Le dolía el estómago, quizás debería haber comido algo pero la verdad era que no había logrado crear apetito esa mañana. Aunque había hecho su rezo matutino, ese día no sentía nada, como si su corazón estuviese apagado. Probablemente tenía que ver con el hecho de que hace unos días había fallado en salvarle la vida a alguien y ahora no la encontraba por ningún lado. Los rumores de que existía un límite de veces en las que se podía morir habían plantado un poco de duda en su corazón y, después de un par de semanas, sentía la semilla germinar en lo más profundo de su ser. Faith no era ajena a las crisis de fé, las entendía y había sufrido un par en su vida. Pero esto era distinto.

Este mundo sólo tenía sentido si era el purgatorio o un paso intermedio antes de ir al cielo, una prueba, una última prueba de fé. Pero… ¿Y si no lo era? Su alma gritaba ante la posibilidad, estremeciendo los cimientos de su cordura de manera peligrosa. “Cada uno puede creer lo que quiera mientras los mantenga cuerdos.” Eso había dicho, y era lo que realmente sentía, pero ¿Y qué si ya no era capaz de creer en aquello?

Había despertado con lágrimas en sus ojos y el corazón pesado esa mañana, por lo que se había escabullido de la cafetería antes de que el resto notara que no estaba bien. Sabía que varios contaban con su alegría y optimismo inquebrantable y no deseaba ser responsable de hacerles perder la cabeza. No, tenía que solucionar esto sola y ojalá en silencio, o por lo menos en un lugar donde nadie pudiera verla.

La pequeña rubia se dejó caer descuidadamente al pie de un árbol con un suspiro pesado, rebotando un par de veces sobre el pasto. “Señor, si Tú estás en todas partes, ¿cómo es que yo me las arreglo para estar en otro sitio?” Murmuró, sintiendo un nudo en la garganta. Era su oración del día, su cerebro tenía cientos de rezos y citas bíblicas, pero en ese momento estaba siendo cruel y era lo único que le entregaba. Como todos los días, al rezar sintió su cuerpo crecer para tomar su forma angelical.

Aquella que había elegido sin dudar un segundo. Había sentido cómo ardía viva segundos después de escuchar la bomba. El dolor sólo se acabó al escuchar esa melodiosa voz que al principio había confundido con la de Dios. ¿Era tan iluso y pretencioso creer que su lugar después de morir era en el cielo? Antes de morir no le había dado vueltas a ese asunto, creía que tenía una larga vida por delante y que si la vivía el resto de la misma manera en que había pasado sus primeros diecisiete años estaría a salvo, pero qué sabía ella lo que Él tenía preparado.

Se sentía aún más pequeña y vacía en ese cuerpo tan grande y ajeno. Nunca le había acomodado mucho, era demasiado notorio, extremadamente hermoso, sentía que pecaba de vanidad con sólo usarlo. Pero ese día sentía como si tuviera menos energía, casi como si estuviera todavía despertando de un largo sueño.

“¡Oh no!” Exclamó bastante más fuerte de lo que esperaba al ver la punta de una de sus alas. En vez de completamente blancas, como siempre habían sido, eran grisáceas y emitían un aura un tanto oscura. El espanto de verse en ese estado la devolvió de golpe a su forma humana. ¿Qué le estaba pasando? Faith sintió otra vez cómo se le partía el corazón, como si lo único que lo había mantenido en una pieza hasta ese entonces hubiera sido arrancado sin anestesia, dejándole tan vacía como se sentía en ese momento.

Enjugó lágrimas de sus ojos con la manga de su camiseta sin poder evitar enormes sollozos. Estaba sola, podía dejarlo salir sin miedo, pero sentía que si lo hacía no existía nada que pudiera detenerla. Aún así, no tenía fuerzas para pelear contra ello, no en ese momento.

“¿Por qué me merezco esto?” Balbuceó patéticamente entre sollozos y lágrimas. “¿No hice el bien en todas partes?” Sus pálidas manos temblaban mientras apretaba la cruz que colgaba de su cuello con fuerza. “¿No fui una buena samaritana todos los días de mi vida? ¿No confesé todas mis faltas y te pedí las fuerzas para ser una mejor persona?” El tono pasaba de ser una súplica temblorosa a algo con más furia y desesperación mientras Faith dejaba salir todo lo que había callado por meses.

