Faith no había entrado a la biblioteca desde que había explotado la bomba. Mientras había estado sola, se preocupó de esquivar cualquier lugar encerrado donde pudiera ser acorralada con facilidad. Por lo menos comenzó a hacerlo después de su primera muerte -Acorralada en un pasillo por un grupo de serafines-. No habían sido amables, ni gentiles, ni siquiera se habían comportado como humanos.

La chica se estremeció al recordar todo lo que le había sucedido, la habían dejado por muerta, pero la verdad era que agonizó por lo que sintió fueron horas antes de finalmente morir por primera vez.

Esa madrugada había despertado con un grito ahogado de una pesadilla sobre su muerte más reciente. Empalada por una cola de dragón. Había logrado sacarle una risita a las chicas de la cafetería con aquella historia de alguna manera, Faith era extremadamente buena para dar vuelta una situación penosa, y la verdad era que la historia era bastante cómica.

Pero el peso de aquellas muertes la había acompañado durante toda la mañana, por lo que había decidido dirigirse a la biblioteca y ver si lograba tomar prestado un libro para poder salir de esa nube oscura que sentía la estaba siguiendo desde sus sueños. Sabía que ella era de las más cuerdas en ese mundo, lo sentía cuando observaba las expresiones de todo el resto.
Al perder toda esperanza de volver al mundo “humano” Faith se había liberado del peso que todo el resto acarreaba sobre sus hombros. Era su responsabilidad ayudarlos a aligerar esa carga, y lo hacía muchas veces a pesar de su propio bienestar.

Asomó su cabeza por la puerta de la biblioteca, tragando saliva para deshacer el nudo que se le hacía en la garganta al estar en un espacio tan cerrado y sola. No había mucha gente, solo algunos elfos trabajando diligentemente en mantener el estado de la biblioteca. Había escuchado que no tenían problemas con dejar a gente pacífica entrar, pero de cualquier manera llevaba consigo un cuaderno casi completamente vacío que estaba dispuesta a intercambiar por un libro, si se lo pedían.

Nadie le prestó atención, por lo que se movió silenciosamente entre los libreros pensando en qué le apetecía leer. Normalmente le bastaba con su vieja y gastada biblia, nunca le aburría leer sus pasajes preferidos, pero en ese momento necesitaba algo menos real, quizás una aventura fantástica.
¿Como explicarlo? Sentía que ese lugar estaba sacado de alguna de las pruebas del antiguo testamento, y cuando lo leía sólo le servía para recordar más aún la situación en que se encontraba. A veces no le molestaba y hasta gustaba hacerlo, pero ese día necesitaba distracciones. Todo era demasiado, demasiado real.

Pasó los ojos por sobre los lomos de los libros, intentando enfocarlos en los títulos, y restregó sus ojos con pereza al darse cuenta que quizás estaba un poco demasiado cansada como para leer algo. Al alejarse más de la entrada, creyó escuchar algo que le llamó la atención. Aunque el silencio de la biblioteca no era sepulcral como había sido cuando el colegio era solo eso, los elfos sí parecían mantener un poco la tradición de no hacer demasiado ruido allí dentro, por lo que no le costó mucho distinguir gruñidos.

Siguió el sonido con cautela hasta que encontró a una elfa que parecía estar observando algo. Miró hacia donde ella estaba mirando y escuchó al chico que anunciaba ser pacífico mientras se cubría la cara. La elfa siguió caminando, aparentemente satisfecha con la explicación, pero Faith se acercó un poco más. Sus ropas estaban chamuscadas, y olía a carne y pelo quemado. ¿Cómo sabía a qué olía eso? Digamos que el último dragón que la había asesinado no había sido el primero.

“Estás herido…” Enunció sin dudas en un tono bajo, dando un par de pasos más hacia el bulto de ropa quemada que parecía querer alejarse de todo. “Por favor déjame ayudarte.” Suplicó, agachándose con una sonrisa para sentarse a un brazo de distancia del chico. Ya había hecho su rezo del día, por lo que simplemente juntó sus manos en forma de rezo y tomó su forma angelical.

