Faith estaba agotada de su día académico. Era un lunes, para empezar, y tenía la mala suerte de tener matemática en la primera hora, seguido de física y luego filosofía. No tenía momento de descanso mental, ni arte ni música, sólo ciencias duras y la clase de filosofía donde el profesor había descubierto que ella era religiosa. Hasta ese año había tenido la suerte de que su antigua profesora de filosofía era muy respetuosa, pero este año era víctima de algunos comentarios que la incomodaban bastante, en especial cuando el resto de la clase se reía con él.

Después de esas horas le tocaba biología, materia que le fascinaba bastante aunque no tenía las mejores notas. Muchos se extrañaban al escuchar que era de sus materias preferidas, creían que como era católica no podía creer en cosas como la evolución. Faith básicamente tenía que explicar que era religiosa, no tonta. Era imposible negar cosas como aquella y sabía que cuando la Iglesia lo había hecho su religión había perdido muchísima credibilidad, y con razón.

No, Faith sabía que la evolución era algo en lo que no se podía creer o no creer. También sabía que Adán y Eva no habían sido los primeros humanos, en especial porque Eva había tenido dos hijos hombres, y lo que viene después generacionalmente para mantener la especie no sólo es pecado, si no que delito también. Creía más bien que era Dios el que había puesto todo en movimiento, que Él había generado la chispa que eventualmente había llegado a crear al planeta tierra y todo lo que había en él.

Era por esto que le gustaba tanto la biología. La manera en que el cuerpo humano funcionaba, todo milimétricamente controlado a la perfección, nada que sobrara, nada que faltara, le parecía maravilloso.

Pero ese día había estado tan, tan agotada que no había podido evitar quedarse dormida durante aquella clase, la última del día. ¡Que horror! Nadie la había despertado, y el profesor había tenido que sacudirla para traerla de vuelta del mundo de los sueños.

Después de eso, aunque no volvió a quedarse dormida por miedo a que la reprimieran aún más después de clases, no pudo evitar pegar varios cabeceos. Sus apuntes eran un desastre, una mezcla entre algunas palabras sueltas sobre el sistema nervioso y sus sueños. No sabía qué iba a hacer, no creía que sus compañeros le prestaran sus apuntes.

Al finalizar la clase, estaba tan hundida en el cansancio que el timbre la despertó de un salto que la hizo tirar al piso su estuche, desparramando lápices por todo el piso. Faith restregó sus ojos, intentando eliminar el sueño de su cabeza sin mucho resultado, antes de agacharse para recoger sus cosas del piso.

Todavía tenía que quedarse a que el profesor Coatl le regañara por quedarse dormida, buscar a sus hermanos que salían un poco más tarde que ella ese día, llevarlos a casa y comenzar a cocinar la cena.

¿Por qué estaba tan cansada? Su hermano más pequeño había tenido una pesadilla en la mitad de la noche y la había despertado. Esto significó que Faith tuvo que dejarlo dormir junto con ella, pero el chiquitín se movía y pateaba tanto que la rubia no había podido pegar ojo en toda la noche. No importaba, era mejor que él durmiera bien, ella se las podía arreglar.

Demoró mucho más de lo habitual en recoger sus pertenencias, y por alguna razón cuando se incorporó para ordenar todo dentro del estuche sintió que todo le daba vueltas. Los lápices parecían no caber del todo dentro del estuche rosado, quizás era porque los estaba poniendo mal, pero no se había dado cuenta todavía. Sus compañeros ya habían vaciado el salón de clases, pero Faith estaba demasiado concentrada en forzar sus destacadores y lapiceras dentro del estuche que parecía encogerse cada vez que intentaba poner algo más dentro.

A cualquiera que la estuviera mirando se le haría una vista bastante extraña, era un comportamiento similar a lo que uno vería en alguien extremadamente ebrio o drogado, pero cualquiera que conociera un poco a Faith sabría que ese nunca sería el caso. Ya había olvidado que se suponía que el profesor quería hablar con ella, por lo que después de varios minutos de forcejear con el estuche miró a su alrededor en confusión, intentando entender por qué de repente todos sus compañeros habían desaparecido.