“Te defendí siempre sin nunca dudar, sin pedir nada a cambio, sólo creer que estabas ahí era suficiente.” Sus enormes ojos celestes se veían borrosos detrás de las enormes lágrimas que brotaban sin fin desde lo más profundo de su alma, como si alguien hubiera abierto una llave de agua. “¿Es tan tonto pensar que, después de todo eso, si decides que es mi hora, me quisieras a Tu lado?” Rompió en un llanto que ya no le permitió formar frases coherentes, no le importaba si la escuchaban o no, el único que necesitaba que escuchara parecía hacer oídos necios ante su sufrimiento.

Llevaba meses probando todos los días que su fe era inquebrantable, que no necesitaba razones para hacer el bien, que no importaba la prueba, era capaz de sobrellevarla con una sonrisa, pero el lugar de su alma donde guardaba la incertidumbre y el dolor que sufría ya no daba abasto. Sentada en el suelo, Faith abrazó sus piernas y escondió la cara entre sus rodillas sin dar tregua al llanto que resonaba por todo el parque.

Faith no había derramado una sola lágrima desde que había muerto. Quizás una que otra de risa junto con Perséphone y Oktavia, más que nada gracias a que su llegada al grupo había alivianado un poco los ánimos, pero no se había dado permiso para llorar. En su mente, el llanto demostraba que no confiaba en el famoso “Plan Divino”, que no era suficientemente fuerte y devota como para sobrellevar esa prueba tan dura y dolorosa.

Bajo esa lógica, claramente no lo era debido a que tenía la cara y rodillas completamente empapadas de lágrimas. ¿Y qué? Lo había sido toda su vida y lo único que había recibido a cambio era este purgatorio o limbo infernal del que no se podía salir ni con la muerte. Aún así llevaba meses sacrificando sus aparentes infinitas vidas por el bien del resto, rompiendo las reglas porque creía que estaban ahí simplemente para separar a los valientes del resto, sólo una prueba más.

En su mente había hecho todo exactamente como debía, ningún paso en falso, ningún rezo sin devoción, ningún inocente olvidado en el camino. Se había cerciorado de aquello, buscando a Perséphone para poder tener un pedazo de la manta que la dejaba romper las reglas sólo para no asustar al resto cuando lo hacía. Todo por el resto, como le habían enseñado y como le gustaba. Aún así, sin esperar nada a cambio, sentía que por lo menos merecía una explicación.

¿Donde pequé sin arrepentimiento para llegar aquí? El pensamiento retumbaba dentro de su cabeza mientras dejaba salir todo lo que había embotellado sin control alguno. Era demasiado. La mayoría del resto creía que seguían vivos, que había una salida. Pero para creer eso, Faith tendría que conceder el hecho de que hay algo igual o más poderoso que Dios, o peor, que Dios era el que los había puesto ahí.

Ninguna de esas opciones era aceptable en su cabeza. Dios no castigaba sin razón, simplemente los estaba poniendo a prueba, era lo único que hacía sentido. ¿Era malo que estuviera de luto por su propia muerte? La pequeña temblaba entre sollozos, incapaz de detenerse o salir del espiral de pensamientos negativos que la consumía en ese momento.

Escuchó pasos cuando ya estaban casi encima de ella. Si era alguien que venía a pelear con ella no tenía chance de hacer nada. Abrazó sus piernas con más fuerza, preparándose para el dolor que siempre precedía su muerte en ese limbo. “...” Esperó un par de segundos más por si la persona desconocida necesitaba prepararse antes de atacar o algo por el estilo. ¿Nada? En vez de eso, un saludo cauteloso.

Las palabras del chico la confundieron de sobremanera. Había conocido sólo a un par de personas que funcionaban como ella, que no querían pelear, cualquiera del resto no hubiera perdido tiempo en apuñalarle por la espalda, o por el estómago. Ese último pensamiento le erizó el cabello, era su muerte más reciente y a veces despertaba en mitad de la noche tomándose el estómago recordando el dolor cuando le habían atravesado con una cola de dragón. La gente realmente había perdido la cabeza y todos los escasos modales que tenían.

Pero sí existían algunos como ella, aunque creía que todos ya se habían hecho camino hacia la cafetería que funcionaba como cuarteles generales del grupito, y no reconocía esa voz. La sorpresa fue suficiente como para sacarla de su crisis existencial momentáneamente, pero no para detener los sollozos o el pesado río de lágrimas que corría por su cara.

Levantó su cabeza con dificultad, era una pintura bastante patética. Aunque seguía viéndose completamente adorable, aún cuando lloraba, parecía una niña pequeña. Todo en ella denotaba eso excepto que sus ojos, normalmente demostrando alegría y compasión, parecían completamente vacíos, como si su cuerpo ya no alojara un alma. En ese momento podría haber sido confundida fácilmente con una Doll.