Todavía no se acostumbraba a ella, era demasiado grande y el hecho de que fuera mucho más voluptuosa que su forma humana le incomodaba bastante. Pero si era realmente así cómo se veían los ángeles, entonces no tenía derecho a reprochar absolutamente nada, y era sólo su propia vanidad la que le hacía sentir de esa manera. Al cambiar sus ropas, notó que el hecho de que fueran más apretadas que su atuendo normal significaba que todos los hoyos y rasgaduras hacían que mostrara mucha más piel de lo que le acomodaba. Hecha esta observación, no pudo evitar cubrir el hoyo más grande que se encontraba en su pecho, tomando una de sus blancas alas para cubrirse.

No pudo evitar un profundo sonrojo ante la situación, su intención era tomar esa forma para poder curarle, no para hacer el ridículo mostrando tanta piel. Sacudió la cabeza para concentrarse en lo que importaba, girándose hacia el chico. Se aclaró la garganta un par de veces, sintiendo muchísima vergüenza de haberse expuesto tanto, pero no dejaría que eso le ganara en ese momento. “Soy Faith, y no me iré de aquí sin que me dejes ayudarte.” Ladeó la cabeza y le dedicó una sonrisa tan grande que entrecerró sus ojos un poco sólo para hacerla caber en su cara.

En su propia vergüenza, Faith no había notado lo extremadamente incómodo que estaba el chico. ¿Era culpa de ella? Quizás él era igual de vergonzoso que ella en ese momento, y verla así descubierta lo había puesto nervioso. De cualquier manera, al darse cuenta de el efecto que estaba teniendo sobre él, procuró alejarse un poco.

Faith no era extremadamente inteligente, lo suficiente como para sacar buenas notas en el colegio, pero en lo que realmente se destacaba era su empatía. No sabía suficiente como para poder entender qué era específicamente lo que le sucedía al chico, pero sí podía comprender lo que sentía. En especial cuando no podía ser cómodo con una quemadura como la que veía estar tocándose tanto la cara. No tenía que entender, Faith no era ese tipo de chica, le bastaba con un poquitito de emoción bien reconocida para poder reaccionar.

Olvidando sus razones para estar nerviosa, soltó su ala y comenzó a rebuscar en su morral. Al cabo de un par de segundos extrajo de él su chaleco blanco, aunque de blanco a esas alturas ya le quedaba poco, lleno de pequeños tajos y manchado con tierra, polvo y un poco de sangre.

Sin romper aquella sonrisa contagiosa, lo puso sobre su cabeza primero y luego extendió el otro lado para esconder también al chico, creando así un pequeño mundito donde estaban solos. Aunque quizás si otra persona hubiese hecho lo mismo, aquella situación podría ser considerada como una burla o cruel manera de mofarse de la situación del chico, la mirada de Faith era de genuina preocupación, y su sonrisa no escondía más que buenas intenciones, demasiado pura como para hacer que sus acciones fueran malinterpretadas.

“Ahora sí.” Susurró, emocionada, desde debajo de su chaleco. Se sentía de vuelta en los escondites de sábanas y almohadas que creaba para entretener a sus hermanos. “¿No es mejor esto- Eh, lo lamento, con la cara cubierta no sé si te conozco… ¿Cual es tu nombre?” Preguntó bajito, sintiéndose mal por no poder reconocer a un probable compañero de escuela.

Esperando que el chico se sintiera un poco más cómodo con la privacidad que había creado, Faith extendió una mano para ayudarle remover el resto de las vendas. Lo hizo con delicadeza y cuidado de no tocar la piel expuesta, tanto para no causarle dolor como también evitar ponerle más nervioso de lo que ya parecía estar.

Le extrañó la enorme cantidad de tela y vendas, y no pudo evitar una expresión de confusión al notar que habían unas más nuevas que otras. Habían hasta algunas nuevas encima de las quemaduras. ¿Hace cuando se había herido, que había tenido tiempo de hacerse una curación tan torpe como esa con vendas nuevas? No le hacía sentido, pero eso no era necesario ni requisito para nada. Necesitaba ayuda, y ahí estaba ella, y eso era todo.

“Es una quemadura bastante fea, pero no te preocupes, no me demoro mucho.” Le aseguró, queriendo transmitirle toda la tranquilidad que ella poseía en ese momento. Había notado que no le miraba a la cara, Faith era una chica de muy buenos modales al punto en que no mirar a la gente a los ojos le incomodaba y parecía poco natural, por lo que no le fue complicado notar que el chico evitaba su mirada a toda costa.