Faith ladeó la cabeza, agotada, y se quedó mirando su cuaderno abierto en la página con apuntes que no tenían sentido, parpadeando pesadamente mientras se balanceaba de un lado al otro como lo hacía cuando niña para hacer dormir a sus hermanos.

Estaba en un campo de trigo, aunque el suelo era un poco demasiado blanco para ser completamente real. Faith miró a su alrededor y notó que las espigas de trigo estaban hechas de… ¿Grafito? Tocó una con delicadeza y su mano quedó manchada de ese gris opaco que se encontraba en cualquier cuaderno de secundaria. Quizás estaba soñando.

Faith miró al cielo, notando que era un poco más oscuro de lo que recordaba. Sí, definitivamente estaba soñando. Siempre que lograba tener sueños lúcidos, había una sola cosa que deseaba, más que cualquier otra en el mundo. “Papá…” Murmuró al convocar en aquel campo de maíz de color grafito todos los atesorados recuerdos que guardaba de su padre. No lograba verlo así, en sueños, muy a menudo, tenía que estar muy extremadamente cansada para hacerlo, pero le llenaba de una felicidad nostálgica. Dejó que una sonrisa levantara su expresión agotada, y lo abrazó con fuerza.hundiendo su cara en un recuerdo de olor a madera verde y aserrín.

La pequeña rubia hundió su cara en un recuerdo de olor a madera verde y aserrín, sabiendo que tenía poco tiempo antes de que se despertara. ¿Qué palabras elegiría esta vez? “Michael ha estado teniendo pesadillas. ¿Podrías asegurarte de que pase buenas noches?” Habían tantas otras que quizás le hubiera gustado más dedicarle. ¿Estás bien? ¿No estás solo allí arriba, cierto? ¿Es lindo el Cielo? ¿Estás orgulloso de tu hija?

Era uno de sus temores más grandes, no estar a la altura de lo que su padre había esperado de ella. Pero aquellas eran todas preguntas egoístas, y Faith no era egoísta. Prefería asegurarse de que su hermano menor fuera el que recibiera visitas como aquella en sus sueños, ella ya se las arreglaría de otra manera.

El hombre, más una amalgama de recuerdos, olores, sonidos e imágenes que todavía tenía guardados como un tesoro en su mente que una forma humana, posó una especie de mano sobre su cabeza de manera afectiva y simplemente asintió con una sonrisa. Faith la reconocía, su madre siempre le había dicho que tenía la misma sonrisa que su papá, y la chica estaba orgullosa de aquello. Quiso detenerle, sólo por un momento, quizás para encontrar en la mezcla de recuerdos una mano que tomar o una mejilla que besar antes de que se fuera. Pero reprimió aquellas ansias egocéntricas y dejó que su padre fuera a hacer lo necesario para cuidar de su hermano menor. Sus pasos hicieron eco en el suelo cuadriculado mientras se alejaba…

Tap… Tap… Tap… Tap… El suave chirrido de una silla contra el suelo, y el olor a colonia masculina, no como la de sus compañeros adolescentes, sino más bien como la que imaginaba que su padre usaría, de haber tenido el dinero para comprar algo como eso. Aunque sus ojos habían estado medianamente abiertos hasta ese momento, no estaban enfocados en nada hasta que la chica sacudió su cabeza para terminar de despertar. La mezcla de mantener los ojos abiertos por tanto tiempo sin parpadear, y la enorme cantidad de emociones que le había generado el sueño, formaron pequeñas lágrimas en sus ojos. Rápido y antes de que desbordaran, se restregó los ojos con ambas mangas de su característica polera a rayas blancas y negras, haciendo el gesto pasar como algo que cualquier persona cansada haría.

¿Había estado durmiendo ahí, con los ojos abiertos, mirando su cuaderno en medio de una sala vacía? Aparentemente, sí. ¡Qué vergüenza! O, por lo menos la hubiera sentido si no fuese porque la expresión del profesor que parecía haberse materializado en la silla al frente suyo era de extrema preocupación.

Escuchó la primera frase con la mayor atención que pudo, frunciendo el ceño y achicando los ojos para concentrarse mejor. ¡Que rayos! Vergüenza era lo que sentía, de hacer que un adulto se preocupara por ella en vez de regañarla, como merecía. Devolvió la sonrisa con una propia, un gesto involuntario nacido de la buena costumbre, pero definitivamente se notaba que en ese momento no tenía energía para gastar en una de sus características sonrisas llenas de vida y optimismo.