Faith ladeó la cabeza y tomó el pañuelo entre sollozos y gemidos, tratando de parpadear lo suficiente como para liberar sus ojos de lágrimas lo suficiente como para poder ver al extraño con claridad. No le reconocía en absoluto, pero no le sorprendía. Parecía ser bastante mayor, por lo que quizás era uno de los desafortunados extraños que había asistido al evento por curiosidad. ¿Qué tipo de broma de mal gusto era esto para ellos?

En vez de usar el pañuelo, lo arrugó entre sus manos, que se encontraban cruzadas frente a sus piernas dobladas, todavía formando una pequeña y lastimosa bolita. Normalmente Faith hubiera cambiado el tema debido a que no podía mentir y decir que sí estaba bien, pero tampoco le gustaba que el resto supiera que no lo estaba. En ese estado, sus pensamientos estaban demasiado envueltos en duda y dolor como para hacer algo parecido. “¿Estamos en el infierno?” Murmuró sin emoción ni inflexión en su voz, posando su mirada vacía en la del desconocido. Era su miedo más profundo, aquel que no se había permitido formar en palabras hasta ese momento, y el abismo infinito de la respuesta afirmativa amenazaba con consumirle.

Odiaba estar así, nunca había necesitado estar segura de algo para poder creer en ello, pero en ese momento lo único que quería era una pequeña señal de que no era momento de rendirse. Sintió que la tomaban del mentón y se congeló por un segundo, creyendo que era el final después de todo, pero le extrañó notar que al parecer era sólo un acercamiento pacífico.

Al parecer el extraño no compartía sus miedos, se veía bastante tranquilo y hasta… ¿Feliz? Sí, parecía sonreír de verdad, como ella solía hacer habitualmente. Aunque en ese momento no pudo hacer más que seguir llorando, reconocía en el chico un sentimiento que había sido suyo. Sus palabras hacían ese mismo eco. Esperanza. ¿Sólo había que encontrarle una salida? No tenía sentido. Si este era el infierno, no había salida, ya era muy tarde para encontrar soluciones.

Pero ella había creído que todavía habían opciones, era lo que le mantenía cuerda después de todo. “¿De verdad crees que es tan fácil como salir de aquí y volver a nuestras vidas?” Murmuró entre sollozos un poco más callados. No había reproche en su voz, era una pregunta quizás demasiado honesta y llena de esperanza rota.

Dejó que el pelinegro tomara su pañuelo de vuelta, había olvidado que estaba entre sus manos y creyó que simplemente lo volvería a guardar. No pudo evitar una expresión de sorpresa al ver que limpiaba sus lágrimas sin perder esa sonrisa que ella había ofrecido tantas veces y ahora necesitaba con tanta urgencia.

Sintió cómo le subía el color a las mejillas ante el cumplido y la idea de que probablemente se veía como un monstruo de lágrimas. Aún avergonzada, no podía dejar de llorar, aunque sí logró calmar sus sollozos y convertirlos en suspiros cortos y rápidos. “Perdón…” Murmuró desviando la mirada y poniéndose más colorada. Después de un momento, inhaló de manera más lenta y profunda, exhalando después de un par de segundos al darse cuenta de que si seguía respirando así de rápido terminaría por hiperventilarse.

Faith observó al chico con mayor atención, sintiendo que la cálida mano que tomaba su rostro la traía de vuelta a la luz. El pozo sin fondo que se había posado en su corazón parecía estar desapareciendo, mientras menos atención le ponía. Quizás sí alguien había escuchado sus plegarias después de todo.

La pequeña rubia tomó la mano del desconocido sin miedo, incorporándose con un poco de dificultad. El mundo le dio vueltas por un momento y no pudo evitar apoyarse con la otra mano en el hombro del chico que se presentaba como “Ewan”. No le sonaba el nombre, y se veía muchísimo mayor que cualquiera de sus compañeros, por lo que quizás no se equivocaba en pensar que era sólo un desafortunado que había estado en el lugar equivocado a la hora equivocada.

“¿Mi nombre?” Sacudió la cabeza un poco, intentando estabilizar su equilibrio. Desvió la mirada, ahora avergonzada por tener que decir su nombre después de semejante episodio de duda. “F-Faith Asher.” Su nombre significaba fe, después de todo, y no era coincidencia. Quizás sí había olvidado eso, por lo menos ese día, pero nunca sus modales. Debido a que una de sus manos ya estaba estrechando la contraria, sonrió débilmente y la sacudió un poco. “A tu servicio.” No había mucha convicción en su voz, no sabía muy bien si en ese estado podía estar al servicio de alguien, pero era lo que había aprendido a decir y demostraba buena voluntad, era un hábito que no quería romper, aún si resultaba que efectivamente estaban en el infierno.