Juntó sus manos, como para hacer el rezo que le permitía invocar el poder curativo, pero se detuvo en seco. “Ermm… ¿No eres demonio, cierto?” Preguntó ladeando la cabeza con una sonrisa de disculpa. “Mi poder es sólo una ayudita del Cielo para sanarte más rápido, pero si eres demonio me temo que sólo te haré más daño.” Explicó con un poco más de seriedad, esperando, deseando que él no fuera un demonio, ya que no quería problemas y esos parecían comenzar y terminar con aquella raza.

“Creo que elegiste el peor momento para empezar en este colegio, Hank.” Murmuró con una sonrisa, recogiendo un mechón de pelo rubio detrás de su oreja. “Pero ya estamos aquí, lo único que podemos hacer es todo lo que está en nuestro poder por mantenernos humanos…” No dejó de sonreír mientras hablaba, siempre resignada a hacer lo mejor con lo que le entregaban, se le hacía fácil en ese momento ignorar la horripilante mala suerte del chico con una sonrisa y palabras de aliento.

La mención de aquella raza le recordó de pronto acerca de las reglas de ese mundo. “¡Shifter!” Faith pegó un saltito al recordarlo, e inmediatamente se puso a hurguetear en su morral negro, extrayendo la pequeña Biblia de bolsillo donde había guardado el pedazo de manta que le había dado Persephone. “¡Que bruta! Y yo aquí hablándote así como si nada.” Sacó el pedazo de manta de adentro de la Biblia, titubeando un poco antes de posarlo sobre la mano de Hank con delicadeza.

“No sé si has escuchado hablar sobre el objeto que permite romper la primera regla…” No estaba segura de cuánto tiempo tenía que estar en contacto para que funcionara, por lo que simplemente dejó el pedacito de tela sobre su mano. No quería tocarlo demasiado ya que el chico parecía encogerse cada vez que se acercaba un poco más. “Este es un pedazo. No sé cuánto se demora en hacer efecto, así que sólo tenlo por ahora.”

Dicho esto, volvió a juntar sus manos y murmuró el versículo que servía como canalizador de sus poderes curativos. “El sana a los quebrantados de corazón, y venda sus heridas.” Era un poder bastante extraño, porque cuando lo usaba Faith sentía que no era completamente suyo. Sus manos comenzaron a emanar una luz cálida, brillante pero cómoda a la vista, y Faith las acercó a su paciente con cuidado.

Cambió su sonrisa por una intensa expresión de concentración, con el ceño fruncido y el labio inferior pescado entre sus dientes. No le cansaba demasiado hacerlo, pero tenía que estar muy atenta al curar al resto. Al acercarse al lugar herido, la luz parecía tirar hacia las quemaduras, ansiosa de cumplir su cometido. Faith simplemente la seguía, no sabía mucho de primeros auxilios y aquella luz a veces parecía tener conciencia propia, tirando hacia lugares que Faith todavía no veía y resultaban estar heridos.

Sin necesidad de tocar la piel, la luz se hundía alrededor de las heridas, curando desde afuera hacia adentro, regenerando y sanando tejidos. Al entrar en las heridas, dejaba un pequeño camino de luz dorada sobre la piel, haciendo que su paciente brillase un poco mientras era curado. Mantuvo sus manos a uno o dos centímetros de las heridas, cuidando de no tocar nada, en especial porque no necesitaba hacerlo.

No se demoró mucho en sanar su cara, dejando que la luz hiciera su trabajo y prestando absolutamente toda su atención a los movimientos de aquella nebulosa alrededor de sus manos que tironeaba hacia distintos puntos. Al cabo de cinco minutos, la luz comenzó a tironear hacia abajo, alejándose de la cara de Hank y concentrándose en las muñecas de Faith.

¿Hay más? Aunque todavía se veían quemaduras leves, la piel de su cara seguía brillando levemente. Esto significaba que la luz todavía estaba trabajando dentro de Hank, acelerando el proceso curativo natural de su cuerpo, y al final de todo probablemente quedaría como nuevo, sólo tardaría un poco más.

Faith bajó sus manos, siguiendo la luz hasta el pecho de Hank, donde encontró una polera un tanto chamuscada y una pequeña quemadura. Tenía sentido que aquella habilidad de la rubia fuera igual de autoexigente que ella. No necesitó más de un minuto sobre aquella herida, era definitivamente menor y probablemente de ser la única Hank no hubiese necesitado ayuda alguna. Pero ahí estaba Faith, y la encontrarían muerta antes que ayudando a alguien a medias.