Movió una mano frente a su pecho, intentando descartar la importancia que se le estaba dando a su cansancio. “Estoy bien, pap- Se mordió la lengua. ¡¿Estoy bien, PAPÁ?! ¡Faith! Se recriminó en su mente, intentando encontrar una manera de transformar aquel desliz en algo socialmente aceptable que no pusiera incómodo a su profesor. “Aya… Papaya…” Agregó con un tono sombrío, completamente decepcionada de su elección de palabras. ¡¿PAPAYA, FAITH?! Sintió cómo el color le subía instantáneamente a las mejillas, cambiándolas de una tonalidad pálida a algo más parecido a una frutilla. Tenía suerte de que no había nadie más escuchando, y de que su vida no dependía en pensar rápido.

No pudo evitar soltar una risita exhausta, y luego suspirar pesadamente, antes de volver a intentarlo. “Sólo estoy un poco cansada…” Explicó, intentando no dar muchas excusas. Sabía que lo que había hecho estaba mal, y que las excusas sólo agravaban las faltas. “Lo siento mucho profesor, prometo que no volverá a suceder.” Sólo entonces lo miró directamente a los ojos, recordando sus modales, y ladeó la cabeza un poco, dejando que su flequillo se desparramara sobre sus ojos y frente.

No supo qué fue lo que la incitó a seguir hablando. Quizás el cansancio estaba afectando su capacidad de filtro. “Mi hermano menor ha estado teniendo pesadillas, al principio despertaba a mi mamá, pero ella trabaja de ocho de la mañana a tres de la tarde, y después de tres y media a diez de la noche. Le dije que me despertara a mi cuando quisiera, y ayer no lo había mandado a la cama hace más de dos horas cuando llegó con su carita arrugada a preguntarme si por favor podía dormir conmigo…” Sonrió con orgullo, su hermano menor tenía siete años, y era todo un caballero, siempre pedía todo por favor y agradecía hasta cuando no era necesario. “Es pequeñín, pero ronca como un tractor, y patea un poco…” Agregó, denotando con esa última acotación la razón de su cansancio. Escondió un bostezo detrás de sus manos, volviendo a sacudir su cabeza para mantenerse despierta mientras intentaba entender por qué había contado todo aquello sobre su vida.

La verdad era que a no ser que su madre se ganara la lotería, era muy probable que Faith volviera a llegar así de cansada al colegio en algún momento. Cumplía labores como estudiante, dueña de casa y madre. No le molestaba, no estaba en su naturaleza quejar o lamentarse por situaciones como aquella, y prefería no pedir ayuda, aunque sabía que de necesitarla probablemente la encontraría con gente de su Iglesia. No, ese tipo de ayuda era para la gente que realmente lo necesitaba, ya se las arreglaría Faith de alguna otra manera.

Faith asintió débilmente mientras su profesor se acomodaba en su silla, oscilando su cuerpo de un lado a otro mientras esperaba el regaño que seguro le correspondía. Parpadeó un par de veces, confundida ante el inesperado halago. ¿Excelente hija? Sacudió la cabeza con un poco más de vigor. “Sólo hago lo que me corresponde, la verdad es que mi mamá hace mucho más por mi que yo por ella, pero me dice que el colegio es importante.” Había pensado en dejar el colegio, que no era muy barato, y comenzar a trabajar en alguna tienda, pero su madre se había enojado tanto ante la idea que Faith la había dejado ir para siempre, sólo le quedaban dos años y ya podría trabajar para aportar más en su casa.

Se sentó con cuidado cuando se lo pidieron, un poco preocupada de quedarse dormida en aquella posición tan cómoda. Escuchó con cuidado, desconcertada. ¿Preocupación? No era algo que le caracterizaba en absoluto. Cuando algo le preocupaba, simplemente incluía aquel tema en sus plegarias nocturnas, y al día siguiente el peso se había levantado.