Miró con curiosidad mientras le sacudían la tierra de su ropa, era algo que quizás ella hubiera hecho por alguien más. Ladeó la cabeza, perpleja mientras observaba a Ewan con el ceño fruncido. ¿De dónde había salido y dónde había estado escondido? De verdad creía que toda la gente como él ya estaba o muerta o con los Rebeldes, pero aquí estaba él, vivito y coleando.

Alguien más escéptico pensaría algo parecido a -Debe estar mintiendo, me va a llevar lejos de aquí y luego me comerá-, o algo por el estilo, pero aunque Faith en ese momento dudaba de sus propias creencias, no estaba lista para empezar a dudar de la bondad desinteresada del resto. En especial cuando era lo que había logrado detener los pesados sollozos que habían amenazado con consumirle.

No, no tenía razones para negarse. Notó que todavía tenía una mano sobre el hombro de Ewan  y la retiró torpe y rápidamente, llevándola a tomar la cruz que colgaba de su cuello con una simple cadenita de plata. “Me pillaste…” Murmuró, parpadeando rápido varias veces para intentar disipar dos lágrimas intrépidas que amenazaban con rebalsar de sus ojos. Aunque no tenía hambre y no creía poder comer nada, tampoco quería volver a estar sola. “No tengo hambre, pero sí aceptaría un poco de agua, Ewan.” Aunque era un recurso preciado, le daba menos culpa tomar de su agua que quitarle comida, tenían suficiente en la cafetería como para abusar de los pobres que habían decidido por algún motivo quedarse solos. No hubo caso, las gruesas lágrimas se escaparon de sus ojos y corrieron otra vez por sus mejillas lentamente.

Sintió cómo su espalda se endurecía de nervios el momento en que Ewan apoyaba su brazo sobre ella, pero intentó no demostrar nada más que una sonrisa un tanto incómoda que realmente no llegaba a sus ojos. “G-Gracias…” Murmuró con voz temblorosa y la garganta reseca, arrastrando la manga de su polera a rayas por sus mejillas para limpiar los caminos de lágrimas nuevas mientras seguían cayendo. Aunque definitivamente se sentía mejor, había algo que todavía parecía roto en su interior, algo que no le daba tregua a aquellas lágrimas.

Faith se dejó conducir por el parque como si de una oveja se tratara, sin chistar ni desviar del camino por el que la dirigían. Estaba entregada a lo que sucediera, no tenía fuerzas para hacer algo distinto y temía tomar su forma angelical otra vez, decidiendo no comprobar si los jirones de energía oscura que había visto en sus alas eran reales o no. No le importaba si el chico era pastor o lobo, lo descubriría pronto de cualquier manera.

Sin prestarle atención al camino, quizás un error de parte suya, después de varios minutos se encontró frente a una caseta que no recordaba de sus años como estudiante en aquel colegio. ¿Era nueva? ¿La habían alejado tanto del colegio sin que se diera cuenta? No tenía idea de dónde estaba, miró a su alrededor más con curiosidad que miedo o intención de discernir su ubicación. Dejó que más lágrimas cayeran de sus ojos sin darles importancia, ladeando su cabeza ante la petición del extraño chico. No, por favor no te vayas… Pero no pudo enunciar las palabras en voz alta, intentó detenerlo débilmente con su mano, pero se había alejado antes de que Faith pudiese alcanzarle.

Sola. Estaba sola otra vez. No le pasaba muy a menudo, aún cuando físicamente sí lo estaba, siempre se sentía acompañada de la certeza de que Dios tenía un ojo en todas partes. Pero no hoy. Sintiéndose débil y mareada otra vez, se dejó caer al piso abruptamente, quedando sentada y un poco adolorida. Faith se llevó una mano al pecho, apretando su suéter con fuerza mientras intentaba guardar los sentimientos de vuelta de donde habían salido sin muy buenos resultados. Sintió más lágrimas implacables caer de sus ojos otra vez, pero no tuvo tiempo de largarse a sollozar antes de que Ewan estuviera de vuelta.

Alzó la cabeza, parte de ella esperando que estuviera armado y listo para hacerla pedazos, por lo que no pudo evitar una expresión de extrañeza cuando le puso una botella de agua en las manos. ¿Qué más tenía consigo? Creía estar equivocada, porque se veían como sándwiches, de aquellos que ya no existían en ese purgatorio. “¿Q-Qué…” Sacudió la cabeza, esparciendo lágrimas a su alrededor mientras intentaba corregir lo que estaba viendo. Nop, seguían ahí. “¿Cómo- ¿De donde- ” Parpadeó varias veces, incapaz de esconder su confusión o terminar una frase. Dejó la botella a su lado y examinó los sándwiches con su mirada, todavía no estaba segura de que eran reales. ¿Era eso jamón? “¿De dónde sacaste algo como eso?” Preguntó finalmente, incrédula.

