existía que tuviese suficiente poder como para realmente asesinar cientos de inocentes así como así. Cada vez que rompía las reglas, aunque sentía algo extraño, tenía la certeza de que su madre y hermanos estaban a salvo.

Faith se balanceó hacia adelante para tomar otro chocolate y abrió sus enormes ojos azules en sorpresa al escuchar sobre el grupo de la colorina. Eran de razas distintas y eso podía significar dos cosas, eran gente como ella que, por algún motivo, no tenían problema con romper la primera regla, o…

No pudo evitar un gritito de emoción al escuchar el nombre que resonaba en su cabeza desde hace días, perdiendo el efecto de péndulo que le había permitido balancearse sin problemas y cayendo hacia un lado torpemente. Se cubrió la boca mientras caía, recordando que todavía no estaban en confianza suficiente como para hacer movimientos o sonidos tan repentinos. “P-Perséphone…” Tartamudeó mientras se apoyaba en la manta para volver a sentarse. Quería abrazarla, de veras quería hacerlo, pero se detuvo con dificultad, decidiendo en vez retorcer sus manos en su regazo.

La verdad era que no había calculado mucho el plan, la idea era encontrarla, eso estaba hecho. Y ahora… ¿Qué? Le sonrió tímidamente, jugando con una de sus pulseras de madera en forma de denario. La había notado nerviosa, pero claramente el lugar no había roto su espíritu demasiado, tenía un grupo, amigos. ¿Todavía puedes confiar, Perséphone? Se preguntó, decidiendo que este no era el momento de tener miedo. Apoyó sus manos en la manta delante de ella y avanzó en un gateo lento hacia la colorina con una sonrisa cálida y alentadora.

Faith tenía la suerte de todavía mantener la suya, nadie que había conocido tenía ya la capacidad de formar una sonrisa tan bella y genuina. Quizás era porque todavía había inocencia, esperanza y fé detrás de sus ojos y en su corazón. De cualquier modo, sabía que su sonrisa causaba algo en el resto. Era arriesgado debido a que muchas veces causaba rabia o envidia, no creían en la capacidad de alguien de mantenerse así de cuerdo y bien en la situación actual, pero también sabía que podía ser reconfortante y alentador. Cuando estuvo suficientemente cerca como para apretar su mano, se detuvo y extendió su diestra. “El gusto es mío, te he estado buscando.”

Resopló ante la idea de que el objeto no permitía que otros también rompieran la regla, removiendo el flequillo de su cara. Bueno, por lo menos era algo, en especial si se podía arreglar. Sentía que ese encuentro tan ameno era señal de que iba por buen camino, en especial cuando era la misma Persephone la que le había recibido.

¿A qué había venido? Sí, suponía que su razón principal era poder romper la primera regla sin repercusiones… Levantó la cabeza, siguiendo a la colorina con la mirada, todavía un poco perpleja de que realmente fuera ella. ¿De dónde habían sacado rumores tan horripilantes? Quizás era simplemente el mismo miedo que los llevaba a asesinar a alguien con buenas intenciones. Faith se volvió a sentar, abrazando sus piernas y sin dejar de observar a Persephone.

“Supongo… Que sí.” Respondió, sintiendo que había otra razón, en especial ahora que veía a la chica esforzándose por prender fuego. Le había sacado una risa, algo preciado en ese purgatorio en el que se encontraban, en especial para Faith. No estaba acostumbrada a estar sola, de hecho, desde que había nacido su hermano, casi un año después que ella, nunca había estado sola. Siempre tenía que hacerse cargo de ellos, o de su madre, o ayudar en la iglesia, pero nunca estaba completamente sola, y este mes le pesaba sólo por aquella razón. Sabía que los ángeles que no rompían la primera regla estaban en algún lugar, todos juntos, pero sentía que al negarse a hablar con el resto la mitad de la batalla estaba perdida.

¡Ya! ¡Eso es! Estaba cansada y bastante agitada con la emoción del encuentro, por lo que se había demorado un poco en llegar a la conclusión correcta. Ahora que lo había hecho, se ruborizó un poco. Aunque ya no estaban en el colegio, aquella situación se le asemejaba un poco. Y es que lo que de verdad quería, era quedarse ahí en la cafetería, conocer al resto del grupo, y acompañarlos. Quizás si lograba hacerles reír y convencerles de que podía ayudarlos en lo que necesitaran, la dejarían quedarse.

Pero demoró mucho buscando palabras, y Persephone le revelaba algo que la hizo ladear la cabeza en confusión. ¿Ya podía? Frunció el ceño, mirándose las manos y buscando un indicio de algún cambio. No había sentido nada. Con todos los acontecimientos “mágicos” que rodeaban aquel mundito, había asumido que la habilidad de romper la primera regla se demostraría de alguna manera, o quizás al recibir esa capacidad por lo menos sentiría algo. Nada Miró a su alrededor con curiosidad, pero no se le ocurría qué era el famoso objeto.

Ladeó la cabeza hacia el otro lado, observando cómo usaba el cuchillo para cortar la enorme manta donde estaban sentadas. ¿De verdad era ese el objeto? Lanzó una risita nerviosa, recibiendo el pedazo de manta como si de un objeto sagrado se tratase, extrayendo de su bolso su biblia de bolsillo, llena de post-its y páginas marcadas. “¿Estás segura?” Preguntó, tomando la manta y abriendo la pequeña y usada biblia en una página cualquiera, esperando la respuesta afirmativa para esconder allí el pedazo de manta, no había lugar más seguro en el mundo. “¡Gracias!” Volvió a sonreír con amabilidad.