¿Problemas en el colegio? Casi ninguno, la verdad era que sus compañeros la respetaban bastante. La mayoría de sus amigos cercanos eran de su Iglesia, por lo que no pasaba demasiado tiempo con sus compañeros de clases, pero tenía un trato bastante bueno con la mayoría. Excepto, quizás, en esa clase de filosofía. Pero Faith no era el tipo de chica que se quejaría de un profesor con otro, en especial si era sólo porque a ella le incomodaba un poco cómo la estaban tratando. No, ya se las arreglaría ella de alguna otra manera.

Negó con suavidad, abriendo la boca para asegurarle al Profesor Coatl que todo estaba bien, pero las palabras no salieron al notar que éste tomaba su cuaderno con curiosidad. No se quedaba dormida muy a menudo en clases, pero tenía la pésima manía nacida de la culpa que sentía al estar durmiendo en clases: Tomaba apuntes entre sueños.

Esto podría haber sido el mejor superpoder de un estudiante, si no fuera porque los apuntes no tenían sentido en absoluto, y eran una mezcla entre sueños y palabras que consideraba importantes. Faith apoyó los codos sobre la mesa al ver la expresión de sorpresa de su profesor, y dejó caer su cara entre sus manos, sintiendo cómo le volvía el color a las mejillas. Ahora sí se viene el reto, Faith, y bien merecido lo tienes. Que absoluta falta de respeto, debería darte vergüenza. Se escarmentó, retorciéndose levemente en su asiento por el cargo de conciencia que sentía.

La risa la tomó por sorpresa, en ese momento no estaba mirando al profesor, por lo que no pudo ver la sonrisa en sus labios. Levantó su cabeza, confundida, y escuchó esa amistosa proposición que realmente le ayudaría muchísimo con una media sonrisa.

No era que Faith esperase lo peor de cada persona, ni que no creyera en que los humanos eran fundamentalmente buenos, pero no estaba acostumbrada a recibir ayuda. Menos cuando no la pedía, y cuando era sólo algo que se le ofrecía a ella. Normalmente redirigía esas buenas intenciones hacia gente que lo necesitaba más que ella. En vez de dejar que alguien de la Iglesia la ayudase con sus tareas, ella se las arreglaba y dejaba que ayudaran a alguien más. En vez de dejar que sus amigos de la Iglesia la ayudaran en materias que le costaban más, terminaba ella ofreciendo tutorías de sus materias más fuertes.

Estaba en su naturaleza incomodar lo menos posible, y sacrificar todo lo que era capaz de entregar por ayudar al resto. No lo hacía a propósito, ni se daba cuenta que a la larga era una práctica bastante autodestructiva. Nadie le había explicado todavía que el camino al infierno está pavimentado de buenas intenciones.

“No me gustaría quitarle mucho tiempo Profesor, la culpa es mía por estar durmiendo. Lo siento mucho.” Tomó el cuaderno y lo abrazó contra su pecho, escondiendo sus confusas divagaciones con vergüenza. Anda, chica testaruda, sólo quiere ayudar. ¿Cómo te sentirías tú si alguien te dijera lo mismo?
Cuando su vocecita interior tenía razón, era difícil contradecirle. Vamos, que Faith no estaba loca, era que simplemente a veces actuaba más por instinto que otra cosa, y cuando lo pensaba mejor se daba cuenta de sus errores.

Faith evitó un bostezo involuntario y sonrió cálidamente al darse cuenta de la situación que estaba provocando. “Pero sí agradecería muchísimo ese cuaderno de apuntes. Los míos…” Hizo una pausa y bajó la cabeza para mirar el cuaderno que acunaba entre sus brazos, sonriendo dulcemente y denotando la enorme vergüenza que sentía. “No creo que sirvan mucho.” Ladeó la cabeza sin dejar de sonreír, agradeciendo la inesperada ayuda que le estaban ofreciendo.

Hizo bien en aceptar la ayuda que le ofrecían, pues aún estando cansada Faith pudo notar una pequeña nota de desaliento en su profesor cuando se había negado. Después de todo, la vocación que se necesitaba para ser profesor no era tan distinta a la que tenía la pequeña rubia de gastar la vida propia ayudando al resto.

Sonrió amablemente mientras el profesor Coatl se levantaba de la silla para buscar el cuaderno en cuestión, agradeciendo el gesto. Observó al albino mientras se movía, recordando una conversación que había tenido con una de sus compañeras de curso la semana anterior. Le había preguntado a Faith cuales eran sus planes cuando, en dos años más, terminaran el colegio.