Recibió el sándwich, más porque estaba bastante descolocada de ver uno que por que quería tener o comerlo. ¿Hace cuánto era que no había comido uno? Meses, demasiados meses comiendo comida enlatada y carne de animalitos pequeños que otros tenían que cazar y compartir con ella.

No sabía bien qué decir, no sabía si de verdad quería recibir algo tan, tan preciado como aquello, en especial en ese momento en que creía que vomitaría cualquier cosa que lograra tragar. “N-No sé…” Tartamudeó mientras sacudía la cabeza, todavía esperando que el bocadillo desapareciera de sus manos como por arte de magia.

Sintió a Ewan sentarse a su lado y se movió un poco para que se pudiera acomodar sin problemas, una reacción completamente involuntaria nacida de años de preocuparse más por el resto que por ella misma. ¿A donde le habían llevado a parar? Tuvo ganas de esconder su cara entre sus piernas ante el escrutinio del chico, no podía evitar sentir un poco de vergüenza por ser tan débil.

¿Ocurrió algo? Quizás lo que le pasaba era que lo que había ocurrido no era lo que ella creía que merecía. ¿Cómo explicarle a alguien que probablemente no compartía sus creencias lo que le sucedía? Intentar explicarlo era especialmente difícil porque significaba concentrarse específicamente en lo que sentía, y aquello simplemente la sumergía más profundo en una sensación de completo desamparo.

Dejó que Ewan le limpiara la cara, sintiéndose más como una niña pequeña por segundo. No entendía por qué viéndola así de indefensa no aprovechaba de matarla y robarle todo lo que pudiera. Intentó evitar que más lágrimas ensuciaran su cara sin buenos resultados, y arrastró la manga ya empapada de su polera para enjugarlas.

Ladeó la cabeza e hizo un patético intento de sonreír para asegurarle de que no había nada de qué preocuparse, pero la verdad era que ni siquiera ella estaba segura de eso. ¿Cómo poner lo que sentía en palabras? Sola, abandonada, completamente desilusionada y como si toda su vida hubiera sido insignificante.

Tuvo un momento de iluminación, había alguien que había sentido algo parecido hace milenios. Rebuscó en su morral y extrajo de él su vieja y roñosa biblia de bolsillo, llena de anotaciones y banderitas en sus pasajes preferidos. No se demoró más de unos segundos en llegar a la página que cargaba todas sus emociones. Probablemente era estúpido, sabía que mucha gente aborrecía la Biblia y todo lo que conllevaba, pero era lo único que se le ocurría.

Apoyó la Biblia en el regazo de Ewan y apuntó al versículo con un dedo tembloroso, dando vuelta su cara para no tener que leer las palabras que sabía de memoria. Mateo 27:46 Cerca de la hora novena, Jesús clamó a gran voz, diciendo: Elí, Elí, ¿lama sabactani? Esto es: Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has desamparado? Entre todas las notas que había tomado en el resto de los versículos, lo único que había al lado de aquel era un simple “?”. Hasta ese preciso momento, Faith nunca había logrado entender por qué, después de todo, justo al final, Jesús había dudado.

No hacía falta saber mucho de religión para poder entender lo que Faith sentía era una mezcla entre el más pesado desamparo, traición, desilusión, y quizás por sobre todo, miedo. Miedo paralizante ante el abismo que significaba que quizás, sólo quizás, todo lo que tomó por verdad era exactamente lo contrario. Que toda su vida había sido en vano.

Las palabras murmuradas hace milenios hicieron eco en el corazón de la rubia, que dejó su biblia con Ewan para abrazar sus piernas con fuerza, intentando tragar los sollozos que amenazaban con volver a consumirla. Lo logró por unos segundos, apretando sus piernas flacuchas a su pecho y su cara apoyada sobre sus rodillas, pero fueron sólo segundos antes de que los violentos sollozos sacudieran sus hombros con fuerza.

Faith suspiró pesadamente entre sollozos al escuchar que Ewan leía en voz alta el pasaje equivocado. Tenía sentido, era uno de los que había destacado más con colores, banderitas y pequeñas anotaciones. Uno de sus pasajes preferidos, y definitivamente el que resonaba más con su corazón, en especial desde que había llegado a parar a aquel purgatorio.