La luz se difuminó de sus manos por sí sola, dejando un pequeño brillo en el pecho de Hank donde todavía estaba funcionando. Había terminado, pero Faith se quedó mirando aquel brillo, asegurándose de que terminara de sanar correctamente. Aunque técnicamente estaba mirando al chico, no estaba concentrada en él específicamente, si no en las heridas, por lo que no notó que él sí la estaba observando fijamente. Su voz la devolvió a la biblioteca, suavizando el ceño fruncido y finalmente liberando el labio inferior de entre sus dientes.

Le sonrió de vuelta, aliviada de saber que se sentía mejor, y tomó el pedazo de tela de vuelta. No pudo evitar abrir los ojos como platos al verlo sacar… ¿Tela? ¿Hilo? De su pulgar como si nada, cubriendo su rostro con aquel extraño vendaje. Pero borró rápidamente su expresión de asombro, sabiendo que a nadie le gustaba que le miraran como si fuera un bicho raro, y en vez guardó el pedazo de manta dentro de la Biblia con cuidado, dejándola dentro de su morral mientras Hank terminaba su peculiar ritual.

Le notó más tranquilo una vez estuvo cubierto, parecido a lo que había generado su pequeño escondite, y aunque no pretendía preguntar escuchó la explicación atentamente. Había visto algunos Shifters de lejos, pero la verdad era que la mayoría eran parte de La Manada y no se involucraban con otras razas, por lo que Faith no conocía bien sus habilidades.

Observó con atención cómo creaba hilos y telas con facilidad, maravillada ante aquella habilidad tan útil y aparentemente inofensiva. “Creo que todos elegimos algo que nos permitiría sobrevivir aquí, tiene sentido que si no te gusta que te miren tengas una habilidad como esa.” Pensó en voz alta, tomando una de las vendas descartadas del piso para examinarlas con más cuidado.

Sintió que se le encogía el corazón ante la pregunta. Aunque no podía empatizar con aquel sentimiento que le llevaba a esconder su cara y cuerpo de esa manera, podía imaginar lo difícil que podía ser admitir su problema y pedirle ayuda a un extraño. “Esa habilidad sólo acelera la curación de heridas que sanarían solitas. Cuando es algo letal, no puedo hacer nada más que quitar el dolor.” Explicó con una voz suave, retorciendo el pedazo de tela entre sus manos. Quería darle una respuesta afirmativa, le hubiese encantado poder hacerlo, pero Faith no era una chica mentirosa.

“No creo que las habilidades que tengo como ángel puedan ayudarte con eso…” Musitó bajando la cabeza, intentando esconder lo mal que se sentía con esa respuesta. No, no podía ser eso lo único que tenía que ofrecer. ¿Admitir que no podía hacer nada para ayudar a alguien más? Faith nunca lo había hecho en toda su vida.

¡Y que me parta un rayo si la primera vez que lo haga será aquí, después de muerta! Levantó la cabeza, frunciendo el ceño en una impresionante expresión de terquedad. “Pero si te sientes cómodo conmigo, estoy segura de que puedo ayudarte de todos modos.” Declaró, suavizando su cara en una cálida sonrisa que demostraba su completa disposición.

Había olvidado por completo que estaba en su forma más madura, y que por consiguiente los hoyos de su ropa eran mucho más reveladores de lo habitual, hasta que Hank lo había remarcado. “¡Ay!” Pegó un gritito al darse cuenta, intentando cruzar sus brazos sobre la abertura demasiado rápido, y terminó por pegarse un manotazo en la cara antes de poder cubrir cualquier cosa.

Sintió cómo le subía el color a las mejillas mientras volvía a su cómoda y poco desarrollada forma humana. “...” Ya en su pequeño cuerpo humano, descruzó los brazos y pasó una mano por el hoyo de la enorme polera a rayas que solía llevar, lanzando una dulce risita. “Supongo que yo tampoco estoy lista para mostrarme tanto al resto del mundo.” Admitió, observando el hoyo con una sonrisa. “Agradecería mucho si me pudieras regalar un poco de tela para cubrir esto.”