“Serías muy buena profesora, Faith.” Le había dicho, ya que la pequeña rubia le estaba ayudando con una tarea de matemáticas que su amiga no lograba entender. La verdad era que la chica sabía que un futuro académico estaba fuera de sus posibilidades. Su madre trabajaba demasiado, y no tenían suficiente dinero como para que Faith atendiera a una universidad. Aún si sacaba excelentes notas y recibía una beca completa, la chica iba a tener que trabajar para aportar en su casa y evitar que sus hermanos dejaran de atender al colegio antes de graduarse.

Su padre había trabajado como mano de obra en distintas construcciones alrededor de Grendelshire, y su madre era mesera en dos cafés. Ninguno de los dos había terminado el colegio, y menos ido a alguna universidad, pero habían estado determinados a cortar aquel ciclo con sus hijos. Era por eso que su madre tenía dos empleos, evitando así que Faith tuviese que dejar el colegio para ponerse a trabajar.

Hojeó el cuaderno con cuidado de no estropear nada ni arrugar las páginas, notando todo el trabajo y dedicación que habían en cada una. Ella era una alumna aplicada, sí, pero sus notas no eran las mejores, y tampoco le importaba demasiado debido a que no tenía planes posteriores a su graduación. Su cuaderno era bastante más desastroso que el que ahora le ofrecían, y Faith lo observaba con asombro en sus ojos somnolientos.

No quería llevarse el cuaderno, era demasiado peligroso con sus hermanos propensos a pintarrajear en cualquier pedazo de papel que encontraran. Cualquier otro alumno hubiese tomado fotografías de las páginas que necesitaban, pero el antiguo celular de Faith tenía una cámara horrorosa. “Si no le molesta, podría fotocopiar sólo lo de esta clase, no me tomará mucho tiempo. No me atrevo a llevármelo, se ve demasiado… Importante” Había una fotocopiadora en la sala de computación, y de seguro si era con permiso del profesor Coatl la dejarían hacer una copia de aquel cuaderno.

Sonrió, un poco incómoda ante la insistencia de su profesor. No porque realmente le molestara que lo hiciera, si no más porque la chica no estaba acostumbrada a ser la causa de preocupación de alguien. Más bien, lo contrario, ella se preocupaba de no preocupar al resto, no estorbar, no molestar.

¿Tan mal me veo, que el profesor Coatl me insiste con tanta fuerza? Se preguntó, recordando el reflejo de sus enormes ojeras en el espejo esa mañana. No había tenido tiempo de peinarse el cabello, por lo que era una maraña de un rubio pálido que hacía juego con su complexión. Su extrema delgadez y cuerpo poco desarrollado tampoco ayudaban mucho, y en ese momento la verdad parecía una chiquilla enferma y desaliñada.

Pero sentía que tenía que decir algo, aún cuando Faith no tenía ninguna preocupación en ese momento, aunque fuera para tranquilizar a su profesor. ¿Cómo negarse a aquella mano extendida? Asintió ante la última pregunta, demostrando que entendía, y que era su turno de decir algo: “...” Pero no podía pensar en nada, ninguna excusa ni pequeño problema que le agobiara. ¡Anda Faith, tiene que haber algo!

“A veces…” Empezó, encontrando algo en los resquicios más alejados de su conciencia. Quiso detenerlo, sintiendo un sabor amargo en su boca, pero era demasiado tarde, como un vómito mental provocado por su propia necesidad de complacer al resto. “Me gustaría poder tener la libertad de hacer lo que yo quiera con mi futuro.” Las palabras salieron de su boca más rápido de lo que podía cubrirla con sus manos, pero lo hizo de todos modos, tomando aire con sorpresa ante sus palabras.

Abrió los ojos de par en par, observando a su profesor y nuevo cómplice de sus horripilantes sentimientos egoístas. Pero le había abierto la puerta a algo que hace mucho había estado tocando, y no dejaría que le encerraran de vuelta así de fácil.

Faith volvió a abrir la boca, aterrorizada de lo próximo que escaparía de sus labios. “Pero no tengo ninguna opción de hacer lo que yo quiera, no si quiero asegurarme de que mi madre no trabaje hasta morirse, o que mis hermanos tengan que salirse del colegio para poder ayudarla.” Negó con la cabeza ligeramente, deseando poder deshacer aquellas palabras que había reprimido por tanto tiempo sin siquiera saberlo.