Acarició uno de los denarios de madera que llevaba de pulsera, considerando las preguntas de Ewan, dejándolas hundirse en su mente mientras expulsaba sus inseguridades lágrima por lágrima. “Nunca había tenido razones para dudar…” Murmuró con la garganta seca de tanto sollozo. Tomó la botella de agua y bebió un par de sorbos con la mirada perdida, sintiendo como la respuesta que quería dar daba vueltas en su cabeza.

“Sé que soy de las únicas, pero realmente creo que estamos muertos. La verdad no me importa lo que haya sido ni quien…” Comenzó, recordando los rumores que le habían llegado acerca de los místicos “traidores”. “Si estamos muertos, entonces este es el Cielo, el Infierno, o algún tipo de Purgatorio. Por lo menos, así me crié, eso he creído toda mi vida.” Esbozó una sonrisa vacía ante la posibilidad de que aquel lugar fuera el Cielo, y levantó tres dedos.

“Lo primero está descartado.” Apuntó a su dedo anular con la mano contraria y lo bajó, moviendo los otros dos y frunciendo el ceño. “Quedan dos opciones: Estamos en el Infierno, que significa que ya nada importa y sólo nos queda sufrir para siempre.” Su voz se rompió un poco al final de esa frase, dejando escapar dos lágrimas más mientras apuntaba a su dedo medio. “O, por alguna razón no cabemos todavía en ninguno, y este mundo imposible es una prueba de nuestra Fé. Esto significa que nuestro comportamiento aquí influye directamente en donde vamos a parar, por el resto de… Para siempre.” Terminó con un tono sombrío, suspirando nuevamente antes de beber otro sorbo de agua.

Había levantado la cara de entre sus piernas para responder las preguntas, mirando a Ewan a los ojos, pero con la mirada completamente perdida mientras respondía. Ahora enfocaba sus ojos en la pequeña crucecita de madera que colgaba del denario de su muñeca, balanceándose de lado a lado mientras escuchaba las últimas preguntas de su acompañante.

“Siempre he creído en Dios. Sin ninguna duda, sin necesidad de pruebas, y con todo mi corazón.” Explicó llevando una mano a su pecho, haciendo un puño con parte de su polera al sentir cómo se retorcía aquel corazón ahora con aquella última pregunta que retumbaba también en sus pensamientos. ¿Qué había hecho para merecer aquello la inocente rubia?

“Creí que vivir mi vida así sería suficiente. Sacrificando todo por el resto, dejando de lado mis necesidades por las de mi familia y amigos.” No era algo que hacía conscientemente, simplemente creía con pasión en que su vida estaba para sacrificarla para el resto, regalando absolutamente todo con cada sonrisa.

“Claramente me equivoqué…” Restregó sus ojos como una niña pequeña, haciendo pucheros mientras sollozaba. “Pero realmente creí que entregando todo, todo, todo, Él estaría feliz conmigo. Aún aquí en esta basura de lugar llena de gente que olvidó lo más básico de ser humanos. Aún así creí, lo defendí, y morí tantas, tantas veces sólo por mantenerme firme en mis creencias.” Ya no le estaba hablando específicamente a Ewan. Había callado sus sentimientos por meses, apagando cualquier luz de duda apenas quebraban la superficie, y ahora no podía mantenerla a raya por más tiempo.

“¿Para qué?” Sus lágrimas ya no eran de tristeza, si no rabia. Se sentía estúpida de haber creído que aquel Dios al que le rezaba le importaban un carajo los humanos. “¿Para ser un juguete? ¿Es todo esto para ver cuánto se puede estirar un elástico hasta que finalmente se rompa?”

Cegada de ira y decepción, Faith olvidó la existencia de cualquier otra cosa en ese momento. Sólo estaba ella y el ser que la había herido y abandonado a su suerte. Se incorporó de un salto impulsado casi exclusivamente por su rabia. Juntó sus manos como lo había hecho millones de veces durante toda su vida, pero esta vez no bajó la cabeza, si no que levantó la mirada desafiante al cielo. “Pero él no sabía que el Señor lo había abandonado.”

El haz de luz blanca que normalmente la envolvía cuando tomaba su forma angelical esta vez era más como una nube gris y pesada. Aunque el cuerpo curvilíneo era el mismo, las plumas de sus alas se habían tornado grises y negras, manteniendo sólo una pequeña parte todavía completamente blanca. “¿Era esto lo que querías?” Acarició una de sus enormes alas con suavidad, aterrorizada. Nunca las había visto así, y de pronto se sentía extremadamente cansada. “¿Darme la opción de ser uno de tus ángeles sólo para verme caer?”

