2017-05-09.
 
Siempre he pensado que papá no podía ser peor. Siempre creía que no se atrevería a mandarme a un pueblo neblinoso y aburrido en el medio de la nada europea. Pero lo ha hecho. Tras casi dieciséis horas de vuelo y varias horas en autobús he llegado a este sitio en el que estoy internada. Encerrada. Y lo odio. Y quiero volver a casa. Cuando me han dejado en mi nueva y fría habitación no he podido reprimir todo y he roto la papelera. No quería, pero todo es demasiado estresante. Solo por saltarme unas clases. Solo quiere ponerme una cadena alrededor del cuello.

Ahora tengo un teléfono nuevo, así que lo usaré para hablar con los mocosos. La cama es algo cómoda y las almohadas no están mal. El suelo tiene moqueta, parece un sitio caro. ¿¡Por qué demonios me tuvieron que encerrar en esta cárcel!? Hay miles de personas peores y yo solo quería mi espacio, mis alas, no ser como el resto, pero siendo fiel a mí. Ser lo mismo de siempre. ¿¡Tan malo es eso!? Me gustaría poder gritarlo, pero seguro que me castigarían y a otra cosa. A nadie le importa nadie, menos a estos ingleses de por aquí.

Me quedan varios años aquí. Podré volver en las vacaciones, pero no sé si quiero por no ver a papá. Al menos los pequeños y yo podremos jugar. Eso me hace ilusión. Me han dejado traerme mi guitarra, pero no puedo tocar a partir de las ocho de la tarde. Son unos estirados. Si piensan que un toque de queda me va a detener están equivocados. No voy a dejar que me conviertan en otra cosa más del montón. No quiero. Quiero seguir mi camino y romper las cadenas... y maldita sea, tengo que hacerlo por todos lo que me quieren.

El idioma no ha sido tan malo y me entienden bien. Me acostumbraré en un par de meses. Quizá tres o cuatro. No quiero perder mi esencia y cultura, por lo que tendré que buscar la forma, sola, de buscar tiendas de productos de fuera. Ya no tengo a nadie conocido, no como en Japón. No eran muchos, pero era algo. Ahora... todo de cero. Es como si mirarme al espejo fuera como un castigo. Sé que a los mandamases del colegio este no les gusta mi mechón, pero lo voy a llevar. Una pequeña llama que me recuerde al calor del hogar.

  2018-06-11.
 
Querido diario, la rutina sigue. Castigos, escapadas, clases aburridas y exámenes del montón. No es que le importe a muchos, y es mutuo, aunque me siento un poco sola. Hace mucho que no voy a casa, más de lo que me esperaba, y solo la guitarra, tocar, me relaja. El otro día encontré a una famosa cantante y fue genial. Cantaba con fuerza y sentimiento. Me encantaría haberle poder dicho lo increible que era, pero no podía. Seguro que pensaba que era estúpida, infantil o falsa. Prefiero pasar de todo. Al menos fue un buen recuerdo.
 
Papá me ha dicho hoy que me quedaría otro año aquí y he discutido con él. El último mes solo discutimos aunque sea por voz. Estoy harta de él y sus egoismos. Me iré, como sea, cuando sea, y no volveré. Necesito llegar a casa porque a veces noto como que la soledad me mata. La gente me mira raro, no les entiendo del todo o tienen gustos diferentes. Es lo mismo de siempre. Pero esta vez es como si cada atardecer fuera gris, dedicado para mí. Son bonitos, pero mi familia no es nadie aquí, y no quiero seguir así.

El otro día también encontré a un tipo extraño que buscaba un hostal. Le ayudé. Era bastante normal o amable para ser un adulto, aunque casi quería avisar de que me estaba saltando las clases. ¿Qué le importa eso a él? Bastante tengo ya con estudiar y sacar una calificación normal.

En una semana exáctamente hay una especie de Cultural Festival en un colegio de la zona, con conciertos, e iré. Me da igual el horario, prefiero pasarlo bien y disfrutar ahora que casi es verano. Podré ver gente increible que sienta la música y hablar con ellos. Me hace mucha ilusión, pero eso tampoco le importa a nadie. Quizá tampoco pueda hablar con esa gente, pero menos es nada. Para tocar así tienen que ser increíbles. Podré despejarme de todas las tonterías de papá antes de las vacaciones. Tras el evento sacaré los billetes de avión para volver e intentar convencerle en los meses de descanso de que mi sitio está donde mi familia esté... sea él o no.

  2018.

Diario. Se me había olvidado que tenía esto. No está muy chamuscado. No sé qué me lleva a escribirte otra vez. Es por la noche y he encendido con fuego una ramita. Estoy lejos, cerca de una niebla. Los últimos días han sido un caos a todos los niveles. Sangre, violencia, agresividad... tengo miedo de morir como otros. Se revive, lo he oído, pero no quiero arriesgarme. No te puedes fiar de nadie. La gente se organiza y yo sigo sola. Dos dragones, que es lo que ahora soy, me rescataron, pero me han dejado sola otra vez. No puedo hablar con nadie de otra raza y estoy asustada. Cada noche solo puedo intentar dormir, pero los ruidos me asustan. Hace frío y mi ropa, aunque casi intacta, está sucia. Conseguir comida es complicado. No puedo cooperar con nadie. Todo lo que pudo salir mal, salió muy mal.  

No sé qué hacer. No me atrevo a moverme de aquí. De vez en cuando se escuchan gritos y pelea. Hay fuego. Pero también sé que eso me hace fuerte. Por el día me siento fuerte. El sol de siempre me da algo de fuerza frente la adversidad... pero tengo mucho miedo de que no sea suficiente. Solo quiero salir de aquí. Haría lo que fuese por eso. Es como una guerra. Así tienen que ser todas las anécdotas que se cuentan, pero sin grandes dragones, vampiros o sin verme observada en el bosque por alguien desconocido. Solo quiero estar sola, invulnerable, hasta salir... pero no va a ser pronto. Necesito ayuda. Pero nadie va a ayudarme. Llevo ya no sé si una semana o más, pero quiero hablar. Lo necesito. No sabría que decir, pero no tener miedo a una palabra es un lujo que me gustaría poderme permitir sin que alguien fuera muera. No quiero que mueran. Que el kami-sama que tenemos aquí sepa eso. Aunque deteste esas mierdas de normas las aceptaré.

Ayer curiosamente conseguí comida por suerte y me escabullí entre la batalla campal en un aula para revisar los pasillos con manchas color cobre secas. El aroma no era gran cosa, pero pude llegar a un muy cuidada zona de música. Un santuario, paraiso, cuidado por ese ser. Allí había guitarras y, obviamente, tenía que agenciarme de una para desahogarme cuando pudiese. Llegar allí era un desafío, pero era o tocar o caer en las garras de la locura en la que ya están todos. Maldito concierto, maldito pueblo y maldito todo.