“Digo…” Intentó encontrar alguna excusa, pero en su cansancio no había nada más que una verdad que había desenterrado por hurguetear demasiado en su inconsciente. Estaba demasiado agotada para poder detenerlo, y sus ansias de decir la verdad habían ganado al final.

“Digo…” Repitió con una expresión un tanto desesperada, buscando algo que excusara sus palabras, que le dieran sentido a aquella sensación horrenda de que había dicho algo que no podía devolver nunca. Pero después de un par de segundos simplemente dejó caer la cabeza, derrotada por la verdad. “No es culpa de nadie, sólo lo que me toca.” Terminó, intentando remendar la situación, pidiendo perdón por haber tenido la osadía de quejarse por algo como aquello.

Escuchó los pasos alejarse, y creyó haber desilusionado al profesor que con tanta amabilidad le había ofrecido ayuda. Ni siquiera ella podía creer lo que había dicho, abrazó su estómago con sus manos, sintiendo que el egoísmo que se había escapado de su boca le había revuelto el interior. No lo culpaba ni podía reprocharselo, por lo que simplemente se hundió en su asiento, deseando que se la tragara la tierra.

Levantó la cabeza levemente ante las primeras palabras del profesor. Seguramente lo decía sólo para hacerle sentir mejor, le constaba que era un buen hombre que había dedicado su vida a enseñarle al resto. Escuchó el resto con atención, intentando conciliar en su cabeza sus creencias con lo que había sucedido. El profesor Coatl tenía razón, los humanos pueden intentar ser la mejor versión de ellos mismos, pero eso no significa que no pequen de vez en cuando.

Notó que el profesor la llamaba a su lado y se incorporó de su asiento con dificultad, el cansancio había desaparecido para dejarle cabida a la profunda vergüenza que nublaba su visión ligeramente. Quizás eso seguía siendo el cansancio. Llegó al lado del profesor Coatl y asintió ante la pregunta, observando a sus compañeros dirigiéndose a la salida del colegio.

Tenía razón, muchos ya habían decidido lo que querían hacer al salir del colegio, y faltaban años para eso. Ella no se había permitido soñar muy alto, considerando su situación, y hasta aquel instante no se había dado ni cuenta de lo mucho que le pesaba aquel hecho. Asintió otra vez ante la segunda pregunta. A simple vista la mayoría asumía que era bastante menor, probablemente por su estatura y voluptuosidad completamente nula, pero en el colegio era simple discernir su edad por el curso en que iba.

Nunca es tarde para hacer lo que te gusta. Faith ladeó la cabeza, considerando aquellas palabras. La chica nunca había sentido que no le permitían hacer lo que le gustaba. Honestamente, hasta ese día no había considerado que ir a la universidad era importante para ella, por lo menos no conscientemente. Estaba tranquila sabiendo que podría ayudar a su madre y aligerar su carga, le hacía feliz saber que podría descansar y estar más presente para sus hermanos.

Faith levantó la cabeza hacia su profesor, sintiéndose un poco mejor. “La verdad es que lo que más quiero en la vida es ayudar al resto. Sé que empezar por ayudar a mi mamá me va a hacer feliz.” Sonrió levemente, dejando que las palabras tranquilizaran aquella parte de su mente que quería libertad para hacer lo que se le diera la gana. Quizás era su parte adolescente, aquella que parecía no existir fuera de ese pequeño arrebato.

“No creo que mi situación cambie, mi mamá nunca va a poder sostenerme a mí y mis hermanos sin tener dos trabajos, y mientras más lo haga menos mamá tenemos.” Explicó sin tapujos ni pena, era algo que no le complicaba la existencia. Su vida era lo que Dios le había dado, y estaba agradecida de absolutamente todo, incluyendo las dificultades que se le presentaban.

“Pero mi vida está para regalarla, y me hace feliz saber que puedo asegurarme de que mi mamá pueda vivir su vida más tranquila y más cercana a mis hermanos.” Inconscientemente, llevó una de sus manos a la cruz de plata que colgaba de su cuello. “Lo que más quiero, es dejar cada vida que toco un poquitín más brillante.”