Tan, tan cansada, como si no hubiera dormido en meses. ¿Qué le estaba pasando? Se quedó de pie, balanceándose precariamente de un lado a otro mientras intentaba que sus rodillas no cedieran bajo el peso de aquel agotamiento. Completamente desplazada de la realidad en que se encontraba, la rubia estaba esperando que esa vez Dios se dignara a pronunciarse, a explicarle, a decirle que estaba equivocada… Aunque sabía que aquel Dios cobarde había tomado un voto de silencio, se quedó ahí, tiritando y con la cara completamente drenada de cualquier color, dándole una última oportunidad de excusarse.

Faith siempre había sido una chica llena de energía y emociones positivas. Cuando la vida no le sonreía de vuelta, simplemente se apoyaba en su familia y en la certeza de que Dios tenía un plan, que ningún dolor era en vano. Las emociones negativas normalmente no le asustaban demasiado, sabía que eran necesarias, siempre y cuando las pudiera sobrellevar.
Desde que la bomba había explotado, no había tenido en quien apoyarse para procesar aquellas emociones de manera saludable. Las había apartado en lo más fondo de su ser, confiando en que pronto Dios se daría cuenta de que ella sí era digna de ir al Cielo, que pronto podría ver a su padre, que la estaba esperando.

Pero mientras más tiempo había pasado, menos segura se sentía de que había alguna salida de aquel horroroso lugar, y todo lentamente sólo se volvía peor. El miedo de volver a morir que le despertaba en las noches, la rabia que se escondía detrás de algunas de sus plegarias, la inseguridad de que en algún momento la tortura acabaría, exigían ser sentidos por la chica. Tocaban a la puerta, y esta era la primera vez que Faith respondía. Claramente no estaba preparada para lidiar con todos al mismo tiempo.

El arrebato de ira había expulsado bastante de la rabia que había guardado, pero a un gran costo físico que Faith no lograba entender del todo. Al transformarse en ángel, sintió como si todo estuviese ocurriendo en cámara lenta. ¿Por qué se sentía como si hubiese corrido dos maratones? Esperó una respuesta, y creyó estar recibiendo una cuando sintió que alguien le abrazaba con cautela. Lentamente, como si estuviese despertando de un sueño, recordó dónde y con quien estaba. El esfuerzo de hacer aquello fue demasiado, y sus rodillas cedieron bajo el peso de su cuerpo..

Se aferró a Ewan para evitar caer al suelo, y de alguna manera logró incorporarse como Bambi tratando de caminar sobre hielo. Sintió que sus ojos volvían a llenarse de lágrimas, y simplemente se hundió en el abrazo mientras escuchaba lo que Ewan tenía que decir, sollozando en silencio.

No podía discutir con lo que decía. Los ángeles estaban ahí para defender la pureza de la humanidad, y eran enviados por Dios. Su voluntad era llevada a cabo a través de entes como ella. Nunca recibiría una respuesta de Dios, y eso tenía que ser suficiente, porque lo único que necesitaba era creer en su capacidad de actuar como una verdadera guerrera de la Fe.

Aunque ahora, por primera vez en su vida podía entender el sentimiento de desamparo tan icónico del Salvador en la cruz, eso no significaba que era lo único que sentiría para siempre. Sintió que la llave de lágrimas que había abierto se cerraba de a poco mientras sus emociones se apaciguaban, sonriendo levemente mientras volvía a su forma humana. “Tienes razón…” Murmuró en un susurro, sintiendo que los sollozos habían secado su garganta. Aunque estaba de vuelta en su forma humana, seguía sintiéndose exhausta, por lo que se dejó caer al suelo torpemente, rebotando un par de veces sobre la tierra y hojas. Se limpió las últimas lágrimas, sintiendo que sus brazos estaban hechos de plomo, y luego tomó de la botella de agua que le habían ofrecido.

“Lo siento mucho-” Cubrió su boca con ambas manos para esconder un enorme bostezo que interrumpió su disculpa, y luego prosiguió con otra disculpa por su bostezo. “Perdona… No fue mi intención obligarte a calmarme. Pero te lo agradezco mucho.” Sus palabras se alargaban demasiado, en vez de salir de su boca se arrastraban con dificultad, como si entre cada una tuviese que pensar en lo que seguía. Quería decir más, pero todavía sentía que el mundo se movía mucho más rápido de lo normal, quizás era porque su cerebro estaba funcionando más lento. No tenía idea de lo que hubiera sucedido si Ewan no hubiese estado ahí para calmarle, pero claramente nada bueno a juzgar por las secuelas que sentía.