Hecho esto, dejó su biblia a un lado con cuidado y tomó el vaso de agua entre sus manos, apreciando el pequeño gesto. Si fuera otra persona, probablemente ese sería el momento de excusarse, agradecer la manta y el vaso de agua y luego volver a lo suyo. Pero se sentía tan a gusto ahí en ese lugar que parecía guardar grandes amistades… Tomó otro pedazo de chocolate y se lo llevó a la boca.

Anda Faith, no tiene sentido que esta sea la parte que te pone nerviosa. Se animó mientras tomaba un sorbo de agua y comenzaba a balancearse nuevamente, ahora más por nerviosismo que otra cosa. Tomó aire como para decir algo, pero se atragantó con el chocolate. Con cuidado de no desparramar el agua, dejó el vaso a un lado antes de darse golpes en el pecho sin muy buenos resultados. Abrió los ojos, alarmada al darse cuenta de que el chocolate le estaba obstruyendo la respiración. Extendió un brazo hacia Persephone, tomando una de sus manos para luego girarse y apuntar a su espalda: Necesitaba que alguien mas le ayudara ya que sus esfuerzos no estaban surgiendo efecto.

¿Cuantas veces? Faith sintió la adrenalina, ya agotada de tanto intentar salvale la vida, dispararse por sus venas. En algún lugar, muy lejos de donde estaba, se escuchó a sí misma chillando. Y gritando. Y suplicando por su vida. Cuando había dicho que Persephone había sido la primera persona con quien se había encontrado que no había intentado asesinarle, no había mentido. Quizás con la excepción de la persona a quien le había salvado la vida y le había dado el chocolate.

¿Cuantas veces? Sus ropas rasgadas en puntos vitales podían contar algunas, varias, pero se quedaban extremadamente cortas. ¿Le pasaba también así al resto que andaba solo? ¿Era algo que Faith de alguna manera pedía? ¿Se veía más indefensa que los demás? Sintió, como la primera vez, la cola de dragón atravesar su estómago completamente. Los colmillos de vampiro drenar su cuerpo hasta que perdió el conocimiento para siempre. Las garras de un demonio hundiéndose en su espalda, pillándola completamente desprevenida.

Definitivamente ahogarse con un pedazo de chocolate era un lujo para ella, debería estar agradecida de una muerte así de pacífica, aún cuando la desesperación de no poder respirar le estaba haciendo alucinar. ¿Cuantas veces? La pregunta no la dejaba respirar, ni pensar, ni morir tranquila. No lo sé. Muchas. Miró a su alrededor. ¿Cuanto tiempo había pasado desde que se había atragantado? Sentía que habían sido horas, pero claramente no había sido más de uno o dos segundos.

Quizás estaba perdiendo el juicio después de todo. Quizás la respuesta era, las necesarias para volverse loca. Olvidó con quien estaba, ya no importaba, volvería al lugar donde había muerto originalmente cuando explotó la bomba y tendría que comenzar todo otra vez. ¿Cuantas veces? Sus avances hacia la cafetería en aquel campo de guerra habían sido tan lentos especialmente porque cada vez que moría aparecía de vuelta extremadamente lejos de ella. Por un segundo, deseó que aquella vez fuera la última. Estaba cansada, ya no le importaba a donde iba a parar su alma. Sólo por un segundo.

Y luego sintió brazos alrededor suyo. Creyó que irían a su cuello, a terminar lo que ella misma había comenzado, pero en vez… Sintió fuerza, como si la estuvieran empujando, pero alguien estaba detrás de ella. En alguna parte de su cerebro, aquella acallada por el miedo, trauma y adrenalina, sabía lo que estaba ocurriendo. Fuerza, otra vez, y Faith se escuchó a sí misma ahogándose. Ese sonido era real, y todos los gritos, chillidos y plegarias que gritaban en su cabeza se acallaron al encontrar el que importaba.

Fuerza, una vez más, y sintió el pedazo de chocolate salir expulsado de su tráquea. Tomó una bocanada enorme de aire, la más grande que había existido en toda la historia de bocanadas de aire. Y luego exhaló. Y volvió a respirar. Estaba viva. Había estado a punto de morir, como muchas otras veces, pero por primera vez había sucedido algo distinto.

Habiendo pasado el peligro, sintió que su cuerpo se relajaba, que la adrenalina dejaba de tratar de mantenerle con vida. ¿Cuantas veces? Demasiadas. Suficientes. Ha sido suficiente. Faith se giró hacia Persephone con lágrimas de emoción en sus ojos. “Salvaste… Mi vida…” Balbuceó, por primera vez en su vida completamente incrédula. Pero las palabras eran ciertas, y cerraron todas las heridas abiertas en su mente como si de un bálsamo curativo se tratse. No se volvería a escuchar gritando de dolor, ni pidiendo clemencia.

Parpadeó varias veces, dejando que las lágrimas corrieran por sus mejillas mientras nuevas tomaban su lugar en sus enormes ojos azules. “Salvaste mi vida.” Dijo con más certeza, dejando que una pequeña sonrisa rompiera la expresión de shock que había tenido hasta ese momento. No pudo evitarlo, estiró sus brazos y los puso alrededor de Persephone como una niña pequeña.

La abrazó como si de su hermana se tratase, con el mismo cariño y calidez. “Gracias.” Era imposible sentirse incómoda o amenazada en tal abrazo, imposible sentir que de la pequeña rubia provenía nada más que un alivio que había calmado algo en lo más profundo de su ser. Alivio de saber que en aquel mundo todavía habían humanos y no estaba sólo regido por monstruos. Alivio de por fin haber encontrado el lugar a donde pertenecía. “Gracias.” Repitió entre pequeños sollozos que no eran de tristeza.