Ladeó la cabeza con una sonrisa mientras observaba a sus compañeros encaminándose hacia donde quiera que fueran después de sus clases. “No necesito que una universidad me enseñe como hacer eso.” Se giró para observar a su profesor con una prístina sonrisa acompañada de un par de ojos brillantes, más despiertos de lo que habían estado en todo el día. “Si tengo maestros como usted, que me enseñen en el camino a donde sea que vayamos.” Agregó, emocionada.

Quizás el cansancio todavía estaba arruinando su filtro, pero no pudo evitar abrazar al profesor con dulzura. No pasó ni un segundo antes de que se diera cuenta que quizás el abrazo no era muy apropiado, y pegó un saltito hacia atrás junto con una risita nerviosa. “L-Lo siento mucho… Creo que la falta de sueño no me hace bien.” Se cubrió la cara por un momento, sintiendo que la vergüenza volvía a enrojecer sus mejillas. Ay, justo cuando creí que no podía meter más la pata. Soltó otra risita, algo menos nerviosa, y volvió a llevar una mano a la cruz antes de suspirar. “Gracias, profesor Coatl. Creo que aunque no es lo que realmente siento, necesitaba sacar esa idea de mi cabeza.”

Faith notó la enorme sonrisa del profesor Coatl y ladeó la cabeza, aliviada. Lo último que quería era incomodarle o hacerle sentir mal con sus acciones, pero al fin de cuentas al parecer ambos estaban contentos y cómodos con aquella interacción. Era lo mejor que podía esperar, en especial cuando lo que debería haber sucedido era que el amable profesor le llamara la atención.

¿Cómo no iba a creer en la bondad infinita de los humanos cuando cosas como esta le sucedían día a día? Asintió ante las palabras que ella había dicho muchísimas veces. Siempre estoy aquí por si necesitas ayuda, no dudes en llamarme, no importa si es en mitad de la noche, etc. Palabras dichas en completa sinceridad, sin malicia ni otra motivo que mostrar buena voluntad. Estar del otro lado de aquellas palabras no era algo nuevo para ella, pero de cualquier manera se sentía tan bien como la primera vez que las había oído, como si alguien estuviera mimando su espíritu.

“Gracias, profesor Coatl.” Murmuró después de un gran bostezo, y justo antes de que su profesor le diera un par de palmaditas afectivas en la cabeza. Al ver que se incorporaba, se dirigió de vuelta hacia su mesita, todavía con sus cosas desordenadas encima, y se dispuso a ponerlas dentro de su mochila. Se rindió de meter todo de vuelta al estuche, de alguna manera parecía haberse encogido y no tenía suficiente energía como para forcejear más. Simplemente depositó todos sus lápices, lapiceras y destacadores dentro de la roñosa mochila llena de parches y lugares donde Faith había tenido que remendarla.

Faith cerró su cuaderno inútil y lo introdujo también en la mochila antes de cerrarla y echársela al hombro con un movimiento débil y agotado para luego girarse hacia su profesor. “De seguro me servirán mucho. Cuidaré muy bien de su cuaderno, la próxima clase lo traigo de vuelta intacto.” Murmuró, sintiendo que la vergüenza y emoción que le habían provocado la conversación se retiraban para volver a recordarle que estaba extremadamente cansada.

Sonrió un poco más débilmente de lo normal ante lo último, era algo que fácilmente le podría decir ella a sus hermanos, o quizás su madre a ella. “Prometo que llegaré a casa a tomar una siesta y comer todos mis vegetales.” Bromeó con una pequeña chispa de humor en sus ojos, soltando una pequeña risita ante su propio chiste. “Me cuidaré.” Escondió otro bostezo detrás de una mano y sacudió su cabeza para despertarse un poco, girándose para comenzar su caminata a casa.

Antes de dar más de dos pasos, se detuvo y volvió a darse vuelta con un poco más de vitalidad en su sonrisa. “Muchas gracias profesor Coatl, de verdad.” Repitió, esta vez con mayor intención. “¡Hasta mañana!” Alzó una mano para despedirse, dirigiéndose ahora sí hacia la salida de la sala, en camino a buscar a sus hermanos para luego volver a casa y tomar una larguísima siesta. Justo como había prometido.