Notó una de sus plumas en el suelo a su lado y estiró una mano temblorosa para recogerla. A diferencia de sus plumas normales, esa era casi completamente negra, parecida a algunas que le había visto a algunos Serafines y Demonios. Quizás habían respuestas a lo que le había sucedido, quizás ellos también habían comenzado como Ángeles, aunque no había escuchado rumores sobre algún Ángel caído.

Iba a comenzar a pensar en aquello, pero su cerebro no quiso cooperar. En vez, su visión se alteró al punto en que lo único que podía ver eran manchas de colores brillantes. “Uh-oh…” Murmuró con dificultad, reconociendo la sensación. Le había sucedido sólo una vez anterior a esta, minutos después de despedirse de su padre por última vez. “Me voy… a des-” Alcanzó a advertir antes de sentir como si alguien hubiese desconectado su cerebro del resto de su cuerpo, cayendo completamente dormida hacia un lado debido a la falta de comida y sobre exigencia de convertirse en ángel en ese estado mental.

Post perdido. Faith sueña con su papá y despierta mejor y calmada. Le muestra el manto a Ewan y lo deja tocarlo. Luego suena su estómago.

Faith observó al lobo con curiosidad. ¿Era como Eli? Parecían entenderse sin necesitar hablar, como ella y su hermoso alce. Le dedicó una sonrisa agotada al animal, extendiendo su mano instintivamente para que aprendiera su olor.

Sin pensarlo demasiado se apoyó contra Ewan nuevamente cuando se volvió a acercar, se sentía tan extremadamente cansada. “¿Una de ellas?” Murmuró ausentemente, manteniendo la manta en la mano de Ewan. Se despertó un poco ante la mención de su amiga.

“¿Persi? Pues sí, este pedazo de manta es de ella.” Explicó antes de ser interrumpida groseramente por su estómago. En realidad el nudo que había tenido dentro no le había permitido ni siquiera sentir hambre, pero ahora que se sentía mejor tenía cabida para eso.

Recibió el sándwich con un sonrojo, volviendo a posar sus ojos en los de Ewan, se encogieron en una sonrisa que no llegó a sus labios aquella vez. No quería tomar comida de él, siempre escaseaba, pero tenía demasiada hambre como para negarse. “Gracias.” Otro murmullo antes de comenzar a comer, lento y bocado a bocado.

Se sintió instantáneamente mejor, menos mareada. “Ya me preocupaba que pasara algo feo por estar ayudándote.” Faith hizo un puchero ante esas palabras, su corazón hundiéndose dentro de su pecho ¿Tan egoísta había sido? Llevó sus manos a su cara, escondiéndose, horrorizada. En su arranque había fallado, olvidado cuidar al resto a su alrededor. Había impuesto sus propias creencias, que las reglas no afectarían a los seres queridos de nadie, en alguien más.  

“Lo siento tanto.” Su voz sonaba tensa, angustiada, quería llorar de nuevo. ¿Por qué lo había dicho con una sonrisa? “No era mi intención ponerte a ti o a los tuyos en peligro, yo-” Se recogió hacia atrás, devolviendo su biblia y el pedazo de manta en su morral, dejando el resto de la comida en las manos de Ewan. “Debería…” Un hipo le interrumpió, luego un sollozo. “Yo...”

Había estado frente a otra prueba de fé, tenido la posibilidad de demostrar que merecía un lugar en el cielo. Y en vez de eso, había arruinado todo y puesto a alguien más en peligro. “Fallé...” Sus hombros se sacudían nuevamente en sollozos. Estaba tan cansada. Tan solo quería que ese día acabara, pero ahora había puesto a Ewan en una situación complicada.

“Lo mínimo que puedo hacer es ofrecerte la misma hospitalidad.” Su voz sonaba diminuta. Llevaría a Ewan a la cafetería, donde estaría a salvo hasta que decidiera qué hacer. “Eli.” Un susurro que había sido imperceptible para todos excepto aquel familiar que había salido de un huevo.

Un hermoso alce se materializó al lado de la chica, restregando su cara contra ella en un gesto cariñoso. Era de colores fantásticos, verde y amarillo, lianas y musgo decoraban su pelaje. Se sentía demasiado débil como para caminar de vuelta a la cafetería por sí sola. No necesitó pedirle ayuda, tan solo rodeó el cuello del familiar y se apoyó en él para incorporarse, acariciándole con cuidado. “Estarás a salvo con nosotras.” Lágrimas seguían cayendo en silencio.

En su mente, había fallado y luego vuelto a fallar. Lo único que podía hacer ahora era tratar de remediar la situación lo mejor que podía. Probar que merecía otra oportunidad de probar que era digna.